Según cifras de la UNESCO sólo un 18% de universidades públicas de nueve países en la región latinoamericana tiene a mujeres como rectoras. Para el estudio, realizado en 2020, se encontró que existe una matrícula mayoritariamente femenina bajo un liderazgo abiertamente masculino: el profesorado, los cargos de responsabilidad y los rectorados siguen estando mayoritariamente en manos de hombres. En Europa la situación no es mejor. En 22 de los 46 países que conforman la Asociación Europea de Universidades no hay ninguna institución cuya rectora sea una mujer. Salvo en Suecia, Noruega y Finlandia el porcentaje de mujeres rectoras equivale aproximadamente a un 12% del total.
Tuve la oportunidad de conversar sobre esto en un ciclo de foros sobre Derechos Humanos de las mujeres universitarias, organizado recientemente por Amnistía Internacional y la ONG Aula Abierta. Junto a otros panelistas manifesté mi opinión para que desde el sector académico se tomen medidas que favorezcan la paridad de género en los espacios de alta dirección de las universidades y así trascender a las respuestas tradicionales que se han tomado hasta la fecha, con el fin de intentar equilibrar la representación de las mujeres en los puestos de liderazgo.
Desde que se adoptaron medidas en los países para trabajar en pro de la igualdad de género, muchas instituciones académicas abrieron “centros de estudios de la mujer”, “cátedras de la mujer”, “unidades de estudios de género”, “comités de mujeres líderes” y otros similares que, en el caso de Venezuela, han realizado una loable labor en materia de investigación, publicación, docencia y servicios comunitarios, la mayoría de las veces sin recursos ni apoyos.
Sin embargo, esta institucionalidad montada para atender los asuntos de las mujeres, cuando se asume como única respuesta del sistema, enquista de alguna manera la idea de que las mujeres se reúnen con mujeres para hablar o estudiar a las mujeres. Es mas o menos la misma estrategia que se ha seguido desde las instancias gubernamentales en muchos países logrando escasa incidencia en la realidad que se pretende corregir.
Yo llamo a esto la estrategia del parche, usando una analogía del mundo de la costura. Tienes un roto en la tela y le pones un trozo como para taparlo con el riesgo de que se caiga y que además, se nota a leguas que es eso, un parche. Otro mecanismo más difícil de manejar por la complejidad que encierra, pero quizás mucho más prometedor, es la transversalidad, que siguiendo la metáfora anterior es como hacer zurcido invisible. Es como atravesar un hilo por toda la tela logrando que se una el tejido dando una mejor apariencia. Cuesta más lograrlo y requiere mayor experticia, pero la solución es más sostenible y duradera.
La igualdad de género no es un problema “de mujeres”, sino un asunto de desarrollo económico y social de los países. Es un tema transversal que debe ser integrado en todos los programas y políticas, en todas las áreas y en todos los niveles con el objetivo de conseguir igualdad. Acá van algunas iniciativas transversales que pudieran contribuir a avanzar más rápido:
El objetivo final de este conjunto de medidas, entre otras, es transformar la cultura patriarcal actual en una más inclusiva que permita de manera fluida generar las condiciones, para que emerjan más liderazgos de mujeres y que en paridad con los hombres, puedan contribuir a fortalecer un ambiente universitario que aproveche los talentos de todos, sin recurrir al manido “agregar componentes femeninos” que no permiten cambiar las cifras y los hechos que dan cuenta de la inequidad.
Seguramente existirán muchas iniciativas más, desde la extensión universitaria, el deporte, la cultura, los medios de comunicación, las bibliotecas y todos los entresijos donde el estudiantado, profesorado, proveedores y autoridades conviven. Mucha creatividad para innovar, mucho ojo crítico para detectar donde hace falta la transversalidad y mucho compromiso modernizante de nuestros centros de estudio, es lo que finalmente logrará el ansiado cambio.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
De la misma autora: Lía, la modernizadora
La política tiene la capacidad necesaria para afianzar realidades o, por lo contrario, desarticularlas y desguazarlas. Quizás, esto fue la razón para que John Morley, reconocido escritor y político inglés, expresara que “la política es un campo en el que su praxis ocurre, principalmente, entre tumbos y desaciertos”. Advertir cómo una realidad resulta dislocada, por […]
Un artículo pionero demostró que limitar la ingesta de calorías en ratas prolonga sus vidas un 40%.
