Recientes estudios del comportamiento electoral en Latinoamérica y en España dicen que el voto femenino ha sido determinante en el triunfo de propuestas progresistas, particularmente con respecto a los derechos de las mujeres y las minorías sexuales. Por su parte, el voto masculino, tiende a respaldar las propuestas conservadoras, autoritarias, que no parezcan una amenaza para el poder de la falocracia. Interesantes indicadores de cómo hombres y mujeres nos movemos social y electoralmente.
Es evidente que, en los últimos 100 años, las mujeres han mostrado más capacidad de organización social, han logrado más reivindicaciones y se han mostrado más luchadoras por los derechos sociales que los hombres.
Aún en sociedades muy conservadoras donde las mujeres sufren la opresión social y sexual, sus problemas tienen más visibilidad mundial. Sus compañeras de otros países y los organismos internacionales que apoyan las reivindicaciones feministas le han dado voz a las que no la tienen en sus sociedades.
El acceso de las mujeres a la educación formal, restringido durante diecinueve siglos en todo el mundo, en el último siglo ha dado un vuelco. La presencia femenina en las aulas de institutos y universidades ha aumentado al punto de llegar a ser mayoría. Esto dice de la mayor capacitación de ellas en todos los niveles, pero es -como para los hombres- un privilegio de quienes pertenecen a familias con recursos económicos.
Aún cuando falta igualdad de las mujeres con el poder de los hombres en el plano social, ellas, cada vez más, en más países, ocupan cargos relevantes en los gobiernos, en las empresas y se destacan en todas las profesiones, el deporte, la ciencia, la tecnología, las artes, la literatura.
El ímpetu femenino ha hecho que la sociedad global les reconozca y ceda espacios que por siglos le fueron negados como género. En derechos específicos de las mujeres cada vez logran más, en más países porque su lucha no cesa. El derecho a controlar la reproducción es quizás el mayor logro. Les ha reducido el yugo de la maternidad como función fundamental.
A las mujeres les queda mucho por lograr, sobre todo algo tan duro, peligroso y difícil como erradicar la violencia machista contra ellas. A pesar de eso, su capacidad organizativa y fuerza social permite pensar que lo lograrán.
La fuerza femenina en la política, aún cuando le falte visibilidad en la cantidad y el nivel de los cargos que se les otorgan, como lo dicen estudios sociológicos, es muy poderosa en materia electoral. Políticamente, a ellas las mueve sus necesidades como persona, como género.
Históricamente, desde que se tiene en cuenta de la humanidad, los hombres han detentado el poder social. En la prehistoria la fuerza bruta les permitía detentarlo y, más adelante, las instituciones sociales, creadas por ellos, garantizaban la perpetuación del poder masculino.
De alguna manera, los hombres educados tradicionalmente para ejercer el poder social, han asumido la función de liderazgo como un deber “natural”. Por siglos, las mujeres también lo han visto así y aún hoy, muchas familias perpetúan en sus pautas educativas la creencia de que el poder debe ser ejercido por los hombres.
Con el devenir del tiempo y las creencias en la supremacía de un género sobre el otro, los hombres se hicieron prepotentes, se han sentido superhombres. Han creído que el poder magnánimo que la historia les ha otorgado les resuelve todo. Los hombres, por ser hombres se han dormido en sus laureles. No se han preocupado por sus limitaciones, ni por sus derechos específicos como personas, como hombres.
El ensimismamiento y engreimiento masculino es de los hombres heterosexuales porque otros hombres, los homosexuales, los trans o cualquiera que forme parte de minorías sexuales que han crecido, vivido en la opresión, se han visto obligados a buscar cambios, a exigir derechos.
La prepotencia masculina heterosexual les ha llevado a pensar que su poder social se perpetuaría por los siglos de los siglos. En el entretanto, las mujeres han venido reaccionando, exigiendo derechos, espacios sociales y conquistándolos.
Probablemente, el temor a perder poder ante el avance indetenible de las mujeres y de las minorías sexuales, ha llevado a los hombres heterosexuales a ser más conservadores, a apoyar propuestas electorales autoritarias que le garanticen la perpetuidad del poder. Es necesario hacerlos reaccionar.
Los panoramas electorales, en todo el mundo, tienden a hacerse más complejos y cambiantes. La inclusión de los temas de género, los que refieren, específicamente, a la problemática de mujeres y hombres, parece ser determinante en los comportamientos electorales y consecuentes resultados.
Los hombres no tienen porqué ver el avance social de las mujeres como una amenaza a sus derechos. No se trata de “quítate tu pa´ ponerme yo”, como dice la canción, aunque algunas feministas así lo planteen. Hay diversos feminismos. Otros reconocen que el objetivo es la equidad. Ese es el que puede sumar adeptos y votos.
