Así fue la primera ronda de negociación entre el gobierno y la oposición en México
Credit: VTV y EFE

A la vista está disponible un enfrentamiento obstructivo y estéril que ha impedido alguna brisa de bienestar nacional durante muchos años. Sin embargo, en los últimos meses, las fuerzas políticas en disputa se han convencido de que es necesario converger hacia una solución pacífica que quite la lona del estadio y pueda volver a cantarse la voz de play ball.

Los especialistas en negociaciones han dicho que, una de las razones por las cuales las experiencias de diálogo en el pasado no fueron exitosas, se debió a que los actores tenían bajos costos para levantarse, dejar cuatro frases para la cuña y, por supuesto, seguir con el juego trancado. Por lo tanto, si queremos aumentar la probabilidad de éxito de este nuevo intento, pues debemos elevar el costo de que alguno busque pararse de la mesa otra vez.

El objetivo de esta negociación no es para medir quién es más puro y casto, o si convertimos la representación del oficialismo en los nuevos ángeles que deben venerarse, o si juzgamos a los representantes de la oposición como los nuevos salvadores o traidores del nuevo siglo, no, y mil veces no.

El propósito es dar el puntapié inicial para poner las bases de la redemocratización —o al menos posibilitar las condiciones para ello—, elaborar una hoja de ruta que nos permita una convivencia política y social saludable, puntear el primer esquema que facilite restablecer el funcionamiento —medianamente normal— de la economía y, finalmente, reencontrarnos en mínimos comunes que ayuden a destrabar la crisis.

En rigor, si la finalidad es que nuestro país vuelva a entrar en un ciclo virtuoso de inversión, crecimiento, empleo y bienestar general, entonces fuera de México no hay propuestas razonables o viables para consumar tal finalidad. Pues, las alternativas de México son los golpes de Estado con su fuerza bruta (la evidencia dice que no llevan definitivamente a conformar regímenes democráticos y la transferencia del poder de un militar a un civil no ha sido nunca la regla), las sanciones internacionales (que dependen de que otros las apliquen o no, y genera más dificultades para los más vulnerables) o la intervención militar extranjera (que difícilmente se concrete, porque los actores que podrían ejecutarla ya tienen suficientes problemas que resolver en sus países).

Sin tapujos, fuera de la mesa de diálogo no hay buenas opciones. En consecuencia, conversar con espíritu nacional debe ser la norma en esta instancia, de modo tal que se logren consensuar puntos coincidentes —sin puritanismos— para ofrecer alguna sospecha que siembre la esperanza de un buen porvenir.

Todos los que participan en esta ronda de negociaciones deben saber que uno de sus mandatos es poder conciliar las legítimas diferencias y, ojalá, no dejar de conversar hasta que haya humo blanco.  Por lo tanto, y parafraseando el método que sustenta esta negociación: ¡que nadie se levante hasta que todo esté acordado!

***

Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

Del mismo autor: Pocos preguntaron quién pagaba la rumba

</div>