Gabriela se despidió de la vanidad para decirle adiós a su seno, Judit se apoyó en su familia y en personas cercanas para superar al cáncer de mama y Mildred emprendió nuevos proyectos y, gracias a algunos premios, ha podido financiar parte de su tratamiento.
Con motivo de este 19 de octubre, Día mundial de la lucha contra el cáncer de mama, tres mujeres reviven sus experiencias, recuerdan cómo superaron el miedo y las adversidades y cuentan sus nuevas formas de ver la vida tras padecer cáncer de mama, el primer tipo de cáncer en las mujeres en Venezuela.
Gabriela Torres trabajaba como enfermera en ambulancias de paramédicos y atravesaba el desalojo del lugar donde vivía alquilada cuando, en medio del estrés, notó que su seno izquierdo estaba distinto. Un día se estaba vistiendo cuando su esposo también se dio cuenta del cambio. «Ahí tienes algo», le dijo mientras señalaba justo donde tenía una pelotita.
Su atención se centró en buscar un lugar donde vivir junto a sus dos hijos y su pareja, pero cada vez el seno le molestaba más. Lucía arrugado y seco, como la piel de una naranja, y su pezón se veía más pequeño. Finalmente pudo acudir al médico con ayuda de algunos amigos y familiares. Tras pasar por varias evaluaciones y opiniones, finalmente le diagnosticaron un carcinoma ductal infiltrante en la mama izquierda.
Corría el año 2016 y su cáncer estaba tan avanzado que no dio tiempo de aplicarle primero algún tipo de tratamiento: tenía que someterse pronto a una mastectomía radical izquierda. Pero en ese momento, en el Instituto Oncológico Dr. Luis Razetti de Caracas no había cupo para operarla, por lo que tuvo que tocar otras puertas. Buscó apoyo de sus allegados y de su familia para hacerse exámenes y su doctora le sugirió solicitar una ayuda económica en el Banco Central de Venezuela (BCV). En 15 días la obtuvo.
«El día de la operación levanté la cobija y me despedí de mi seno. Le dije ‘te tienes que ir para vivir yo, perdóname antes por no aceptarte como eras'», rememora.
Gaby afirma que la enfermedad le enseñó a ser valiente | Foto: Mairet Chourio
Después volvió al oncológico Luis Razetti, donde recibió 16 ciclos de quimioterapia. Luego pasó por una clínica en San Bernardino para recibir 28 sesiones de radioterapia con apoyo de una amiga que vendía galletas en Ecuador. En 2018, por falta de tratamiento, tuvo que someterse a otra operación donde le extirparon los ovarios.
Actualmente, a sus 37 años, sigue en tratamiento. Lo consigue con ayuda de fundaciones o cuando llega al hospital. Debe tomarlo por lo menos durante 10 años. Ya no trabaja en las ambulancias: hace algunos trabajos de modo particular y que no ameriten fuerza.
Para Gabriela, padecer cáncer de mama fue un cambio que volteó su mundo. «Yo veía las cosas de otra manera. Era malcriada, caprichosa, vanidosa, y después de este proceso, de verme sin mama, sin cabello, sin cejas, sin pestañas…. fue una lección. Dios me dijo ‘sin cabello eres linda, sin pestañas y sin cejas sigues siendo linda, tienes que levantarte y verte al espejo y decir estoy viva'», cuenta.
Hoy agradece que su esposo estuvo allí junto a ella lidiando con los niños, la casa y el trabajo. «Él también sufría pero no me lo decía», recuerda. Hoy envía un mensaje a todas las familias de las personas con cáncer de mama y otras patologías oncológicas en Venezuela a apoyar a sus seres queridos.
«No es fácil lidiar con un ser querido así, que no sabes si se va o se queda, pero siempre es bueno tener una buena palabra, un buen detalle, una frase bonita o que se sienten a escuchar. Siempre es bueno sentir a alguien al lado. Es muy reconfortante», dice.
