OPINIÓN · 21 AGOSTO, 2020 04:45

Este es un cuento para “pendejos”

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Antonio José Monagas

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“El arte de vivir no puede pensarse alejado de los problemas que permean la vida”

El arte de vivir no puede pensarse alejado de los problemas que permean el devenir del hombre. Sin embargo, la dificultad no radica ahí, sino en la capacidad para convertirlos en oportunidades y decisiones de aprendizaje. Incluso, en fraccionándolos para una mejor solución. Pero entre el intento y el resultado, el tiempo muestra su carácter inexorable. Avanza sin permiso. Corre sin compasión.

La cultura social y política del venezolano se ajusta por comodidad o ignorancia a las circunstancias. Esto ha llevado a que las creencias, valores, ideales, actitudes y sentimientos sociopolíticos del venezolano, se hayan extraviado entre las contingencias de una política acuciada por apetencias, vicios, corrupciones, imposiciones, violencias, intimidaciones. Todas de la mano de un Estado paternalista, presidencialista y centralista. Dado esto, se tornó en un “Estado fallido” o en un “Estado impropio”.

En el fragor de tan caótica situación, el concepto y praxis de “democracia” cayó en el abismo de las desgracias que trazaron el camino del país. Particularmente, desde que el militarismo se reivindicó con el auxilio de la pérfida combinación que abonó al desastre que ha configurado el panorama venezolano en lo que va de siglo XXI.

Este ha sido el escenario en el que tendrá cabida este cuento para “pendejos”. Y que vale comenzarlo, recordando aquella canción de Alí Primera que dice: “a veces pienso que todo el pueblo es un muchacho que va corriendo tras la esperanza que se le va (…)” Aunque la letra sigue con “dejando de ser pendejo, esa esperanza será verdad”, este no dejó de ser “pendejo”. Y fue ahí donde se ancló la dificultad que consolidó el problema. La esperanza se le fue sin poder atajarla en su asustadiza carrera. En conclusión, es la razón de la cruda crisis que afronta el país.

Este es el cuento

En tiempos no muy remotos, nacía un personaje cuyo comportamiento no era nada ameno. Por nacer en año bisiesto, el último día de febrero, lo bautizaron con el rimbombante nombre de Tribi Felón Parga y Paz. Era profundamente codicioso, soberbio y fanfarrón. Además, presuntuoso, burlón y pendenciero. A pesar de contar con los consejos de un comprensivo erudito, hacía lo que sus antojos y necedades le ordenaran. No sabía apreciar la suerte de tener para sí un perspicaz tutor.

Tribi Felón Parga y Paz envidiaba casi todo lo que sus sentidos apetecían. Tanto que por capricho y componendas, llegó a ejercer la presidencia de su país. Pero su desconsideración era tan perversa y sus arrebatos tan impredecibles, que ante una desastrosa decisión, dejó ver su grosero carácter y ostentada ignorancia. Su malcriadez, hizo que su buen tutor lo abandonara. Así que por castigo, la vida le impuso tres apesadumbrados compañeros que le causaron incómodos y tormentosos momentos. Eran, el egoísmo, el rencor y el pesar. En suma, representaban la maldad en su manifestación más vivificada.

Cada lugar que Tribi Felón pisaba, en gira presidencial, se abarrotaba de contradicciones. O de conflictos. De manera que sitio que visitaba, se veía luego derruido, arruinado o desfigurado. Por todo los problemas que levantaba, Tribi Felón Parga y Paz comenzó a reconocer lo maligno de su influencia y presencia. Los males emergían por doquier. Las desgracias surgían como ventarrones de imprevista ocurrencia.

Entendiendo que dejaba un mal rastro, optó por despedirse de la vida. No sin antes, encargar de la tramada misión a su ahijado de orines: el estridente Bigot de La Vega. Así se aseguraría completar su labor asechando y dañando todo cuanto le fuera posible. Bigot era igualmente despreciado por quienes conocían sus pataletas y tramoyas ejercidas a la fuerza. Más, cuando por emular a su padrino, condenaba opiniones que no le agradaban.

