Vi en su primera temporada El día que me quieras de José Ignacio Cabrujas en el legendario espacio del teatro Alberto de Paz y Mateos, en 1979. Entonces, yo era un muchacho estudiante de Derecho que sumaba 20 años. Ahora, compré las entradas emocionado porque iba a ver una pieza que me fascinó en aquella Venezuela que gozaba de una bonanza petrolera inimaginable, concluía un gobierno de grandes cambios (CAP), y se iniciaba otro de todavía mayores ingresos petroleros (LHC). La izquierda procesaba su fracaso con la aventura armada y estaba cuestionándose el totalitarismo soviético, y de aquella metamorfosis formaba parte el hijo del sastre catalán de Catia: Cabrujas.
El maestro Cabrujas calzaba perfecto interpretando a Pío Miranda, así como ahora Héctor Manrique, quien siendo hijo de Héctor Rodríguez Bauza sabe de qué se trata aquella historia de desilusión de la izquierda. También, Pío intuye y balbucea en 1935, pero se queda colgado del reflejo doctrinario y no da el paso, más allá de reconocer que hay una patraña en todo aquello, y deja con los crespos hechos a María Luisa Ancízar. Aquel sueño era imposible, tanto como que si en 1979 nos hubiesen dicho que en 2019 gobernaría la extrema izquierda de los zagaletones de la Liga Socialista, y que la producción petrolera nacional iba a caer a 740.000 b/d y que cerca de 5 millones de compatriotas buscarían destino en otras latitudes. ¿Quién hubiera creído semejante vaticinio?
De aquella Venezuela a esta del 2019 todo se ha venido abajo menos las virtudes actorales de María Cristina Losada: única prueba de que el país es el mismo. De lo contrario, qué relación hay entre la nación adeco-copeyana de entonces y el anacronismo de hoy, cuando un conjunto de lunáticos se empeña en ensayar con fórmulas que han fracasado en todas las esquinas del planeta. Quizá la relación entre aquella y ésta Venezuela sea el pobre Pío Miranda: un soñador obtuso, feligrés de utopías, haragán, inflexible, enceguecido por la ideología. La realidad estaba allí y él veía la que estaba en su mente, como un catecismo alcanforado.
También de entonces para acá ha cambiado el humor. Aquel lenguaje cabrujeano de hace 40 años no surte el mismo efecto ahora. Quizá se trate de un problema vinculado con el costumbrismo. Aunque trabajemos con el lenguaje de la parroquia en su vertiente más luminosa, como lo hacía Cabrujas, sigue siendo el lenguaje de la parroquia, y la lengua es de los seres más vivos y cambiantes del planeta. La Caracas de hace 40 años y la de ahora solo tienen en común, ya lo he dicho, a María Cristina Losada. Ese es un tema difícil de resolver en el tiempo y en el espacio, y pareciera que el tiempo no está a favor de El día que me quieras.
Toda obra es fruto de su tiempo, se me dirá. Es cierto, pero si trabajamos con el lenguaje como protagonista, y las situaciones dramáticas nos importan menos, al paso de los años el lenguaje comienza a hablarle a gente que ya no lo entiende, ni sonríe con sus guiños. Algo así como si Pío Miranda gobernara hoy y le hablara a los chamos que navegan en sus tablets de las granjas de remolachas y el socialismo. En 1935 Pío hablaba del futuro, ahora todo lo que dice es pasado mondo y lirondo. Además, cómo diablos íbamos a pensar en 1979 que de la obra que veíamos, que ocurría en 1935, iba a escaparse un personaje a gobernar con sus camaradas en el 2019. Jamás. Ni en la mejor pieza del realismo mágico tienen lugar los hechos que la realidad nos brinda.
El elenco de hace cuatro décadas era óptimo y el de hoy también. Antes sonreímos risueños con la obra y los malabares del lenguaje cabrujeano, hoy el lenguaje deslumbra menos por las razones que expuse, y los venezolanos sabemos ahora que cuando los Pío Miranda toman el poder causan terribles destrozos. No solo dejan a María Luisa Ancízar con el corazón hecho trizas, sino a ciudades enteras, y devastan pueblos, avientan la emigración, dividen familias y ni hablar cuando manejan dinero. Si, quizás sea eso, que no nos hacen ninguna gracia. No dejen de ver la obra. También constatarán cuánto han cambiado ustedes.
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