Javier Racines averiguaba todas las semanas si ya había llegado la segunda dosis de Sputnik V, la vacuna que le correspondía desde finales de junio. Durante la espera, fue diagnosticado con COVID-19 en Caracas. Desde el 5 de septiembre recibió tratamiento en casa, pero no mejoraba. Casi dos semanas después comenzó a vivir una odisea un junto a su familia en busca de un cupo en un hospital o alguna clínica de la capital.
El 18 de septiembre, Racines, un sastre que trabaja en el municipio Libertador y está próximo a sus 63 años, tuvo una crisis respiratoria y de ansiedad. Su saturación de oxígeno bajó y sus pulmones ya lucían blancos en una radiografía.
La mañana de ese sábado, la orden de su médico fue sacarlo en una ambulancia que, además, tardó entre 45 y 60 minutos en llegar, cuenta su hija Wendy Racines, quien apoyó a su familia minuto a minuto desde México.
El primer lugar al que acudieron fue el Hospital Vargas, al oeste de Caracas. Aunque un familiar ya se había adelantado para buscarle cupo, al llegar les dijeron que no había espacio ni en el área de hospitalización ni en la unidad de cuidados intensivos (UCI).
De allí los refirieron al Hospital Dr. José Gregorio Hernández, conocido como los Magallanes de Catia, a unos 6 kilómetros.
En el hospital de los Magallanes los mantuvieron entre 30 y 45 minutos, pero al final les dijeron «no hay cupo». Aunque ese centro no cuenta con terapia intensiva, para ese momento del día, Javier Racines no necesitaba cuidados críticos.
«Perdimos mucho tiempo para que nos respondieran algo. Tenían esperando a mi papá en una ambulancia gastándose el oxígeno. Todo ese tiempo que pasó busqué clínicas, busqué un montón de información», recuerda Wendy. En las clínicas, los presupuestos de ingreso variaban entre los 600 y los 2.500 dólares. Solo el ingreso.
En paralelo, la familia Racines intentaba encontrar un cupo en el Hospital Victorino Santaella, en Los Teques, estado Miranda, a unos 30 kilómetros de donde estaban. Teléfonos iban y venían, pero no podían confirmar que había una cama disponible. Moverse hasta allá significaba agotar el oxígeno que quedaba en la ambulancia. Así, la opción que quedó fue ir hasta el Hospital Dr. Jesús Yerena de Lídice, a solo 4 kilómetros.
El Hospital de Lídice es uno de los centros centinela para la atención de personas con COVID-19 en Caracas. Aunque progresivamente amplió su capacidad hasta 35 camas, la ocupación es total, explica la doctora Yaneth Restrepo.
«Está en capacidad máxima. Ha aumentado el número de ingresos», dice a Efecto Cocuyo la médica internista, quien además salió de reposo en septiembre tras contraer COVID-19. Aunque Lídice cuenta con un triaje respiratorio, no tiene terapia intensiva.
Al llegar a Lídice, la saturación de Javier ya había llegado a 33, pero les dijeron que no lo podían recibir porque no tenían cuidados intensivos y que solo pueden atender si los pacientes están más estables. Sin embargo, como estaba tan descompensado, lo sentaron temporalmente en la emergencia con oxígeno. Así, su saturación llegó a 80.
«A mi papá tuvieron que darle primeros auxilios, prácticamente había muerto. Estaba casi inconsciente de lo descompensado que estaba. Aplicaron primeros auxilios, lo metieron, le pusieron el oxígeno y lo que recibimos fue un papel que dice su nombre, su edad, ‘paciente covid positivo’ y abajo dice ‘no se puede ingresar'», expresa Wendy.
Mientras Javier Racines resistía, los médicos no dejaban de insistirle a la familia que aunque lo habían podido estabilizar, debían buscarle algún lugar con cuidados intensivos e intubarlo lo más pronto posible: repetían que no lo podían atender adecuadamente, que no podía pasar toda la noche ahí, que era una «bomba de tiempo» y que tenía que irse a un centro donde lo pudieran ingresar.
