Nos impactamos, dudamos, sentimos miedo. Nos frenamos, nos frustramos, hicimos una pausa. Repensamos. En un año de pandemia también nos adaptamos y aprendimos. Crecimos y reorientamos. Seguimos adelante.

Poco después de que el coronavirus llegara a Venezuela y se decretara la cuarentena nacional, en marzo de 2020, Eliana retomó un mal hábito: morderse las uñas.

Por esos meses, como el resto de los 11 millones de estudiantes del país en los distintos niveles educativos, trataba de adaptarse a la abrupta migración de la modalidad convencional a la educación a distancia.

Definitivamente no era como había esperado experimentar esta etapa de su vida: “Pasé tanto tiempo imaginando cómo sería mi último año de bachillerato y mi graduación, en las cosas que haría antes de irme del colegio, pero todo fue interrumpido. Me entristeció”.

“Me pegó muy fuerte. Era algo que ninguno se esperaba. Me despertaba sabiendo que iba a estar todo el día en la casa… estaba ansiosa. Me daban ganas de salir; aunque no soy una persona de salir mucho, pero el hecho de saber que no podía hacerlo me ponía mal”, cuenta Eliana un año después, en marzo de 2021.

Cuando llamaron al confinamiento, ella se encontraba también en la recta final de un curso de inglés avanzado que había empezado hacía seis meses. Cuando terminó el colegio, y con tiempo libre por delante, vio como una oportunidad aventurarse a dar clases de inglés en línea.

Lo conversó con sus papás y su hermana mayor la ayudó a conseguir sus primeros alumnos. Los demás, llegaron por recomendaciones. La hoy bachiller, de 17 años de edad, comenzó atendiendo niños y luego a otros adolescentes como ella. Después estructuró clases para adultos.

Esta nueva actividad no solo logró mantenerla ocupada, sino que le dio otra perspectiva, un aprendizaje. “Me pude poner del lado de los profesores. Entendí lo que es tener que revisar tareas, exámenes, preparar las clases, lo que se siente que no te presten atención o, que sí te presten atención y te haga sentir muy bien. Me hizo ver las cosas de una manera distinta”.


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Entre enero de 2020 y enero de 2021, el servicio Acompañando el Dolor, fundado por Psicólogos Sin Fronteras Venezuela, y el Grupo Social Cesap (Centro al Servicio de la Acción Popular) atendió a 3.988 personas y ofreció unas 7.996 citas, por lo que cada paciente tuvo como mínimo dos sesiones con un especialista.

Las impresiones diagnósticas más frecuentes incluyeron: ansiedad generalizada, trastornos de adaptación, trastorno mixto ansioso-depresivo, relación conflictiva con el cónyuge (casos de violencia de género) y episodios depresivos.

La presidenta de Psicólogos Sin Fronteras en Venezuela, Marisol Ramírez, describe que el trabajo del servicio consiste en acompañar a las personas para que se sientan capaces de hacer frente a sus circunstancias, reconociendo sus limitaciones, pero también sus recursos: “Es a lo que llamamos el cultivo y entrenamiento de la esperanza y la resiliencia”.

La pandemia, dice Ramírez, encontró a un venezolano “debilitado” por la emergencia humanitaria compleja que se vive en el país desde aproximadamente 2016. Sin embargo, rescata que muchos han logrado adaptarse frente a las dificultades y que hay mayor consciencia sobre cuidar la salud mental.

“Hay quienes han entendido que la vida continúa, ha surgido una mayor cantidad de gente con ganas de ayudar, con ideas innovadoras”, acota.

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Las restricciones impuestas por el COVID-19 forzaron a los nueve Comités de Derechos Humanos que coordina Diannet Blanco en el estado Vargas, la Gran Caracas y Guarenas (estado Miranda) a suspender sus encuentros en las comunidades y sus jornadas de formación presenciales.

No obstante, la activista tenía claro que, ante este nuevo escenario debían reinventarse, porque la defensa y promoción de los derechos humanos no podía parar, ni en medio de una crisis sanitaria.

Fue entonces como, con el apoyo de ONG aliadas —como Provea, Caleidoscopio Humano, Laboratorio Ciudadano y Éxodo, entre otras—, logró migrar a actividades de capacitación a través de foro chats en las plataformas de mensajería de Telegram y WhatsApp.

