“Es la primera vez que veo tantas personas enfermas juntas”, dice María*, una joven residente de posgrado del Hospital Universitario de Maracaibo (HUM), estado Zulia. Ya perdió la cuenta de la cantidad de pacientes que han atendido allí, en el principal centro para la recepción de personas con COVID-19 en el Zulia, el estado con más casos de la enfermedad en Venezuela.
El Hospital Universitario de Maracaibo, un hospital tipo IV (con capacidad para más de 300 camas), ahora atiende solo a personas con coronavirus o sospechosas de tenerlo. Todas sus especialidades y subespecialidades, desde Traumatología hasta Cirugía, se sumaron al trabajo. Desde que se agravaron los efectos de la pandemia en la entidad, el centro fue intervenido: cambió de autoridades y algunas áreas que estaban cerradas comenzaron a recibir camas para albergar más personas.
Desde finales de mayo, el mercado Las Pulgas en Maracaibo se convirtió en el principal foco de transmisión comunitaria de COVID-19 en el país e impulsó el aumento de contagios el Zulia. Hasta el 5 de julio, la entidad sumaba más de 1.500 casos y 25 fallecidos reconocidos por las autoridades. Muchos de ellos fueron atendidos en el HUM.
Otros cinco hospitales del estado fueron habilitados para recibir personas con coronavirus (Chiquinquirá, Santa Bárbara, Adolfo Pons, Noriega Trigo y Pedro García Clara), pero ningún paciente puede ser rechazado en el Universitario. Cuando acuden, son clasificados en el área de triaje con distintas categorías: graves, asintomáticos, síntomas leves y personas con comorbilidades. Aunque está repleto, todos deben ser atendidos.
“Se atiende a todo paciente por igual. Si viene con prueba rápida positiva, se le vuelve a hacer la prueba y se le llena la ficha epidemiológica”, expresa María.
Cuando María llega al HUM y debe entrar a las “zonas rojas”, las áreas con mayor posibilidad de contagio de COVID-19, tiene que buscar en la Dirección sus equipos de protección personal: pantalón de mono y camisa, overol, dos tapabocas, cuatro botas quirúrgicas, dos gorros, lentes, máscara facial y bata quirúrgica.
Los estudiantes de posgrado trabajan por turnos: cada piso tiene residentes fijos por 24 horas. Hay tres residentes y un médico adjunto por ala, izquierda y derecha. Los residentes se encargan de examinar a los pacientes y luego pasan revista con los adjuntos. En la emergencia debe haber ocho residentes unos trabajan mañana y noche, y otros trabajan la tarde y la madrugada para así tener menor exposición al virus.
María ha visto pacientes que temen, pacientes que mueren y pacientes que responden bien a algunos medicamentos y se recuperan. Pero para ella nada es más difícil que ver tantas personas en malas condiciones, querer ayudarlas y satisfacer sus necesidades, pero no poder hacerlo cuando incrementan las complicaciones de la enfermedad, que aún no tiene vacuna o tratamiento.
“Hay algunos pacientes que no toleran bien la noticia de que son positivos. Los pacientes quedan impactados y se ponen a llorar. Te miran a la cara y te preguntan si se van a salvar”, expresa. “Este virus es agresivo con pacientes diabéticos, con enfermedades cardíacas, oncológicas, con diálisis, con enfermedades autoinmunes. A veces hay cosas que se van de nuestras manos. Uno siente impotencia porque quiere ayudarlos más, pero uno hace hasta donde más puede”.
La joven residente no olvida la cara de un paciente que intubó y que tenía miedo de dormirse y no despertar. Ante las reacciones de las personas, el centro asistencial dispuso atención psicológica y psiquiátrica para aquellos que necesiten apoyo para asimilar su diagnóstico y para aquellos trabajadores de la salud afectados. Sin embargo, María siempre trata de calmar y darles ánimo a las personas. Cada vez que termina una guardia, sale del Hospital Universitario de Maracaibo con más ganas de seguir leyendo y actualizándose sobre coronavirus, sus síntomas, vías de detección y sus nuevas complicaciones.
En el sector privado, en el Centro Clínico La Sagrada Familia, el gastroenterólogo Edgmar Parra está atento a esas complicaciones. Por ser una institución privada, todo el equipo de protección personal es costeado por ellos mismos: mascarillas N95, lentes, mascarillas quirúrgicas, cascos protectores con un visor transparente, traje de bioseguridad. Por la contingencia, mantienen solo consultas y procedimientos de emergencia.
“Se venía hablando por la estadística que un porcentaje de pacientes con COVID-19 tenían manifestaciones gastrointestinales y estamos viendo pacientes con diarrea antes de hacer el cuadro respiratorio. Estamos tratando siempre de hacer un reporte epidemiológico cuando el paciente va a la consulta para saber y hacer pesquisa por si realmente es una diarrea infecciosa o si es que el paciente está positivo para COVID-19”, dice y destaca que esto ocurre cuando se les permite hacer las pruebas, que son manejadas por el sector público.
