El concepto de nuevo orden mundial fue por primera vez acuñado por el presidente de EE. UU., Woodrow Wilson, tras la Primera Guerra Mundial, quien promovía la creación de la Liga de las Naciones, antecesora de la ONU. El término se ha usado para referirse a un tiempo histórico con eventos “traumáticos” de orden global, que producen significativos cambios de carácter social, económico, político y geopolítico. En su comprensión más coloquial, también se usa en teorías conspirativas, así como para hacer referencia a relatos de carácter apocalíptico.
Aunque tenía la intención de no hacer referencia a asuntos políticos nacionales, al leer la acepción coloquial de la frase, me cuesta mucho sucumbir a la tentación de escribir sobre el “nuevo orden mundial criollo”.
¿Líderes malandros o malandros líderes?
El liderazgo político venezolano, tanto oficialista como opositor, ha perdido un porcentaje de capital social, que según la última encuesta publicada en marzo por Datanálisis, un muerto, Hugo Chávez, es el líder político con mayor aceptación popular, ubicándose por encima del 60%. Tímidamente, María Corina, Capriles y algunas testas del oficialismo apenas superan un 10%.
En las últimas semanas ha ocupado buen centímetraje de la prensa local, el fenómeno social del “Coqui” versus las fuerzas de orden público, a quienes les declaró la guerra y los tiene “aCoquinados” matándolos a mansalva, al punto de que nadie se atreve a entrar a capturarlo en la Cota 905, donde hace vida criminal. El “Coqui” se ha vuelto una persona a quien le rinden culto y con liderazgo en La Vega, que reparte comida, juguetes y plata, producto de sus fechorías. Incluso, ha logrado vacunar contra el COVID-19 a su banda y a su población vulnerable. Todo un líder social y hasta político de excepción. No nos extrañaría que se lance a las elecciones de gobernadores y alcaldes, y se erija como concejal o nuevo alcalde de Libertador.
¡Fronteras sin fronteras!
Otro episodio sonado, ha sido el todavía vigente conflicto armado en Apure. Disidentes de las FARC, el ELN y las FANB, luchan -según dicen- por conservar la hegemonía del tráfico de estupefacientes en la zona. Esta situación ya ha causado más de 50 muertos entre civiles y militares. También, el conflicto ha causado el desplazamiento de 6mil venezolanos a la zona colombiana de Arauquita, huyendo de balas, minas personales y de muerte. Hace un par de semanas, el líder de unos de los disidentes de las FARC, Jesús Santrich, cayó abatido en la Sierra de Perijá, en pleno territorio venezolano, aparentemente asesinado por las fuerzas armadas colombianas. Al respecto, pocos comentarios ha hecho el Gobierno Nacional y el de nuestro vecino país, obviando no sólo el ajusticiamiento, sino la flagrante violación de nuestra soberanía.
De igual forma ha resonado, la unilateral decisión de Iván Duque de abrir la frontera colombo-venezolana en Cúcuta. Esta decisión la justifica el presidente colombiano, para promover la tradicional actividad comercial binacional. Maduro manifiesta abiertamente que es una provocación del vecino país. De verdad, que para ser político hay que ser un cínico profesional, porque la actividad comercial binacional se ha mantenido sin dificultades a través de las múltiples trochas de los 2.210 kilómetros de frontera. Además del trocho-mercado, del vecino país traemos todo tipo de productos, puerta a puerta, sin pago de arancel alguno. Basta pasearse por cualquiera de los estados fronterizos y zonas aledañas, para ver los anaqueles llenos de productos colombianos, a menor costo que los venezolanos, destruyendo nuestra cada vez más golpeada industria nacional. Eso, sí, llenando la barriga y las necesidades de los pobres, más pobres.
A lo anterior, se añade el COVID, que sube y que baja, vacunas que llegan y no llegan, una economía malherida, destrozada, por la ineptitud del gobierno y las salvajes sanciones de los gringos. Un gobierno desastroso y una oposición tan desastrosa como el gobierno.
Ahora más en serio sobre el nuevo orden mundial
Regresando al nuevo orden mundial, realmente quería hablarles de las consecuencias socio-económicas y políticas del COVID-19 a futuro.
Investigando sobre el tema, me tropecé con un impactante escrito, ya con más de un año de data, que me ha hecho reflexionar mucho en estos días. Se trata de un texto publicado por el Grupo Holandés de Trabajo para la Biocapacidad y Huella Global de la Tierra (www.voetafdruk.eu) y firmado por 170 académicos de las principales universidades de Países Bajos.