Ya era la madrugada del domingo 19 de septiembre.
En paralelo, su familia consultó en El Llanito, en el Hospital Dr. Domingo Luciani, al este de la ciudad. Allí les dijeron que no había capacidad. Intentaron en el Hospital Pérez de León, cercano al Domingo Luciani, pero les dijeron que tampoco había cupo.
Hasta el Hospital Periférico de Coche, al suroeste de Caracas, se trasladó su familia en busca de un cupo. Allí incluso les permitieron entrar para mostrarles que no había capacidad: constataron que «no era que no lo querían atender», sino que no había camas disponibles. En paralelo, a raíz de un servicio público en redes sociales, alguien intentó estafarlos al querer cobrarles más de 200 dólares para conseguirles un cupo en ese centro de salud.
En un último intento, la familia pasó por el Hospital Universitario de Caracas (HUC, Clínico), otro de los centros de atención para casos de personas con COVID-19 en Caracas, pero siempre está repleto.
«Todo el tiempo estamos con las camas llenas. En Infectología tenemos 28 camas, de las cuales 14 son de COVID-19. Tengo las camas llenas y tengo pacientes esperando las camas. Estamos otra vez full. Tengo un triaje en el que veía aproximadamente 10 pacientes al día y ahora estoy viendo casi 30″, indica a Efecto Cocuyo la doctora María Eugenia Landaeta, jefa de Infectología del HUC.
La emergencia del Clínico también tiene otras 20 camas, pero la mayoría del tiempo están llenas. La terapia intensiva, con capacidad instalada para aproximadamente 12 pacientes, no funciona para todo el hospital: es manejada estricta y directamente por la dirección, encargada de dar la autorización.
El tomógrafo del HUC sigue dañado. El laboratorio solo tiene capacidad para hacer pruebas muy sencillas como hematologías o química básica. Los equipos de radiología también están dañados. Si un paciente tiene que hacerse un estudio más especializado, debe trasladarse en ambulancia con oxígeno a otro hospital o algún centro privado.
Cuando un representante de la familia Racines llegó al HUC, le dijeron con franqueza que inicialmente no había cupo, pero que se acababa de morir un paciente y la cama estaría disponible a las 7 de la mañana del domingo.
«Justo cuando me dicen lo del Universitario, yo decido que metan a mi papá en una clínica, que no me importaba cuál», recuerda Wendy, que aunque no tenía los fondos, temía que su padre no aguantara hasta esa hora.
Mientras Javier esperaba en Lídice, intentaron en la Policlínica La Arboleda, que más temprano había asegurado que tenía un cupo, pero a esa hora ya había sido tomado. Fueron al Centro Médico de Caracas, y tampoco lo lograron.
Por último se trasladaron al Instituto Clínico La Florida, donde habían preguntado toda la información y les dijeron que sí había cupo. En ese momento pidieron una ambulancia para llevarlo hasta allá.
Conseguir una ambulancia entre las 3:00 a.m. y las 4:00 a.m. fue otra odisea, pero lo lograron. Al llegar con Javier Racines en la ambulancia al Instituto Clínico La Florida, a pesar del proceso anterior, les dijeron que aunque sí tenían UCI, no atendían pacientes COVID-19.
Desesperados, partieron rumbo al Hospital de Clínicas Caracas, en San Bernardino, donde habían consultado telefónicamente si había cupo para cuidados intensivos y les habían dicho, en vano, que sí.
«No sirvió de nada decir que tenía el dinero, que lo podía ingresar, que era urgente, que se estaba desaturando, que estaba en una ambulancia, que era el segundo lugar al que iba. También nos dijeron que no tenían cupo a pesar de que por teléfono decían que sí podían llevar al paciente», dice Wendy. Esta otra ambulancia, de nuevo, se empezaba a quedar sin oxígeno.
