periodismo

Por Antonio Monagas

No es sencillo concebir el concepto de dignidad. Menos cuando se ha dicho que se manifiesta a través de la virtud que sitúa al hombre por encima de las circunstancias. Tampoco, al escuchar que el deber no siempre termina enfilando el camino de la vida hacia metas loables. Sin embargo, juntar ambas concepciones y relacionarlas en términos de un objetivo, es complicado. De ahí que dicho propósito representa un problema de difícil solución. El mismo se plantea cuando al gravitar las pesadas cargas de razones que cada concepto acá indagado soporta tras de sí, puede entonces doblegar convicciones, agrietar compromisos o confiscar valores.

Es el conflicto que se suscita en el momento en que el deber tiene que medirse no sólo frente a las realidades que marcan un hecho en particular. Cualquiera sea su naturaleza, procedencia o proporcionalidad. También, cuando corresponde valorarse ante la dignidad que exhibe el ser humano cada vez que pueda sentir o ver herida su propia estimación ética y moral.

La idea que busca explayarse con base en el exordio que introduce esta disertación, tiene la motivación que induce el ejercicio del periodismo. Particularmente, cuando las coyunturas se dan en contextos sensibles al pulso político que vive todo ser humano.

Sobre todo, el periodista. Especialmente, en situaciones donde la información tiende a verse o lucir confinada. Bien sea por razones de sesgo o de celo político. Es el espacio en donde el periodista pone a prueba su libertad de conciencia y a manifestarla. Exactamente, cuando asiste a cubrir eventualidades en las cuales la evaluación de lo noticioso depende del deber periodístico. O de la dignidad, en tanto que virtud moral.

Se dice que la dignidad no tiene precio. También, que el deber es una obligación que compromete la formalidad del ejercicio profesional. Realmente, cotejar deber y dignidad no es fácil dado que alrededor de cada cual, existe un mundo de verdades que han sido históricamente demostradas. No obstante entre el deber y la dignidad podría hallarse algún resquicio que de cuenta de alguna forma que transgreda tan íntima vinculación. Y que se aprecia al actuar apegado a lo que mejor puede hablar en nombre de la ecuanimidad como valor y principio de vida justa. Justamente, he ahí la dificultad que busca evidenciarse.

En principio, pareciera difícil imaginar el ejercicio del periodismo abatido por la inmediatez causada por el trajín que agobia la racionalidad urdida por cualquier crisis en expansión. E incluso, situación ésta azuzada por un vulgar pragmatismo cuando se vuelca el interés periodístico hacia información sesgada. Y no, hacia información veraz, imparcial y debidamente estructurada, redactada y compilada.

Sin embargo, cabe la aclaración que la labor periodística suele forjarse entre los apremios, dificultades e intrigas que coexisten en cualquier momento y lugar. Particularmente, cuando el periodista comprende que su trabajo trasciende el tiempo. Porque escribe historia viva.

No obstante, y a pesar del esfuerzo que significa fundir palabras en frases, oraciones y párrafos, luego de penetrar los intersticios más escondidos de las realidades, el periodismo se ve truncado por dificultades que no están a su alcance evitar. Justamente, en el fragor de tan enmarañada situación es donde se confronta el deber con la dignidad. Es ahí cuando el periodista debe acudir, no siempre, a lo que dicta el conocimiento, sino a lo que sentencia la sabiduría. Pero no aquella sabiduría que decanta en la experiencia, sino en aquella que estriba en la fuerza interna de conocerse a sí mismo.

Antes de conseguir las respuestas que la situación exige, debe buscar las verdaderas preguntas que encubren la trama que reviste el problema. En consecuencia, la resolución a este conflicto que se acentúa cuando hay que comedir decisiones apegadas al deber o a la dignidad, se supedita al valor personal de sopesar cada significado apoyándose en la mano de la ecuanimidad.

No es nada conveniente, someterse a la aspereza que cualquier derecho o libertad puede demandar o exigir. Por tanto, no tiene sentido alguno dejarse llevar por las fuerzas de las preponderancias o de frías racionalidades. O las impuestas por las excentricidades del mercado. Sobre todo, cuando sus reglas se atienen a planteamientos falseados sobre concepciones ligeras de lo que concibe el mundo de la información y de la comunicación.

Aunque no es tan sencillo acogerse al principio que predica que “la credibilidad exige responsabilidad”. Ni siquiera al motivar actitudes responsables, de respeto y ciudadanía. Aún cuando son de fundamental aprobación y ejecución. Todo esto hace ver, que no resulta fácil escapar de las incumbencias que, por mucho tiempo, han encubierto cualquier posibilidad de resolver el dilema entre el deber y la dignidad.

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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

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