Cementerio de hombres vivos

Penetra a mis oídos una frase que no pensé escuchar jamás: “háganse cuenta que me morí, yo no puedo sostener a mi familia directa, menos a los viejos. Colapsé. Llegué a lo último. Este régimen me mató.” Son las palabras de mi hermana, odontóloga, no logra trabajar porque la ciudad está a oscuras. Sólo 4 horas diarias de luz, sin comunicación y hacia el aislamiento total.

Mi hermana vive en el Zulia, cada palabra que pronunció penetró sin piedad en cada hilo emocional de mi cuerpo. ¡Me hizo llorar! Pero en medio del llanto siento una profunda rabia, creo que puedo definirlo como odio, contra un sistema criminal que nos está matando. Me hizo recordar una frase de un delincuente, Alfredo, a quien le hicimos la historia de vida hace algunos años, quien definía muy bien el sistema carcelario: “la cárcel es un cementerio de hombres vivos”.

Mi hermana, mi familia, el dolor, la impotencia y esta frase se acoplan en una única vivencia: la del exterminio feroz que producen unos hombres amalgamados por la maldad. Esta es la experiencia del mal. Ver morir y ver huir, a causa de un régimen político, es sólo posible bajo un sistema maligno.

Venezuela, el Zulia, son un cementerio de hombres vivos, pero mi hermana no se siente viva, se siente muerta. No vive y en eso coincide con los millones que habitamos en este país. “Aquí no se vive, se sobrevive”, es la expresión que más escuchamos a diario. Eso significa que nos están matando, el territorio lo convirtieron en cementerio. Padecer este sistema criminal y totalitario es peor que la muerte y la cárcel.

Cuando Alfredo pronuncia la frase, se da cuenta que el interlocutor no entiende, seguidamente pregunta: “¿No me entiendes?” Y es verdad, no entendíamos, el mal es impensable, está más allá de todo entendimiento. Entonces explica: “estás y no estás porque estaban muertos alrededor tuyo.”

La experiencia de la muerte producida por el mal es completamente nueva para nosotros. Esa sensación de estar y no estar, vivir y no vivir, de fallar en la protección de los tuyos, es la experiencia de la muerte en el venezolano popular.  Cuando no podemos responder al otro que nos necesita, estamos muertos. Quien me lee sabe de qué hablo. En el fondo late la siguiente afirmación: prefiero morir antes de ver morir a mis hijos y ¡mis hijos están muriendo! ¡Mi familia está muriendo! ¿Qué queda? La nada. El vacío. La sinrazón.

¿Cómo le meto razón a esto? No puedo. Lo que puedo hacer es tratar de elevar mi voz para que en ella sea escuchado todo un pueblo. El chavismo acabó con el Zulia, dejó un pueblo devastado, arrasado, lo convirtió en cementerio. No hay Estado, falló, incumplió con el propósito de proteger. Estamos solos y estamos muertos. No tenemos músculos para actuar desde dentro y, mucho menos, en soledad.

El chavismo rompió con la única razón de ser y vivir del venezolano: la familia; la desmembró e imposibilitó proteger a los suyos; amarlos, que es al mismo tiempo cuidarlos, socorrerlos, sostenerlos. Reconocer que el soporte afectivo está roto porque el golpe que le dio el sistema fue demasiado duro, es una experiencia dolorosa, inquietante, demoledora.

Las puertas del infierno

El modelo es la Ucrania de 1932. La URSS abrió las puertas del infierno en ese momento, hoy el chavismo la abrió sobre el Zulia con pasos firmes hacia toda Venezuela. Nos están exterminando en un conflicto asimétrico. No me queda otro remedio que presentar la dureza de esta realidad y llamar la atención sobre la seriedad de las acciones políticas para frenar lo que a todas luces es un exterminio.

Huir, morir y luchar, tres acciones que acontecen en un mismo espacio vital. Urge acompañamiento y protección de parte de nuestros países hermanos. Desde aquí seguimos dando la pelea, pero la fuerza comienza flaquear. Es flaqueza no dominación.

Este punto es importante porque a pesar de las circunstancias tan terribles no se ha producido la obediencia. Testimonio de esto es la respuesta a la convocatoria de Juan Guaidó esta semana, multitudinaria, entusiasta; un gran acto de resistencia. Hermoso gesto de este noble pueblo, una lucha abierta por la liberación.

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