En la Clínica coincidía en sus labores con el ginecólogo Manuel Romero, quien murió el pasado 24 de junio. También conocía a Carlos Castillo, quien trabajaba en el Hospital Régulo Pachano Añez. Ambos figuran en la lista de siete trabajadores de la salud fallecidos por COVID-19 en el Zulia sin ser reconocidos por las autoridades.
«No sabemos qué es lo que está pasando. No sabemos si es que no da chance de tomarle la prueba PCR y no lo cuentan, aunque ya tenía la prueba rápida positiva”, señala. «Vivimos más en los centros de salud que en nuestras propias casas.-Con el doctor Manuel Romero, teniendo otra especialidad muy distinta a la mía coincidíamos en pabellón y pasillos en la Clínica. Carlos Castillo fue mi compañero de clase. Es gente que repercute, son muertes que te mueven la fibra”.
Añade que hay pacientes que desarrollan todo el cuadro clínico de COVID-19: presentan neumonía e insuficiencia respiratoria severa y fallecen velozmente. En medio de la pandemia, a Parra le preocupan los cupos de cuidados intensivos y la capacidad de dar ventilación mecánica a los pacientes. Para el especialista de la Sociedad Venezolana de Gastroenterología, es vital cumplir con las medidas de higiene y distanciamiento para que tanto médicos como la población general tengan la menor exposición posible al coronavirus.
El pasado 22 de junio, el Colegio de Médicos del estado Zulia emitió una «alerta roja» ante el aumento de pacientes con COVID-19 en la entidad para motivar a la comunidad a tener un mayor compromiso de cuidados y para lograr mayor responsabilidad para la atención de la epidemia por parte de las autoridades sanitarias.
Dos días después, el Hospital Universitario de Maracaibo inició la búsqueda de personal y materiales a través del programa Voluntariado COVID-19. Solicitan llevar con urgencia oxímetros de pulso, antibacterial, alcohol mascarillas N95, tubos endotraqueales, lentes, sillas de ruedas y camillas a los centros de acopio.
*Nombre cambiado para proteger su identidad
Medio millón de casos y hasta 22.000 muertes: las cifras que deja la pandemia en Venezuela
Machado y Velásquez ratifican que no quieren apoyo del CNE para primarias
Plataforma unitaria y precandidatos opositores rechazan ataques contra Henrique Capriles
Comisión de Primaria pedirá reunión con el CNE para discutir asistencia técnica
“Es la primera vez que veo tantas personas enfermas juntas”, dice María*, una joven residente de posgrado del Hospital Universitario de Maracaibo (HUM), estado Zulia. Ya perdió la cuenta de la cantidad de pacientes que han atendido allí, en el principal centro para la recepción de personas con COVID-19 en el Zulia, el estado con más casos de la enfermedad en Venezuela.
El Hospital Universitario de Maracaibo, un hospital tipo IV (con capacidad para más de 300 camas), ahora atiende solo a personas con coronavirus o sospechosas de tenerlo. Todas sus especialidades y subespecialidades, desde Traumatología hasta Cirugía, se sumaron al trabajo. Desde que se agravaron los efectos de la pandemia en la entidad, el centro fue intervenido: cambió de autoridades y algunas áreas que estaban cerradas comenzaron a recibir camas para albergar más personas.
Desde finales de mayo, el mercado Las Pulgas en Maracaibo se convirtió en el principal foco de transmisión comunitaria de COVID-19 en el país e impulsó el aumento de contagios el Zulia. Hasta el 5 de julio, la entidad sumaba más de 1.500 casos y 25 fallecidos reconocidos por las autoridades. Muchos de ellos fueron atendidos en el HUM.
Otros cinco hospitales del estado fueron habilitados para recibir personas con coronavirus (Chiquinquirá, Santa Bárbara, Adolfo Pons, Noriega Trigo y Pedro García Clara), pero ningún paciente puede ser rechazado en el Universitario. Cuando acuden, son clasificados en el área de triaje con distintas categorías: graves, asintomáticos, síntomas leves y personas con comorbilidades. Aunque está repleto, todos deben ser atendidos.
“Se atiende a todo paciente por igual. Si viene con prueba rápida positiva, se le vuelve a hacer la prueba y se le llena la ficha epidemiológica”, expresa María.
Cuando María llega al HUM y debe entrar a las “zonas rojas”, las áreas con mayor posibilidad de contagio de COVID-19, tiene que buscar en la Dirección sus equipos de protección personal: pantalón de mono y camisa, overol, dos tapabocas, cuatro botas quirúrgicas, dos gorros, lentes, máscara facial y bata quirúrgica.
