OPINIÓN · 24 NOVIEMBRE, 2021 05:23

La violencia que no vemos

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Susana Reina | @feminismoinc

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QUÉ INDIGNANTE
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Michael Foucault decía “el poder está en todas partes”. El problema en la dinámica de las relaciones entre mujeres y hombres funciona de forma asimétrica, al ser ejercido en una sociedad jerarquizada por estatus social, género y creencias que reproducen dinámicas de exclusión y dominación. Cuando esta discriminación es cometida hacia las mujeres por ser eso, mujeres, las llamamos violencias machistas y como en una suerte de iceberg, vemos lo que sobresale de la superficie, pero obviamos todas las otras violencias que sostienen y permiten emerger múltiples manifestaciones de la desigualdad.

Algunas veces las violencias que se derivan de este juego de poder se expresan de forma abierta, como los golpes, las agresiones verbales o el femicidio, y otras encubiertas, que no dejan marcas visibles. A estas se les llama micromachismos o violencia simbólica, por esa condición de estar normalizada socialmente, incluso alentada y justificada. Pero no por operar de manera soterrada hace menos daño, todo lo contrario, tiene consecuencias psicológicas y emocionales durísimas sobre quienes es ejercida, porque impone mandatos sociales no deseados que restringen libertades y llevan a cuestionar la propia valía.

¿Qué es la violencia simbólica?

El sociólogo francés, Pierre Bourdieu, fue quien propuso este término para describir una relación social asimétrica donde el «dominador» ejerce violencia indirecta y no físicamente directa en contra de los «dominados». Lo más interesante es que esas relaciones de dominación se asumen, incluso por quienes sufren el sometimiento, como incuestionables o naturales, lo que hace muy difícil verlo como opresivas y más aún, actuar para eliminarlas, por pensar que son inmutables.

De acuerdo con nuestra Ley Orgánica por el Derecho a Vivir una Vida Libre de Violencia, se la define como “cualquier tipo de mensaje o símbolo con el fin de transmitir desigualdad, discriminación y/o subordinación de la mujer en la sociedad”.  Todo lo que refuerza estereotipos de dominación, segregación o humillación a las mujeres, forman parte de este “orden simbólico” que estigmatiza y vulnera derechos.

Chistes, refranes, letras de canciones, novelas, publicidad, caricaturas, el lenguaje sexista y otros vehículos potentes son usualmente los canales desde los cuales se envían mensajes que encubren intolerancia, racismo, edadismo, clasismo, homofobia y por supuesto machismo, entre otros comportamientos excluyentes. En algunos de ellos, hacen verdadera apología al abuso sexual, a las violaciones, al acoso callejero y al irrespeto a la condición humana de ser mujer, con la aquiescencia de la inmensa mayoría de la población.

Los más típicos son los mensajes que llevan a modelar un imaginario de las mujeres como imperfectas que necesitamos depilación, hacer guerra a la celulitis, estirar arrugas, aplicar tintes para tapar canas, implantes, maquillaje, rejuvenecimiento vaginal y otros procedimientos cada vez a edades más tempranas, con mayor desaprobación social si no sigues las tendencias. Es todo un ataque a la corporalidad y a la libertad para envejecer con dignidad y al derecho a que no se nos cosifique o mercantilice. Formamos parte de un juego social que nos pone en el lugar del objeto simbólico para agradar, armonizar, sonreír y estar para los demás, sobre todo para los hombres. Eso es violencia.

El llamado a ser “femenina” es violento, porque es reduccionista e impone un concepto de mujer que implica inhibiciones y exige sacrificios que sí son antinaturales. Lo que aprendemos desde chiquitas sobre nuestro lugar en la vida (parir, cuidar, limpiar, asistir, obedecer) no parece agresión porque lo aceptamos como norma social. Las mismas mujeres defendemos esta dinámica porque estamos entrampadas en un modelo que nos da valor si acatamos esa normatividad y nos desecha cuando la obviamos, recordándonos nuestro papel muchas veces con amenazas veladas, intimidaciones, manipulación o aislamiento.

¿Cómo combatir este tipo de violencia?

Cuando señalamos estos tipos de violencias nos llaman exageradas. No te enrolles, no seas aguafiestas, es solo un chiste, feminista resentida y amargada. Por eso la simbólica es una violencia muy peligrosa porque o no se la ve, o parece inocua y además es muy difícil de identificar. Aun así, no paremos en la labor de hacer visible lo invisible, de sensibilizar para que todos abramos los ojos, porque la agresión física, la que deja ojos morados, brazos rotos, hijos huérfanos y mujeres asesinadas, se gesta en el ejercicio irresponsable de esta violencia simbólica.

