El optimismo es una forma de percepción del entorno, un sentimiento que impregna las expectativas que tenemos sobre lo que ocurre y ocurrirá con nuestras vidas y el entorno familiar, nacional, mundial, a corto, medio o largo plazo. Así también es el pesimismo. La diferencia, sabemos, es que el optimismo permite sentir entusiasmo y el pesimismo, lo contrario.
Se dice que hay gente optimista, o lo contrario, algo así como un rasgo de personalidad. Es, si se quiere, una actitud hacia la vida. El optimismo (como el pesimismo) cuando es “una forma de ser” tiene el riesgo de distorsionar la realidad, de verla mejor (o peor) de lo que realmente es.
El comienzo de cada año nos hace ver hacia adelante, imaginarnos lo que posiblemente ocurrirá en los próximos meses. Se expresan deseos. Priva el optimismo. El peso de nuestros deseos pueden distorsionar la percepción, ver mejor las situaciones que lo que realmente son. Por supuesto, eso es válido, pero será más útil y menos frustrante si a los deseos le agregamos dosis de realidad.
Gran parte de nuestra visión de la realidad nos llega a través de las pantallas electrónicas, suerte de ventanas contemporáneas, por las que nos asomamos varias veces al día para enterarnos de qué acontece. La otra gran fuente de información sigue siendo una poderosa y tradicional, el boca a boca.
El mundo a través de las pantallas suele estar cargado de negatividad. Lo positivo pocas veces es noticia. Sin embargo, puede hacer contrapeso nuestra interpretación de los hechos, la carga de optimismo con la que percibamos la realidad. De hecho, la realidad es la que cada uno de nosotros vemos, oímos, decidimos, interpretamos. De alguna forma, la realidad es la que queremos.
Valiéndome de la licencia de interpretación de la “realidad” que percibo, veo un mundo oscuro pero con destellos de luz, no necesariamente la que producen los misiles y disparos durante las noches de conflictos bélicos.
Casi medio mundo -no es metáfora, es realidad, numéricamente hablando- está infectado de covid y, según las autoridades sanitarias mundiales, en pocas semanas este número de casos se multiplicará. Parece el fin del mundo, pero no es. En estos momentos, a pesar de haber más infecciones en todo el mundo, hay menos muertes y enfermedades graves debido al SARS-CoV-2, que el año pasado por esta época. La razón, las vacunas. Somos optimistas.
El panorama de vacunación mundial mejora cada día. Los gobiernos ricos han distribuido más vacunas, los de los países pobres han conseguido más apoyo de los organismos internacionales y de algunos países ricos para tener más vacunas disponibles. Los negacionistas de vacuna cada día son menos. El mejor tenista mundial de todos los tiempos se arrepentirá toda la vida de no haberse vacunado y, por supuesto, de mentir. Somos optimistas en que él servirá como ejemplo contrario a lo que ha pregonado.
A pesar de las vacunas, tendremos, por un buen rato, más pandemia, epidemia o endemia, como la llamen, de covid-19. Sin embargo, la situación, inclusive ante las variantes por venir, pudiera ser menos dramática. Los organismos internacionales de salud, los gobiernos, cada vez más gente ha aprendido a comportarse ante una pandemia y actuar en consecuencia. A pesar de estos momentos mundiales, somos, como mucha gente, optimistas de que la humanidad saldrá más fortalecida.
La política impregna todas nuestras vidas. No es posible escapar de ella y menos mal porque incide la vida de cada uno de nosotros. Hago un repaso por espacios del mundo que me hacen sentir optimista a pesar de las arenas movedizas en las que suceden algunos hechos.
Ronda en Europa el temor de que la guerra fría que por décadas han mantenido países orientales con las otras partes de la región, pase a caliente. Sin embargo, debido a las demoledoras consecuencias económicas que traería para el mundo una guerra en ese continente, somos optimistas en que prevalecerá la racionalidad. También somos optimistas en que los derechos humanos mejorarán en algunos países.
A pesar de que en Europa y los países ricos de Norteamérica, prevalezcan gobiernos de la llamada centro derecha o derecha, los derechos humanos parecieran estar internalizados en la gente de esos países, en la que gobierna y en la que es gobernada.
La economía doméstica de los países ricos parece fortalecer los derechos ciudadanos. El argumento de que “yo pago altos impuestos y tengo derecho a una mejor calidad de vida”, es un dinamo, en términos de derechos, en esas sociedades. Somos optimistas en que cualquiera que sea el tinte de sus gobiernos o parlamentos, no habrá vuelta atrás en las reivindicaciones sociales alcanzadas.
La mayoría de la gente de América Latina y el Caribe, a lo interno de sus países, vive sumergida en resolver las penurias socioeconómicas cotidianas y poco espacio motivacional le queda para la defensa de sus derechos. Sin embargo, se perciben movimientos políticos y sociales como los que se dan en Chile y tengo expectativas positivas con giros en Brasil y Venezuela, que permiten ser algo optimista sobre lo que ocurre en esta complicada región.
Omito referencias a lo que sucede a la gente pobre de África y Asia porque carezco de detalles pero la situación general es más que conocida y preocupante. Quizás, hay poco espacio para ser optimista.
Y del pesimismo ¿qué?
