La voz de mi madre, una orden que parece más una súplica, se cuela entre el miedo y la impotencia de proteger. Sí, de no poder proteger, ese es el gran drama que vive la madre venezolana. Mas de ocho décadas de vida de mi vieja no eliminan la preocupación de tener hijos y nietos viviendo en la inseguridad personal.
Es duro caer en cuenta que el siglo XX, con sus problemas, Venezuela fue un tiempo-espacio que favoreció la protección. Aunque teníamos una sociedad pobre, se inició un siglo con un marcado ruralismo que fue evolucionando, fuimos de menos a más. Las instituciones fueron madurando.
Entre dictaduras y democracia, avanzamos. Más de la mitad del siglo XX lo vivimos en democracia, en la dictadura el límite de la libertad era cualitativamente distinto al que se vive en este momento. De hecho, podía vivirse “como si no existiera”, me decía un anciano, en el sentido que no interfería en la vida cotidiana.
La coacción y el sometimiento en los sistemas totalitarios se meten en la vida privada, ocupan tu casa, te vigila de cerca, de ahí las estructuras comunales y en ella una central: el jefe de calle. Por un lado, tenemos el sometimiento socio-político que busca lo cultural y, por el otro, la delincuencia que es cada vez más peligrosa y extensa.
Estamos en un país fragmentado, hay zonas en las que no hay libre tránsito, están tomadas por la delincuencia. El hampa ha ido creciendo a la sombra de este sistema, sin obstáculos, se ha venido constituyendo en poder, en un Estado paralelo con capacidad de fuego y colonización de territorios y comunidades. Ha “controlado” lo que el Estado “formal” les dejó, vale decir, con permiso.
Se trata de una sombra que se ha extendido, una sociedad tomada y colonizada por el hampa. Son cada vez más espacios comunitarios dominados por estos grupos delictivos, bandas, megabandas, guerrilla, que imponen a la comunidad el orden malandro.
En el occidente del país tenemos un gran número de desplazados, migrantes de un municipio a otro, tengamos en cuenta el siguiente testimonio que nos permite una comprensión desde dentro:
“… bueno, el día a día en mi localidad… es bastante fuerte porque los vecinos viven en zozobra, allá no pueden levantar ningún tipo de negocio pequeño, porque ya están llamando para extorsionarlo, si no pagan la extorsión le dan fuego a las casas con los mismos… la misma familia adentro; porque lo he vivido, hemos visto en mi comunidad, donde yo vivía… En el sector donde yo vivía había catorce casas, hoy en día nada más queda la mitad, porque el resto se ha ido…, y se vienen a municipios foráneos. Pero es fuerte, porque la gente quiere como seguir adelante, levantar ese municipio, pero mientras no haya un ente gubernamental, ese municipio no va a…”
El ente gubernamental existe, pero no tiene poder. El poder se impone a partir del orden malandro bajo los mecanismos de extorsión, sicariato, secuestro, intimidación, ataques a la propiedad: comercios y viviendas. No hay Estado ni ente de gobierno que ponga los límites. Se trata del estado Zulia, no hay lugar que no tenga un tentáculo de algunas de las bandas que operan.
La población referida tiene más o menos cien mil habitantes, ha llegado a tener más de seis grandes bandas que no logran establecerse bajo un solo mando. Se da cuenta del reino de la arbitrariedad, la amenaza y la muerte. Del otro lado una sociedad dominada por el miedo y obligada a desplazarse dejando atrás la vida y las propiedades. Este panorama, lleva con tristeza y dolor a mi madre a darme la orden: “hija, no vengas”. Esta es la Venezuela de la diáspora y el desplazamiento forzoso.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
De la misma autora: UCV en sus 300 años: autonomía herida, pero con enormes posibilidades de renovación
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La voz de mi madre, una orden que parece más una súplica, se cuela entre el miedo y la impotencia de proteger. Sí, de no poder proteger, ese es el gran drama que vive la madre venezolana. Mas de ocho décadas de vida de mi vieja no eliminan la preocupación de tener hijos y nietos viviendo en la inseguridad personal.
Es duro caer en cuenta que el siglo XX, con sus problemas, Venezuela fue un tiempo-espacio que favoreció la protección. Aunque teníamos una sociedad pobre, se inició un siglo con un marcado ruralismo que fue evolucionando, fuimos de menos a más. Las instituciones fueron madurando.
Entre dictaduras y democracia, avanzamos. Más de la mitad del siglo XX lo vivimos en democracia, en la dictadura el límite de la libertad era cualitativamente distinto al que se vive en este momento. De hecho, podía vivirse “como si no existiera”, me decía un anciano, en el sentido que no interfería en la vida cotidiana.
La coacción y el sometimiento en los sistemas totalitarios se meten en la vida privada, ocupan tu casa, te vigila de cerca, de ahí las estructuras comunales y en ella una central: el jefe de calle. Por un lado, tenemos el sometimiento socio-político que busca lo cultural y, por el otro, la delincuencia que es cada vez más peligrosa y extensa.
Estamos en un país fragmentado, hay zonas en las que no hay libre tránsito, están tomadas por la delincuencia. El hampa ha ido creciendo a la sombra de este sistema, sin obstáculos, se ha venido constituyendo en poder, en un Estado paralelo con capacidad de fuego y colonización de territorios y comunidades. Ha “controlado” lo que el Estado “formal” les dejó, vale decir, con permiso.
Se trata de una sombra que se ha extendido, una sociedad tomada y colonizada por el hampa. Son cada vez más espacios comunitarios dominados por estos grupos delictivos, bandas, megabandas, guerrilla, que imponen a la comunidad el orden malandro.
En el occidente del país tenemos un gran número de desplazados, migrantes de un municipio a otro, tengamos en cuenta el siguiente testimonio que nos permite una comprensión desde dentro:
“… bueno, el día a día en mi localidad… es bastante fuerte porque los vecinos viven en zozobra, allá no pueden levantar ningún tipo de negocio pequeño, porque ya están llamando para extorsionarlo, si no pagan la extorsión le dan fuego a las casas con los mismos… la misma familia adentro; porque lo he vivido, hemos visto en mi comunidad, donde yo vivía… En el sector donde yo vivía había catorce casas, hoy en día nada más queda la mitad, porque el resto se ha ido…, y se vienen a municipios foráneos. Pero es fuerte, porque la gente quiere como seguir adelante, levantar ese municipio, pero mientras no haya un ente gubernamental, ese municipio no va a…”
El ente gubernamental existe, pero no tiene poder. El poder se impone a partir del orden malandro bajo los mecanismos de extorsión, sicariato, secuestro, intimidación, ataques a la propiedad: comercios y viviendas. No hay Estado ni ente de gobierno que ponga los límites. Se trata del estado Zulia, no hay lugar que no tenga un tentáculo de algunas de las bandas que operan.
La población referida tiene más o menos cien mil habitantes, ha llegado a tener más de seis grandes bandas que no logran establecerse bajo un solo mando. Se da cuenta del reino de la arbitrariedad, la amenaza y la muerte. Del otro lado una sociedad dominada por el miedo y obligada a desplazarse dejando atrás la vida y las propiedades. Este panorama, lleva con tristeza y dolor a mi madre a darme la orden: “hija, no vengas”. Esta es la Venezuela de la diáspora y el desplazamiento forzoso.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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