Según las observaciones que a primera vista son de factible razón y comprensión, las realidades que revisten la economía del subdesarrollo dan cuenta de gruesos problemas. Todos de naturaleza política. De manera que no resulta tan complicado entender ciertos cambios que comprometen desafíos en cuanto al discernimiento que lleva a advertir nuevas, pero extrañas realidades.
En el caso de la crisis venezolana, el problema se entumeció pues no ha habido forma alguna de dar con la respuesta que más se aproxime a su solución. Ha sido un caos inducido por el desorden, la ineptitud, la indolencia y la corrupción provocada por el régimen opresor que asumió el poder nacional en nombre de un pretendido “socialismo revolucionario” y también “bolivariano”.
Desde entonces, y viendo que el aludido “socialismo del siglo XXI” se atoraba en las mismas trincheras construidas por el autoritarismo hegemónico investido de gobierno constitucional, las realidades venezolanas se convirtieron en desastroso infierno. Peor que el infierno de Dante Alighieri.
El tiempo hizo que el ideario socialista que ha querido imponerse en Venezuela, revelara el carácter monstruoso que sus entrañas fundacionales y organizacionales escondía. El socialismo, una especie de Caballo de Troya pero más refinado en cuanto a su apariencia, dejó ver lo que su interior guardaba oculto en su más recónditos y aborrecibles escondrijos.
En la actualidad, el socialismo revolucionario y bolivariano no pudo sostener sus engaños. Ahora se muestra tal como es por dentro. Una especie de monstruosidad que sólo posee un aparato digestivo, apareado con un horrible boquete por donde engulle todo lo posible: virtudes, principios, moralidad, ética, dignidad, verdades, sueños, proyectos, ilusiones, afectos, familias, democracia, republicanismo, constitucionalidad, institucionalidad, respeto, perseverancia, solidaridad, y honestidad. Por decir algunos valores.
La Venezuela del siglo XX desapareció. Fue víctima del hambre de valores que padece el monstruo en que se convirtió el socialismo en Venezuela. Ahora es otro país. Sin la tibieza de sentimientos del venezolano honrado, comprometido, trabajador y querendón, que una vez colmó el territorio para llenar el país de la espiritualidad, potencialidades y capacidades que forjaron en él la idiosincrasia que caracterizó la Venezuela libre de ayer.
La Venezuela de las academias, de las empresas forjadoras de futuro, de los sentidos, de los triunfos. La Venezuela que mejor conciliaba su geografía con el desarrollo económico e industrial que había comenzado a alcanzar.
Hoy, el socialismo terminó carcomiéndose todo lo que la distinguía en términos de la geopolítica. Que la exaltaba entre los esfuerzos que competían por llegar a la meta en la competencia establecida por las economías latinoamericanas.
Hoy, el socialismo hambreó a aquella Venezuela a la que no le faltaba nada. Hasta la moneda cayó en la pauperización más grosera vista por la historia económica contemporánea. Todo ello devino en una vergonzosa depresión que, incluso, redujo la población como nunca había sucedido. Por causa de la emigración provocada por el exterminio sistemático y deliberado de las oportunidades que bien merecían ser aprovechadas por generaciones de venezolanos que protagonizaron el éxodo.
Tanto mal ocasionado por esa cosa rara que nació del socialismo obtuso, dañado, pernicioso y resentido que aplaudió el régimen como su bandera ideológica. Y que finalmente acució la procedencia del letal “virus” que deformó a Venezuela en todas sus manifestaciones.
La política, la economía y hasta la cultura, mutaron en algo desconocido estructural y funcionalmente. Así se propagó la enfermedad política de la “dolarización”.
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