Desde que comenzó la cuarentena, entre el 16 de junio de 2020 y el 25 de febrero de 2021, realizaron 12 foro chats de distintos temas. En total, registraron 453 inscripciones.

Más que nunca, se apoyaron en las redes sociales para continuar visibilizando, denunciando y documentando las violaciones a los derechos humanos.

Diannet comparte que, si bien ya no podía hacer un acompañamiento presencial como antes de la pandemia, continuó respaldando a las comunidades a distancia: si le decían que en un sector realizarían una protesta, entonces los guiaba con artículos de la ley que respaldan sus derechos o consignas creativas que podían incluir en sus pancartas.

A la par, impulsó un proyecto piloto con la realización de encuestas mensuales para monitorear el servicio de agua potable en las parroquias Coche, Santa Rosalía, San Pedro y La Vega del municipio Libertador de Caracas y en las parroquias La Dolorita y Petare del municipio Sucre, para luego difundir boletines con los resultados.

No todo en el camino ha sido sencillo. Diannet, quien estuvo un año detenida en el Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin) por motivos políticos, ha seguido recibiendo apoyo psicológico y jurídico de Cofavic, organización que alertó sobre cómo el confinamiento podría impactar a quienes estuvieron alguna vez tras las rejas.

“La fundación Reflejos de Venezuela también me han apoyado con herramientas para manejo del stress y ansiedad en medio del confinamiento, que para mí ha sido un proceso complejo debido al encarcelamiento que viví un año y 12 días en el Sebin”, comparte. Ambas organización la han ayudado en el proceso de fortalecer su identidad y recuperar su confianza.

La educadora reconoce que ese trabajo en las comunidades también le ha dado un empuje para seguir adelante. “No es un trabajo frío, técnico, mecánico… tengo más sensibilidad. Es increíble”. Hay quienes le han dicho que su historia los inspira. “Siento que tengo un compromiso, no puedo flaquear. Por eso había que seguir inventando cosas para que los comités sigan activos”.

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Para el sociólogo Ramón Piñango, la llegada del coronavirus al país hace un año trajo consigo mucha incertidumbre: “Y cualquier incertidumbre tiende a generar temor. La gente no sabe qué hacer y siente mucho miedo”.

El profesor del Instituto de Estudios Superiores de Administración (Iesa) considera que, sin embargo, en el transcurso de estos meses las y los venezolanos se han adaptado a las restricciones de la pandemia. Aclara que esto no se traduce en resignación.

“Hemos aprendido bastante”, afirma y pone de ejemplo su propia experiencia al tener que impartir clases virtuales por Zoom o Google Meet, aunque prefiere mil veces la modalidad presencial.

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Mary Cosme y Henry González tuvieron que suspender sus lecciones de música en su academia CreaMusical en Chacaíto y de su núcleo de La Vega, en el oeste caraqueño, por la cuarentena.

Pero al ser una academia atípica, donde el método se adapta al estudiante, en pandemia no podían quedarse de brazos cruzados. “Buscamos nuevas formas, nos adaptamos, nos flexibilizamos”.

Meses después decidieron retomar las clases a través de la vía virtual, y aun cuando tuvieron que luchar con las dificultades de conectividad a Internet en Venezuela, hicieron un esfuerzo por mantenerse presentes, cercanos a sus 45 estudiantes.

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Una vez que comenzó el esquema de flexibilización de la cuarentena en el país, decidieron agregar un nuevo programa de formación, esta vez dirigido a docentes para enseñarles sobre la música como herramienta pedagógica, sobre la música para impartir conocimiento.

La primera cohorte de 15 profesoras inició su formación en noviembre de 2020 y se graduaron el pasado 1° de marzo. “A través de estos talleres, los docentes se sienten acompañados, valorados, estimulados… El gremio docente ha sido muy golpeado y esto también era una forma de salirse de lo cotidiano”, comenta Henry.

“La música es vida, y siempre quien está unido la música tiene optimismo, buenos pensamientos, drena mejor”, dice Mary y agrega que desde su academia están empeñados en demostrar que la música no es solo lo que ves en un conservatorio y que como plantea el estadounidense Howard Gardner, creador de la teoría de inteligencias múltiples, esta es una habilidad que se puede aprender y a cualquier edad.

