Dice un viejo proverbio que muchos viven el día pensando que jamás llegará la noche. Tal vez esta frase resuma y explique un poco lo que nos ocurrió para generar este desastre económico que ya acumula siete años con cifras rojas. En efecto, en pocos años pasamos de tener un PIB de US$ 280 mil millones a reducirlo hasta unos US$ 56 mil millones. Es decir, recientemente teníamos una torta con 280 pedazos disponibles para repartir (con refrescos y güisqui incluido) hasta llegar hoy a tener unos 56 pedazos (y sin refrescos, ni güisqui, ni mucho menos servilletas). ¿Qué puede explicar semejante destrucción?
Para sintetizar, podemos decir que gastamos creyendo que nunca se nos iba a acabar la harina para hacer la torta; omitimos que el ahorro, el trabajo y la inversión es lo que genera riqueza económica; y, finalmente, nos olvidamos de que el dinero no cae de Marte, sino que, muy por el contrario, este llega a nuestras manos gracias al esfuerzo real, concreto y sostenido como nación acompañado de buenas políticas públicas.
Por si fuera poco, quisimos seguir repartiendo pedazos de tortas que no teníamos, de forma tal que no se fueran todavía los invitados de aquella parranda. Entonces, decidimos que lo más conveniente era controlar la repartición antes que buscar más insumos y materiales que agrandara la torta. De este modo, lo único que logramos fue que los amigos, familiares y cercanos del anfitrión de la parranda se quedarán con los pocos pedazos que quedaban.
En simple, quisimos vivir en medio de una fiesta infinita sin tener presente que “no hay sol mañanero que dure todo el día” y que, obviamente, la responsabilidad fiscal, el buen criterio en las inversiones y la frugalidad eran los ingredientes básicos para cocinar una torta con más pedazos posteriormente.
Pero, claramente, el hoy pudo más que el mañana. Además, la jarana era ahora, no en diez años más. Sin embargo, hoy estamos sin nada con qué, para qué y por qué celebrar algo.
Así pues, aquí estamos ahora en un profundo letargo conociendo el valor del agua porque el pozo está seco, o lo que es lo mismo, ahora somos consciente del valor del dinero porque le debemos la manera de caminar a medio mundo.
Muchos informes técnicos nos repetían que buscáramos los equilibrios macroeconómicos; que detuviéramos esa locura de imprimir monedas y billetes sin respaldo; que no gastáramos más de nuestros ingresos; que ahorráramos para los tiempos de las vacas flacas por ser altamente dependiente de un producto internacional inestable; que pusiéramos atención en las ineficiencias del gasto público; que ya llegaban contenedores a los puertos sin productos de empresas ficticias; y que habían obras públicas que se le tomaban fotos una y otra vez a la primera piedra.
Pero esos consejos no tenían receptores o sencillamente no deseaban ser oídos y, por ende, dejaron de escucharse, y hoy los hechos son suficientes para entender lo que significa negarle un espacio a la razón. Definitivamente, aquel que no quiere consejos es bien difícil que se le pueda prestar ayuda. Y algo de esto está presente en las causas de nuestra debacle.
En fin, ahora reconociendo que solo hay pedazos para unos pocos, lo más razonable sería que apagáramos la música y busquemos acuerdos para multiplicar la torta con el esfuerzo de todos. Además, convengamos que, si en algún minuto debemos celebrar alguna cosa, entonces que sea con sobriedad y moderación porque ya está demostrado que podemos pasar de la abundancia a la pobreza en un periquete. Y, finalmente, pongamos las reglas del trabajo y la diversión ahora considerando que hay un mañana en el cual podemos terminar mendigando muy avergonzados.
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Del mismo autor: De los fracasos más grandes del último siglo (comprobable y verificable)