Hay dos instituciones donde a las mujeres de todas partes del mundo, especialmente a las venezolanas, se nos hace más dificultoso ascender y figurar: las empresas y los partidos políticos. No tiene tanto que ver con las vocaciones, capacidades o ambiciones, sino con las reglas, los techos y los estilos de liderazgo que se consideran necesarios para ocupar altas posiciones, comúnmente relacionadas con el ejercicio masculino del poder.

Las que llegan y tienen la oportunidad de demostrar sus talentos (contadas porque son estadísticamente muy pocas considerando que somos la mitad de la población), lo hacen paradas desde sus privilegios de clase o raza, muchas veces invisibles, pero necesarios para poder elevar la voz y tener lo que se considera socialmente importante para ser tomadas en cuenta.

Somos unas intrusas

A las mujeres el poder nos es elusivo. Ha sido así desde siempre como nos lo recuerda la historiadora Mary Beard, autora de “Mujer y Poder” al relatarnos un episodio de La Odisea, donde un imberbe Telémaco humilla a su madre, Penélope, delante de un nutrido grupo de notables: “Madre mía, vete adentro de la casa y ocúpate de tus labores propias, del telar y de la rueca. El relato estará al cuidado de los hombres… Y hasta hoy”.

Esta concepción del ejercicio del poder público se ha consolidado a lo largo de los años de tal forma que opera a través de mecanismos institucionalizados de exclusión. Lo que ha llevado a más de una a pensar que las cosas son así y lo que hay que hacer es amoldarse, que hay que masculinizarse para entrar y triunfar, que hay que aguantar calladas las múltiples formas de acoso, burla e indiferencia con la que muchas de las militantes de partidos son tratadas, que es necesario aspirar a la perfección antes de atrevernos a aspirar un puesto en una plancha o en un cuadro directivo, entre otros sacrificios.

Estos mecanismos excluyentes son estructurales, no son fáciles de transformar e incluso de identificar, pero son reales. Y es sobre ellos que es preciso incidir para que las reglas no escritas de este juego empiecen a ser más favorables para las mujeres. No más cursos para fortalecer destrezas y habilidades en ellas, no más trabajo sobre autoestima o confianza en sí mismas. No más invertir tiempo y recursos en intentar ajustar a las mujeres al molde organizacional dado, antes bien, cambiar el sistema que les impide alcanzar su potencial pleno.

Fortalecimiento con perspectiva de género

En el caso de los partidos políticos el panorama es desolador, tanto en los de izquierda como en los de derecha. Las mujeres no lo tienen fácil, entre la doble jornada laboral, la maternidad, la falta de autonomía financiera y, sobre todo, la vieja idea de que las mujeres están hechas para cuidar y los hombres para gobernar. Saltar esa valla viene aparejado con enormes tropiezos, por lo que el primer paso es entender que estamos tratando de cambiar una cultura con mucho arraigo histórico y estructural. Esto amerita dotarse de estrategia.

Por ello celebro que los amigos del Instituto Holandés para la Democracia Partidaria (NIMD), liderado en Venezuela por Mariana Vahlis, estén ejecutando en este momento un programa dirigido a lideresas políticas en el país, con el compromiso de facilitar metodologías para el fortalecimiento de capacidades en la temática de empoderamiento para el liderazgo público, habilidades de comunicación y capacidad para organizarse, de forma que aprendan a desarrollar estrategias efectivas de incidencia política.

Esta experiencia de aprendizaje se imparte con enfoque de perspectiva de género como eje transversal, para entender primero, que la lucha es colectiva, común a todas las mujeres independientemente de su posición ideológico partidista y, segundo, que las cifras que dan cuenta de la baja participación de las mujeres en este sistema, supuestamente democrático, responden a razones patriarcales montadas de manera histórica y sistemática para conservar el poder en manos de los “frates”. Pone el foco en las barreras a derribar para que la paridad sea alcanzable en el menor tiempo posible.

La discriminación es real

En este programa, el cual me enorgullece participar, pedí a las participantes, militantes provenientes de la mayoría de los partidos de oposición, que relataran cuáles fuentes de discriminación política han experimentado en su carrera política. Mencionaron éstas: exclusión de los espacios de toma de decisión, dificultad para entrar a la rosca o cogollo, compañeras con escasa perspectiva de género que no apoyan a otras mujeres, clasismo, mensajes dirigidos a no figurar en la escena política y a desestimular la participación, invisibilización de los esfuerzos y trabajo que ellas hacen a lo interno de los partidos.

También mencionaron: asignación de roles estereotipados, básicamente de auxilio y secundarios; descalificación a través de insultos o ridiculización de sus intervenciones públicas, apelación a las hormonas o el estrés o las emociones para subestimarlas; ser mujer joven sin experiencia política a quienes se les exige demostrar conocimiento y madurez, hiper sexualización de mujeres jóvenes, discriminación abierta si son parte de una etnia o tienen alguna discapacidad. Todo ello con el silencio cómplice de quienes observan la exclusión, pero ni se inmutan.

Muy pocas dijeron no haberse sentido víctimas del machismo partidista, pero la mayoría se vio en la experiencia de la otra, entendió el juego de poder, obtuvo ideas claras para romper estereotipos y roles de género a nivel personal y al mismo tiempo la firmeza para demandar el necesario trabajo a lo interno de los partidos que permita cambiar su cultura y postulados.

Este es el momento

Admirable el hecho de que están haciendo este programa en medio del vendaval de anulaciones de juntas directivas de los principales partidos de oposición por parte del régimen bolivariano, en medio de la cuarentena radical, en medio de la polvareda levantada por algunas de ellas, que se han atrevido a denunciar acoso sexual en su contra, gracias a la valiente declaración de Mafer Villalobos en sus redes sociales. Pero es justo por todo esto que tienen que hacerlo ahora.

No ha habido ni habrá un momento “propicio” para que se escuchen las demandas de las mujeres en torno a su derecho a ejercer cargos de representación política. Es con la misma fuerza que estas lideresas han demostrado tener a lo largo de todos estos años, cargadas de herramientas realmente empoderadoras, que van a hacerse escuchar y transformar a esos partidos desde adentro, porque sin duda alguna, más mujeres en posiciones públicas redundan en mejores democracias

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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

De la misma autora: Una agenda feminista por y para las niñas en post COVID-19

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