En política, los antivalores mantienen una lucha cerrada contra los valores. En medio de tan reñido enfrentamiento, no siempre los valores se imponen. A veces, los resultados dan ganador a los antivalores cuando estos saben aprovecharse de las debilidades del contrario para validar su fuerza.
Esta realidad la ha padecido Venezuela, repetidamente. Y ha sido, por causa de las mezquindades toda vez que afectan la solemnidad del orgullo personal. Especialmente, de quienes presumen ser los más `aptos´ para ocupar cargos de representación popular cuya labor se remite a los trillados y trampeados procesos político-electorales.
Precisamente ahora, Venezuela está iniciando otro de los tan gastados procesos político-electorales cuyo objetivo apuesta a consolidar la tan necesaria, pero muy cacareada, unidad política. Aunque su fundamentación es inherente a la elección presidencial, que será en 2024.
Se habla de agrupar los partidos políticos en una denominada “Plataforma Unitaria Democrática”. Esta idea -aunque de vieja data- es imprescindible para evitar la escisión que en otras oportunidades ha fracturado el aludido propósito de unidad política. Para lograrlo esta vez, se habla de realización de elecciones primarias para seleccionar el candidato presidencial unitario, quien debe demostrar el potencial necesario y una extraordinaria de enganche político. Esta condición será vital al momento de enfrentar la corriente del oficialismo cuyos militantes y simpatizantes responden “verticalmente” a la línea política ordenada.
Sin embargo, deberá reconocerse que la dirigencia de los factores político-partidistas contrarios al régimen venezolano, a lo largo de los que va de siglo XXI, ha decaído en términos de compostura, persuasión y confianza. No hay duda que su notoriedad ha venido perdiendo sustentación política. Su rechazo es evidente. Aún cuando igual problema ha marcado la disfuncionalidad del oficialismo en su compromiso (frustrado) de preceptor o guía del desarrollo integral de Venezuela.
Esta situación de gruesa dificultad que actualmente enfrenta la oposición nacional, roza todo atisbo de riesgo que corre ante la contingencia de verse nuevamente pisoteada y humillada por facciones electorales del régimen. Y es lo que busca evitarse, pero ¿cómo?
En principio, debe considerarse la renovación de las organizaciones políticas. Este paso debe permitir emerger un nuevo liderazgo político, que satisfaga ciertas condiciones. Como la de asegurar una mejor conexión con la ciudadanía. Aunque tan sensible operación, debe evadir la tentación de elecciones internas. Y es porque estas sólo dejan ver una realidad escasamente reacomodada al seleccionar los mismos personajes. O personeros gastados por el tiempo. O sea, pretendidos líderes con vicios de rancios criterios políticos. Pero que no descuidan sus más guardados intereses.
De ahí la imperiosa necesidad de instar el establecimiento de una realidad política monolítica. Formada por factores políticos y sectores sociales. Particularmente, de aquellos que han impulsado el cambio como razón inaplazable de garantía para recuperar la democracia vilipendiada por el comportamiento nefasto del régimen opresor, usurpador y corrupto.
Tan inminente necesidad, debe transitar por la renovación del Consejo Nacional Electoral. Dicha condición debe partir del hecho de remozar principios jurídicos viciados que hoy soportan un Poder Electoral subordinado al Poder Ejecutivo. Este problema, ha incitado “un voto que no elige” toda vez que es forzado su recorrido hipotecando la suerte del país. Suerte esta que ha sido reprimida no sólo por agentes de la (in)seguridad política (cuerpos militares y policiales adoctrinados). Asimismo, por falanges civiles armadas. Todos ellos, beneficiados por la impunidad que admite la crueldad del vandalismo practicado.