Gaby afirma que con fe todo se puede superar | Foto: Mairet Chourio
Judit Ortiz tenía 61 años cuando sintió una pelotita en su seno. Al notarla, decidió consultar en la enfermería del Colegio Internacional de Caracas, su lugar de trabajo desde hace más de una década. Siguiendo la recomendación de una enfermera, fue con urgencia al ginecólogo. Al confirmar que había algo extraño, de modo inmediato la refirió con una mastóloga para confirmar el diagnóstico y le ordenaron exámenes preoperatorios.
En un mes ya estaba lista para operarse, pero todo era muy costoso. Reunió sus ahorros, acudió a sus familiares y a sus compañeros de trabajo, pues su seguro médico no cubría todos los gastos. Finalmente la operaron. Le preocupaba perder su seno, pero solo le extirparon el tumor. También recibió radioterapias. Cumplió 21 días de reposo y, sin dudarlo, volvió al trabajo.
Luego empezó a recibir quimioterapias, pero nunca detuvo sus labores: «Después de las quimios me iba a trabajar. Me siento superafortunada porque sé que hay gente a la que le sienta muy mal la quimio, pero lo soporté muy bien».
Su familia fue un apoyo valioso para Judit: cuando comenzó a perder cabello, sus hijos también se raparon como gesto de solidaridad. La calidez de su círculo más cercano y de sus compañeros de trabajo fue fundamental para su recuperación, pues afirma que era eso lo que le daba ánimo para seguir .
Judit es secretaria bilingüe del Colegio Internacional de Caracas, lugar al que no dejó de asistir mientras recibía quimioterapias | Foto: Mairet Chourio
«Es como que Dios te permite seguir viviendo y ves las cosas de otras manera. Es tratar de disfrutar al máximo tu vida con tus hijos y tus amigos y ayudar a mucha gente que de verdad está pasándola mal. Eso trato de hacer ahora en el colegio, donde hay otra señora que también está con cáncer de mama y le volvió a salir otro tumor. Hay otra señora con otro tipo de cáncer y hay un señor que también le dio cáncer de próstata», dice.
Hoy, a sus 64 años, trata de comer más sano, hace actividad física (como dar vueltas en la cancha del colegio) y ya no se tiñe el cabello. Asegura que siempre intenta apoyar a toda persona que esté atravesando una enfermedad. «Es importante que el enfermo sepa que no lo olvidaron, que no lo aparten», expresa. «Incluso tengo un amigo con COVID-19 y todos los días le escribo y trato de que se sienta mejor y sepa que la gente está con él».
Para este día de la lucha contra el cáncer de mama, llama a todas las mujeres que sientan algo extraño en su cuerpo a acudir al médico de manera inmediata y no dejarse vencer por el miedo: «Lo primero es ir al médico y no tener miedo. Uno le tiene miedo a la palabra cáncer, pero hay que enfrentar la palabra».
Judit Ortiz afirma que intenta ser solidaria con todas las personas a su alrededor | Foto: Mairet Chourio
Mildred Varela llevaba una vida rutinaria, casi como una autómata. De lunes a viernes trabajaba, llevaba a su hija de cinco años al colegio y compartía sus responsabilidades laborales con sus quehaceres del hogar. A finales de 2013, su cotidianidad cambió: le detectaron un nódulo de 6 milímetros en su seno izquierdo. En menos de un año empezó a sentir dolor en los ganglios a nivel de la axila y una acción sencilla como levantar su brazo izquierdo se le hacía difícil.
En 2014 decidió ir al médico del seguro que tenía en ese entonces. «Está calcificado, hay que biopsiarte», le dijo. Le hablaba con rudeza y usaba términos nuevos para ella, quien ya tenía otros nódulos de 1 milímetro alrededor del seno. Así, decidió buscar otro especialista, quien le explicó con dulzura. Sin embargo, cuando le confirmaron que tenía cáncer de mama, comenzó a llorar.
«Pensé en todos los momentos malos que había tenido y que en todos estaba Dios. ¿Por qué este sería la excepción?», cuenta. A pesar de que antes de la enfermedad usaba prótesis mamarias, ya no le importaba si después no las podría usar o si perdía cabello. «Yo decía ‘lo que quiero es vivir’. No me importaba mi cabello ni que me amputaran mi seno».