La pareja confía en que las clases de música han mantenido motivados a sus estudiantes. Ellos continuaron reconociendo los avances de cada alumno y les enviaban sus certificaciones por correo electrónico.

“En conversación con muchos representantes nos decían que las tareas que mandaban los colegios habían sido muy agobiantes, y que el muchacho se mantuviera con su instrumento le daba cierta estructura, le permitía distraerse, esparcirse”, agrega Henry.

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El sociólogo Ramón Piñango parafrasea al reconocido científico Albert Einstein: “En momentos de crisis, sólo la imaginación es más importante que la inteligencia”. Ante la adversidad, cobra un valor importante la capacidad de aprender, de inventar. Esto no solo se ha aplicado para la ciudadanía sino también para las organizaciones.

Plantea que en estas situaciones “uno se descubre así mismo” y opina que esta crisis sanitaria, que se sumó a la emergencia humanitaria compleja en el país, también les permitió a algunos “aprender a trabajar con otros para solucionar problemas”, a intercambiar ideas.

Desde hace unos cuatro o cinco años el sociólogo ha estudiado el modelo VUCA (por sus siglas en inglés) de origen estadounidense, que se ajusta muy bien para analizar el ambiente que se vive en Venezuela: volátil, de incertidumbre, complejo y ambiguo.

“Volátil porque cualquier cosa puede pasar, de incertidumbre porque no sabes qué va a pasar, complejo porque interactúan muchísimas variables y ambiguo porque un mismo hecho puede significar más de una cosa”, explica.

Pese a que en este contexto de pandemia se deterioraron aún más los servicios públicos, incluyendo la gasolina, lo cual agravó las desigualdades sociales, Piñango rescata que ha emergido el valor de la solidaridad, del ayudar a otro que tiene menos.

“Hay gente que se paraliza… otros inventan y perciben oportunidades. Influyen muchas variables, como la personalidad. Unos tienen esa disposición a arriesgar, y aun cuando probando algo te pueda fallar, aprendes que así no es, lo cual se convierte en una oportunidad de aprendizaje, donde experimentar vale la pena”, afirma.

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Poco antes de que llegara la pandemia al país, Evangelina Pacheco estaba enfocada en los talleres de música para niños y niñas con discapacidad que dicta desde 2018, pero la cuarentena la obligó a pararlos.

Debía resguardarse en casa e idear qué hacer, tenía que producir para poder costear los gastos de su hogar. Fue entonces cuando se volcó a la que ha sido su otra pasión además de la música: la cocina.

En los últimos años, la violinista y educadora había tenido varios emprendimientos en el área de la cocina, que en su momento resultaron muy bien pero que por razones diversas no pudieron continuar.

Comparte que siempre que eso ocurría no se decía y, por el contrario, surgía “ese deseo de hacerlo de nuevo, de intentarlo de otra manera, de estudiar cuáles fueron los aspectos que no resultaron bien para mejorar, para corregir y seguir hacia delante”.

Con una nueva idea en mente habló con su hermana y su sobrino y ambos le dijeron “yo te apoyo”. Así fue como comenzaron a elaborar productos alimenticios, incluyendo procesar fresas, moras, salsas y guisos, y ofrecer entregas a domicilio.

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“Tengo cuenta de Instagram, Facebook, pero la forma en que mejor llego es cuando las amistades incluyen mi publicidad en sus grupos, en sus propias redes, así es como mejor estoy llegando, hago alianzas con otros emprendedores”, relata.

Evangelina está a la espera de retomar sus talleres e iniciar nuevos proyectos que sigan combinando el arte culinario y el musical. Se describe como una persona muy optimista, alegre, y positiva. Siempre trató de ver lo positivo en lo más negativo: “Desde que llegó la pandemia yo me negué a que me afectara”.

Lamenta haber perdido contacto con sus alumnos, amigos y familiares, pero afirma que está siempre “buscando la forma de ganar paciencia, de respirar”, aun cuando la pandemia ha durado más de lo que pensó: “Ha sido largo, y espero que todos hayamos podido aprender algo bueno, porque siempre hay algo bueno que aprender”.