marcha chavista conviasa

La política siempre ha buscado motivar actitudes que tiendan a favorecer la causa ideológica que avala la gestión ofertada o en desarrollo. Y así ha sido. Más, desde que la política entendió que la palabra podía penetrar la mente humana tan fácil como una espada blandida punza la espada la humanidad de cualquiera.

Todo evento político-partidista se construye en la palabra. Por insolente o acicalada que pueda revestir la narrativa empleada para ganar acólitos o ingenuos. Para captar prosélitos o furibundos. Para seducir capciosos. O para adversar al enemigo.

Sin embargo, debe subrayarse con toda la pena que acarrea su manifestación, que no toda realidad es digna de excepción. O de alguna que pueda verse implicada por señalamientos patéticos. Situaciones de esta especie, no sólo ocurren en tiempos electorales. Se advierten  a diario. Parecieran parte del guión que siguen los actores de una perversa escena de política mostrada a un excitado público de calle. Un público que, sin mayores razones, espera más de lo que recibe. Triste ejemplo de un populismo arrabalero.

La política venezolana no escapa de la ridícula exposición de lo que ese populismo de achacosa calaña detenta. Además, es capaz de representar. Lo peor es el repudio que genera. Aunque muchos lo toleran para complacer la figura del operador político quien para el momento debe hacerse pasar por el “productor de la obra”.

La narrativa política, o palabrerío demagógico, requiere del hecho de sostener en vilo cualquier barrabasada. Por excéntrica o apagada que pueda ser. Lo que interesa a la camarilla que dirige el atrevido acto de vulgar política es provocar, acribillar, dislocar, desencajar o sensibilizar el pensamiento sobre el cual descansa la decisión que encarrila la acción política. Para ello, la narrativa empleada debe incitar la actitud necesaria. Propia de quien funge como seguidor, militante o fiel simpatizante de la causa política.

La idea de la narrativa que comúnmente utiliza la política en su afán de enquistarse en el poder, es articular procesos mentales de persuasión. Lo logra, mediante la diseminación de frases o lemas que motoricen pasiones de fuerza. Inclusive, capaces de generar agresividad. Al final de todo, esas mismas pasiones se convierten en formas semánticas y dialécticas que generalmente tuercen, deforman, endurecen o configuran las realidades que el proyecto político se plantea.

Más aún, muchas expresiones se popularizan irreflexiva e irresponsablemente. Sobre todo, cuando quienes caen víctimas de dicha narrativa, son individuos que piensan poco. Es ahí cuando las realidades se tornan conflictivas. Las situaciones devienen en una exagerada polarización que radicaliza actitudes en perjuicio de la convivencia y sentido de ciudadanía.

Los adjetivos peyorativos trazan líneas que acusan fronteras ideológicas entre segmentos de la población. Así se violentan posturas que actúan como límites o barreras divisorias entre expectativas, determinantes o condicionantes.

Las realidades se tornan en  literales campos de una batalla que muchas veces se exacerba, terminando en eventos de peligrosa incidencia. Todo luce como un circo de boxeo ideológico que suele verse violentado, a medida que lo insustancial recicla actitudes envalentonadas. O de tal ofuscación, que se convierten en eventos donde cala el desenfreno.

Salta a la palestra, la arrogancia de algunos. Así como la prepotencia, el fanatismo, intemperancia de otros. Y estas manifestaciones de incultura, no reivindican lo que en particular destaca la política cuando su concepción exalta y exhorta la tolerancia como cimiento del pluralismo y de la diversidad política. Ambas condiciones como hábitat y sostén de la vida política en su esencia.

La narrativa política que perfila el estilo de gestión política propia de regímenes que siguen el libreto del paternalismo, del clientelismo y del populismo, adalides del inmediatismo, la improvisación, la arbitrariedad y la vulgarización de las ideas politológicas, es panfletaria y sustractiva de valores. Tan embadurnada práctica usurpa el derecho a la reflexión, al inculcar en el pensamiento del ser humano toda posible tergiversación de las realidades.

Quizás cabría asentir que la narrativa política del régimen venezolano se convirtió en instrumento de propaganda. Con la horrenda misión de incitar el egoísmo, la codicia, la violencia, el autoritarismo, el odio, el resentimiento, la discriminación, la exclusión y la mediocridad. Así, esa narrativa se sirve de su capacidad hegemónica para animar una realidad obtusamente tiránica de la que se vale el régimen para haber lanzado aquella frase de “patria o muerte”. Y que igual sincroniza con esta de “interrupción o retroceso”.

En consecuencia, toda esta situación no es otra cosa que la maximización de un ideario político que somete, confisca y humilla. Por eso no es de dudar ¡cuán perversa es esta narrativa política!

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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

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Profesor Titular ULA, Dr. Ciencias del Desarrollo, MSc Ciencias Políticas, MSc Planificación del Desarrollo, Especialista Gerencia Pública, Especialista Gestión de Gobierno, Periodista Ciudadano (UCAB),...