A las 5:00 a.m. del 19 de septiembre, en su intento final, Javier Racines fue ingresado en la Clínica Loira, en El Paraíso. Fue el único centro en el que le hicieron exámenes, pues hasta ese momento solo tenía un comprobante que le entregaron en Lídice que decía que tenía COVID-19. En la Clínica Loira, centro de salud privado, detectaron que no solo tenía neumonía, sino también fibrosis pulmonar.
Solo para trasladarlo en las dos ambulancias durante las horas previas tuvieron que gastar más de 600 dólares. El ingreso a la clínica eran casi mil dólares y para la hospitalización en terapia intensiva necesitarían pagar 24.000 dólares de contado.
Su hospitalización solo fue posible gracias al apoyo de allegados y a un préstamo del trabajo de Wendy a la familia, pero la deuda ya asciende hasta 50.000 dólares. Para poder pagarla han creado distintas campañas en Indiegogo e Instagram. Esperan que Javier Racines pueda volver a vivir con la misma energía con la que trabajó 45 años como sastre, músico, vendedor, taxista y locutor y pueda reencontrarse con su familia.
La familia Racines es solo una de muchas que se enfrentan a diario a la falta de cupos en medio del aumento de casos de COVID-19 en Caracas. De acuerdo con lo evidenciado por especialistas en los centros públicos y privados, el incremento no se ha detenido en las últimas semanas.
«En las últimas dos semanas ha habido un aumento muy importante de casos», dice a Efecto Cocuyo el doctor Martín Carballo, infectólogo del Centro Médico Docente La Trinidad (Cmdlt).
Según el especialista, los primeros picos registrados en el país fueron mucho más abruptos y agudos, pero bajaron pronto. En comparación con aquellos, el nivel actual no ha sido tan rápido, pero sí sostenido.
En el Cmdlt, la capacidad total varía entre 55 y 60 pacientes en cuidados intermedios y 11 camas de terapia intensiva. Para finales de septiembre, estaban a mitad de su capacidad.
«No ha sido como las primeras olas, que fue un pico muy alto que colmaba toda la capacidad de la clínica, sino que hemos tenido como una meseta, ha subido, se ha mantenido y volvió a subir un escalón hacia arriba«, añade.
En otros centros de salud privados, como la Policlínica Santiago de León, también han tenido un mayor flujo de pacientes que han colmado sus seis cubículos de triaje, sus dos camas de terapia intensiva y sus escasas camas de hospitalización.
Manuel Figuera, presidente de la Sociedad Venezolana de Infectología (SVI), resalta que a partir de los casos de COVID-19 observados en los centros de salud en Caracas, es probable que la situación empeore.
Además de la circulación de variantes, afirma, existen otros factores como el reinicio de clases, la campaña electoral, el relajamiento de las medidas por parte de una población agotada y la concepción errónea de que solo la vacuna va a controlar la epidemia.
«Hoy en día seguro tenemos el repunte de casos más importante que hemos tenido históricamente, porque son familias enteras enfermas. No es como antes que se enfermaban uno o dos integrantes del grupo familiar, no, ahora son todos enfermos, y esto habla a favor de que la variante delta es la que está causando estragos en familias, aunque no todos requieren hospitalización», explica.
Pese a que las cifras oficiales son bajas, también reflejan un aumento de contagios. Caracas fue la segunda localidad con más casos de COVID-19 confirmados durante septiembre de 2021, con 8.784, solo por detrás de Miranda, y la primera en cuanto al número de muertes en el mes (con 179). Es una cifra más alta que las registrada en agosto de 2020 y marzo de 2021, los primeros picos.
Figuera también indica que los centros de salud públicos ya están repletos y las clínicas cada vez más se acercan al colapso, pues los laboratorios privados que hacen pruebas diagnósticas, que no se incluyen en reportes oficiales, han registrado un volumen de positividad «extremadamente más alto» que los detectados en picos anteriores.
