A propósito de los errores cada vez más visibles, comentados y juzgados con demasiada saña en las redes sociales por parte de líderes políticos, es importante analizar el contexto actual de las relaciones y las formas de comunicación política que entrelazan el ejercicio de la ciudadanía y las disputas por el poder.
Es indudable que las redes sociales se han convertido en un nuevo tribunal ad-hoc que tiene la capacidad de juzgar con mucha dureza el proceder y la actuación de los líderes en diversos ámbitos. Su visibilidad, inmediatez y la facilidad de acceso han creado una instancia donde todo se sabe y se quiere discutir. Si a eso le sumamos, los millones de cuentas fantasmas creadas para impulsar tendencias, tenemos entonces un espacio al cual no se puede ir sin preparación previa.
En ese sentido, hacer vocería política, económica, social, cultural e inclusive académica, entre otras, hoy en día no se puede hacer con los mismos parámetros de hace diez años. Muchas cosas han cambiado, unas para bien y otras para peor, pero el impacto específico que están teniendo las nuevas formas de comunicación desarrolladas en el ámbito digital, han transformado radicalmente los formatos para hacerse entender. Por ello, frente a tan relevante fenomenología, cada líder debe ser un comunicador social en potencia adecuado a los nuevos tiempos sino quiere lucir desfasado, desconectado, sin vigencia y demás ante las nuevas audiencias interactivas.
El nivel de preparación debe ser mucho mayor que hace diez años. El señor Google es una herramienta demasiado eficaz para consultar en cualquier momento y desde cualquier lugar, con lo cual, pretender meter «gato por liebre» o alguna «mentirilla fresca» se hace mucho más complicado. Y ni que decir de la charla insustancial o excesivamente retórica que no gusta a las nuevas generaciones criados en la interacción digital constante.
El mundo de hoy, parafraseando a McLuhan, está lleno de “oxígeno, nitrógeno y redes sociales”. Es impresionante cómo la atención que tienen los usuarios a nivel global se centra en las redes sociales. Este fenómeno obliga a repensar el tema del ejercicio de la vocería por parte de los líderes que corren el riesgo de ser barridos en un instante por algún tipo de error, que puede ser juzgado con demasiada severidad por parte de la opinión pública de la era digital.
Verbigracia, tirar flechas ya no da réditos de apoyo popular. La charlatanería en estos tiempos no brinda ganancias a quien la practica. Sin coherencia, sindéresis, direccionalidad, claridad y soporte es difícil conectar; aún más, si no se tiene cierta irreverencia para polarizar en temas cruciales que impacten el sentimiento generalizado de las personas en la actualidad. Ser vocero requiere emoción, sentimiento, capacidad de influencia, hasta cierto punto, don natural; pero por sobre todo, mucha preparación. La improvisación en vocería se puede pagar muy caro si no se le sabe dar “la vuelta” al asunto.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
Del mismo autor: Ciudadanía abstracta versus ciudadanía real
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Es indudable que las redes sociales se han convertido en un nuevo tribunal ad-hoc que tiene la capacidad de juzgar con mucha dureza el proceder y la actuación de los líderes en diversos ámbitos. Su visibilidad, inmediatez y la facilidad de acceso han creado una instancia donde todo se sabe y se quiere discutir. Si a eso le sumamos, los millones de cuentas fantasmas creadas para impulsar tendencias, tenemos entonces un espacio al cual no se puede ir sin preparación previa.
En ese sentido, hacer vocería política, económica, social, cultural e inclusive académica, entre otras, hoy en día no se puede hacer con los mismos parámetros de hace diez años. Muchas cosas han cambiado, unas para bien y otras para peor, pero el impacto específico que están teniendo las nuevas formas de comunicación desarrolladas en el ámbito digital, han transformado radicalmente los formatos para hacerse entender. Por ello, frente a tan relevante fenomenología, cada líder debe ser un comunicador social en potencia adecuado a los nuevos tiempos sino quiere lucir desfasado, desconectado, sin vigencia y demás ante las nuevas audiencias interactivas.
El nivel de preparación debe ser mucho mayor que hace diez años. El señor Google es una herramienta demasiado eficaz para consultar en cualquier momento y desde cualquier lugar, con lo cual, pretender meter «gato por liebre» o alguna «mentirilla fresca» se hace mucho más complicado. Y ni que decir de la charla insustancial o excesivamente retórica que no gusta a las nuevas generaciones criados en la interacción digital constante.
El mundo de hoy, parafraseando a McLuhan, está lleno de “oxígeno, nitrógeno y redes sociales”. Es impresionante cómo la atención que tienen los usuarios a nivel global se centra en las redes sociales. Este fenómeno obliga a repensar el tema del ejercicio de la vocería por parte de los líderes que corren el riesgo de ser barridos en un instante por algún tipo de error, que puede ser juzgado con demasiada severidad por parte de la opinión pública de la era digital.
Verbigracia, tirar flechas ya no da réditos de apoyo popular. La charlatanería en estos tiempos no brinda ganancias a quien la practica. Sin coherencia, sindéresis, direccionalidad, claridad y soporte es difícil conectar; aún más, si no se tiene cierta irreverencia para polarizar en temas cruciales que impacten el sentimiento generalizado de las personas en la actualidad. Ser vocero requiere emoción, sentimiento, capacidad de influencia, hasta cierto punto, don natural; pero por sobre todo, mucha preparación. La improvisación en vocería se puede pagar muy caro si no se le sabe dar “la vuelta” al asunto.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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