Su gestión se prestó para enturbiar el país el cual presumía suyo. Valiéndose de su papel de impostor de la presidencia usurpada, se hizo acompañar de algunas figuras de su más entera confianza. “Leales” siempre. Quizás, por la ausencia de alguien que pudiera “mejorar” sus decisiones. Así que cada decisión tomada, era peor que la anterior. Pero de ello, ni cuenta se daba. Actuaba en modo “atropello”. Creía que su gestión le generaría popularidad de sus aduladores.

Sin embargo, no todo le resultó tan mal como sus enemigos estimaban de acuerdo a rápidos cálculos prospectivos. Bigot de La Vega, tuvo alguna suerte para enquistarse. Sólo, hasta que las realidades lo permitieron. Impunemente se aprovechaba de que el país del cual se ufanaba ser el primero entre sus habitantes, tenía una importante población de “pendejos”.

A decir de insignes letrados, los pendejos eran personas a quienes los embarga la resignación y la conformidad. Pero para el escritor Arturo Uslar Pietri eran quienes por “honestidad” no sufren con meterse a pícaros pues para ello no hay castigo. Por eso los califiquen de “pendejos”. Tan bien comprendió Uslar tal realidad, que hasta redactó los estatutos de la “Orden del Pendejo”. Incluso, organizó una “Marcha de los pendejos”, cuya asistencia fue bastante concurrida.

Bigot de La Vega se empeñó en acaparar la atención de cuanto pendejo creía sus majaderías. Por ello, fue dadivoso. Pero en apariencia. Sólo que sus dádivas eran de miseria granulada. Hasta que fue descubierto de las marramuncias que hacía intentando justificar cada patraña cometida. Fue ahí cuando llegó el final de la gestión presidencial. Fue defenestrado. La justicia había tardado en arribar. La población vio en dicho acto, una lección de ciudadanía. Aunque es lamentable confirmar que buena parte de los habitantes del país, no dejaron de ser “pendejos”. No se sabe por qué razón, pero los “pendejos” prevalecieron.

Es así que colorín colorado, si de algo este cuento se ha prestado a ilustrar lo que hay detrás de una cultura política abatida, entonces sirvió para condonarle algo de la deuda que contrajeron los “pendejos” por vivir al amparo del confort. De ser así, entonces habrá valido la tarea de haber contado esto tal como sucedió. Sólo que fue en un país de “pendejos”. Como un cuadro de historia viva quedó: Un cuento para “pendejos”.

***

Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

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El arte de vivir no puede pensarse alejado de los problemas que permean el devenir del hombre. Sin embargo, la dificultad no radica ahí, sino en la capacidad para convertirlos en oportunidades y decisiones de aprendizaje. Incluso, en fraccionándolos para una mejor solución. Pero entre el intento y el resultado, el tiempo muestra su carácter inexorable. Avanza sin permiso. Corre sin compasión.

La cultura social y política del venezolano se ajusta por comodidad o ignorancia a las circunstancias. Esto ha llevado a que las creencias, valores, ideales, actitudes y sentimientos sociopolíticos del venezolano, se hayan extraviado entre las contingencias de una política acuciada por apetencias, vicios, corrupciones, imposiciones, violencias, intimidaciones. Todas de la mano de un Estado paternalista, presidencialista y centralista. Dado esto, se tornó en un “Estado fallido” o en un “Estado impropio”.

En el fragor de tan caótica situación, el concepto y praxis de “democracia” cayó en el abismo de las desgracias que trazaron el camino del país. Particularmente, desde que el militarismo se reivindicó con el auxilio de la pérfida combinación que abonó al desastre que ha configurado el panorama venezolano en lo que va de siglo XXI.

Este ha sido el escenario en el que tendrá cabida este cuento para “pendejos”. Y que vale comenzarlo, recordando aquella canción de Alí Primera que dice: “a veces pienso que todo el pueblo es un muchacho que va corriendo tras la esperanza que se le va (…)” Aunque la letra sigue con “dejando de ser pendejo, esa esperanza será verdad”, este no dejó de ser “pendejo”. Y fue ahí donde se ancló la dificultad que consolidó el problema. La esperanza se le fue sin poder atajarla en su asustadiza carrera. En conclusión, es la razón de la cruda crisis que afronta el país.

