Francisco José Rojas Gómez estaba cerca de cumplir seis añitos cuando falleció en el Hospital Pastor Oropeza el pasado 3 de junio. Desde sus dos años, luchó contra la hemofilia tipo A severa, bien llevada por la profilaxis -tratamiento preventivo-, y con dos hemorragias cerebrales, que no pasaron a mayores por ser tratadas oportunamente. La tercera, luego de estar hospitalizado durante ocho días sufriendo para conseguir su tratamiento, acabó con su vida.
Francisco vivía con su familia en Boca de Mangle, estado Falcón. Desde los tres meses que se le detectó la hemofilia, debía viajar para conseguir su tratamiento: en su pueblo no había. Primero, viajaban mensualmente a Caracas, hasta que, cuando el niño tenía año y medio, lo refirieron al Hospital Pediátrico Niño Jesús, en San Felipe, Yaracuy, y los viajes a Caracas pasaron a ser trimestrales, solo para control.
El 20 de mayo empezó lo peor para Dionisio Rojas, su papá. Francisco tuvo vómito y dolor de cabeza, que controló con acetaminofén, pero la falta del factor de coagulación XII ya estaba haciéndose notar. El pequeño empezó a tener hematomas en las piernas y se le inflamó el cuello, por lo que se trasladaron a Yaracuy para tratarlo. De allí, lo remitieron al hospital barquisimetano, donde lamentablemente murió.
Aunque para salvarlo usaron hasta tratamientos vencidos, no pudieron lograrlo: a las 4:20 de un viernes, falleció. Su padre relató a Efecto Cocuyo que durante la enfermedad de su pequeño, en más de una ocasión peleó para poder conseguir su tratamiento. “El 17 de mayo hablé con el Seguro Social y me dijeron que no me podían ayudar, que en el país no había tratamiento y que el gobierno lo había comprado pero no llegaba hasta dentro de dos meses. Yo les pregunté si ellos de verdad creían que mi hijo iba a durar dos meses sin su medicina”.
Hoy en día, Dionisio reza porque nadie más tenga que pasar por lo que él pasó. Confesó que cree que el gobierno no está tratando de forma debida el tema de los medicamentos, y dijo “le pido al presidente que se apiade de los demás pacientes, que esperan tratamiento”.
El último niño en fallecer dentro de la crisis de salud del país fue Pedro Lizandro Ortega Álvarez, que tenía un LOE retroperitoneal, es decir, una Lesión de Ocupación de Espacio en la región visceral abdominopélvica. Murió el 25 de junio luego de batallar para encontrar Hidrasec, un antisecretor intestinal, Benutrex (complejo B hidrosoluble), Ketoprofeno (un antiinflamatorio), ácido fólico y Ciclokan (para prevenir el sangrado excesivo).
Antes de él, vino Oliver Sánchez, el caso más sonado puesto que su foto con un cartel que decía “quiero curarme paz salud” en una protesta en Altamira, se difundió en los medios de comunicación internacionales. Oliver tenía linfoma de Hodgkin y sus papás vieron tiempos duros para conseguir Fenobarbital y Epamin, anticonvulsivos, y Trileptal, antiepiléptico. Aunque Oliver lograba completar su tratamiento, no lo hacía de forma oportuna, y constantemente tenía que recurrir a donaciones porque en las farmacias no había.
En febrero, Maikel Mancilla, de 14 años de edad, epiléptico y autista, murió el 26 de febrero luego de convulsionar durante cinco días por no tener Lamotrigina. “Ya no quiero ver a mi hijo sufriendo”, dijo Yamaris Peña, su madre, expectante al borde de la cama de su niño en el Hospital Pérez Carreño, en Caracas.
Su muerte llegó apenas 15 días después de quedarse sin medicinas. En ese período, su familia se trasladó a Valencia, estado Carabobo, y Maracay, estado Aragua, a buscar donaciones, pero no fueron suficientes. En Badan (Banco de Drogas Antineoplásicas) Caracas le dieron una ampolla de un medicamento “parecido”, pero su doctora se negó a dárselo porque podría ser peligroso.
El 13 de diciembre Adriana Medina compartió en su cuenta de Twitter que su sobrino, de tres añitos, había fallecido por no tener Cardioxane, que sirve para proteger al corazón de los efectos de la quimioterapia.
A principios de marzo una niña oriunda de Maracaibo, en Zulia, murió mientras esperaba un trasplante de médula ósea, en el Hospital de Especialidades Pediátricas (HEP). “Es muy lamentable que los niños pasen por esto. Entiendo las dificultades económicas por las que atraviesa el país, pero no es excusa”, dijo en ese entonces Manuel Barreto, representante de otro de los niños que esperaba su turno para ser trasplantado.
Foto: La Patilla