La escuela es un espacio para socializar, para el encuentro, en un ambiente protegido de la violencia. Un espacio de agresión y escuela deben ser antónimos, pero eso se debe construir. No se puede esperar que sean solo las familias y las instituciones las que resuelvan los entuertos.
Actualmente hay testimonios que dibujan ese escenario contradictorio: espacio de agresión y escuela.
«Él entró desde preescolar y en 5º grado lo saqué del colegio. Todo ese tiempo fue acosado» (Olivia). «Bueno él tiene problemas desde que estaba en 1º grado, son los mismos compañeritos hasta 4º grado» (Yamilet). «Comenzó a ser acosado en 1º grado. Ahora está en 2º y no ha parado de ser agredido» (Claudia). «El acoso contra mi hijo viene desde el 4º grado, y nunca fue atendido oportunamente por las maestras y directores. Vista la situación mi hijo comenzó a ir a terapia desde esa fecha hasta hasta 6º grado. En la actualidad ya está el 4º año de bachillerato y volvió a acudir a la terapia porque nuevamente lo están acosando» (María).
Cuando las investigadores chilenas Arón y Milicic definen al clima social se refieren tanto a la percepción que tienen los niños y adolescentes del contexto escolar como a la que tienen los propios profesores. Las autoras realizan una distinción entre un clima escolar nutritivo en contraste con uno tóxico.
«Los climas nutritivos son aquellos que generan espacios donde la convivencia social es más positiva, en que las personas sienten que es agradable participar, en que hay una buena disposición a aprender y cooperar, en que los estudiantes sienten que sus crisis emocionales pueden ser contenidas y que en general contribuyen a que aflore la mejor parte de las personas. Por el contrario, los climas sociales que podrían describirse como tóxicos, son aquellos que contaminan el ambiente contagiándolo con características negativas que parecieran hacer aflorar las partes más negativas de las personas y las interacciones se tornan cada vez más estresantes e interfieren con una resolución de conflictos constructiva».
Basta entrar a los centros educativos para captar un ambiente físico, social y emocional acogedor o que repele. ¿Se sienten a gusto los estudiantes, el personal docente, de apoyo? ¿Se siente «calorcito» humano o todo lo contrario?
La construcción de un clima social que facilite relaciones positivas debería ser una prioridad. Sin embargo, visitamos centros educativos donde se presentan casos similares a los que relatamos en este escrito donde no tienen tiempo para promover el encuentro y la convivencia. Pretenden que los psicólogos y los funcionarios del sistema de protección sean los que realicen el abordaje y solucionen los problemas.
Cada centro debe comenzar por preguntarse: ¿Cómo se relacionan sus miembros? ¿Estamos formando para la cooperación?, ¿para la solidaridad? ¿Se premia en nuestro centro al estudiante que ha apoyado a un compañero en dificultades?, ¿al que ha socorrido a una víctima de un accidente?, ¿quién ha compartido su merienda con quien la necesitaba? O por el contrario ¿solo se premia a quien obtiene las mejores calificaciones aunque haya actuado egoístamente en el aula?
Una escuela que solo valora lo cognoscitivo está educando a un ser humano segmentado, no está formando holísticamente a una persona que se desarrolla integralmente, como un todo. No está formando al ciudadano que aprende a convivir, a discutir, argumentar, discernir, dialogar, acordar. ¿Cómo convivir pacíficamente entonces?
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
Del mismo autor: Participación estudiantil en el banquillo
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La escuela es un espacio para socializar, para el encuentro, en un ambiente protegido de la violencia. Un espacio de agresión y escuela deben ser antónimos, pero eso se debe construir. No se puede esperar que sean solo las familias y las instituciones las que resuelvan los entuertos.
Actualmente hay testimonios que dibujan ese escenario contradictorio: espacio de agresión y escuela.
«Él entró desde preescolar y en 5º grado lo saqué del colegio. Todo ese tiempo fue acosado» (Olivia). «Bueno él tiene problemas desde que estaba en 1º grado, son los mismos compañeritos hasta 4º grado» (Yamilet). «Comenzó a ser acosado en 1º grado. Ahora está en 2º y no ha parado de ser agredido» (Claudia). «El acoso contra mi hijo viene desde el 4º grado, y nunca fue atendido oportunamente por las maestras y directores. Vista la situación mi hijo comenzó a ir a terapia desde esa fecha hasta hasta 6º grado. En la actualidad ya está el 4º año de bachillerato y volvió a acudir a la terapia porque nuevamente lo están acosando» (María).
Cuando las investigadores chilenas Arón y Milicic definen al clima social se refieren tanto a la percepción que tienen los niños y adolescentes del contexto escolar como a la que tienen los propios profesores. Las autoras realizan una distinción entre un clima escolar nutritivo en contraste con uno tóxico.
«Los climas nutritivos son aquellos que generan espacios donde la convivencia social es más positiva, en que las personas sienten que es agradable participar, en que hay una buena disposición a aprender y cooperar, en que los estudiantes sienten que sus crisis emocionales pueden ser contenidas y que en general contribuyen a que aflore la mejor parte de las personas. Por el contrario, los climas sociales que podrían describirse como tóxicos, son aquellos que contaminan el ambiente contagiándolo con características negativas que parecieran hacer aflorar las partes más negativas de las personas y las interacciones se tornan cada vez más estresantes e interfieren con una resolución de conflictos constructiva».
Basta entrar a los centros educativos para captar un ambiente físico, social y emocional acogedor o que repele. ¿Se sienten a gusto los estudiantes, el personal docente, de apoyo? ¿Se siente «calorcito» humano o todo lo contrario?
La construcción de un clima social que facilite relaciones positivas debería ser una prioridad. Sin embargo, visitamos centros educativos donde se presentan casos similares a los que relatamos en este escrito donde no tienen tiempo para promover el encuentro y la convivencia. Pretenden que los psicólogos y los funcionarios del sistema de protección sean los que realicen el abordaje y solucionen los problemas.
Cada centro debe comenzar por preguntarse: ¿Cómo se relacionan sus miembros? ¿Estamos formando para la cooperación?, ¿para la solidaridad? ¿Se premia en nuestro centro al estudiante que ha apoyado a un compañero en dificultades?, ¿al que ha socorrido a una víctima de un accidente?, ¿quién ha compartido su merienda con quien la necesitaba? O por el contrario ¿solo se premia a quien obtiene las mejores calificaciones aunque haya actuado egoístamente en el aula?
Una escuela que solo valora lo cognoscitivo está educando a un ser humano segmentado, no está formando holísticamente a una persona que se desarrolla integralmente, como un todo. No está formando al ciudadano que aprende a convivir, a discutir, argumentar, discernir, dialogar, acordar. ¿Cómo convivir pacíficamente entonces?
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
Del mismo autor: Participación estudiantil en el banquillo