«Tenemos todos los elementos para tener una tormenta perfecta y esa tormenta perfecta pude explotar como pasó en marzo y abril, que ocurrió por el relajamiento que hubo en carnaval y a pesar de que advertimos que no debería haberse relajado en carnaval, se relajó y la variante gamma de Brasil se diseminó rápidamente por Venezuela y generó los estragos que generó», agrega.
Desde la Sociedad Venezolana de Infectología (SVI), llaman a la población de Caracas y de todo el país a no relajar las medidas de protección y prevención ante el aumento de casos de COVID-19, y a cuidarse aunque estén plenamente vacunados.
«No es momento de dejar de usar mascarillas, no es momento de tener reuniones sin mascarillas, no es momento de dejar de lado las medidas de distanciamiento, como quedarse en casa, especialmente los más vulnerables. Evitar los riesgos, los espacios con grandes aglomeraciones o cerrados», señala Manuel Figuera, también internista e infectólogo del Instituto Médico La Floresta.
María Eugenia Landaeta, infectóloga del Hospital Universitario de Caracas y expresidenta de la SVI, llama a las personas a vacunarse tan pronto como puedan, pues la cobertura vacunal del país aún sigue siendo baja.
«Hay que decirles a las personas que tienen síntomas que no vayan a los centros de vacunación hasta que pasen los síntomas y, a las personas que organizan los centros de vacunación, que mantengan distanciamiento, que no convoquen a tantas personas al mismo tiempo y que traten de ser más expeditos en la colocación de la vacuna», expresa.
Martín Caraballo, también infectólogo del HUC, insta a las personas a vacunarse y a cuidar especialmente de aquellos mayores de 50 años y con comorbilidades.
«Hay que cuidarse mucho. A los jóvenes que vivan con sus padres, abuelos y personas de mayor edad, les digo que también tengan muchísimo cuidado, que usen tapabocas todo el tiempo y fundamentalmente que todo el mundo procure vacunarse. Es lo más importante», añade.
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Javier Racines averiguaba todas las semanas si ya había llegado la segunda dosis de Sputnik V, la vacuna que le correspondía desde finales de junio. Durante la espera, fue diagnosticado con COVID-19 en Caracas. Desde el 5 de septiembre recibió tratamiento en casa, pero no mejoraba. Casi dos semanas después comenzó a vivir una odisea un junto a su familia en busca de un cupo en un hospital o alguna clínica de la capital.
El 18 de septiembre, Racines, un sastre que trabaja en el municipio Libertador y está próximo a sus 63 años, tuvo una crisis respiratoria y de ansiedad. Su saturación de oxígeno bajó y sus pulmones ya lucían blancos en una radiografía.
La mañana de ese sábado, la orden de su médico fue sacarlo en una ambulancia que, además, tardó entre 45 y 60 minutos en llegar, cuenta su hija Wendy Racines, quien apoyó a su familia minuto a minuto desde México.
El primer lugar al que acudieron fue el Hospital Vargas, al oeste de Caracas. Aunque un familiar ya se había adelantado para buscarle cupo, al llegar les dijeron que no había espacio ni en el área de hospitalización ni en la unidad de cuidados intensivos (UCI).
De allí los refirieron al Hospital Dr. José Gregorio Hernández, conocido como los Magallanes de Catia, a unos 6 kilómetros.
En el hospital de los Magallanes los mantuvieron entre 30 y 45 minutos, pero al final les dijeron «no hay cupo». Aunque ese centro no cuenta con terapia intensiva, para ese momento del día, Javier Racines no necesitaba cuidados críticos.
«Perdimos mucho tiempo para que nos respondieran algo. Tenían esperando a mi papá en una ambulancia gastándose el oxígeno. Todo ese tiempo que pasó busqué clínicas, busqué un montón de información», recuerda Wendy. En las clínicas, los presupuestos de ingreso variaban entre los 600 y los 2.500 dólares. Solo el ingreso.
