"No hay cupo": Caracas vive su mayor repunte de casos de COVID-19
Los centros de salud públicos de Caracas ya están repletos y las clínicas también han empezado a llenarse ante el aumento de casos de COVID-19 | Foto: EFE Credit: EFE

El viejo

Mi viejo de 94 años es un inmigrante español, republicano, ateo, de aspecto y proceder noble y pausado. Llegó a Venezuela en 1954, siguiendo los pasos de un tío suyo.

Su tío Luis había escapado de la cárcel, con una condena a fusilamiento, cuya rifa ganó por ser rojo, anti-monárquico y, sobre todo, anti-franquista.

Huyendo de una España totalmente empobrecida, en la que su familia tenía el estigma ideológico socialista, y también de la bastardía; su madre, tíos y tías, al igual que él mismo, terminaron dispersos entre Argentina, Brasil y Venezuela, para más nunca encontrarse. Mantuvieron toda una vida, la unión epistolar de la familia extendida, porque los encuentros “en vivo” eran imposibles, dado lo costoso de los pasajes y travesías en esos tiempos.

Cuando papá llegó a La Guaira, de su tío Luis quedaba la mala noticia de una muerte accidental reciente, y una viuda, quien todavía lo lloraba:

—Mira que morirse en un accidente y no en la cárcel, su destino estaba marcado (decía la tía Ramona, quien poco después emigró a Cuba y contrajo nuevas nupcias con un local, para terminar sus días, ya anciana, en Miami, escapada del régimen de Castro).

Mi padre conoció aquí a mamá, hicieron vida, oficio y familia, y tuvieron 2 hijos varones, mi hermano Raúl y yo, ambos médicos (aunque este servidor, desviado vocacional, se dedique hoy en día a las finanzas).

Paranoia COVID

Al principio de la pandemia, dada la edad del viejo y el hecho de que tiene una fibrosis pulmonar crónica, que lo obliga a estar con oxígeno permanentemente, lo mantuvimos aislado en su casa, con su cuidadora –mi madre murió hace años-, recibiendo sólo visitas de nosotros, sus hijos, con mascarillas, geles y demás parafernalia.

A lo largo del tortuoso camino COVID, nos mandó “largo pal´ carajo”, y comenzó a hacer sus salidas rutinarias a casa de mi hermano y a mi casa. Así, todos los fines de semana, iba a visitar a sus nietos y demás familia. Siempre, con el “bigotico” de oxígeno y el tapabocas. Su válida excusa para romper el presidio forzado al que lo habíamos sometido era:

—¡Coño!, déjenme tranquilo, tengo 94 años y lo poco que me queda, quiero vivirlo cerca de mis afectos, de mis amores. De algo habré de morir. Si no es de COVID, a mi edad, hasta una diarrea mata.

Tenía razón, consideramos y respetamos su muy lógica voluntad, con las mayores precauciones posibles.

Cuando alguien de la familia, caía con COVID, como pasó con mi mujer y uno de mis hijos, inmediatamente, le prohibimos acercamiento, por el tiempo prudencial y después volvía a su rutina de visitas. Los sábados a casa de mi hermano, los domingos, a mi casa.  

Asimismo, y a regañadientes, se dejó vacunar. Digo a regañadientes, porque sostenía, que a su edad, la vacuna podría aprovecharse para otra gente que la necesitaba más, no un viejo como él que estaba “más de allá que de acá”.

Lo que tenía que pasar

Hace un par de semanas, pasó lo inevitable. Congestión nasal, algo de tos, PCR+, y ¡zas!, “pa´ la clínica de una”.

Hospitalizado, con anticoagulantes, remdesivir endovenoso y otras drogas, mientras leía, y se mantenía al día sobre el acontecer mundial, a través de internet en su laptop,-sí es un abuelo computarizado-, milagrosamente salió de alta a su casa después de unos días. Todavía aislado, de reposo, y rogando a Dios porque siga bien y no se complique, parece haber sobrevivido a la peste del siglo XXI.

Mientras estaba hospitalizado, a través del teléfono y email, estuvimos en comunicación continua, ya que no me dejaron verlo por los protocolos de aislamiento de rigor. Siempre de buen ánimo, decía que se sentía engripado, pero que estaba bien en ese “spa” forzado en el que lo habían internado.

En algún momento, por pura echadera de vainas, le pregunté si seguía siendo ateo. Muy socarrón me dijo, que ahora se consideraba agnóstico, porque no sabía bien del todo eso del cielo y del infierno, y ante la duda, prefería mantener una nueva postura menos radical.

Le pregunté también si no le tenía miedo a la muerte, a lo que me contestó que en lo absoluto, ya que había vivido a plenitud. Sin embargo, aclaró que no estaba para nada apurado y que por ahora dejaría “que otros se colearan en la fila”.

