"La escasez de gasolina está acabando conmigo", pacientes no pueden conseguir tratamientos ni atender emergenciasiento de gasolina en la Gran Caracas
"La escasez de gasolina está acabando conmigo", pacientes no pueden conseguir tratamientos ni atender emergencias Credit: Iván E. Reyes | @IvanEReyes

La escasez de gasolina complica todo. Una emergencia no atendida a tiempo puede ser mortal, y, en Venezuela, esos casos son cada día más frecuentes.  El pasado 30 de abril murió, en San Félix, un señor de 75 años. Estaba cargando agua para llevar a casa, y, casi llegando al portón, se resbaló y se cayó. Se golpeó en la cabeza. Sus familiares intentaron desesperadamente trasladarlo a un centro médico, pero ningún carro de los vecinos tenía gasolina. Tampoco había taxis disponibles.

Finalmente resolvieron con un carro cercano, pero cuando llegaron al  Hospital Dr. Raúl Leoni (más conocido como el Hospital de Guaiparo) había pasado mucho tiempo y había perdido mucha sangre. Era muy tarde para tratar de salvarlo. Su acta de defunción dice que fue un traumatismo craneoencefálico. En esos casos, es vital la rapidez con la que se actúa para aumentar las probabilidades de sobrevivir del paciente. 

Su familiar, que habló con Efecto Cocuyo pero prefirió mantenerse anónima, cuenta que, a pesar de su edad, era una persona sana. Ella vive en Puerto Ordaz, pero tampoco pudo ir a la ceremonia pequeña y cerrada que organizaron para velarlo: no tenía gasolina para moverse.

La muerte es la consecuencia más grave, pero no la única. Para Joysmar Ramos, en San Antonio de los Altos, cada día sin gasolina es una tortura. Sufre de fibromialgia y enfermedad indiferenciada del tejido conectivo, una enfermedad inflamatoria con síntomas de Lupus, además de Síndrome de Sjögren, un trastorno del sistema inmunológico caracterizado por la sequedad de los ojos y la boca.

Se trata, principalmente, con hidroxicloroquina, que escaseó en el país por unos dos años. El año pasado se regularizó un poco el suministro y se empezó a conseguir en el Ivss. Así pudo tratarse en octubre y noviembre, pero en diciembre ya no había.

Le volvieron a dar en febrero, pero en marzo no. Había otra orden: guardarla para los pacientes con COVID-19. Se consigue en Badan, en Caracas, pero no tiene cómo trasladarse hasta allá a buscarla. Por ser población de riesgo, no puede ir en transporte público. Es muy riesgoso.

También le preocupa el precio. La última vez que las compró, costaba cinco salarios mínimos la cajita de 20 pastillas. No sabe cuánto costarán ahora. Joysmar es repostera, y sin la posibilidad de ir reponer ingredientes, algo que usualmente hacía en el mercado de Quinta Crespo, no ha podido trabajar durante el confinamiento.

Ya tiene un mes sin tratarse. A veces el dolor es tan fuerte que no puede pararse de la cama en todo el día.

Para ella, solo hacer las compras es una travesía. Como con las medidas de confinamiento los negocios solo trabajan medio día, le toca salir en la mañana; la mayoría de los pacientes con lupus son fotosensibles y, si se exponen mucho al sol, pueden experimentar sarpullidos, fiebre, fatiga o dolor articular. Antes esperaba al final de la tarde para salir a comprar.

Además, le toca caminar largas distancias con bolsas pesadas. Antes, todo esto lo hacía en carro con su papá. Ahora, aunque su papá la acompaña, termina agotada del peso y esfuerzo físico. Si sale a hacer compras, luego pasa dos días en cama, con fatiga y dolores.

“Sin gasolina no trabajo, no puedo ir por la medicina, y se me limita esa comodidad a la hora de ir y venir. La escasez de gasolina está acabando conmigo, literalmente”, dice.

Ni aún pagando

Oriana Durán, en Valencia, sufre de gastritis hemorrágica, es decir, una lesión de la mucosa gástrica que ocasiona náuseas y vómitos con sangre. El martes 5 de mayo empezó a vomitar y hacer heces muy oscuras. Preocupada, compró gasolina en el mercado negro. Pagó 40 dólares por 20 litros.

No pudo llegar a la clínica. Se encontró con dos puntos de control que no la dejaron seguir su ruta por estar fuera de casa en medio de la cuarentena. Para dejarla pasar a la clínica le pedían un informe, que no tenía porque apenas iba a ver a la doctora, y no consideraron su caso una emergencia. Tuvo que regresar a casa y hablar con la doctora por videollamada.

Con el diagnóstico en mano, luego tocó salir a conseguir las medicinas: una travesía dura, cara y sin mucho éxito. Gastaron casi toda la gasolina que les quedaba en eso, pero Oriana no mejoró. Una semana después tuvo que volver a la clínica, esta vez sí por emergencia.

