Durante varios años sostuve una fluida comunicación con el periodista colombiano Javier Darío Restrepo (1932-2019), a quien muchos consideramos el maestro de la ética periodística en América Latina.

Nos conocimos poco después del breve golpe de Estado y restitución en el poder de Hugo Chávez en abril de 2002. Javier Darío y otro buen amigo, German Rey, estuvieron en una delegación de periodistas colombianos que viajó en una misión a Venezuela, creo que hacia fines de aquel año, para tratar de que la polarización no arropara del todo al periodismo venezolano.

La misión colombiana fracasó. Casi ninguna figura periodística del chavismo se quiso sentar en la misma mesa con los periodistas críticos del régimen, a quienes nos señalaban de golpistas. La experiencia fallida, sin embargo, me abrió las puertas con el maestro Restrepo a quien sencillamente le llamé Javier Darío, a solicitud suya.

Desde entonces y por varios años no sólo pudimos sostener una comunicación a la distancia, sino que también nos involucramos en varias actividades de formación de periodistas. En dos ocasiones asistí a sus talleres: una vez en Cartagena y otra en Bogotá. También, en dos ocasiones propicié que Javier Darío viniese a Caracas a dictar cátedra de ética entre los periodistas y educadores venezolanos.

De aquellas enseñanzas éticas del maestro, rescato dos que él abordaba. Se trata de cuál es el rol del periodista al momento de cubrir una situación de emergencia que involucra a muchos ciudadanos, tales como un terremoto o el deslave generado por un volcán. Los ejemplos de Restrepo se pueden extrapolar a la pandemia del coronavirus, en la medida en que hoy están en peligro la vida de miles de personas.

En las clases se paseaba Javier Darío por este ejemplo clásico sobre qué le corresponde a un periodista. El reportero llega a un pueblo que ha sido azotado por una catástrofe natural, en las calles hay personas que necesitan atención médica, pero escasean médicos, enfermeros y ambulancias.

La respuesta de un ser humano, cualquiera, sería trata de aliviar a las personas afectadas. Sin embargo, el rol del periodista debe estar –aun en tales circunstancias– orientado a darle cobertura a lo que acontece y hacerle saber al resto de la sociedad las condiciones dramáticas en las que se desarrollan aquellos sucesos.

El periodista, que en muchos casos se asume como superhéroe, en realidad no lo es. Y tratar de dar atención a una persona herida, sin tener los conocimientos para ello, puede complicar más la situación.

El periodista éticamente está comprometido con informar lo que acontece y hacerlo de forma fidedigna. Ese mandato cobra mayor sentido cuando se trata de darle cobertura a una situación límite que involucra la vida de miles de personas.

Entonces, el periodista, en una situación como la que vivimos, no sustituye ni puede sustituir al médico, al personal especializado de salud. Al contrario, su deber es hacer todo lo posible por informar. Allí está su fortaleza y es ese un mandato profesional.

Y una segunda enseñanza de Javier Darío, que perfectamente se aplica en este tiempo, ante el COVID-19. A la hora de informar en situaciones límites, el primer mandato ético que tiene un periodista es protegerse a sí mismo. No colocar su vida en riesgo de forma innecesaria.

Entender cuál es nuestro rol periodístico –en tiempos de esta epidemia global–, y ejercer tal papel profesional de forma responsable. Y por encima de todo, cuidar de nuestra salud.

Gracias, maestro.

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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

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