Hay palabras que dan miedo. Palabras que asustan. Palabras cuya sola mención da repelús y hace que uno se santigüe. Todos tenemos en nuestra historia de vida un inventario de palabras y de expresiones censuradas. Una lista larga de esas cosas que no se dicen. Las niñas buenas, por ejemplo, no debían decir groserías. Nunca. Y los niños, bajo ninguna circunstancia, debían andar por ahí hablando de muñecas o de jueguitos de cocina. Así crecimos muchos.

Con más o menos restricciones, todos nos fuimos haciendo adultos con nuestro catálogo de voces prohibidas y con nuestra caletica de licencias. Esas que uno podía permitirse sólo en la privacidad de los cotos cerrados: el grupo de amiguitas (donde podían aparecer, eventualmente, palabras como teta, beso, regla, novio) o el grupo de amiguitos (donde podían aparecer palabras como carajita, cigarro, coñazo o güevo).
Las bendiciones estaban permitidas siempre porque el amparo de Dios y de la Virgen santísima nunca sobra. Las expresiones de cortesía y de agradecimiento, por su parte, siempre fueron de bien nacidos. Pero hay palabras que asustan.

Enmascaramientos varios

Las palabras que asustan se cambian por otras. El trueque lingüístico es un procedimiento sencillo que actúa como atenuante. Por eso, siempre será preferible hablar de que a uno le salió una pepita a decir que uno tiene un folículo piloso infectado por la bacteria Staphylococcus aureus. Por eso, hay gente que expira con un sensible fallecimiento mientras que otras, simplemente, estiran la pata.

Nombrar es invocar. Es decretar. Antes de que llegáramos a esta era de globalización hiperinformativa, todos debíamos conformarnos con que nos dijeran que tal o cual personalidad falleció tras el padecimiento de una penosa enfermedad. Por décadas, el cáncer fue innombrable. Se le encubría con eufemismos. Hoy, sin embargo, muy pocos ignoran lo del gliobastoma que le diagnosticaron al senador y ex candidato republicano John McCain.

En todo caso, enfermedades más penosas que otras ha habido siempre. Un ejemplo de ello fue la que en 1894 le diagnosticaron a Cipriano Castro: una fístula vesico-colónica. Una infección del tracto urinario o la salida de gas intestinal a través de la uretra durante la micción. Esa enfermedad, tan penosa ella, no lo mató pero, a comienzos del siglo XX, algún buen elemento modalizador habrán encontrado para favorecer el resguardo de su imagen pública.

Las cosas por su nombre

Nos guste o no, las cosas tienen su nombre. Las cosas son lo que son, y eso no va a cambiar sólo porque las llamemos de otra forma. Un ladrón siempre será un ladrón aunque alguna voz afecta diga que es sólo un pícaro que se vale de la ocasión para favorecerse con los bienes de otra persona.

Cuando, por ejemplo, se abandona el diálogo y aparece la violencia con la finalidad de someter al prójimo, al que, por cierto, se le transforma en el enemigo, sobreviene la guerra. Cuando se desarrolla una serie de procesos ideológicos, políticos, sociales, económicos y militares para blindar las ansias de poder de una persona o de un grupo, la guerra empieza a tener lugar.

Cuando un sector de la sociedad –desguarnecido y en actitud pacífica– es sometido por otro a la persecución, el hostigamiento, la prisión, el aislamiento, la tortura y la muerte por consecuencia de sus ideas políticas, eso se llama guerra. Tanto más si el grupo que somete detenta el privilegio de las armas y de la administración oficial de la violencia.

Cuando los habitantes de un mismo país se enfrentan entre sí –sin la injerencia directa o indirecta de otras naciones– por la defensa de sus derechos civiles y políticos, también se habla de guerra. Más aún si es el caso de que un sector esté integrado por la sociedad civil organizada en protesta pacífica y el otro sector esté integrado por uniformados y paramilitares con propósitos de aniquilamiento y exterminio.

Eso de que si no lo nombras no existe, aplica sólo para los oficiantes de la censura como política de Estado. Sin embargo, la realidad está en la vida. Y tiene nombre. Nos guste o no, se llama como se llama.

Foto: Efe

Escritora y periodista venezolana. Licenciada en Comunicación Social y Letras de la Universidad Central de Venezuela. Jefe de la Cátedra de Literatura en la Escuela de Comunicación Social de la UCV....

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