OPINIÓN · 23 MAYO, 2020 04:35

Efectos emocionales de la pandemia en Venezuela

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Leoncio Barrios | @Leonciobarrios

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“La sensación de desprotección produce miedo y tristeza.”

Los decires de venezolanos y venezolanas que predominan en las redes virtuales han cambiado con el devenir de la cuarentena en el país. De verdes, pasaron a maduro y de allí a morado o negro. Al principio del confinamiento se leían mensajes hasta con entusiasmo. Por los datos oficiales sobre la pandemia en Venezuela, el coronavirus no se apreciaba como una amenaza a la vuelta de la esquina. Quedarse en casa todos los días era novedoso. Podía ser provechoso. 

Con el pasar de los días sin salir de casa, llegó el aburrimiento y las necesidades económicas se empezaron a sentir. Sobre todo entre los más pobres que tienen que salir a resolver el día a día. En Venezuela, el Estado no paga paro o cesantía laboral. Quien no trabaja, no cobra nada. Las ayudas gubernamentales son arbitrarias, pírricas y ocasionales.

Ante la larga cuarentena, la debilitada clase media venezolana sumó, a la preocupación por la amenaza de salud, sus miedos por el futuro económico. Se ve negro después de la pandemia, en todo el mundo. Más en Venezuela.

Las angustias económicas de la población venezolana, empeoradas durante la cuarentena, se posaron sobre la conciencia de las debilidades del sistema de salud, la carencia de medicamentos y los altos costos de cualquier acción médica. Pobres y no tan pobres empezaron a temblar.

Al comienzo de la cuarentena, a pesar de las calamidades, había espacio para el humor. Ese rasgo idiosincrásico de la cultura venezolana que permite burlarse, reírse hasta de los propios sufrimientos, se manifestaba como un válvula de escape ante tanta angustia. Los memes y chistes pululaban.

Con el avance de la cuarentena, el aumento de infectados, de la incertidumbre con respecto al final y la agudización de la crisis económica y política en el país, se fueron mermando los ánimos de los venezolanos.  

Como si fuera poco

Mientras avanza la cuarentena por el COVID-19 en Venezuela se ha agudizado la ya larga crisis de los servicios básicos en el país. El «quédate en casa» se hace a oscuras por las frecuentes fallas del sistema eléctrico que, aunque se vengan presentando desde hace años, en estos tiempos de tanto miedo, producen terror.

En pocos sitios, o por muy pocos momentos, hay agua potable para lavarse las manos; una de las recomendaciones básicas para evitar la propagación del coronavirus.

En un país petrolero, como Venezuela, no hay gasolina. El transporte público y privado está paralizado. En un estado de emergencia por motivos de salud no se pueden movilizar ambulancias, ni carros de bomberos, ni patrullas policiales. Tampoco, llevar a un vecino o familiar al hospital. Escasea el gas doméstico. Lo más pobres cocinan con leña, como en la época de las cavernas.

Y así, cualquier día… hay menos dinero en efectivo. La hiperinflación se come al dinero. Menos posibilidad de resolver necesidades. Más hambre entre los pobres. Los delincuentes en sus barrios y en las cárceles hacen de las suyas. El terror se impone en algunas ciudades. Gobierno y sectores de la oposición ahíncan sus diferencias, no hay diálogo. La angustia, el miedo y la tristeza cunden en Venezuela mientras la cuarentena continúa. 

Pandemia en Venezuela, impotencia e indefensión

Después de dos meses de cuarentena, las condiciones de vida y de la epidemia han empeorado en Venezuela. A pesar, por fortuna, de ser todavía uno de los países de la región menos impactado por el flagelo.

En las redes se capta que el desánimo se ha extendido como otro virus en Venezuela  que, como toda epidemia, tiene subidas y bajadas. En estos días se ha notado un pico: se sabe que la desesperación hace estragos.

Junto a las quejas y lamentos han vuelto a sonar las cacerolas hasta en zonas donde poco se han escuchado en estos veinte años. Suena a hartazgo. Gobierno y oposición, en su afán por el poder y riqueza, son insensibles a las necesidades de la gente. La sensación de desprotección produce miedo y tristeza.

Al sentir de los venezolanos y venezolanas que pasan la cuarentena en su país, se suma el de los compatriotas que han resuelto, aunque sea a medias, sus vidas en el exterior. Ellos saben que estar confinados en un país rico no es lo mismo que en un país pobre. El miedo por sus familiares en Venezuela les agobia.

