Avanzar en la dirección equivocada genera un problema irresoluble: nos lleva inevitablemente a alejarnos cada vez más de la meta trazada. No importa el esfuerzo que hagamos, cuando corremos en la dirección contraria alcanzamos extremos que pueden ser opuestos a los que nos trazamos originalmente. Construir equivocadamente puede llevarnos a la destrucción de lo que queremos edificar.

Uno entiende que si la política busca construir un espacio para la convivencia se trata, entonces, de un asunto delicado. La actividad política tiene, a fin de cuentas, la posibilidad de construir o destruir el orden político y a la sociedad que dentro de éste se ampara. Para ser un ’buen’ político no basta con querer serlo. No es casual que para los griegos y para los romanos de la antigüedad, lo político tuviese una importancia tan fundamental como la que se pone de manifiesto en los escritos que nos heredaron.

Los políticos debían ser preparados para la vida pública, no se trataba de una actividad para improvisados. En su educación privaban una serie de lecturas que se consideraban imprescindibles. No es casual la imagen del Centauro Quirón sirviendo como mentor de Aquiles. Pero, además, debemos recordar que fue Aristóteles quien se dedicó a enseñar a Alejandro Magno. Seneca plasmó un tratado de ética con el cual intentó transmitir valores; lo mismo hizo Cicerón y, por supuesto, Marco Aurelio.

Se entendía que la vida pública revestía un interés fundamental, que el ejercicio del gobierno requería de unas condiciones que estaban referidas a quien uno era, a su compromiso con una idea superior asociada a la República, al Imperio o al Poder, pero que siempre era trascendente, que no tenía un carácter autorreferencial, que no estaba limitada a los intereses particulares de cada quien. La política era considerada como algo serio.

Uno esperaría lo mismo de los políticos de nuestro tiempo. Uno esperaría que en lugar de hacer televisión, de pasar largas horas frente a Periscope haciendo discursos más o menos vacíos, de amenazar a la gente en los canales de Estado o de criticar a quienes los critican, de dedicarse a las redes sociales como si de una actividad vital se tratara, los políticos se dedicasen a buscar soluciones para los múltiples problemas que confrontamos como sociedad en los tiempos que corren. Uno puede hacer política de manera instrumental o desde una episteme particular.

Para lo primero basta con establecer una visión tecnocrática definida en razón de determinados fines. Lo segundo implica la construcción de categorías que permitan una comprensión apropiada del entorno y una intervención adecuada. Para lo primero basta con realizar un acto de voluntad que nos lleve a actuar de una manera particular y razonable. Lo segundo requiere estudio y reflexión.

Uno puede pretender decidir en función de sus propias preferencias y aspiraciones.Hay gente que se dedica, desprevenidamente, a enmascarar la realidad, se niegan a ver lo que se encuentra justo frente a sus ojos. Confieso que me asombró mucho escuchar a Julio Borges decir que aún había oportunidades para hacer el referéndum revocatorio este año. Quizás el Diputado piensa en el 28 de diciembre y nos presenta la idea como una broma del día de los inocentes.

Lo mismo sentí cuando Freddy Guevara decía que iban a declarar la falta absoluta del Presidente y convocar a elecciones en febrero. Lo mismo sucede cuando se habla de la guerra económica o de la invasión del Imperio. La cosa asombra porque al final de la historia uno no tiene más remedio que pensar que son ingenuos, que leen mal la realidad o que simplemente nos están mintiendo.

Un país serio requiere de políticos serios. Este sería un requerimiento para quienes ejercen el gobierno y para quienes se encuentran en la oposición. Se supone que el discurso público no puede desplegarse para engañar a los demás, para crear falsas expectativas o para construir a favor de intereses individuales. Una clase política empobrecida conceptual e ideológicamente tiene el potencial para destruir un país. Venezuela es un ejemplo muy claro de esa circunstancia.

Nuestra suerte no es producto de la casualidad. Hemos tenido la mala fortuna de ver como se destruye el país en manos incapaces. Lejos de resolverse, los muchos problemas que afectan a la sociedad se han multiplicado. Sufrimos los embates de una pobreza que se ha instalado entre nosotros. Una pobreza material que vivimos a diario producto de la pérdida de la capacidad adquisitiva. Pero, mucho peor, una pobreza espiritual desde la cual se ha instalado la desconfianza, el odio, la intolerancia, el revanchismo y la violencia.

No hay salidas fáciles. Debemos empezar por entender que el juego no se acaba mañana, que los tiempos en política tienen sus dinámicas particulares, que el asunto no se resuelve con una elección. Acá hace falta repensar al país, redefinir el proyecto nacional, recomponer el ámbito de la moralidad.

Son tareas pendientes que implican un ejercicio profundo de reflexión que permita rediseñarnos como sociedad, sanar las heridas, generar confianza. Se trata de tareas imprescindibles, difíciles. Se trata de todo un reto que requiere exigirle a la clase política que se coloque a la altura de los tiempos, que corrijan el rumbo, que dejen de correr en la dirección equivocada.

Foto: Jaime García

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