El papel de trabajo insta a los líderes políticos, grupos económicos y ciudadanos del mundo a pensar en la sustentabilidad real del planeta. Durante los últimos 30 años, movidos por un sistema rabiosamente neoliberal, que promueve la acumulación de riquezas por parte de grandes grupos económicos con apoyo político, nos hemos olvidado, más allá de la retórica, de la viabilidad de los ecosistemas naturales y el bienestar y salud de los seres humanos.
Se han alterado los ambientes naturales para hacerlos máquinas de producción masiva, propiciando una indiscriminada globalización en búsqueda de manufactura menos costosa y ventas más cuantiosas. Lo anterior no solo puede producir pandemias como el COVID -donde por irrespeto al ecosistema, una zoonosis o enfermedad propia de los animales, muta y se hace un virus humano letal- sino que también puede generar graves problemas de contaminación que aniquilen a nuestra población.
La Organización Mundial de la Salud estima que 4,2 millones de personas mueren anualmente como consecuencia de la contaminación ambiental. Además 1,5 millones de personas mueren al año por tuberculosis, 500 mil por paludismo y 1 millón de niños por diarrea de cualquier origen. Estas últimas son enfermedades propias de los estratos más pobres de la población.
Con el coronavirus, que no discrimina entre niveles sociales, los líderes del mundo dan importancia y hablan de la relevancia de los sistemas sanitarios preventivos y curativos. Tildan de héroes y aplauden en público a los médicos y empleados sanitarios, que trabajan para contener la pandemia, cuando en tiempos normales del PIB mundial, escasamente el 10% se dedica a salud, y una cifra despreciable, no registrada, a inversión en ecológica y sostenibilidad.
Las propias empresas deberían asumir conciencia de que la carrera neoliberal -para producir riqueza sin límites- es un acto suicida, más ante los mercados globales donde la afectación de una región o sector, altera al mundo entero. Tenemos evidencias cercanas de lo afirmado, ya que con el colapso económico del 2008 y ahora con la crisis sanitaria del COVID-19, una de origen financiero y otra de origen sanitario, inexorablemente caímos en una recesión económica grave, con afectación de las empresas y con un recrudecimiento de la pobreza mundial. Que la búsqueda y acumulación desenfrenada de riqueza, nos lleve a la pobreza, es una de las paradojas que debemos confrontar y resolver como humanidad.
¿Qué proponen los holandeses?
Reemplazo de un modelo de desarrollo económico que no se centre en el crecimiento de un PIB genérico, sino un PIB que propicie el fortalecimiento de sectores cruciales y favorables para la humanidad como la salud, la educación, la vivienda verde, y la energía y los alimentos sustentables. Asimismo, desincentivar las inversiones en sectores que promuevan el consumo irrestricto de elementos no sostenibles o ecológicamente cuestionables, como petróleo, gas, minería y sus derivados; así como publicidad irresponsable.
Forzar políticas económicas globales de justa distribución de la riqueza, a través de impuestos sobre la renta mucho más agresivos y con sólidos programas de bienestar social, que garanticen a la totalidad de la población mundial, la cobertura de sus necesidades básicas: alimentación, vivienda, salud y educación.
Regreso a una agricultura sostenible, circular, local, basada en la conservación y no transformación de la biodiversidad; en virtud de la cual, el agricultor pueda producir sus propias semillas y no requiera de las grandes multinacionales que venden semillas estériles, genéticamente modificadas, para garantizar mayores rendimientos por hectárea. Asimismo, brindar a los trabajadores del agro iguales o mejores condiciones que a los trabajadores urbanos.
Reducir el consumo de insumos no esenciales y de turismo de lujo, con una disminución radical de la producción superficial, suntuaria y el gasto como forma de derrochar recursos. Debemos reorientarnos al consumo de artículos de primera necesidad, el turismo más local y sencillo, y ante todo, la sostenibilidad como norma obligatoria detrás del aparato productivo, y de cada simple producto o servicio generado.
Condonar o reestructurar las deudas, especialmente de empleados, profesionales autónomos, pymes y empresas sostenibles en apuros económicos. Esto a través de las reservas propias de las naciones en los países desarrollados, así como del FMI, Banco Mundial y Multilaterales Regionales en el caso de economías emergentes y países en desarrollo.
Lo que proponen los holandeses, con lo que comulgo en su totalidad, no solamente sería un nuevo orden mundial, creo que rozaría la categoría de un “milagro mundial”.
No obstante, estamos muy lejos de eso en Venezuela, nunca olvidemos que nuestro país es una tierra de gracia, y es obligación de cada uno de nosotros, empujar a nuestra amada patria, a lo que nos sugiere el grupo de académicos.
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