Razones, hechos, para sentir pesimismo hay muchísimos, pero quedémonos, por ahora, con los que dinamizan la vida. Al fin y al cabo, el optimismo o el pesimismo son formas de percibir la vida que varían en el tiempo, el espacio y en cada uno de nosotros.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
Del mismo autor: Vuelta a la realidad
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El optimismo es una forma de percepción del entorno, un sentimiento que impregna las expectativas que tenemos sobre lo que ocurre y ocurrirá con nuestras vidas y el entorno familiar, nacional, mundial, a corto, medio o largo plazo. Así también es el pesimismo. La diferencia, sabemos, es que el optimismo permite sentir entusiasmo y el pesimismo, lo contrario.
Se dice que hay gente optimista, o lo contrario, algo así como un rasgo de personalidad. Es, si se quiere, una actitud hacia la vida. El optimismo (como el pesimismo) cuando es “una forma de ser” tiene el riesgo de distorsionar la realidad, de verla mejor (o peor) de lo que realmente es.
El comienzo de cada año nos hace ver hacia adelante, imaginarnos lo que posiblemente ocurrirá en los próximos meses. Se expresan deseos. Priva el optimismo. El peso de nuestros deseos pueden distorsionar la percepción, ver mejor las situaciones que lo que realmente son. Por supuesto, eso es válido, pero será más útil y menos frustrante si a los deseos le agregamos dosis de realidad.
Gran parte de nuestra visión de la realidad nos llega a través de las pantallas electrónicas, suerte de ventanas contemporáneas, por las que nos asomamos varias veces al día para enterarnos de qué acontece. La otra gran fuente de información sigue siendo una poderosa y tradicional, el boca a boca.
El mundo a través de las pantallas suele estar cargado de negatividad. Lo positivo pocas veces es noticia. Sin embargo, puede hacer contrapeso nuestra interpretación de los hechos, la carga de optimismo con la que percibamos la realidad. De hecho, la realidad es la que cada uno de nosotros vemos, oímos, decidimos, interpretamos. De alguna forma, la realidad es la que queremos.
Valiéndome de la licencia de interpretación de la “realidad” que percibo, veo un mundo oscuro pero con destellos de luz, no necesariamente la que producen los misiles y disparos durante las noches de conflictos bélicos.
Casi medio mundo -no es metáfora, es realidad, numéricamente hablando- está infectado de covid y, según las autoridades sanitarias mundiales, en pocas semanas este número de casos se multiplicará. Parece el fin del mundo, pero no es. En estos momentos, a pesar de haber más infecciones en todo el mundo, hay menos muertes y enfermedades graves debido al SARS-CoV-2, que el año pasado por esta época. La razón, las vacunas. Somos optimistas.
El panorama de vacunación mundial mejora cada día. Los gobiernos ricos han distribuido más vacunas, los de los países pobres han conseguido más apoyo de los organismos internacionales y de algunos países ricos para tener más vacunas disponibles. Los negacionistas de vacuna cada día son menos. El mejor tenista mundial de todos los tiempos se arrepentirá toda la vida de no haberse vacunado y, por supuesto, de mentir. Somos optimistas en que él servirá como ejemplo contrario a lo que ha pregonado.
A pesar de las vacunas, tendremos, por un buen rato, más pandemia, epidemia o endemia, como la llamen, de covid-19. Sin embargo, la situación, inclusive ante las variantes por venir, pudiera ser menos dramática. Los organismos internacionales de salud, los gobiernos, cada vez más gente ha aprendido a comportarse ante una pandemia y actuar en consecuencia. A pesar de estos momentos mundiales, somos, como mucha gente, optimistas de que la humanidad saldrá más fortalecida.
La política impregna todas nuestras vidas. No es posible escapar de ella y menos mal porque incide la vida de cada uno de nosotros. Hago un repaso por espacios del mundo que me hacen sentir optimista a pesar de las arenas movedizas en las que suceden algunos hechos.
Ronda en Europa el temor de que la guerra fría que por décadas han mantenido países orientales con las otras partes de la región, pase a caliente. Sin embargo, debido a las demoledoras consecuencias económicas que traería para el mundo una guerra en ese continente, somos optimistas en que prevalecerá la racionalidad. También somos optimistas en que los derechos humanos mejorarán en algunos países.
A pesar de que en Europa y los países ricos de Norteamérica, prevalezcan gobiernos de la llamada centro derecha o derecha, los derechos humanos parecieran estar internalizados en la gente de esos países, en la que gobierna y en la que es gobernada.
La economía doméstica de los países ricos parece fortalecer los derechos ciudadanos. El argumento de que “yo pago altos impuestos y tengo derecho a una mejor calidad de vida”, es un dinamo, en términos de derechos, en esas sociedades. Somos optimistas en que cualquiera que sea el tinte de sus gobiernos o parlamentos, no habrá vuelta atrás en las reivindicaciones sociales alcanzadas.
La mayoría de la gente de América Latina y el Caribe, a lo interno de sus países, vive sumergida en resolver las penurias socioeconómicas cotidianas y poco espacio motivacional le queda para la defensa de sus derechos. Sin embargo, se perciben movimientos políticos y sociales como los que se dan en Chile y tengo expectativas positivas con giros en Brasil y Venezuela, que permiten ser algo optimista sobre lo que ocurre en esta complicada región.
Omito referencias a lo que sucede a la gente pobre de África y Asia porque carezco de detalles pero la situación general es más que conocida y preocupante. Quizás, hay poco espacio para ser optimista.
Y del pesimismo ¿qué?
Razones, hechos, para sentir pesimismo hay muchísimos, pero quedémonos, por ahora, con los que dinamizan la vida. Al fin y al cabo, el optimismo o el pesimismo son formas de percibir la vida que varían en el tiempo, el espacio y en cada uno de nosotros.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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