Los estudiantes de posgrado trabajan por turnos: cada piso tiene residentes fijos por 24 horas. Hay tres residentes y un médico adjunto por ala, izquierda y derecha. Los residentes se encargan de examinar a los pacientes y luego pasan revista con los adjuntos. En la emergencia debe haber ocho residentes unos trabajan mañana y noche, y otros trabajan la tarde y la madrugada para así tener menor exposición al virus.
María ha visto pacientes que temen, pacientes que mueren y pacientes que responden bien a algunos medicamentos y se recuperan. Pero para ella nada es más difícil que ver tantas personas en malas condiciones, querer ayudarlas y satisfacer sus necesidades, pero no poder hacerlo cuando incrementan las complicaciones de la enfermedad, que aún no tiene vacuna o tratamiento.
“Hay algunos pacientes que no toleran bien la noticia de que son positivos. Los pacientes quedan impactados y se ponen a llorar. Te miran a la cara y te preguntan si se van a salvar”, expresa. “Este virus es agresivo con pacientes diabéticos, con enfermedades cardíacas, oncológicas, con diálisis, con enfermedades autoinmunes. A veces hay cosas que se van de nuestras manos. Uno siente impotencia porque quiere ayudarlos más, pero uno hace hasta donde más puede”.
La joven residente no olvida la cara de un paciente que intubó y que tenía miedo de dormirse y no despertar. Ante las reacciones de las personas, el centro asistencial dispuso atención psicológica y psiquiátrica para aquellos que necesiten apoyo para asimilar su diagnóstico y para aquellos trabajadores de la salud afectados. Sin embargo, María siempre trata de calmar y darles ánimo a las personas. Cada vez que termina una guardia, sale del Hospital Universitario de Maracaibo con más ganas de seguir leyendo y actualizándose sobre coronavirus, sus síntomas, vías de detección y sus nuevas complicaciones.
En el sector privado, en el Centro Clínico La Sagrada Familia, el gastroenterólogo Edgmar Parra está atento a esas complicaciones. Por ser una institución privada, todo el equipo de protección personal es costeado por ellos mismos: mascarillas N95, lentes, mascarillas quirúrgicas, cascos protectores con un visor transparente, traje de bioseguridad. Por la contingencia, mantienen solo consultas y procedimientos de emergencia.
“Se venía hablando por la estadística que un porcentaje de pacientes con COVID-19 tenían manifestaciones gastrointestinales y estamos viendo pacientes con diarrea antes de hacer el cuadro respiratorio. Estamos tratando siempre de hacer un reporte epidemiológico cuando el paciente va a la consulta para saber y hacer pesquisa por si realmente es una diarrea infecciosa o si es que el paciente está positivo para COVID-19”, dice y destaca que esto ocurre cuando se les permite hacer las pruebas, que son manejadas por el sector público.
En la Clínica coincidía en sus labores con el ginecólogo Manuel Romero, quien murió el pasado 24 de junio. También conocía a Carlos Castillo, quien trabajaba en el Hospital Régulo Pachano Añez. Ambos figuran en la lista de siete trabajadores de la salud fallecidos por COVID-19 en el Zulia sin ser reconocidos por las autoridades.
«No sabemos qué es lo que está pasando. No sabemos si es que no da chance de tomarle la prueba PCR y no lo cuentan, aunque ya tenía la prueba rápida positiva”, señala. «Vivimos más en los centros de salud que en nuestras propias casas.-Con el doctor Manuel Romero, teniendo otra especialidad muy distinta a la mía coincidíamos en pabellón y pasillos en la Clínica. Carlos Castillo fue mi compañero de clase. Es gente que repercute, son muertes que te mueven la fibra”.
Añade que hay pacientes que desarrollan todo el cuadro clínico de COVID-19: presentan neumonía e insuficiencia respiratoria severa y fallecen velozmente. En medio de la pandemia, a Parra le preocupan los cupos de cuidados intensivos y la capacidad de dar ventilación mecánica a los pacientes. Para el especialista de la Sociedad Venezolana de Gastroenterología, es vital cumplir con las medidas de higiene y distanciamiento para que tanto médicos como la población general tengan la menor exposición posible al coronavirus.
El pasado 22 de junio, el Colegio de Médicos del estado Zulia emitió una «alerta roja» ante el aumento de pacientes con COVID-19 en la entidad para motivar a la comunidad a tener un mayor compromiso de cuidados y para lograr mayor responsabilidad para la atención de la epidemia por parte de las autoridades sanitarias.
Dos días después, el Hospital Universitario de Maracaibo inició la búsqueda de personal y materiales a través del programa Voluntariado COVID-19. Solicitan llevar con urgencia oxímetros de pulso, antibacterial, alcohol mascarillas N95, tubos endotraqueales, lentes, sillas de ruedas y camillas a los centros de acopio.
*Nombre cambiado para proteger su identidad