Los planteamientos electorales no inclusivos están destinados al fracaso porque son vistos como amenazantes por los grupos excluidos y en materia electoral cuando se piensa como hombre o como mujer es determinante aún cuando de eso no se sea consciente.
El reto está en cómo y qué decir para que los hombres heterosexuales no se vean representados sólo por los grupos autoritarios. La inclusión en los discursos feministas es una necesidad.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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Es evidente que, en los últimos 100 años, las mujeres han mostrado más capacidad de organización social, han logrado más reivindicaciones y se han mostrado más luchadoras por los derechos sociales que los hombres.
Aún en sociedades muy conservadoras donde las mujeres sufren la opresión social y sexual, sus problemas tienen más visibilidad mundial. Sus compañeras de otros países y los organismos internacionales que apoyan las reivindicaciones feministas le han dado voz a las que no la tienen en sus sociedades.
El acceso de las mujeres a la educación formal, restringido durante diecinueve siglos en todo el mundo, en el último siglo ha dado un vuelco. La presencia femenina en las aulas de institutos y universidades ha aumentado al punto de llegar a ser mayoría. Esto dice de la mayor capacitación de ellas en todos los niveles, pero es -como para los hombres- un privilegio de quienes pertenecen a familias con recursos económicos.
Aún cuando falta igualdad de las mujeres con el poder de los hombres en el plano social, ellas, cada vez más, en más países, ocupan cargos relevantes en los gobiernos, en las empresas y se destacan en todas las profesiones, el deporte, la ciencia, la tecnología, las artes, la literatura.
El ímpetu femenino ha hecho que la sociedad global les reconozca y ceda espacios que por siglos le fueron negados como género. En derechos específicos de las mujeres cada vez logran más, en más países porque su lucha no cesa. El derecho a controlar la reproducción es quizás el mayor logro. Les ha reducido el yugo de la maternidad como función fundamental.
A las mujeres les queda mucho por lograr, sobre todo algo tan duro, peligroso y difícil como erradicar la violencia machista contra ellas. A pesar de eso, su capacidad organizativa y fuerza social permite pensar que lo lograrán.
La fuerza femenina en la política, aún cuando le falte visibilidad en la cantidad y el nivel de los cargos que se les otorgan, como lo dicen estudios sociológicos, es muy poderosa en materia electoral. Políticamente, a ellas las mueve sus necesidades como persona, como género.
Históricamente, desde que se tiene en cuenta de la humanidad, los hombres han detentado el poder social. En la prehistoria la fuerza bruta les permitía detentarlo y, más adelante, las instituciones sociales, creadas por ellos, garantizaban la perpetuación del poder masculino.
De alguna manera, los hombres educados tradicionalmente para ejercer el poder social, han asumido la función de liderazgo como un deber “natural”. Por siglos, las mujeres también lo han visto así y aún hoy, muchas familias perpetúan en sus pautas educativas la creencia de que el poder debe ser ejercido por los hombres.
Con el devenir del tiempo y las creencias en la supremacía de un género sobre el otro, los hombres se hicieron prepotentes, se han sentido superhombres. Han creído que el poder magnánimo que la historia les ha otorgado les resuelve todo. Los hombres, por ser hombres se han dormido en sus laureles. No se han preocupado por sus limitaciones, ni por sus derechos específicos como personas, como hombres.
El ensimismamiento y engreimiento masculino es de los hombres heterosexuales porque otros hombres, los homosexuales, los trans o cualquiera que forme parte de minorías sexuales que han crecido, vivido en la opresión, se han visto obligados a buscar cambios, a exigir derechos.
La prepotencia masculina heterosexual les ha llevado a pensar que su poder social se perpetuaría por los siglos de los siglos. En el entretanto, las mujeres han venido reaccionando, exigiendo derechos, espacios sociales y conquistándolos.
Probablemente, el temor a perder poder ante el avance indetenible de las mujeres y de las minorías sexuales, ha llevado a los hombres heterosexuales a ser más conservadores, a apoyar propuestas electorales autoritarias que le garanticen la perpetuidad del poder. Es necesario hacerlos reaccionar.
Los panoramas electorales, en todo el mundo, tienden a hacerse más complejos y cambiantes. La inclusión de los temas de género, los que refieren, específicamente, a la problemática de mujeres y hombres, parece ser determinante en los comportamientos electorales y consecuentes resultados.
Los hombres no tienen porqué ver el avance social de las mujeres como una amenaza a sus derechos. No se trata de “quítate tu pa´ ponerme yo”, como dice la canción, aunque algunas feministas así lo planteen. Hay diversos feminismos. Otros reconocen que el objetivo es la equidad. Ese es el que puede sumar adeptos y votos.
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