Cada vez más venezolanos que habían emigrado en condiciones de pobreza, regresan, obligados por la pandemia, a su país.  Algunos infectados. Casi todos más pobres. 

Las perspectivas en Venezuela son cada vez peores. Hay razones para estar tristes, lo cual no implica debacle, ni derrota. De la tristeza se sale.

Siempre tenemos más fuerzas internas de las que creemos.

 

***

Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

 

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Con el pasar de los días sin salir de casa, llegó el aburrimiento y las necesidades económicas se empezaron a sentir. Sobre todo entre los más pobres que tienen que salir a resolver el día a día. En Venezuela, el Estado no paga paro o cesantía laboral. Quien no trabaja, no cobra nada. Las ayudas gubernamentales son arbitrarias, pírricas y ocasionales.

Ante la larga cuarentena, la debilitada clase media venezolana sumó, a la preocupación por la amenaza de salud, sus miedos por el futuro económico. Se ve negro después de la pandemia, en todo el mundo. Más en Venezuela.

Las angustias económicas de la población venezolana, empeoradas durante la cuarentena, se posaron sobre la conciencia de las debilidades del sistema de salud, la carencia de medicamentos y los altos costos de cualquier acción médica. Pobres y no tan pobres empezaron a temblar.

Al comienzo de la cuarentena, a pesar de las calamidades, había espacio para el humor. Ese rasgo idiosincrásico de la cultura venezolana que permite burlarse, reírse hasta de los propios sufrimientos, se manifestaba como un válvula de escape ante tanta angustia. Los memes y chistes pululaban.

Con el avance de la cuarentena, el aumento de infectados, de la incertidumbre con respecto al final y la agudización de la crisis económica y política en el país, se fueron mermando los ánimos de los venezolanos.  

Como si fuera poco

Mientras avanza la cuarentena por el COVID-19 en Venezuela se ha agudizado la ya larga crisis de los servicios básicos en el país. El «quédate en casa» se hace a oscuras por las frecuentes fallas del sistema eléctrico que, aunque se vengan presentando desde hace años, en estos tiempos de tanto miedo, producen terror.

En pocos sitios, o por muy pocos momentos, hay agua potable para lavarse las manos; una de las recomendaciones básicas para evitar la propagación del coronavirus.

En un país petrolero, como Venezuela, no hay gasolina. El transporte público y privado está paralizado. En un estado de emergencia por motivos de salud no se pueden movilizar ambulancias, ni carros de bomberos, ni patrullas policiales. Tampoco, llevar a un vecino o familiar al hospital. Escasea el gas doméstico. Lo más pobres cocinan con leña, como en la época de las cavernas.

Y así, cualquier día… hay menos dinero en efectivo. La hiperinflación se come al dinero. Menos posibilidad de resolver necesidades. Más hambre entre los pobres. Los delincuentes en sus barrios y en las cárceles hacen de las suyas. El terror se impone en algunas ciudades. Gobierno y sectores de la oposición ahíncan sus diferencias, no hay diálogo. La angustia, el miedo y la tristeza cunden en Venezuela mientras la cuarentena continúa. 

Pandemia en Venezuela, impotencia e indefensión

Después de dos meses de cuarentena, las condiciones de vida y de la epidemia han empeorado en Venezuela. A pesar, por fortuna, de ser todavía uno de los países de la región menos impactado por el flagelo.

En las redes se capta que el desánimo se ha extendido como otro virus en Venezuela  que, como toda epidemia, tiene subidas y bajadas. En estos días se ha notado un pico: se sabe que la desesperación hace estragos.

Junto a las quejas y lamentos han vuelto a sonar las cacerolas hasta en zonas donde poco se han escuchado en estos veinte años. Suena a hartazgo. Gobierno y oposición, en su afán por el poder y riqueza, son insensibles a las necesidades de la gente. La sensación de desprotección produce miedo y tristeza.

Al sentir de los venezolanos y venezolanas que pasan la cuarentena en su país, se suma el de los compatriotas que han resuelto, aunque sea a medias, sus vidas en el exterior. Ellos saben que estar confinados en un país rico no es lo mismo que en un país pobre. El miedo por sus familiares en Venezuela les agobia.

Cada vez más venezolanos que habían emigrado en condiciones de pobreza, regresan, obligados por la pandemia, a su país.  Algunos infectados. Casi todos más pobres. 

Las perspectivas en Venezuela son cada vez peores. Hay razones para estar tristes, lo cual no implica debacle, ni derrota. De la tristeza se sale.

Siempre tenemos más fuerzas internas de las que creemos.

 

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