Hay quienes suponen que la política es un escenario bélico, donde se debe fomentar el odio y la guerra, para construir las bases de determinada sociedad idealizada. Mientras, otros la comprenden como la herramienta útil para reconocer al otro y buscar acuerdos -entre tantos desacuerdos-, para ir configurando una sociedad lo más armonioso, equitativa y amigable posible.
Quienes se quedan con la primera visión, la confrontación es el pan de cada día y todos sus esfuerzos están orientados a exterminar al otro. Por el contrario, quienes comulgan con la segunda, seguramente procurarán alimentar la tolerancia y el respeto a la diversidad.
Así pues, en el primer modelo usted encontrará aquellos que todo lo simplifican en acusar de traidor a todo lo que se manifiesta diferente a sus pensamientos. En cambio, en el otro modelo hallará a ese grupo que defiende la inclusión de todas las ideas -solo excluyendo a esas que impliquen actos violentos para hacerla realidad- y fortalecen el pluralismo.
A decir verdad, cuando usted interpreta que la política es una guerra, no le será difícil concluir que le sobra el resto del país que no comparte sus ideas y ni ánimo tendrá de considerarlos como integrantes legítimos de la sociedad, sino que serían residuos que deben ir desapareciendo por las fuerzas de la confrontación o por cualquier otra vía, alejado del sano debate de las ideas.
Desde la política se aplican los pinceles fundamentales para mejorar -o empeorar eventualmente- a la sociedad. Es aquí donde se va dibujando la perspectiva de derechos y deberes que nos rigen a todos; donde se trazan las reglas que permite la convivencia de cualquier país; y, finalmente, se definen cuáles serán esos procedimientos que posibilitarán resolver los desequilibrios o dilemas públicos.
Sin embargo, para muchos es muy provechoso o rentable quedarse en la intransigencia o en los dogmas que, a fin de cuentas, obstruyen cualquier posibilidad de encontrar simetría o consonancia con lo que propone el otro. Y, por cierto, bajo este modo de comportamiento solo se encuentra destrucción o estancamiento.
En contraste, si somos capaces de utilizar a la política -en conjunto con todos los instrumentos que nos diferencia de otras especies, especialmente el diálogo- quizás no logremos lo ideal, pero, sí transitamos hacia lo posible. Y en sociedades polarizadas -como la venezolana- no hay otra alternativa que acercarnos a ello, pues, esto resultará en la alternativa viable y no en lo que nuestros deseos -pintados de hermosos arcoíris- quisieran.
En fin, la política es el mecanismo que hemos podido diseñar -hasta ahora- para disipar las controversias que representan las infinidades visiones de sociedad que, por cierto, quieren su cuota de protagonismo en el ámbito público. En dos palabras, la política es el enlace conceptual que trabaja para que todos los modos de vida tengan cabida -siempre sujetas a un conjunto de reglas consensuadas- y, naturalmente, que los ciudadanos sientan que todos los días caminan en una sociedad inclusiva, tolerante y diversa. Es esto y no la guerra lo que nos facilita la política, como prefieren algunos.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
Del mismo autor: La Constitución no tuvo la culpa
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Hay quienes suponen que la política es un escenario bélico, donde se debe fomentar el odio y la guerra, para construir las bases de determinada sociedad idealizada. Mientras, otros la comprenden como la herramienta útil para reconocer al otro y buscar acuerdos -entre tantos desacuerdos-, para ir configurando una sociedad lo más armonioso, equitativa y amigable posible.
Quienes se quedan con la primera visión, la confrontación es el pan de cada día y todos sus esfuerzos están orientados a exterminar al otro. Por el contrario, quienes comulgan con la segunda, seguramente procurarán alimentar la tolerancia y el respeto a la diversidad.
Así pues, en el primer modelo usted encontrará aquellos que todo lo simplifican en acusar de traidor a todo lo que se manifiesta diferente a sus pensamientos. En cambio, en el otro modelo hallará a ese grupo que defiende la inclusión de todas las ideas -solo excluyendo a esas que impliquen actos violentos para hacerla realidad- y fortalecen el pluralismo.
A decir verdad, cuando usted interpreta que la política es una guerra, no le será difícil concluir que le sobra el resto del país que no comparte sus ideas y ni ánimo tendrá de considerarlos como integrantes legítimos de la sociedad, sino que serían residuos que deben ir desapareciendo por las fuerzas de la confrontación o por cualquier otra vía, alejado del sano debate de las ideas.
Desde la política se aplican los pinceles fundamentales para mejorar -o empeorar eventualmente- a la sociedad. Es aquí donde se va dibujando la perspectiva de derechos y deberes que nos rigen a todos; donde se trazan las reglas que permite la convivencia de cualquier país; y, finalmente, se definen cuáles serán esos procedimientos que posibilitarán resolver los desequilibrios o dilemas públicos.
Sin embargo, para muchos es muy provechoso o rentable quedarse en la intransigencia o en los dogmas que, a fin de cuentas, obstruyen cualquier posibilidad de encontrar simetría o consonancia con lo que propone el otro. Y, por cierto, bajo este modo de comportamiento solo se encuentra destrucción o estancamiento.
En contraste, si somos capaces de utilizar a la política -en conjunto con todos los instrumentos que nos diferencia de otras especies, especialmente el diálogo- quizás no logremos lo ideal, pero, sí transitamos hacia lo posible. Y en sociedades polarizadas -como la venezolana- no hay otra alternativa que acercarnos a ello, pues, esto resultará en la alternativa viable y no en lo que nuestros deseos -pintados de hermosos arcoíris- quisieran.
En fin, la política es el mecanismo que hemos podido diseñar -hasta ahora- para disipar las controversias que representan las infinidades visiones de sociedad que, por cierto, quieren su cuota de protagonismo en el ámbito público. En dos palabras, la política es el enlace conceptual que trabaja para que todos los modos de vida tengan cabida -siempre sujetas a un conjunto de reglas consensuadas- y, naturalmente, que los ciudadanos sientan que todos los días caminan en una sociedad inclusiva, tolerante y diversa. Es esto y no la guerra lo que nos facilita la política, como prefieren algunos.
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