En paralelo, la familia Racines intentaba encontrar un cupo en el Hospital Victorino Santaella, en Los Teques, estado Miranda, a unos 30 kilómetros de donde estaban. Teléfonos iban y venían, pero no podían confirmar que había una cama disponible. Moverse hasta allá significaba agotar el oxígeno que quedaba en la ambulancia. Así, la opción que quedó fue ir hasta el Hospital Dr. Jesús Yerena de Lídice, a solo 4 kilómetros.
El Hospital de Lídice es uno de los centros centinela para la atención de personas con COVID-19 en Caracas. Aunque progresivamente amplió su capacidad hasta 35 camas, la ocupación es total, explica la doctora Yaneth Restrepo.
«Está en capacidad máxima. Ha aumentado el número de ingresos», dice a Efecto Cocuyo la médica internista, quien además salió de reposo en septiembre tras contraer COVID-19. Aunque Lídice cuenta con un triaje respiratorio, no tiene terapia intensiva.
Al llegar a Lídice, la saturación de Javier ya había llegado a 33, pero les dijeron que no lo podían recibir porque no tenían cuidados intensivos y que solo pueden atender si los pacientes están más estables. Sin embargo, como estaba tan descompensado, lo sentaron temporalmente en la emergencia con oxígeno. Así, su saturación llegó a 80.
«A mi papá tuvieron que darle primeros auxilios, prácticamente había muerto. Estaba casi inconsciente de lo descompensado que estaba. Aplicaron primeros auxilios, lo metieron, le pusieron el oxígeno y lo que recibimos fue un papel que dice su nombre, su edad, ‘paciente covid positivo’ y abajo dice ‘no se puede ingresar'», expresa Wendy.
Mientras Javier Racines resistía, los médicos no dejaban de insistirle a la familia que aunque lo habían podido estabilizar, debían buscarle algún lugar con cuidados intensivos e intubarlo lo más pronto posible: repetían que no lo podían atender adecuadamente, que no podía pasar toda la noche ahí, que era una «bomba de tiempo» y que tenía que irse a un centro donde lo pudieran ingresar.
Ya era la madrugada del domingo 19 de septiembre.
En paralelo, su familia consultó en El Llanito, en el Hospital Dr. Domingo Luciani, al este de la ciudad. Allí les dijeron que no había capacidad. Intentaron en el Hospital Pérez de León, cercano al Domingo Luciani, pero les dijeron que tampoco había cupo.
Hasta el Hospital Periférico de Coche, al suroeste de Caracas, se trasladó su familia en busca de un cupo. Allí incluso les permitieron entrar para mostrarles que no había capacidad: constataron que «no era que no lo querían atender», sino que no había camas disponibles. En paralelo, a raíz de un servicio público en redes sociales, alguien intentó estafarlos al querer cobrarles más de 200 dólares para conseguirles un cupo en ese centro de salud.
En un último intento, la familia pasó por el Hospital Universitario de Caracas (HUC, Clínico), otro de los centros de atención para casos de personas con COVID-19 en Caracas, pero siempre está repleto.
«Todo el tiempo estamos con las camas llenas. En Infectología tenemos 28 camas, de las cuales 14 son de COVID-19. Tengo las camas llenas y tengo pacientes esperando las camas. Estamos otra vez full. Tengo un triaje en el que veía aproximadamente 10 pacientes al día y ahora estoy viendo casi 30″, indica a Efecto Cocuyo la doctora María Eugenia Landaeta, jefa de Infectología del HUC.
La emergencia del Clínico también tiene otras 20 camas, pero la mayoría del tiempo están llenas. La terapia intensiva, con capacidad instalada para aproximadamente 12 pacientes, no funciona para todo el hospital: es manejada estricta y directamente por la dirección, encargada de dar la autorización.
