OPINIÓN · 1 SEPTIEMBRE, 2021 05:44

No hay lugar fuera del lenguaje

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Susana Reina | @feminismoinc

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QUÉ CHÉVERE
QUÉ INDIGNANTE
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¿Se puede decir médica? Me pregunta una amiga. Claro que sí, -le digo-, el término está en el Diccionario de la Real Academia y expresamente prohíbe decir cosas como “la médico”. –Pero es que se oye como raro, dice ella. – ¿Y enfermera… ¿ese te suena raro? si enfermera suena normal ¿por qué no debería serlo gerenta, médica, ingeniera, vicepresidenta…?

Enfermera nos suena normal porque la hemos repetido hasta el cansancio y esto es básicamente porque quienes más hemos ejercido ese rol más servicial y menos calificado que un médico somos las mujeres; igual pasa con las maestras o las sirvientas, por ejemplo. Como hay menos presidentas, ministras, científicas, mecánicas, pilotas, programadoras, no las podemos nombrar tan fácil. Pero hay que hacerlo, porque el lenguaje no solo describe realidades, el lenguaje también genera ser. En cuanto lo nombro, lo que nombro empieza a existir y a fuerza de repetirlo y por costumbre empieza a oírse normal. Desde el lenguaje se construyen estos referentes para que muchas sientan que es posible alcanzar posiciones profesionales no tradicionales.

Otra amiga nos escucha y comenta: “la verdad es que insistir en este tema es una necedad de las feministas, habiendo otros asuntos más importantes que atender” … ¿Necedad? No lo creo. Es una discusión de primer orden. Antes no existían palabras para nombrarnos porque la participación de las mujeres era escasa. Pero esa situación cambió y el lenguaje es la caja de resonancia donde las transformaciones se registran, el espejo donde se mira la cultura. Negarse a esta realidad es renunciar a la factibilidad de los cambios sociales.

El poder generativo del lenguaje

El lenguaje es, por sobre todas las cosas, lo que hace de los seres humanos el tipo particular de seres que somos. Somos seres sociales que vivimos en el lenguaje. No hay lugar fuera del lenguaje desde el cual podamos observar nuestra existencia y al decir lo que decimos, al decirlo de un modo y no de otro, o no diciendo cosa alguna, abrimos o cerramos posibilidades para nosotros mismos y para los demás.

Cuando hablamos modelamos futuro. A partir de lo que dijimos o se nos dijo, a partir de lo que callamos, a partir de lo que escuchamos o no escuchamos de otros, nuestra realidad presente se moldea en un sentido o en otro. Desde la conceptualización que hacemos de lo que nos acontece, unas acciones son posibles y otras no. 

Como toda construcción cultural, las reglas lingüísticas han estado en manos de los hombres y por lo tanto el género gramatical es reflejo del sistema de creencias del orden social instituido que les subyace histórica y estructuralmente. De aquí que el lenguaje tal y como lo conocemos hoy es machista, excluyente y discriminatorio. Lo de la economía, un pretexto. Es premeditado: si no te nombran, no existes. Y si no existes, no eres ciudadana, no tienes derechos, tus problemas son invisibles y tus denuncias no son creíbles. Ese es el verdadero drama y para mí, principal razón por la que se defiende con mucha intensidad, el mantener vivo e intacto el lenguaje patriarcal. Es un asunto de poder.

Ampliar el vocabulario

Veo con preocupación cómo muchos personajes públicos se han encargado de ridiculizar, banalizar, trivializar y desestimar los reclamos que hacemos las feministas por el uso de un lenguaje que haga énfasis en la especificidad femenina. Lo hacen con argumentos que solo tienen base dentro de la lógica con la que está construido hoy, sin pararse a considerar que, como toda convención social, las viejas reglas lingüísticas pueden ser cambiadas a la par de los cambios históricos.

El español es un idioma muy rico en recursos, como para caer en el manido ellas y ellos, nosotras y nosotros, amigas y amigos. Menos aún va por la vía de usar la e, la x o el @ creyendo que con ello se está usando lenguaje que nos incluye y representa (en nombre de la inclusión, con esos falsos neutros, seguimos sin que se reconozca nuestra presencia y especificidad y el problema de fondo sigue inalterado). Lo que pasa es que hay que contar con vocabulario amplio para expresar correctamente las ideas sin usar el genérico masculino y como que da flojera pensar pues, entonces se reacciona con resistencia. Pero es posible hacerlo y manuales de consulta muy buenos los hay para quien quiera actualizarse.

Los medios de comunicación social y los “influencers” de las redes tienen rol protagónico en esta lucha a favor de la igualdad sustantiva entre hombres y mujeres, y pueden ayudar mucho si formulan y ponen en práctica políticas de lenguaje no sexista en sus declaraciones e instruyen responsablemente a sus seguidores en el uso palabras, que sean reflejo de la sociedad paritaria que nos caracteriza. Porque es que las mujeres somos el 50% de la población como para que se nos generalice en un término que solo nombra a la otra mitad ¡No somos minoría!