Las mujeres no somos objetos, somos humanas con derecho a vivir con libertad en todos los espacios donde nos desenvolvemos. Esta es la primera noción que habría que defender para que esta espiral de violencia en nuestra contra cese. La segunda, transmitir a todos que la violencia sumergida es igual de condenable que la violencia física y que es urgente erradicarla con nuestras prácticas y haceres diarios. Y la tercera, que todos tenemos responsabilidad en este asunto por lo que desnaturalizar estos actos y no legitimarlos con nuestro silencio, es un paso fundamental para transformarnos en una sociedad pacífica.

Aprovechemos este 25 de noviembre, Día Internacional por la eliminación de la violencia contra las mujeres, para aprender más sobre la violencia que cuesta ver, poner en duda los supuestos que la alimentan, desobedecer mandatos absurdos e incomodar a quienes lo exigen, es la labor que individual y colectivamente nos toca hacer para romper de una vez el ciclo fatal de la violencia contra las mujeres.

***

Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

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Algunas veces las violencias que se derivan de este juego de poder se expresan de forma abierta, como los golpes, las agresiones verbales o el femicidio, y otras encubiertas, que no dejan marcas visibles. A estas se les llama micromachismos o violencia simbólica, por esa condición de estar normalizada socialmente, incluso alentada y justificada. Pero no por operar de manera soterrada hace menos daño, todo lo contrario, tiene consecuencias psicológicas y emocionales durísimas sobre quienes es ejercida, porque impone mandatos sociales no deseados que restringen libertades y llevan a cuestionar la propia valía.

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El sociólogo francés, Pierre Bourdieu, fue quien propuso este término para describir una relación social asimétrica donde el «dominador» ejerce violencia indirecta y no físicamente directa en contra de los «dominados». Lo más interesante es que esas relaciones de dominación se asumen, incluso por quienes sufren el sometimiento, como incuestionables o naturales, lo que hace muy difícil verlo como opresivas y más aún, actuar para eliminarlas, por pensar que son inmutables.

De acuerdo con nuestra Ley Orgánica por el Derecho a Vivir una Vida Libre de Violencia, se la define como “cualquier tipo de mensaje o símbolo con el fin de transmitir desigualdad, discriminación y/o subordinación de la mujer en la sociedad”.  Todo lo que refuerza estereotipos de dominación, segregación o humillación a las mujeres, forman parte de este “orden simbólico” que estigmatiza y vulnera derechos.

Chistes, refranes, letras de canciones, novelas, publicidad, caricaturas, el lenguaje sexista y otros vehículos potentes son usualmente los canales desde los cuales se envían mensajes que encubren intolerancia, racismo, edadismo, clasismo, homofobia y por supuesto machismo, entre otros comportamientos excluyentes. En algunos de ellos, hacen verdadera apología al abuso sexual, a las violaciones, al acoso callejero y al irrespeto a la condición humana de ser mujer, con la aquiescencia de la inmensa mayoría de la población.

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¿Cómo combatir este tipo de violencia?

Cuando señalamos estos tipos de violencias nos llaman exageradas. No te enrolles, no seas aguafiestas, es solo un chiste, feminista resentida y amargada. Por eso la simbólica es una violencia muy peligrosa porque o no se la ve, o parece inocua y además es muy difícil de identificar. Aun así, no paremos en la labor de hacer visible lo invisible, de sensibilizar para que todos abramos los ojos, porque la agresión física, la que deja ojos morados, brazos rotos, hijos huérfanos y mujeres asesinadas, se gesta en el ejercicio irresponsable de esta violencia simbólica.

Las mujeres no somos objetos, somos humanas con derecho a vivir con libertad en todos los espacios donde nos desenvolvemos. Esta es la primera noción que habría que defender para que esta espiral de violencia en nuestra contra cese. La segunda, transmitir a todos que la violencia sumergida es igual de condenable que la violencia física y que es urgente erradicarla con nuestras prácticas y haceres diarios. Y la tercera, que todos tenemos responsabilidad en este asunto por lo que desnaturalizar estos actos y no legitimarlos con nuestro silencio, es un paso fundamental para transformarnos en una sociedad pacífica.

Aprovechemos este 25 de noviembre, Día Internacional por la eliminación de la violencia contra las mujeres, para aprender más sobre la violencia que cuesta ver, poner en duda los supuestos que la alimentan, desobedecer mandatos absurdos e incomodar a quienes lo exigen, es la labor que individual y colectivamente nos toca hacer para romper de una vez el ciclo fatal de la violencia contra las mujeres.

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