Ahí le hicieron una endoscopia que demostró que había empeorado: la gastritis había evolucionado en una úlcera. Luego tocó volver a salir a intentar conseguir los medicamentos del nuevo tratamiento, que tampoco fueron baratos: solo consiguió Lansoprazol a 3 millones las 15 pastillas, y el antibiótico, la amoxicilina con ácido clavulánico, en3 millones 700 mil las 14 pastillas. Necesitó dos cajas. El dicynone, antihemorrágico, nunca lo consiguió: le donaron unas ampollas vencidas.

Todo lo ha hecho con los mismos 20 litros, porque le molestó tanto tener que gastar tanto dinero para poder moverse que no quiere hacerlo “más nunca”. Guarda un poquito de gasolina por si esta semana no mejora y de nuevo tiene que salir corriendo a la clínica.

Los familiares también sufren

En Maracaibo, la hermana de Francisco Bracho tiene hospitalizada desde el 25 de abril por cálculos en la vesícula. Primero ingresó al Hospital Dr. Manuel Noriega Trigo, pero ahí faltaba todo. Ni siquiera podían hacerle los exámenes que requería. A través de contactos familiares, lograron un traslado en una ambulancia al Hospital Coromoto, mejor equipado con lo que necesitaban. En el Noriega, ni siquiera consiguieron una cama de Cuidados Intensivos para internarla.

Cada día que pasa hospitalizada, al menos dos personas de la familia van. Uno en el día y otro en la noche. Como algunos viven en San Francisco, a unos 40 minutos del hospital, han tenido que pagar hasta 60$ en un taxi que los lleve a verla. Muchas veces ni siquiera son taxis de línea, solo gente que consiguió gasolina y para hacer algo de dinero trabajan trasladando gente.

"La escasez de gasolina está acabando conmigo", pacientes no pueden conseguir tratamientos ni atender emergencias


La mayoría del tiempo intentan ir los de la misma Maracaibo, pero tampoco es fácil. Los mototaxistas cobran cerca de 10 dólares. Los días que no tienen dinero, les toca irse caminando en una ciudad que promedia más de 30 grados de temperatura.

Entienden los precios caros del transporte. No hay venta de gasolina y eso encarece todo, pero los precios, dice, son “descontextualizados” para la realidad del país. “Nosotros somos una familia clase media profesional, con médicos, educadores, mi hermana, la hospitalizada, es educadora. No podemos costear esto, no tenemos mayores ingresos”.

Las situaciones así se repiten en todo el país: a Engelber Rojas le tocó caminar cerca de siete kilómetros en dos días, para resolver todo lo que necesitaba su hermana.

En la mañana del jueves 14 de mayo su hermana empezó a sentir un dolor abdominal que no cedía con nada, al contrario, iba empeorando. En la tarde decidieron que no era normal y que debían llevarla al hospital, pero no tienen carro y no lograban conseguir taxi. Hablaron con varios vecinos de la zona, pero ninguno podía llevarlos. Los pocos que tenían gasolina tenían muy poca guardada para una emergencia propia. Logró llegar al hospital, gracias a una cola, a las 4 de la tarde.

La ingresaron a las 8:00 pm. Inmediatamente le mandaron un examen de orina, pero en el hospital no había ni recolector de orina ni reactivos. Engelberg primero tuvo que ir a una farmacia de turno a buscar el recolector y, cuando tuvo la muestra, caminar unas 10 cuadras hasta una clínica para hacer la prueba.

En el camino se consiguió un punto de control donde, después de mucha explicación, los policías lo dejaron seguir hasta la clínica. Llegó al hospital con los resultados del examen pasadas las 10:00 de la noche.

Cuando comprobaron que era una apendicitis, tampoco podían operarla rápidamente: no sólo no había el personal necesario, tampoco tenían los insumos. A Engelberg le pidieron desde la aguja raquídea hasta los guantes y adhesivos. Todo lo consiguió durante la mañana del viernes, siempre caminando a las farmacias o a casa de amigos y familiares que les donaban cosas.

Cada minuto sin atenderla el riesgo aumentaba. Si una apendicitis no es tratada a tiempo puede provocar un absceso, es decir, una acumulación de pus en el cuerpo.

Después de la operación, tuvieron que organizar un servicio de transporte donde trabaja su prima para poder volver a casa. No había ambulancia disponible para llevarla y no lograron conseguir un taxi.

Ya su hermana está en casa, con reposo y cumpliendo la cuarentena, y es el al que le toca salir a hacer cualquier diligencia de la casa. Siempre caminando. También camina ida y vuelta a la oficina, a más o menos un kilómetro de distancia, pero hasta trabajar allá se le complica. Siempre hay apagones, algunos de hasta nueve horas. Antes resolvía con su planta eléctrica, pero ahora ni siquiera puede prenderla: no se puede gastar así la gasolina.