Por todo ello, vale la pena que se haga el esfuerzo de nombrarnos en todas las declaraciones como grupo relevante que somos, sin sentir que por ello nadie esté perdiendo poder o espacio, porque a lo que sí no vamos a renunciar las feministas es al compromiso de construir en conjunto una cultura que impida que las mujeres sigamos siendo borradas del lenguaje y de la vida.

***

Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

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Enfermera nos suena normal porque la hemos repetido hasta el cansancio y esto es básicamente porque quienes más hemos ejercido ese rol más servicial y menos calificado que un médico somos las mujeres; igual pasa con las maestras o las sirvientas, por ejemplo. Como hay menos presidentas, ministras, científicas, mecánicas, pilotas, programadoras, no las podemos nombrar tan fácil. Pero hay que hacerlo, porque el lenguaje no solo describe realidades, el lenguaje también genera ser. En cuanto lo nombro, lo que nombro empieza a existir y a fuerza de repetirlo y por costumbre empieza a oírse normal. Desde el lenguaje se construyen estos referentes para que muchas sientan que es posible alcanzar posiciones profesionales no tradicionales.

Otra amiga nos escucha y comenta: “la verdad es que insistir en este tema es una necedad de las feministas, habiendo otros asuntos más importantes que atender” … ¿Necedad? No lo creo. Es una discusión de primer orden. Antes no existían palabras para nombrarnos porque la participación de las mujeres era escasa. Pero esa situación cambió y el lenguaje es la caja de resonancia donde las transformaciones se registran, el espejo donde se mira la cultura. Negarse a esta realidad es renunciar a la factibilidad de los cambios sociales.

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El lenguaje es, por sobre todas las cosas, lo que hace de los seres humanos el tipo particular de seres que somos. Somos seres sociales que vivimos en el lenguaje. No hay lugar fuera del lenguaje desde el cual podamos observar nuestra existencia y al decir lo que decimos, al decirlo de un modo y no de otro, o no diciendo cosa alguna, abrimos o cerramos posibilidades para nosotros mismos y para los demás.

Cuando hablamos modelamos futuro. A partir de lo que dijimos o se nos dijo, a partir de lo que callamos, a partir de lo que escuchamos o no escuchamos de otros, nuestra realidad presente se moldea en un sentido o en otro. Desde la conceptualización que hacemos de lo que nos acontece, unas acciones son posibles y otras no. 

Como toda construcción cultural, las reglas lingüísticas han estado en manos de los hombres y por lo tanto el género gramatical es reflejo del sistema de creencias del orden social instituido que les subyace histórica y estructuralmente. De aquí que el lenguaje tal y como lo conocemos hoy es machista, excluyente y discriminatorio. Lo de la economía, un pretexto. Es premeditado: si no te nombran, no existes. Y si no existes, no eres ciudadana, no tienes derechos, tus problemas son invisibles y tus denuncias no son creíbles. Ese es el verdadero drama y para mí, principal razón por la que se defiende con mucha intensidad, el mantener vivo e intacto el lenguaje patriarcal. Es un asunto de poder.

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El español es un idioma muy rico en recursos, como para caer en el manido ellas y ellos, nosotras y nosotros, amigas y amigos. Menos aún va por la vía de usar la e, la x o el @ creyendo que con ello se está usando lenguaje que nos incluye y representa (en nombre de la inclusión, con esos falsos neutros, seguimos sin que se reconozca nuestra presencia y especificidad y el problema de fondo sigue inalterado). Lo que pasa es que hay que contar con vocabulario amplio para expresar correctamente las ideas sin usar el genérico masculino y como que da flojera pensar pues, entonces se reacciona con resistencia. Pero es posible hacerlo y manuales de consulta muy buenos los hay para quien quiera actualizarse.

Los medios de comunicación social y los “influencers” de las redes tienen rol protagónico en esta lucha a favor de la igualdad sustantiva entre hombres y mujeres, y pueden ayudar mucho si formulan y ponen en práctica políticas de lenguaje no sexista en sus declaraciones e instruyen responsablemente a sus seguidores en el uso palabras, que sean reflejo de la sociedad paritaria que nos caracteriza. Porque es que las mujeres somos el 50% de la población como para que se nos generalice en un término que solo nombra a la otra mitad ¡No somos minoría!

Por todo ello, vale la pena que se haga el esfuerzo de nombrarnos en todas las declaraciones como grupo relevante que somos, sin sentir que por ello nadie esté perdiendo poder o espacio, porque a lo que sí no vamos a renunciar las feministas es al compromiso de construir en conjunto una cultura que impida que las mujeres sigamos siendo borradas del lenguaje y de la vida.

***

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