De pesado e insistente, le pregunté si seguía siendo socialista, a lo que me respondió con una claridad vertical, que ahora estaba de moda decir “humanista”, y que era mejor que lo encasillara en esa categoría. Eso sí, que de neoliberal no tenía nada de eso, ni muerto.

Mi padre siempre ha tenido ese sentido del humor sutil y delicioso, más de inglés que de español. Lamentablemente, nosotros sus hijos, heredamos el humor negro, mordaz, cáustico y hasta procaz de mi madre.

Papá, muy probablemente saldrá bien parado de esta batalla médica. Dios, nos permita tenerlo un rato más con nosotros –curiosamente, mi hermano y yo, sí somos católicos, por pertinaz insistencia materna, quien era católica, apostólica, romana y de derecha. De hecho, mi padre dice que se casó con ella, independientemente de las diferencias ideológicas, porque era una morena de una guapura irresistible, idéntica a la de María Félix, y además, porque en el fondo, muy en el fondo, era buena persona.

Lamentablemente esta historia con hermoso desenlace no es lo que estamos viviendo a nivel mundial, ni en Venezuela.

Asimetrías

A las vacunas, detección temprana, cuidados médicos y drogas de primera, sólo tiene acceso un 5% de la población mundial.

No olvidemos que hasta el momento contamos con reportes oficiales de contagio de 220 millones de personas y han fallecido casi 5 millones a nivel mundial . Según epidemiólogos entendidos, esta cifra podría multiplicarse hasta por 7 u 8 veces, debido a los casos asintomáticos y al subregistro que existe en todos los países.

Según la ONU, tan sólo un 20% de la población mundial ha accedido a la vacunada, con una distribución muy desigual. Así, en los países desarrollados, hasta un 80% de su gente está vacunada, y algunos países muy pobres, especialmente ubicados en el continente africano, la inmunización no alcanza el 3%.

Al respecto, hace pocos días el Secretario General de la ONU, António Guterres, manifestaba su preocupación por la asimétrica distribución de las inmunizaciones y atención médica contra el COVID en los diferentes países del mundo.

Desde la guerra de Kosovo -que viví muy de cerca, otro día les cuento por qué- donde participó activamente la OTAN, masacrando miles de civiles kosovares, con el silencio cómplice de la ONU, no puedo evitar percibir a las Naciones Unidas como un organismo demagógico, y casi apéndice, para lo bueno y lo malo, de los países imperiales del orbe.

Así que la declaración de Guterres, me pareció poco menos que cínica. La asimetría mundial no ocurre en temas de salud solamente, también ocurre en cualquier tema social, económico o político que se nos venga a la mente, con la tranquila vista, y algunos pañitos calientes de la ONU y otras multilaterales.

Nuestro país no es la excepción, sujeto de esa asimetría que menciona Guterres, tanto por ineptitud de nuestros gobernantes, como por las salvajes sanciones gringas, Venezuela tiene un importante número de casos y todavía insuficientes inmunizaciones. Aunque en este último aspecto, hemos de destacar que el gobierno está haciendo esfuerzos extraordinarios para hacerse de vacunas, a pesar del bloqueo gringo. De hecho, hasta la semana pasada dentro y fuera del mecanismo Covax, ya habían ingresado al país más de 5 millones de dosis.  

Al día de hoy, en Venezuela se reportan cifras oficiales de 374.000 casos y 4.600 muertos. Muchos epidemiólogos dicen que esta cifra debe ser multiplicada por 10. Además, aseveran, que a diferencia de mi padre, la mayoría de los afectados y muertos, no han contado con las posibilidades de atención médica y han padecido la enfermedad e incluso han fallecido en sus propias casas, debido a la insuficiente capacidad de atención médica en los  centros de salud. Por esta razón, las medidas preventivas extremas, entre ellas la cuarentena 7+7, hacen mucho sentido.

Por fuentes extraoficiales sabemos que en este momento vivimos un repunte de COVID, lo cual en ninguna cifra formal se ve reflejado. Además, se iniciarán las clases presenciales a partir del 25 de este mes, así como el gobierno dará pausa a las medidas de cuarentena durante noviembre y diciembre, “para el disfrute de los venezolanos, así como el incremento de la actividad comercial propia de fin de año”.

Imaginamos que en los primeros meses del año vamos a ver contagiados y muertos por doquier. No entendemos pues, el cese de medidas preventivas por parte de las autoridades venezolanas.

Por ahora, mi padre sigue dejando que otros se “coleen en la fila” y se le adelanten. “Te amamos pa”.

Vaya este escrito dedicado a todos los venezolanos, muchos de ellos amigos, que han sucumbido ante la enfermedad.

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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

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