El tomógrafo del HUC sigue dañado. El laboratorio solo tiene capacidad para hacer pruebas muy sencillas como hematologías o química básica. Los equipos de radiología también están dañados. Si un paciente tiene que hacerse un estudio más especializado, debe trasladarse en ambulancia con oxígeno a otro hospital o algún centro privado.
Cuando un representante de la familia Racines llegó al HUC, le dijeron con franqueza que inicialmente no había cupo, pero que se acababa de morir un paciente y la cama estaría disponible a las 7 de la mañana del domingo.
«Justo cuando me dicen lo del Universitario, yo decido que metan a mi papá en una clínica, que no me importaba cuál», recuerda Wendy, que aunque no tenía los fondos, temía que su padre no aguantara hasta esa hora.
Mientras Javier esperaba en Lídice, intentaron en la Policlínica La Arboleda, que más temprano había asegurado que tenía un cupo, pero a esa hora ya había sido tomado. Fueron al Centro Médico de Caracas, y tampoco lo lograron.
Por último se trasladaron al Instituto Clínico La Florida, donde habían preguntado toda la información y les dijeron que sí había cupo. En ese momento pidieron una ambulancia para llevarlo hasta allá.
Conseguir una ambulancia entre las 3:00 a.m. y las 4:00 a.m. fue otra odisea, pero lo lograron. Al llegar con Javier Racines en la ambulancia al Instituto Clínico La Florida, a pesar del proceso anterior, les dijeron que aunque sí tenían UCI, no atendían pacientes COVID-19.
Desesperados, partieron rumbo al Hospital de Clínicas Caracas, en San Bernardino, donde habían consultado telefónicamente si había cupo para cuidados intensivos y les habían dicho, en vano, que sí.
«No sirvió de nada decir que tenía el dinero, que lo podía ingresar, que era urgente, que se estaba desaturando, que estaba en una ambulancia, que era el segundo lugar al que iba. También nos dijeron que no tenían cupo a pesar de que por teléfono decían que sí podían llevar al paciente», dice Wendy. Esta otra ambulancia, de nuevo, se empezaba a quedar sin oxígeno.
A las 5:00 a.m. del 19 de septiembre, en su intento final, Javier Racines fue ingresado en la Clínica Loira, en El Paraíso. Fue el único centro en el que le hicieron exámenes, pues hasta ese momento solo tenía un comprobante que le entregaron en Lídice que decía que tenía COVID-19. En la Clínica Loira, centro de salud privado, detectaron que no solo tenía neumonía, sino también fibrosis pulmonar.
Solo para trasladarlo en las dos ambulancias durante las horas previas tuvieron que gastar más de 600 dólares. El ingreso a la clínica eran casi mil dólares y para la hospitalización en terapia intensiva necesitarían pagar 24.000 dólares de contado.
Su hospitalización solo fue posible gracias al apoyo de allegados y a un préstamo del trabajo de Wendy a la familia, pero la deuda ya asciende hasta 50.000 dólares. Para poder pagarla han creado distintas campañas en Indiegogo e Instagram. Esperan que Javier Racines pueda volver a vivir con la misma energía con la que trabajó 45 años como sastre, músico, vendedor, taxista y locutor y pueda reencontrarse con su familia.
La familia Racines es solo una de muchas que se enfrentan a diario a la falta de cupos en medio del aumento de casos de COVID-19 en Caracas. De acuerdo con lo evidenciado por especialistas en los centros públicos y privados, el incremento no se ha detenido en las últimas semanas.
«En las últimas dos semanas ha habido un aumento muy importante de casos», dice a Efecto Cocuyo el doctor Martín Carballo, infectólogo del Centro Médico Docente La Trinidad (Cmdlt).
Según el especialista, los primeros picos registrados en el país fueron mucho más abruptos y agudos, pero bajaron pronto. En comparación con aquellos, el nivel actual no ha sido tan rápido, pero sí sostenido.
En el Cmdlt, la capacidad total varía entre 55 y 60 pacientes en cuidados intermedios y 11 camas de terapia intensiva. Para finales de septiembre, estaban a mitad de su capacidad.
