Mujer ucraniana herida tras un bombardeo en su apartamento en la ciudad de Kharkiv. Foto: Getty

En momentos en que los países ricos se disponen a entrar francamente en la “normalidad” post pandemia del covid, los telediarios anuncian: se disparó la guerra. Quedamos fríos porque se trata de una guerra caliente.

La guerra, hasta hoy, ocurre en un pequeño país del este de Europa, pero pudiera ser la mecha de una bomba a explotar en los próximos días a nivel mundial. O peor aún, pudiera ser el comienzo de la tercera. Ojalá que no.

El fantasma de la guerra empieza a recorrer Europa, el escenario de las dos guerras mundiales en el siglo pasado. El sufrimiento quedó sembrado, las cicatrices no se han cerrado por completo.

Por edad, casi todos los europeos que vivieron la dolorosa y traumática experiencia de las guerras han muerto, por tanto, para las nuevas generaciones la guerra es cuestión de cuentos de abuelos, de historia, de películas en las salas de cine o en la televisión, algo casi divertido.

Como si fuera poco, la industria del cine y los videojuegos han hecho de la guerra un espectáculo que mueve emociones, divierte. Así lo han aprendido las nuevas generaciones. Vamos a jugar a la guerra, dicen los niños.

Las generaciones vivientes europeas no han vivido un conflicto armado en carne propia. Lo más cercano a la guerra ha sido el terrorismo y, como su nombre lo dice, genera terror pero el ataque es puntual, no es una acción permanente, queda el trauma. En una guerra, el terror dura lo que dure la guerra. Días, meses, años. Nunca se sabe.

Guerra es guerra

Ha explotado una guerra de incalculables consecuencias en Europa, pero también pudiera ser semejante a la que desde hace años se vive en países de África, Asia y América Latina. Los conflictos bélicos en los países pobres, por lo general, solo tienen visibilidad puntual a nivel mundial. Cuando ocurre en los ricos, o cerca de ellos, es otro cantar.

Las redacciones de las agencias de noticias no paran de informar sobre el conflicto bélico europeo. Pareciera que no sucede más nada en el mundo, ni en los mismos países. De repente, la guerra y la amenaza de que se extienda es la matriz de opinión global. Hay guerras que llevan años y no las mencionan.

Cuando una guerra involucra a las mayores potencias económicas es noticia perenne. Cuando los rugidos bélicos se oyen cerca, asustan, aunque no sean disparos. Cuando están lejos no son una amenaza. Tiene lógica.

Riesgos informativos de la guerra

Ante cualquier conflicto que altera la cotidianidad se genera avidez informativa por parte de la gente. Sin duda, en estos momentos, en casi todo el mundo, ha aumentado la exposición a los medios y a las redes virtuales. Hay “carne de primera” en las agencias de noticias.

Además del riesgo de especulación informativa por parte de algunas agencias y medios ante cualquier noticia de interés y más si es trágica -en la época de información diseminada a través de medios no formales; como son las redes virtuales- la población está en riesgo de desinformación por los bulos o inventos informativos generados en laboratorios especializados o por cualquiera que quiera divertirse.

Ante un conflicto social o armado, los riesgos de sesgo informativo son altísimos. Los análisis periodísticos pierden objetividad y se vuelven opinaticos. La información deja de ser. Lo que debe ser. La noticia se transmite en términos de “malos” y “buenos”, de víctimas y victimarios.

Estamos ante el peligro de nuevos estereotipos. A los alemanes les ha costado casi un siglo superar en el imaginario mundial la creencia de que todos ellos son nazis. Los japoneses y otros asiáticos han tenido que hacer mucho esfuerzo para librarse del estereotipo de malos, que se les creó después de la Segunda Guerra Mundial. Veamos qué queda después del actual conflicto. Los medios de comunicación tienen mucha responsabilidad en ello. Perderemos todos.

¿Quién pierde en las guerras?

La representación psíquica de la guerra, no solo en los niños y niñas, es la de un juego donde hay ganadores y perdedores. Los resultados suelen verse en términos de quién gana, poco se ve a quien pierde.

En un conflicto bélico, independientemente del bando que venza o esté venciendo, hay más perdedores que ganadores. Quien más pierde es la población civil, la gente del común, muy probablemente, como tú y yo, como nuestras familias y gente amiga y la no amiga también.

La más cruenta de las consecuencias de una guerra es el trauma de quienes pierden seres queridos y de quien no. Es el terror permanente de esos días, el hambre, las necesidades insatisfechas de todo tipo. El miedo sembrado, los sueños perdidos.

La gente desplazada deja sus propiedades, sus raíces. Huye destrozada anímicamente. Además de las muertes, las heridas físicas y emocionales, la guerra destruye viviendas, edificaciones de cualquier tipo, inclusive las históricas. La guerra quiebra economías, hace perder perspectivas. Siembra impotencia e incertidumbre.

La guerra, por pequeña que sea, ocurra donde ocurra, es indeseable desde todo punto de vista.

El poeta español, Miguel Hernández, quien supo de guerras en carne propia, escribió quizás desde una mazmorra:

Tristes guerras
si no es amor la empresa

Tristes, tristes

Tristes armas
si no son las palabras

Tristes, tristes

Tristes hombres
si no mueren de amores.

Tristes, tristes,

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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

Del mismo autor: Jóvenes en crisis

Leoncio Barrios, psicólogo y analista social. Escribidor de crónicas, memorias, mini ensayos, historias de sufrimiento e infantiles. Cinéfilo y bailarín aficionado. Reside en Caracas.