Los niveles de descontento social en Venezuela se han venido elevando considerablemente durante los últimos meses. El deterioro de la situación económica ha venido marcando pauta en cuanto al estímulo de este fenómeno. De cada diez venezolanos, nueve al menos se quejan del status actual de la economía.
Y de cada diez venezolanos, siete tienen una opinión contraria al esquema actual de políticas públicas y económicas llevadas a cabo por el gobierno encabezado por Nicolás Maduro Moros; de este dato, un poco más del cincuenta por ciento responsabiliza directamente al primer magistrado nacional de la debacle del país. Pareciera entonces que frente a esta coyuntura particular, el escenario estaría cantado para un relevo en el mando político de la nación que apueste por otros derroteros.
Pero, desafortunadamente para la mayoría de los venezolanos, las cosas no están para nada claras aún. Esta amplia mayoría social, que pudiera convertirse perfectamente en un “vector de fuerza” transformadora, tal como lo reflejara como categoría de análisis el fallecido investigador chileno Carlos Matus, ahora más que nunca confronta un proceso de dispersión que prácticamente diluye el descontento y lo lleva a niveles de fácil control público.
La raíz de esta dispersión tiene que ver con diversos elementos. Por una parte, se encuentra el factor hegemónico comunicacional que impide conocer la realidad en tiempo real sin filtros estatales. Esto ha ocasionado que la sociedad, en muchas oportunidades, desconozca realmente qué cosas ocurren en sus alrededores y que por ello pueda reaccionar rápidamente. Por la otra se encuentra la desconexión del liderazgo político opositor con esa gran masa de descontento nacional. Los egos, las actitudes individualistas, las estrategias cortoplacistas, la falta de coordinación política, entre muchos factores han incidido en este cortocircuito temporal.
Y por ello, en resumidas cuentas, tenemos a un país compuesto por un treinta por ciento de seguidores del gobierno y un setenta por ciento de descontentos socialmente hablando que la última vez que se conectaron políticamente fue en diciembre de 2015 en las elecciones parlamentarias nacionales y produjeron un resultado en forma de castigo al gobierno de Maduro.
No obstante, cerca del setenta por ciento de la población desea votar en las elecciones del próximo veinte de mayo aun cuando no haya un mensaje claro y esperanzador del lado opositor que los unifique. Y esto es lo realmente preocupante de la situación política actual. La falta de capitalización del descontento puede llevarnos a un clima de ingobernabilidad y anarquización en el corto plazo con consecuencias severas para el país. Si a la dispersión interna le sumamos el complejo cuadro geopolítico internacional que se ha tejido sobre Venezuela en los últimos años, podemos llegar a la conclusión de que la dispersión favorecerá el caos a corto plazo. Eso tiene que tenerlo muy claro el liderazgo político opositor. sólida que garantice los cambios económicos que la nación y el hemisferio occidental demandan.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de la entera responsabilidad de sus autores.
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Los niveles de descontento social en Venezuela se han venido elevando considerablemente durante los últimos meses. El deterioro de la situación económica ha venido marcando pauta en cuanto al estímulo de este fenómeno. De cada diez venezolanos, nueve al menos se quejan del status actual de la economía.
Y de cada diez venezolanos, siete tienen una opinión contraria al esquema actual de políticas públicas y económicas llevadas a cabo por el gobierno encabezado por Nicolás Maduro Moros; de este dato, un poco más del cincuenta por ciento responsabiliza directamente al primer magistrado nacional de la debacle del país. Pareciera entonces que frente a esta coyuntura particular, el escenario estaría cantado para un relevo en el mando político de la nación que apueste por otros derroteros.
Pero, desafortunadamente para la mayoría de los venezolanos, las cosas no están para nada claras aún. Esta amplia mayoría social, que pudiera convertirse perfectamente en un “vector de fuerza” transformadora, tal como lo reflejara como categoría de análisis el fallecido investigador chileno Carlos Matus, ahora más que nunca confronta un proceso de dispersión que prácticamente diluye el descontento y lo lleva a niveles de fácil control público.
La raíz de esta dispersión tiene que ver con diversos elementos. Por una parte, se encuentra el factor hegemónico comunicacional que impide conocer la realidad en tiempo real sin filtros estatales. Esto ha ocasionado que la sociedad, en muchas oportunidades, desconozca realmente qué cosas ocurren en sus alrededores y que por ello pueda reaccionar rápidamente. Por la otra se encuentra la desconexión del liderazgo político opositor con esa gran masa de descontento nacional. Los egos, las actitudes individualistas, las estrategias cortoplacistas, la falta de coordinación política, entre muchos factores han incidido en este cortocircuito temporal.
Y por ello, en resumidas cuentas, tenemos a un país compuesto por un treinta por ciento de seguidores del gobierno y un setenta por ciento de descontentos socialmente hablando que la última vez que se conectaron políticamente fue en diciembre de 2015 en las elecciones parlamentarias nacionales y produjeron un resultado en forma de castigo al gobierno de Maduro.
No obstante, cerca del setenta por ciento de la población desea votar en las elecciones del próximo veinte de mayo aun cuando no haya un mensaje claro y esperanzador del lado opositor que los unifique. Y esto es lo realmente preocupante de la situación política actual. La falta de capitalización del descontento puede llevarnos a un clima de ingobernabilidad y anarquización en el corto plazo con consecuencias severas para el país. Si a la dispersión interna le sumamos el complejo cuadro geopolítico internacional que se ha tejido sobre Venezuela en los últimos años, podemos llegar a la conclusión de que la dispersión favorecerá el caos a corto plazo. Eso tiene que tenerlo muy claro el liderazgo político opositor. sólida que garantice los cambios económicos que la nación y el hemisferio occidental demandan.
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