Mildred Varela no ha dejado de trabajar durante la pandemia | Foto: Mairet Chourio
Antes de su diagnóstico, vivía, según recuerda, para complementar los sueños en común de su familia, pero no tenía sueños individuales. Pese a las dificultades, asegura que la enfermedad le permitió crecer más como ser humano.
«Antes me afanaba mucho por tener mi casa limpia, por tener todo en orden, ahora lo tomo con más calma», resalta. «Lo más importante que tenemos es la salud y que bien vale la pena tomarse el tiempo y el dinero para ir al médico a hacerse un chequeo al menos una vez al año. No hay que dejar que el miedo lo paralice a uno ni dejar el tiempo pasar».
Mildred ahora es una de las representantes de la Asociación Civil Conquistando la Vida (Aconvida), que se dedica a apoyar a personas con cáncer. Su labor no se ha detenido durante la pandemia. Hoy asegura que tener cáncer de mama no es una sentencia de muerte, pues si se detecta a tiempo tiene muchas probabilidades de cura. A propósito de este 19 de octubre, también insta a los hombres a hacerse un autoexamen.
«A los hombres también les puede dar cáncer de mama. Es importante que se toquen el pecho y las axilas. Cuando hay algo anormal en las mamas, las axilas también pueden disparar una alerta», expresa.
Aún debe tomar tratamiento. En 2018 participó en el documental «Está todo bien«, dirigido por el cineasta venezolano Tuki Jencquel, que ha obtenido múltiples reconocimientos, como los premios a mejor película en Documenta Caracas o el Festival Internacional de Cine Documental de Derechos Humanos One World, por mostrar la crisis de salud venezolana.
Gracias a los premios, Mildred pudo obtener tratamiento para un año: «Aún sigo en tratamiento oral, que es por diez años. Gracias a esos premios lo puedo seguir tomando, porque es costoso».
Gracias a los premios, Mildred ha podido pagar parte de su tratamiento oral | Foto: Mairet Chourio
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Gabriela se despidió de la vanidad para decirle adiós a su seno, Judit se apoyó en su familia y en personas cercanas para superar al cáncer de mama y Mildred emprendió nuevos proyectos y, gracias a algunos premios, ha podido financiar parte de su tratamiento.
Con motivo de este 19 de octubre, Día mundial de la lucha contra el cáncer de mama, tres mujeres reviven sus experiencias, recuerdan cómo superaron el miedo y las adversidades y cuentan sus nuevas formas de ver la vida tras padecer cáncer de mama, el primer tipo de cáncer en las mujeres en Venezuela.
Gabriela Torres trabajaba como enfermera en ambulancias de paramédicos y atravesaba el desalojo del lugar donde vivía alquilada cuando, en medio del estrés, notó que su seno izquierdo estaba distinto. Un día se estaba vistiendo cuando su esposo también se dio cuenta del cambio. «Ahí tienes algo», le dijo mientras señalaba justo donde tenía una pelotita.
Su atención se centró en buscar un lugar donde vivir junto a sus dos hijos y su pareja, pero cada vez el seno le molestaba más. Lucía arrugado y seco, como la piel de una naranja, y su pezón se veía más pequeño. Finalmente pudo acudir al médico con ayuda de algunos amigos y familiares. Tras pasar por varias evaluaciones y opiniones, finalmente le diagnosticaron un carcinoma ductal infiltrante en la mama izquierda.
Corría el año 2016 y su cáncer estaba tan avanzado que no dio tiempo de aplicarle primero algún tipo de tratamiento: tenía que someterse pronto a una mastectomía radical izquierda. Pero en ese momento, en el Instituto Oncológico Dr. Luis Razetti de Caracas no había cupo para operarla, por lo que tuvo que tocar otras puertas. Buscó apoyo de sus allegados y de su familia para hacerse exámenes y su doctora le sugirió solicitar una ayuda económica en el Banco Central de Venezuela (BCV). En 15 días la obtuvo.
