En la mesa de Joseph Hernández reposa una gran copa transparente en la que una mezcla de vodka, ron con coco, jugo de limón, piña y curacao azul, está a medio terminar. Ya son cinco “coco locos” los que ha bebido esta noche, y su lengua se enreda cuando habla. Joseph fue secuestrado hace cuatro meses en Barquisimeto, pero eso no le preocupa este viernes. Son cerca de las 10:00 de la noche y la rumba apenas comienza en Caracas.

“¿Que si me da miedo? Claro que me da miedo, pero o me voy temprano, que si a las 12:00 (am) o amanezco”, dice el joven de 24 años mientras se arregla el cuello de la camisa de cuadros que lleva puesta. Está acompañado de una amiga que se acerca rápidamente a la mesa cuando observa la presencia de otra mujer hablando con Joseph.

A una mesa de distancia están Adriana y María de los Ángeles de 16 y 17 años, respectivamente. El intenso maquillaje y los tacones de unos 15 centímetros, que llevan cada una, las ayudaron a pasar a Samoa, uno de los locales nocturnos del Centro Comercial San Ignacio, sin necesidad de mostrar una identificación. Ambas viven en el barrio José Félix Ribas de Petare y están acostumbradas a ir todos los fines de semana a ese lugar, pero no están escapadas.

“Nuestros padres saben a dónde vamos y ellos mismos nos dan plata para la birra y para el taxi. El chamo que maneja el taxi también vive por allá”, dice Adriana. El “coco loco” que beben entre las dos les cuesta 790 bolívares, pero a ellas no les preocupa el precio.

No tienen miedo. Están confiadas de que pueden llegar a la hora que sea. “Los malandros no se meten con la misma gente del barrio”, aseguran. Sus ganas de salir y probar ese exótico coctel, que ahora está en el centro de la mesa, superan cualquier otro temor ante un repentino tiroteo, una pelea callejera o las miradas malintencionadas de alguno pasado de tragos.

El gerente encargado de Samoa se distingue rápidamente por el color de la guayabera floreada, diferente a la del resto de los empleados. Se presenta como Abraham García y dice sonriente: “Tuvimos que extender el horario hasta las 3:00 de la mañana y los domingos hasta la 1:00 am. El venezolano siempre va a rumbear, siempre va a beber”.

Las calles de Las Mercedes. Son las 10:45 de la noche. Camionetas y carros lujosos desfilan uno detrás de otro y sus conductores compiten por quien tiene la canción de reguetón o electrónica a mayor volumen. Frente a la entrada de cada local hay otra competencia, la de los parqueros.

Hermano, yo soy Cicpc y vengo con la bebé. Tú sabes que no puedo entrar con ella al local. Consígueme un puesto cerquita, le dice un hombre de barba al jefe de parquería frente a La Quinta Bar. Una mujer con curvas exageradas bajó de la camioneta, pero no se refería a ella cuando hablaba de “su bebé”, sino a su pistola. Dos escoltas acompañan a la pareja hasta la entrada del local. Allí esperarán hasta que su protegido se canse de bailar, beber y disfrutar.

Aquí viene gente de todo tipo. Yo le cuido los carros a todos”, dice Mario Valera (nombre ficticio) que hasta hace seis meses fue funcionario de la Policía Nacional Bolivariana. Allí ganaba 15 mil bolívares mensuales, ahora hace 50 mil. Pero perdió sus beneficios como policía: mostrar la chapa para no hacer cola cuando llegaba leche o harina en algún supermercado, o recibir ayuda inmediata si lo robaban. “A los civiles le pintan una… nosotros tenemos mayor protección”.

Valera cuenta que las noches en Caracas son “la locura”. Mujeres con vestidos cortos y tacones, música a todo volumen, alcohol y drogas. “Aquí se ve de todo, y Las Mercedes siempre está full”. Pero también hay locales que han tenido que cerrar por la inseguridad. El exfuncionario señala con el dedo hacia la esquina. Allí estaba “El Padrino”, un sitio nocturno donde los asesinatos, tiroteos y secuestros eran recurrentes. Tuvo que cerrar sus puertas.

