Es imposible escaparse. Las redes, los noticieros, las conversas de paseantes por la calle, por donde te encuentres con gente, el tema es la vacuna. La anticovid. Quizás el pinchazo más anhelado por la inmensa parte de la humanidad pero que, en muchos países, es difícil de lograr.

Cuando se hizo el anuncio de la disposición de varias vacunas anticovid, la humanidad respiró. Se vio cerca el fin de la pandemia, que en un año ha hecho estragos en la sociedad, la economía, la salud física y mental.

Ya el mundo se aproxima a la dramática cifra de tres millones de vidas perdidas por el covid-19, más decenas de millones que han pasado por el susto e intensos malestares de la enfermedad.

Transcurrido el primer trimestre con vacunas sobre la faz de la tierra, solo unos pocos países han avanzado con la vacunación. Problemas económicos, políticos y logísticos están impidiendo que las campañas avancen cómo se esperaba en los países ricos, pero muchas más dificultades hay en los países pobres.

En algunos países pobres, ni siquiera han comenzado a vacunar. Gran parte de la población de esos países está en riesgo de infectarse y morir dado el colapso sanitario, que podría producir una alta tasa de incidencia del SARS-CoV-2. Infecciones que en este momento serían evitables.

Geopolítica y la vacuna

Sigue agudizándose la diferencia de los avances en la vacunación entre los países ricos y los pobres, como ha sido denunciado por las propias autoridades de la Organización Mundial de la Salud.

Países industrializados, como Estados Unidos y varios de Europa, blindan las patentes de sus vacunas para que no salgan de sus territorios y así, vacunar a la mayoría de su población y a la de países aliados política y económicamente. Además, evitan el colapso de sus sistemas sanitarios, protegen sus economías que saldrán favorecidas con la venta de tan preciado bien. Ahorita y a futuro.

El acaparamiento de vacunas, por parte de los países productores y sus aliados, impide una distribución mundial de esos salvavidas con criterio de justicia social. Por otro lado, la farmacéutica del mundo occidental y los intereses políticos detrás de ella, se ha encargado de descalificar, estigmatizar o invisibilizar a las vacunas producidas por países -fuera del llamado “mundo capitalista”- como Rusia y China. Ambos con alta capacidad productiva de vacunas que han sido experimentadas como las demás.

El objetivo de las campañas de descrédito hacia las vacunas distintas a las producidas por las empresas del mundo occidental, parece ser sacarlas de la competencia en el mercado. Cuestión de dinero, de mucho dinero. Un acto que roza a la ética, porque ante la pandemia que azota al mundo, la salud de la gente debería privar sobre los negocios.

Por su parte, las agencias transnacionales de asistencia social han habilitado mecanismos de distribución alternativa de las vacunas en los países pobres, tipo Covax. Pero es insuficiente para una amplia cobertura de la población, y poner en marcha ese mecanismo ha encontrado dificultades a lo interno de ciertos países por razones económicas, políticas, como rencillas entre grupos, abuso de poder y corrupción.

La vacuna es el derecho a la salud, a la vida

Toda vacuna produce un doble sentimiento: miedo al pinchazo por una posible reacción y entusiasmo por evitar un mal peor. Ante el anuncio de las vacunas anticovid, las reservas iniciales de la gente -en todo el mundo- se basaban en la desconfianza: ¿cómo tan rápido -menos de un año- se produjeron varias vacunas cuando para otros males que llevan años entre nosotros, todavía no las hay?

No hubo campañas por parte de los productores de las vacunas, para combatir la desconfianza de la gente. No había necesidad. Los estragos de la pandemia han sido tan evidentes, que el miedo privó sobre la desconfianza y se pasó a ansiar la vacuna, a ponérsela tan pronto como se pueda. Ese, hoy es un clamor mundial.

Tampoco ha habido mucha información por parte de las farmacéuticas o los gobiernos acerca de los posibles efectos secundarios de la vacuna anticovid. A veces, las mismas autoridades se muestran confusas, se contradicen, se desdicen. El desarrollo de la vacuna ha sido muy rápido, es muy reciente. Todavía falta por aprender. Y, sin embargo, la inmensa mayoría de la gente quiere ser vacunada.

Como se ha dicho, cualquier efecto secundario de la vacuna será menor que enfermar de covid19 y el riesgo de morir por esa causa. La gente se vacuna y sale alegre, sintiendo, quizás, la única alegría que esta pandemia le ha brindado.

La vacuna anticovid, por ser un preciado objeto de mercado, ha pasado a ser un recurso de poder y con ella los gobernantes que logren eficiencia en la vacunación ganarán prestigio, mientras que los ineficientes agregarán a sus rayas, otra raya más. Aunque no es otra raya cualquiera. Es la que dejará ver a la historia que esa ineficacia e irresponsabilidad produjo sufrimiento de millares, quizás millones, y la muerte de decenas de miles de sus gobernados.

Los gobernantes, y quienes están detrás o por encima de ellos, tienen que tener claro que la vacuna no es una dádiva, ni un instrumento de poder, es un derecho de la gente. El derecho de evitar el sufrimiento, de salvar su vida y la de quienes le rodean.

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