«El día de la operación levanté la cobija y me despedí de mi seno. Le dije ‘te tienes que ir para vivir yo, perdóname antes por no aceptarte como eras'», rememora.
Gaby afirma que la enfermedad le enseñó a ser valiente | Foto: Mairet Chourio
Después volvió al oncológico Luis Razetti, donde recibió 16 ciclos de quimioterapia. Luego pasó por una clínica en San Bernardino para recibir 28 sesiones de radioterapia con apoyo de una amiga que vendía galletas en Ecuador. En 2018, por falta de tratamiento, tuvo que someterse a otra operación donde le extirparon los ovarios.
Actualmente, a sus 37 años, sigue en tratamiento. Lo consigue con ayuda de fundaciones o cuando llega al hospital. Debe tomarlo por lo menos durante 10 años. Ya no trabaja en las ambulancias: hace algunos trabajos de modo particular y que no ameriten fuerza.
Para Gabriela, padecer cáncer de mama fue un cambio que volteó su mundo. «Yo veía las cosas de otra manera. Era malcriada, caprichosa, vanidosa, y después de este proceso, de verme sin mama, sin cabello, sin cejas, sin pestañas…. fue una lección. Dios me dijo ‘sin cabello eres linda, sin pestañas y sin cejas sigues siendo linda, tienes que levantarte y verte al espejo y decir estoy viva'», cuenta.
Hoy agradece que su esposo estuvo allí junto a ella lidiando con los niños, la casa y el trabajo. «Él también sufría pero no me lo decía», recuerda. Hoy envía un mensaje a todas las familias de las personas con cáncer de mama y otras patologías oncológicas en Venezuela a apoyar a sus seres queridos.
«No es fácil lidiar con un ser querido así, que no sabes si se va o se queda, pero siempre es bueno tener una buena palabra, un buen detalle, una frase bonita o que se sienten a escuchar. Siempre es bueno sentir a alguien al lado. Es muy reconfortante», dice.
Gaby afirma que con fe todo se puede superar | Foto: Mairet Chourio
Judit Ortiz tenía 61 años cuando sintió una pelotita en su seno. Al notarla, decidió consultar en la enfermería del Colegio Internacional de Caracas, su lugar de trabajo desde hace más de una década. Siguiendo la recomendación de una enfermera, fue con urgencia al ginecólogo. Al confirmar que había algo extraño, de modo inmediato la refirió con una mastóloga para confirmar el diagnóstico y le ordenaron exámenes preoperatorios.
En un mes ya estaba lista para operarse, pero todo era muy costoso. Reunió sus ahorros, acudió a sus familiares y a sus compañeros de trabajo, pues su seguro médico no cubría todos los gastos. Finalmente la operaron. Le preocupaba perder su seno, pero solo le extirparon el tumor. También recibió radioterapias. Cumplió 21 días de reposo y, sin dudarlo, volvió al trabajo.
Luego empezó a recibir quimioterapias, pero nunca detuvo sus labores: «Después de las quimios me iba a trabajar. Me siento superafortunada porque sé que hay gente a la que le sienta muy mal la quimio, pero lo soporté muy bien».
Su familia fue un apoyo valioso para Judit: cuando comenzó a perder cabello, sus hijos también se raparon como gesto de solidaridad. La calidez de su círculo más cercano y de sus compañeros de trabajo fue fundamental para su recuperación, pues afirma que era eso lo que le daba ánimo para seguir .
Judit es secretaria bilingüe del Colegio Internacional de Caracas, lugar al que no dejó de asistir mientras recibía quimioterapias | Foto: Mairet Chourio
«Es como que Dios te permite seguir viviendo y ves las cosas de otras manera. Es tratar de disfrutar al máximo tu vida con tus hijos y tus amigos y ayudar a mucha gente que de verdad está pasándola mal. Eso trato de hacer ahora en el colegio, donde hay otra señora que también está con cáncer de mama y le volvió a salir otro tumor. Hay otra señora con otro tipo de cáncer y hay un señor que también le dio cáncer de próstata», dice.