Twitter puede convertirse en un mecanismo que aísle al gobernante y afectar severamente la acción de gobierno.
Un sacerdote jesuita admitió, en un diario, haber violado al menos a 85 niños en Bolivia y otros países latinoamericanos.
Según cifras de la UNESCO sólo un 18% de universidades públicas de nueve países en la región latinoamericana tiene a mujeres como rectoras. Para el estudio, realizado en 2020, se encontró que existe una matrícula mayoritariamente femenina bajo un liderazgo abiertamente masculino: el profesorado, los cargos de responsabilidad y los rectorados siguen estando mayoritariamente en manos de hombres. En Europa la situación no es mejor. En 22 de los 46 países que conforman la Asociación Europea de Universidades no hay ninguna institución cuya rectora sea una mujer. Salvo en Suecia, Noruega y Finlandia el porcentaje de mujeres rectoras equivale aproximadamente a un 12% del total.
Tuve la oportunidad de conversar sobre esto en un ciclo de foros sobre Derechos Humanos de las mujeres universitarias, organizado recientemente por Amnistía Internacional y la ONG Aula Abierta. Junto a otros panelistas manifesté mi opinión para que desde el sector académico se tomen medidas que favorezcan la paridad de género en los espacios de alta dirección de las universidades y así trascender a las respuestas tradicionales que se han tomado hasta la fecha, con el fin de intentar equilibrar la representación de las mujeres en los puestos de liderazgo.
Desde que se adoptaron medidas en los países para trabajar en pro de la igualdad de género, muchas instituciones académicas abrieron “centros de estudios de la mujer”, “cátedras de la mujer”, “unidades de estudios de género”, “comités de mujeres líderes” y otros similares que, en el caso de Venezuela, han realizado una loable labor en materia de investigación, publicación, docencia y servicios comunitarios, la mayoría de las veces sin recursos ni apoyos.
Sin embargo, esta institucionalidad montada para atender los asuntos de las mujeres, cuando se asume como única respuesta del sistema, enquista de alguna manera la idea de que las mujeres se reúnen con mujeres para hablar o estudiar a las mujeres. Es mas o menos la misma estrategia que se ha seguido desde las instancias gubernamentales en muchos países logrando escasa incidencia en la realidad que se pretende corregir.
Yo llamo a esto la estrategia del parche, usando una analogía del mundo de la costura. Tienes un roto en la tela y le pones un trozo como para taparlo con el riesgo de que se caiga y que además, se nota a leguas que es eso, un parche. Otro mecanismo más difícil de manejar por la complejidad que encierra, pero quizás mucho más prometedor, es la transversalidad, que siguiendo la metáfora anterior es como hacer zurcido invisible. Es como atravesar un hilo por toda la tela logrando que se una el tejido dando una mejor apariencia. Cuesta más lograrlo y requiere mayor experticia, pero la solución es más sostenible y duradera.
La igualdad de género no es un problema “de mujeres”, sino un asunto de desarrollo económico y social de los países. Es un tema transversal que debe ser integrado en todos los programas y políticas, en todas las áreas y en todos los niveles con el objetivo de conseguir igualdad. Acá van algunas iniciativas transversales que pudieran contribuir a avanzar más rápido:
El objetivo final de este conjunto de medidas, entre otras, es transformar la cultura patriarcal actual en una más inclusiva que permita de manera fluida generar las condiciones, para que emerjan más liderazgos de mujeres y que en paridad con los hombres, puedan contribuir a fortalecer un ambiente universitario que aproveche los talentos de todos, sin recurrir al manido “agregar componentes femeninos” que no permiten cambiar las cifras y los hechos que dan cuenta de la inequidad.
Seguramente existirán muchas iniciativas más, desde la extensión universitaria, el deporte, la cultura, los medios de comunicación, las bibliotecas y todos los entresijos donde el estudiantado, profesorado, proveedores y autoridades conviven. Mucha creatividad para innovar, mucho ojo crítico para detectar donde hace falta la transversalidad y mucho compromiso modernizante de nuestros centros de estudio, es lo que finalmente logrará el ansiado cambio.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
De la misma autora: Lía, la modernizadora