El matrimonio es una de las instituciones más conservadoras que existe. Es la convención para fundar una familia, la llamada base de la sociedad tal cual como está concebida. Una forma de mantener el status quo. En cualquier sociedad, el matrimonio es la forma de garantizar el derecho no sólo de acceder o compartir bienes de fortuna -si existiesen- sino la “propiedad o exclusividad” sobre la otra persona y la descendencia que esa pareja procrea.
El matrimonio es quizás la expresión por excelencia de la sociedad patriarcal y, al mismo tiempo, una cara aspiración, inclusive de grupos que cuestionan ese modelo social.
La convención cultural nos dice: “creced y multiplicaos”, una orden que proviene de las sagradas escrituras de cualquier religión y que las sociedades utilizan en su organización.
Tradicionalmente se ha asumido que lo “correcto” o “normal” es que la familia y la sociedad se rijan por conceptos patriarcales -donde el padre es quien dicta las pautas sociales- y sea heterocentrada: las sociedades se organicen a partir de una familia originada por un hombre y una mujer, cuya función fundamental sea procrear y educar a la descendencia. Ese es el modelo imperante en la mayoría de las sociedades.
La sociedad nos socializa para seguir la pauta de que al llegar a una determinada edad nos reproduzcamos, pero antes, para que las cosas sean como Dios manda y la sociedad espera, se contraiga el matrimonio. La mayoría de la gente crece pensando que algún día se casará.
El matrimonio es la forma de obtener una ansiada meta social: la de una pareja que se asume que es y será amorosa, fiel e infinita: “Hasta que la muerte los separe” reza la homilía en el acto sacramental. Mucha gente desea que sea así. Pensarlo da tranquilidad.
Se sabe que el matrimonio no necesariamente se funda en el amor, hay otros muchos intereses que llevan a casarse. Tampoco garantiza la fidelidad. En el mundo tradicional heterosexual, los hombres casi nunca respetan ese acuerdo y las mujeres, gracias a los anticonceptivos, ahora tienen más libertad para incumplir lo convenido. Tampoco, necesariamente, es para siempre.
Toda sociedad civilizada ha implementado el divorcio como una forma de interrumpir una relación que no resultó como la pensada, menos, como la soñada. “Hasta que la muerte los separe” hoy suena a un cántico del pasado.
A pesar de que el matrimonio sea una meta soñada por mucha gente, se sabe que no es solo disfrute, que las lunas de miel suelen ser muy cortas y comenzar a vivir una relación pesada por momentos, o por largo tiempo, hasta, en casos, llega a ser un martirio.
A pesar de que el matrimonio, tal y como está concebido por la sociedad heterocentrada, es una institución en crisis como lo dejan ver el incremento de divorcios y separaciones y que gran parte de las jóvenes generaciones heteros demoran ese compromiso hasta más no poder, buscan formas alternativas de convivencia o asumen la soltería como lo ideal, hay gente que quiere casarse.
Uno se casa por muchas razones, no necesariamente por amor. Por amor, uno se enamora. Pero se casa, básicamente, por cumplir con expectativas sociales tan internalizadas que, a pesar de los cambios sociales, se puede pensar que si no te casas, no serás feliz, entre otras cosas, por las prebendas que da el matrimonio.
La soltería, aún en el siglo XXI, puede ser un estigma. Casarse es una forma de ganar reconocimiento/aprobación social y hay una razón de mucho peso para hacerlo: el matrimonio da protección legal sobre bienes en común y otras prebendas que la sociedad otorga a quienes cumplen con lo establecido.
Grupos de avanzada social como son los que ejercen su sexualidad con personas del mismo sexo han hecho del matrimonio, tal y como lo establece la cultura heterocentrada, una meta. Inclusive, algunas parejas alternativas reproducen el modelo, el estilo de vida de parejas hetero.
Que grupos de sexualidad alternativa aspiren a vivir como lo hacen las parejas convencionales pareciera una contradicción. Aún así, lo que se exigen esos grupos es igualdad de derechos. Lograr casarse siendo del mismo sexo es un logro para superar la discriminación.
Amar es un derecho humano. Cada quien decide a quién amar. Casarse con quien se ame o por lo que sea, como hacen las personas heterosexuales, es también un derecho inalienable de las sexualidades alternativas.