Todo esto deberá apostar al restablecimiento de la democracia la cual implica la reconstrucción de Venezuela. Aunque pueda seguirse actuando con la soberbia y la falta de humildad que caracteriza muchos presumidos dirigentes, por creerse que son insustituibles como candidatos,y luego, como gobernantes. Sobre todo, cuando las realidades van, por un lado, y los discursos, por otro. Eso es porque en política, hasta las palabras rebotan.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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Esta realidad la ha padecido Venezuela, repetidamente. Y ha sido, por causa de las mezquindades toda vez que afectan la solemnidad del orgullo personal. Especialmente, de quienes presumen ser los más `aptos´ para ocupar cargos de representación popular cuya labor se remite a los trillados y trampeados procesos político-electorales.
Precisamente ahora, Venezuela está iniciando otro de los tan gastados procesos político-electorales cuyo objetivo apuesta a consolidar la tan necesaria, pero muy cacareada, unidad política. Aunque su fundamentación es inherente a la elección presidencial, que será en 2024.
Se habla de agrupar los partidos políticos en una denominada “Plataforma Unitaria Democrática”. Esta idea -aunque de vieja data- es imprescindible para evitar la escisión que en otras oportunidades ha fracturado el aludido propósito de unidad política. Para lograrlo esta vez, se habla de realización de elecciones primarias para seleccionar el candidato presidencial unitario, quien debe demostrar el potencial necesario y una extraordinaria de enganche político. Esta condición será vital al momento de enfrentar la corriente del oficialismo cuyos militantes y simpatizantes responden “verticalmente” a la línea política ordenada.
Sin embargo, deberá reconocerse que la dirigencia de los factores político-partidistas contrarios al régimen venezolano, a lo largo de los que va de siglo XXI, ha decaído en términos de compostura, persuasión y confianza. No hay duda que su notoriedad ha venido perdiendo sustentación política. Su rechazo es evidente. Aún cuando igual problema ha marcado la disfuncionalidad del oficialismo en su compromiso (frustrado) de preceptor o guía del desarrollo integral de Venezuela.
Esta situación de gruesa dificultad que actualmente enfrenta la oposición nacional, roza todo atisbo de riesgo que corre ante la contingencia de verse nuevamente pisoteada y humillada por facciones electorales del régimen. Y es lo que busca evitarse, pero ¿cómo?
En principio, debe considerarse la renovación de las organizaciones políticas. Este paso debe permitir emerger un nuevo liderazgo político, que satisfaga ciertas condiciones. Como la de asegurar una mejor conexión con la ciudadanía. Aunque tan sensible operación, debe evadir la tentación de elecciones internas. Y es porque estas sólo dejan ver una realidad escasamente reacomodada al seleccionar los mismos personajes. O personeros gastados por el tiempo. O sea, pretendidos líderes con vicios de rancios criterios políticos. Pero que no descuidan sus más guardados intereses.
De ahí la imperiosa necesidad de instar el establecimiento de una realidad política monolítica. Formada por factores políticos y sectores sociales. Particularmente, de aquellos que han impulsado el cambio como razón inaplazable de garantía para recuperar la democracia vilipendiada por el comportamiento nefasto del régimen opresor, usurpador y corrupto.
Tan inminente necesidad, debe transitar por la renovación del Consejo Nacional Electoral. Dicha condición debe partir del hecho de remozar principios jurídicos viciados que hoy soportan un Poder Electoral subordinado al Poder Ejecutivo. Este problema, ha incitado “un voto que no elige” toda vez que es forzado su recorrido hipotecando la suerte del país. Suerte esta que ha sido reprimida no sólo por agentes de la (in)seguridad política (cuerpos militares y policiales adoctrinados). Asimismo, por falanges civiles armadas. Todos ellos, beneficiados por la impunidad que admite la crueldad del vandalismo practicado.
Todo esto deberá apostar al restablecimiento de la democracia la cual implica la reconstrucción de Venezuela. Aunque pueda seguirse actuando con la soberbia y la falta de humildad que caracteriza muchos presumidos dirigentes, por creerse que son insustituibles como candidatos,y luego, como gobernantes. Sobre todo, cuando las realidades van, por un lado, y los discursos, por otro. Eso es porque en política, hasta las palabras rebotan.
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