«No ha sido como las primeras olas, que fue un pico muy alto que colmaba toda la capacidad de la clínica, sino que hemos tenido como una meseta, ha subido, se ha mantenido y volvió a subir un escalón hacia arriba«, añade.
En otros centros de salud privados, como la Policlínica Santiago de León, también han tenido un mayor flujo de pacientes que han colmado sus seis cubículos de triaje, sus dos camas de terapia intensiva y sus escasas camas de hospitalización.
Manuel Figuera, presidente de la Sociedad Venezolana de Infectología (SVI), resalta que a partir de los casos de COVID-19 observados en los centros de salud en Caracas, es probable que la situación empeore.
Además de la circulación de variantes, afirma, existen otros factores como el reinicio de clases, la campaña electoral, el relajamiento de las medidas por parte de una población agotada y la concepción errónea de que solo la vacuna va a controlar la epidemia.
«Hoy en día seguro tenemos el repunte de casos más importante que hemos tenido históricamente, porque son familias enteras enfermas. No es como antes que se enfermaban uno o dos integrantes del grupo familiar, no, ahora son todos enfermos, y esto habla a favor de que la variante delta es la que está causando estragos en familias, aunque no todos requieren hospitalización», explica.
Pese a que las cifras oficiales son bajas, también reflejan un aumento de contagios. Caracas fue la segunda localidad con más casos de COVID-19 confirmados durante septiembre de 2021, con 8.784, solo por detrás de Miranda, y la primera en cuanto al número de muertes en el mes (con 179). Es una cifra más alta que las registrada en agosto de 2020 y marzo de 2021, los primeros picos.
Figuera también indica que los centros de salud públicos ya están repletos y las clínicas cada vez más se acercan al colapso, pues los laboratorios privados que hacen pruebas diagnósticas, que no se incluyen en reportes oficiales, han registrado un volumen de positividad «extremadamente más alto» que los detectados en picos anteriores.
«Tenemos todos los elementos para tener una tormenta perfecta y esa tormenta perfecta pude explotar como pasó en marzo y abril, que ocurrió por el relajamiento que hubo en carnaval y a pesar de que advertimos que no debería haberse relajado en carnaval, se relajó y la variante gamma de Brasil se diseminó rápidamente por Venezuela y generó los estragos que generó», agrega.
Desde la Sociedad Venezolana de Infectología (SVI), llaman a la población de Caracas y de todo el país a no relajar las medidas de protección y prevención ante el aumento de casos de COVID-19, y a cuidarse aunque estén plenamente vacunados.
«No es momento de dejar de usar mascarillas, no es momento de tener reuniones sin mascarillas, no es momento de dejar de lado las medidas de distanciamiento, como quedarse en casa, especialmente los más vulnerables. Evitar los riesgos, los espacios con grandes aglomeraciones o cerrados», señala Manuel Figuera, también internista e infectólogo del Instituto Médico La Floresta.
María Eugenia Landaeta, infectóloga del Hospital Universitario de Caracas y expresidenta de la SVI, llama a las personas a vacunarse tan pronto como puedan, pues la cobertura vacunal del país aún sigue siendo baja.
«Hay que decirles a las personas que tienen síntomas que no vayan a los centros de vacunación hasta que pasen los síntomas y, a las personas que organizan los centros de vacunación, que mantengan distanciamiento, que no convoquen a tantas personas al mismo tiempo y que traten de ser más expeditos en la colocación de la vacuna», expresa.
Martín Caraballo, también infectólogo del HUC, insta a las personas a vacunarse y a cuidar especialmente de aquellos mayores de 50 años y con comorbilidades.
«Hay que cuidarse mucho. A los jóvenes que vivan con sus padres, abuelos y personas de mayor edad, les digo que también tengan muchísimo cuidado, que usen tapabocas todo el tiempo y fundamentalmente que todo el mundo procure vacunarse. Es lo más importante», añade.