Isabel

Hace un par de semanas estaba con mi amiga, hermana de la vida, Isabel Ferrer, en Barquisimeto, su tierra (bueno realmente es caroreña, para que no se me ponga brava).

Salíamos de visitar a una gran empresa agroalimentaria, paradigma del buen hacer empresarial en Venezuela. Isabel, muy a su estilo, mientras agitaba los brazos para ser vista, a gritos decía:

—¡Hermanaaaaaaa!, ¡Angélicaaaaaaa!, ¡hermanaaaaaaa!.

La gritería de Isabel, no me tomó por sorpresa. Cuando uno está en la calle con ella, quien conoce a muchísima gente, no es para nada extraño, que interrumpa cualquier diálogo, cualquier momento de calma, cualquier bocado a punto de entrar en la boca, y se “lance a saludar a grito puro” a algún amigo o amiga en medio de la calle. Eso pasa con Isabel, en cualquier lugar de Venezuela o del mundo, donde uno esté con ella.

Al ratico, vi como una camioneta van, un tanto desvencijada, con una señora y varios niños dentro, daba una vuelta de regreso y se acerba a la acera donde nos encontrábamos. Tras abrir la puerta, se bajó una señora en sus 60, con cierta dificultad, voluminosa, con un gran afro y una bata de casa inmensa, estampada, que cubría con holgura su humanidad. Se me antojaba una Venus de Willendorf de jade, cubriendo sus pudores con multicolores atuendos.

La monja

—¿Hola hermana cómo está? ¿qué le dieron?

—¡Hola Isa! Me dieron 2 cartones de huevos, 1 caja de leche y 1 mortadela (esto, dicho con un acento francés)

—¿2 cartones o 2 cajas de huevos?

—2 cartones Isa, las cosas no están fáciles. Cada vez dan menos.

—¿De qué parte es Usted hermana? (pregunté)

—De Senegal

—¿Y cuantos años tiene en Venezuela?

—10 años (contestó, protegiendo los ojos con las manos a manera de visera, de un implacable sol que verticalmente la encandilaba, mientras con la otra mano, se limpiaba las gotas de sudor que perlaban en su rostro).

—Isa, las cosas están muy caras y en la casa no nos está alcanzando el dinero para lo básico.

—¿Qué les hace falta?

—Proteínas Isa, para poder rellenar los panes y las arepas y darles de almuerzo y cena. Queso, leche, pollo, carne, lo que sea.

Jorgito

—Déjeme hacer unas llamadas hermana y algunas cosas le consigo. Por cierto, ¿cómo está Jorgito?

—¡Acá está en el carro!

—Déjeme verlo hermana, Jorgito es mi favorito. !Ah, hermana Angélica!, usted sabe que él (señalándome) es médico neuropsiquiatra (la hermana Angélica, se volteó nuevamente a verme, esta vez de arriba abajo y con cara de incredulidad).

Yo pensé, ¡coño!, Isabel, como siempre, no se resigna. Ser médico es parte de mi historia pasada, y estoy oxidado. (La hermana Angélica pidió al chofer que bajara a Jorgito).

El señor bajó al niño de 8 años, y lo sostuvo en brazos. Jorgito, no camina, no habla y claramente es ciego de un ojo, que tiene atrófico, sin distinguir iris, ni pupila, los cuales son cubiertos por un velo blanco.

—Doctor (me dijo la monja), Jorge nació con dificultades cerebrales en una familia muy pobre, con muchos hermanos. Algunos de los hermanos también están en la casa hogar. De bebé lo maltrataban y le pegaban mucho. Se le desprendió la retina y se quedó ciego. ¿Qué cree usted?

Examinando superficialmente al niño -en una polvorienta calle de la zona industrial de Barquisimeto, con una “pepa de sol” que quemaba hasta las entrañas- le dije a la monja:

—Hermana, Jorge tiene una parálisis cerebral, seguramente producto de alguna condición congénita o del parto, no lo sé. Tiene mucho más afectado, la parte izquierda del cerebro, por lo que el desarrollo del lenguaje no será fácil. Al igual, la motricidad más elemental, que necesita para caminar, comer, asearse, no sé si podrá desarrollarla. Al menos, puede reírse y responde emocionado a gestos de cariño y carantoñas.

—Además, es inteligente doctor, entiende más de lo usted puede imaginar. ¿Qué cree Usted que debemos hacer con él?

—Además, de seguirlo amando, y cuidarlo mucho, como lo están haciendo, vamos a tratar de ponerlo en terapia de lenguaje y terapia ocupacional, para ver si logramos desarrollar un poco su capacidad de comunicación y su motricidad. Además, hay que llevarlo al oftalmólogo para asegurarnos cómo es su visión por el ojito que le quede. El pronóstico malo, hermana.

—De hecho doctor, eso estamos buscando, terapias de lenguaje y motoras. Conseguimos las más baratas, a 10 dólares la sesión, para llevarlo una vez a la semana.

—Hermana, lo ideal sería 2 a 3 veces a la semana.

—Eso es muy caro para nosotros doctor. Además no conseguimos gasolina para salir tantas veces a la semana.

—Tranquila hermana que de eso me encargo yo (dijo alto Isabel, sin dejarme tan siquiera ofrecerme a ayudar).

Tras darnos las gracias, regresaron a Jorgito al carro, la hermana también se montó con un poco de esfuerzo y con una sonrisa mermada por la resignación, de lidiar día tras día, con lo que parecen imposibles. Me dio la bendición, tras pedírsela.

Isabel y yo nos montamos en el carro, para seguir nuestra travesía empresarial, y me comentó que Angélica con un pequeño grupo de hermanas, manejaban La Casa Hogar San Aurelio, a fuerza de caridad y penurias, atendiendo a niños larenses abandonados, algunos sanos y otros tan enfermos como Jorgito.

Isabel Ferrer me comentó que ella y un grupo de amigos, colaboran activamente, con plata y con alimentos, para que la casa hogar puedan seguir funcionando.

Ahora, mientras escribo, me detengo a preguntarme, Usted y yo, qué estamos haciendo para amainar las penurias  de nuestra gente. Cuánta consciencia y acciones, hacen falta en nuestra geografía, para reparar las grietas telúricas sociales de Venezuela y el resto de Latinoamérica.

Al menos, Isabel Ferrer y la hermana Ángela, muy diferentes en sus orígenes y posibilidades, tienen un objetivo común, tratar de que Jorgito y la casa hogar Don Aurelio, puedan seguir subsistiendo y viviendo dignamente. Por ellas, insisto una y otra vez, Venezuela es una tierra de gracia.

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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

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