Este es el cuento

En tiempos no muy remotos, nacía un personaje cuyo comportamiento no era nada ameno. Por nacer en año bisiesto, el último día de febrero, lo bautizaron con el rimbombante nombre de Tribi Felón Parga y Paz. Era profundamente codicioso, soberbio y fanfarrón. Además, presuntuoso, burlón y pendenciero. A pesar de contar con los consejos de un comprensivo erudito, hacía lo que sus antojos y necedades le ordenaran. No sabía apreciar la suerte de tener para sí un perspicaz tutor.

Tribi Felón Parga y Paz envidiaba casi todo lo que sus sentidos apetecían. Tanto que por capricho y componendas, llegó a ejercer la presidencia de su país. Pero su desconsideración era tan perversa y sus arrebatos tan impredecibles, que ante una desastrosa decisión, dejó ver su grosero carácter y ostentada ignorancia. Su malcriadez, hizo que su buen tutor lo abandonara. Así que por castigo, la vida le impuso tres apesadumbrados compañeros que le causaron incómodos y tormentosos momentos. Eran, el egoísmo, el rencor y el pesar. En suma, representaban la maldad en su manifestación más vivificada.

Cada lugar que Tribi Felón pisaba, en gira presidencial, se abarrotaba de contradicciones. O de conflictos. De manera que sitio que visitaba, se veía luego derruido, arruinado o desfigurado. Por todo los problemas que levantaba, Tribi Felón Parga y Paz comenzó a reconocer lo maligno de su influencia y presencia. Los males emergían por doquier. Las desgracias surgían como ventarrones de imprevista ocurrencia.

Entendiendo que dejaba un mal rastro, optó por despedirse de la vida. No sin antes, encargar de la tramada misión a su ahijado de orines: el estridente Bigot de La Vega. Así se aseguraría completar su labor asechando y dañando todo cuanto le fuera posible. Bigot era igualmente despreciado por quienes conocían sus pataletas y tramoyas ejercidas a la fuerza. Más, cuando por emular a su padrino, condenaba opiniones que no le agradaban.

Su gestión se prestó para enturbiar el país el cual presumía suyo. Valiéndose de su papel de impostor de la presidencia usurpada, se hizo acompañar de algunas figuras de su más entera confianza. “Leales” siempre. Quizás, por la ausencia de alguien que pudiera “mejorar” sus decisiones. Así que cada decisión tomada, era peor que la anterior. Pero de ello, ni cuenta se daba. Actuaba en modo “atropello”. Creía que su gestión le generaría popularidad de sus aduladores.

Sin embargo, no todo le resultó tan mal como sus enemigos estimaban de acuerdo a rápidos cálculos prospectivos. Bigot de La Vega, tuvo alguna suerte para enquistarse. Sólo, hasta que las realidades lo permitieron. Impunemente se aprovechaba de que el país del cual se ufanaba ser el primero entre sus habitantes, tenía una importante población de “pendejos”.

A decir de insignes letrados, los pendejos eran personas a quienes los embarga la resignación y la conformidad. Pero para el escritor Arturo Uslar Pietri eran quienes por “honestidad” no sufren con meterse a pícaros pues para ello no hay castigo. Por eso los califiquen de “pendejos”. Tan bien comprendió Uslar tal realidad, que hasta redactó los estatutos de la “Orden del Pendejo”. Incluso, organizó una “Marcha de los pendejos”, cuya asistencia fue bastante concurrida.

Bigot de La Vega se empeñó en acaparar la atención de cuanto pendejo creía sus majaderías. Por ello, fue dadivoso. Pero en apariencia. Sólo que sus dádivas eran de miseria granulada. Hasta que fue descubierto de las marramuncias que hacía intentando justificar cada patraña cometida. Fue ahí cuando llegó el final de la gestión presidencial. Fue defenestrado. La justicia había tardado en arribar. La población vio en dicho acto, una lección de ciudadanía. Aunque es lamentable confirmar que buena parte de los habitantes del país, no dejaron de ser “pendejos”. No se sabe por qué razón, pero los “pendejos” prevalecieron.

Es así que colorín colorado, si de algo este cuento se ha prestado a ilustrar lo que hay detrás de una cultura política abatida, entonces sirvió para condonarle algo de la deuda que contrajeron los “pendejos” por vivir al amparo del confort. De ser así, entonces habrá valido la tarea de haber contado esto tal como sucedió. Sólo que fue en un país de “pendejos”. Como un cuadro de historia viva quedó: Un cuento para “pendejos”.

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