Hoy, a sus 64 años, trata de comer más sano, hace actividad física (como dar vueltas en la cancha del colegio) y ya no se tiñe el cabello. Asegura que siempre intenta apoyar a toda persona que esté atravesando una enfermedad. «Es importante que el enfermo sepa que no lo olvidaron, que no lo aparten», expresa. «Incluso tengo un amigo con COVID-19 y todos los días le escribo y trato de que se sienta mejor y sepa que la gente está con él».
Para este día de la lucha contra el cáncer de mama, llama a todas las mujeres que sientan algo extraño en su cuerpo a acudir al médico de manera inmediata y no dejarse vencer por el miedo: «Lo primero es ir al médico y no tener miedo. Uno le tiene miedo a la palabra cáncer, pero hay que enfrentar la palabra».
Judit Ortiz afirma que intenta ser solidaria con todas las personas a su alrededor | Foto: Mairet Chourio
Mildred Varela llevaba una vida rutinaria, casi como una autómata. De lunes a viernes trabajaba, llevaba a su hija de cinco años al colegio y compartía sus responsabilidades laborales con sus quehaceres del hogar. A finales de 2013, su cotidianidad cambió: le detectaron un nódulo de 6 milímetros en su seno izquierdo. En menos de un año empezó a sentir dolor en los ganglios a nivel de la axila y una acción sencilla como levantar su brazo izquierdo se le hacía difícil.
En 2014 decidió ir al médico del seguro que tenía en ese entonces. «Está calcificado, hay que biopsiarte», le dijo. Le hablaba con rudeza y usaba términos nuevos para ella, quien ya tenía otros nódulos de 1 milímetro alrededor del seno. Así, decidió buscar otro especialista, quien le explicó con dulzura. Sin embargo, cuando le confirmaron que tenía cáncer de mama, comenzó a llorar.
«Pensé en todos los momentos malos que había tenido y que en todos estaba Dios. ¿Por qué este sería la excepción?», cuenta. A pesar de que antes de la enfermedad usaba prótesis mamarias, ya no le importaba si después no las podría usar o si perdía cabello. «Yo decía ‘lo que quiero es vivir’. No me importaba mi cabello ni que me amputaran mi seno».
Mildred Varela no ha dejado de trabajar durante la pandemia | Foto: Mairet Chourio
Antes de su diagnóstico, vivía, según recuerda, para complementar los sueños en común de su familia, pero no tenía sueños individuales. Pese a las dificultades, asegura que la enfermedad le permitió crecer más como ser humano.
«Antes me afanaba mucho por tener mi casa limpia, por tener todo en orden, ahora lo tomo con más calma», resalta. «Lo más importante que tenemos es la salud y que bien vale la pena tomarse el tiempo y el dinero para ir al médico a hacerse un chequeo al menos una vez al año. No hay que dejar que el miedo lo paralice a uno ni dejar el tiempo pasar».
Mildred ahora es una de las representantes de la Asociación Civil Conquistando la Vida (Aconvida), que se dedica a apoyar a personas con cáncer. Su labor no se ha detenido durante la pandemia. Hoy asegura que tener cáncer de mama no es una sentencia de muerte, pues si se detecta a tiempo tiene muchas probabilidades de cura. A propósito de este 19 de octubre, también insta a los hombres a hacerse un autoexamen.
«A los hombres también les puede dar cáncer de mama. Es importante que se toquen el pecho y las axilas. Cuando hay algo anormal en las mamas, las axilas también pueden disparar una alerta», expresa.
Aún debe tomar tratamiento. En 2018 participó en el documental «Está todo bien«, dirigido por el cineasta venezolano Tuki Jencquel, que ha obtenido múltiples reconocimientos, como los premios a mejor película en Documenta Caracas o el Festival Internacional de Cine Documental de Derechos Humanos One World, por mostrar la crisis de salud venezolana.
Gracias a los premios, Mildred pudo obtener tratamiento para un año: «Aún sigo en tratamiento oral, que es por diez años. Gracias a esos premios lo puedo seguir tomando, porque es costoso».
Gracias a los premios, Mildred ha podido pagar parte de su tratamiento oral | Foto: Mairet Chourio