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Redoblan seguridad

En Teatro Bar hay cerca de diez personas encargadas de seguridad. Dos reciben las cédulas, luego hay otros que pasan el detector de metales por el cuerpo de los que quieren ingresar. Tocan el pecho, la espalda, los bolsillos de los pantalones y las piernas revisando si tienen armas. Las mujeres también son requisadas por el personal femenino.

“Tuvimos que redoblar la seguridad del local porque hace seis meses la cantidad de personas que viene aumentó. De 600 – 500 que podían venir en una noche, ahora acuden de 1.000 a  1.500. Lo que sí ha disminuido es la cantidad de licor que se bebe”, dice El Pincho, gerente de Teatro Bar, que debe su apodo a la forma en que arregla su cabello. 

Los precios dan la respuesta al por qué ha caído el consumo de alcohol en el local. Una botella de whisky puede costar Bs. 22.500 y el trago está en Bs. 1.000. Una botella de ron está en Bs. 4.000 y un trago Bs. 350. La cerveza, bebida de preferencia por excelencia, cuesta Bs. 100.

Pero no en todos los negocios pasa igual. El dueño de El Mesón de Pita en Chacao, que prefiere no identificarse, señala cerca de diez mesas vacías que están al fondo de su bar – restaurante. “Hace dos años no cabía ni un alma aquí, todas las mesas estaban ocupadas. Hay meses que estamos en rojo porque no tenemos ganancia. Hay que superar los 4 millones de bolívares al mes para decir que ganamos algo y no lo estamos haciendo”.

El showman del local canta una pieza de Los Fantasmas del Caribe que anima a bailar a los más “maduritos” del lugar. Un total de 28 mil bolívares al mes se le paga al que ahora baja de la tarima e invita a aplaudir a los clientes. Es un costo que el dueño del negocio debe pagar si quiere mantener a los pocos visitantes que le quedan.

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A que El Portugués siempre hay hambre

Pasadas las 11:00 de la noche en el puesto de perros calientes y hamburguesas de “El Portugués” en Las Mercedes hay una cola de más de 20 nocturnos hambrientos. Allí no hay miedo por la inseguridad, lo que hay es hambre. Piden un perro a 100 bolívares o una hamburguesa en 270. Ese viernes Joao tendrá abierto el negocio hasta las 6:00 de la mañana, como todos los fines de semana desde hace 36 años.

Un grupo de jóvenes comienza a degustar los “perros con todo” que pidieron. Son ocho en total, todos andan en pareja. A uno de ellos le abrieron el carro la semana anterior en una fiesta en la Universidad Central de Venezuela. Se llevaron el equipo de sonido, ipod y la ropa del gimnasio que tenía dentro. Pero allí están, comiéndose una bala fría antes de comenzar la rumba en Las Mercedes.

La calle del hambre de La Trinidad está casi desierta y ya son las 12:00 de la madrugada. “La gente ha dejado de venir después de las fiestas. Ahora vienen antes de la rumba porque es temprano y es más seguro. Hace un mes robaban a cada rato, que si los celulares y las carteras de las muchachas”, cuenta Sergio Morillo, encargado de uno de los cinco puestos de comida rápida en el sitio.

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“Sí da miedo, pero esto es rentable”

En el mes de junio asesinaron a dos taxistas pertenecientes a dos líneas situadas en los alrededores del Unicentro El Marqués. Uno fue por una bala perdida, el otro caso fue por resistirse al robo de su vehículo.

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Mario Urdaneta, de 26 años de edad, conduce su Ford Fiesta plateado con el que trabaja como taxista. Cuenta que por la zona de La California, desde hace días, se la pasan dos mujeres jóvenes, “bien vestidas y bonitas”, que aparecen en la noche para pedir un traslado hacia Parque Caiza. “Ya nosotros las tenemos fichadas. Varios de nuestros compañeros han sido robados, porque, cuando llegan al sitio, salen los líderes de la banda, los hombres”.

A pesar de que Mario conoce todos los riesgos, no dejará de trabajar en las noches. El decidió no estudiar una carrera universitaria y un sueldo mínimo que pueda ganar en otro trabajo “no me va a alcanzar para nada (…) yo hasta gano más que un profesional, ¿cuánto ganas tú?“, pregunta mientras mira a su cliente por el retrovisor y sonríe. 

Vanessa Arenas / @VanessaVenezia

Fotos y video: Cristian Hernández

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