Dar el sí es un derecho humano que las instituciones civiles tienen que reconocer. Inclusive, cada vez más sectores conservadores de la sociedad lo están aceptando, sólo se resisten los gobiernos fundamentalistas aún cuando se dicen democráticos.
Lea también: Chile da luz verde a matrimonio igualitario y sigue la estela latinoamericana
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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El matrimonio es quizás la expresión por excelencia de la sociedad patriarcal y, al mismo tiempo, una cara aspiración, inclusive de grupos que cuestionan ese modelo social.
La convención cultural nos dice: “creced y multiplicaos”, una orden que proviene de las sagradas escrituras de cualquier religión y que las sociedades utilizan en su organización.
Tradicionalmente se ha asumido que lo “correcto” o “normal” es que la familia y la sociedad se rijan por conceptos patriarcales -donde el padre es quien dicta las pautas sociales- y sea heterocentrada: las sociedades se organicen a partir de una familia originada por un hombre y una mujer, cuya función fundamental sea procrear y educar a la descendencia. Ese es el modelo imperante en la mayoría de las sociedades.
La sociedad nos socializa para seguir la pauta de que al llegar a una determinada edad nos reproduzcamos, pero antes, para que las cosas sean como Dios manda y la sociedad espera, se contraiga el matrimonio. La mayoría de la gente crece pensando que algún día se casará.
El matrimonio es la forma de obtener una ansiada meta social: la de una pareja que se asume que es y será amorosa, fiel e infinita: “Hasta que la muerte los separe” reza la homilía en el acto sacramental. Mucha gente desea que sea así. Pensarlo da tranquilidad.
Se sabe que el matrimonio no necesariamente se funda en el amor, hay otros muchos intereses que llevan a casarse. Tampoco garantiza la fidelidad. En el mundo tradicional heterosexual, los hombres casi nunca respetan ese acuerdo y las mujeres, gracias a los anticonceptivos, ahora tienen más libertad para incumplir lo convenido. Tampoco, necesariamente, es para siempre.
Toda sociedad civilizada ha implementado el divorcio como una forma de interrumpir una relación que no resultó como la pensada, menos, como la soñada. “Hasta que la muerte los separe” hoy suena a un cántico del pasado.
A pesar de que el matrimonio sea una meta soñada por mucha gente, se sabe que no es solo disfrute, que las lunas de miel suelen ser muy cortas y comenzar a vivir una relación pesada por momentos, o por largo tiempo, hasta, en casos, llega a ser un martirio.
A pesar de que el matrimonio, tal y como está concebido por la sociedad heterocentrada, es una institución en crisis como lo dejan ver el incremento de divorcios y separaciones y que gran parte de las jóvenes generaciones heteros demoran ese compromiso hasta más no poder, buscan formas alternativas de convivencia o asumen la soltería como lo ideal, hay gente que quiere casarse.
Uno se casa por muchas razones, no necesariamente por amor. Por amor, uno se enamora. Pero se casa, básicamente, por cumplir con expectativas sociales tan internalizadas que, a pesar de los cambios sociales, se puede pensar que si no te casas, no serás feliz, entre otras cosas, por las prebendas que da el matrimonio.
La soltería, aún en el siglo XXI, puede ser un estigma. Casarse es una forma de ganar reconocimiento/aprobación social y hay una razón de mucho peso para hacerlo: el matrimonio da protección legal sobre bienes en común y otras prebendas que la sociedad otorga a quienes cumplen con lo establecido.
Grupos de avanzada social como son los que ejercen su sexualidad con personas del mismo sexo han hecho del matrimonio, tal y como lo establece la cultura heterocentrada, una meta. Inclusive, algunas parejas alternativas reproducen el modelo, el estilo de vida de parejas hetero.
Que grupos de sexualidad alternativa aspiren a vivir como lo hacen las parejas convencionales pareciera una contradicción. Aún así, lo que se exigen esos grupos es igualdad de derechos. Lograr casarse siendo del mismo sexo es un logro para superar la discriminación.
Amar es un derecho humano. Cada quien decide a quién amar. Casarse con quien se ame o por lo que sea, como hacen las personas heterosexuales, es también un derecho inalienable de las sexualidades alternativas.
Dar el sí es un derecho humano que las instituciones civiles tienen que reconocer. Inclusive, cada vez más sectores conservadores de la sociedad lo están aceptando, sólo se resisten los gobiernos fundamentalistas aún cuando se dicen democráticos.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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