La política tiene la capacidad necesaria para afianzar realidades o, por lo contrario, desarticularlas y desguazarlas. Quizás, esto fue la razón para que John Morley, reconocido escritor y político inglés, expresara que “la política es un campo en el que su praxis ocurre, principalmente, entre tumbos y desaciertos”.
Advertir cómo una realidad resulta dislocada, por causas que responden a resquebrajamientos políticos, pudo haber motivado a Napoleón Bonaparte a afirmar que “nada va bien en un sistema político en el que las palabras contradicen los hechos”.
De manera que no hay duda de que la dinámica política puede incitar cambios –motivados por propósitos disfrazados de ideologías– que comprometen peligrosamente el desarrollo económico y social de naciones enteras y atropellan el pluralismo, la solidaridad, la justicia y los derechos políticos.
Psicopolítica para manipular
Estos intereses poseídos por vicios, que a veces motivan la política, actúan como una arremetida dirigida a descomponer valores y tradiciones. El mandato es el de perturbar las capacidades y potencialidades del ser humano. Para lograrlo, se escoge la más eficiente arma: la psicológica. Con el empleo de la psicopolítica se dispara al centro anímico del individuo pues ahí está localizado el “blanco perfecto”.
Lo explicado no alude a una “guerra” convencional, su particularidad estriba en cómo se ataca la sensibilidad humana. Concretamente, el cerebro. De esa forma, el pensamiento y la actitud del individuo resultarán profundamente descalabrados, pues los artilugios de combate utilizados tienen la forma de medios de comunicación (sometidos). El objetivo central de la refriega es la psique del ser humano.
Este tipo de “guerra” se ordena, gradúa y evalúa. Sus soldados son vulgares mercenarios, miembros o subordinados del “globalismo” o del denominado y mal visto “progresismo”. Son peligrosos verdugos de libertades, derechos, tradiciones, cultura y esperanzas. Manipulan a la perfección el comportamiento de importantes estructuras de la sociedad y de la familia en su concepto más centrado. Igualmente, buscan atentar contra la economía global, la economía nacional y local. Extienden sus garras a los mercados más concurridos y a los sectores más consolidados y tradicionales de la población.
Razón tuvo el maestro de El Libertador, Simón Rodríguez, al presagiar que “no hay peor mal que el que se hace bajo las apariencias del bien” o cuando refirió que “por ignorancia, creen algunos, que la malicia prueba talento”. Cuidado pues con rendirse a los vicios que persigue el deshonesto y revelador de indignidades del cual se hace eco la política enferma de poder obsesionada por demoler las libertades que legitiman proyectos de consolidación. Esa es la trastornada “psicopolítica”.
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Del mismo autor: Limitaciones cognitivas del economista socialista