Todo cuerpo es sagrado. Sagrado en cuanto a que nadie puede disponer del cuerpo de otra persona sin su consentimiento. Sobre todo, sexualmente. Sin embargo, ese derecho es relativo en nuestra cultura de género. Si se trata del cuerpo de un hombre, no hay mayor discusión, quien intente sobrepasarse con el cuerpo de un varón, puede morir en el intento. Distinto es con el cuerpo de la mujer.
El derecho de una mujer sobre su cuerpo es maleable. Sobre todo por el pensamiento machista de algunos hombres, quizás, de muchos. No solo para quienes van por la calle, están en una fiesta, trabaja o estudia con mujeres, sino para quienes legislan y administran la justicia cuando juzgan la denuncia de un delito sexual cometido con una mujer.
Por años, la lucha de las feministas, y de quienes defienden los derechos de las mujeres, ha sido promover la denuncia por parte de ella de las agresiones y la violencia machista.
Romper el silencio por parte de la mujer agredida es una forma de sentirse fuerte, de buscar justicia. No es fácil hacerlo cuando se trata de algo que tiene componentes sexuales, de algo muy privado, que por razones culturales, produce vergüenza.
Muchos de los procedimientos establecidos para canalizar la denuncia de agresiones sexuales someten a la mujer a procedimientos que aumentan su dolor, las victimiza más. Buscando las necesarias pruebas del delito, hieren más a las mujeres. Lo que casi las mata es cuando la sentencia judicial exime de culpa, minimiza del delito de su agresor. Entonces, es la ley, redactada y aprobada por una mayoría de hombres, el instrumento para humillarlas, golpearlas moralmente.
La justicia ha encontrado un gran recurso para reducir los riesgos de interpretación en la sentencia de un delito sexual: el concepto de agresión sexual. Ese concepto vale para todo, hasta para algo tan grave como una violación.
En un caso de resonancia internacional, la pasante en una alta institución estatal, denuncia a su jefe por obligarla a hacerle sexo oral. Ante el poder del denunciado, el máximo organismo judicial del país sentencia que el sexo oral obligado no es violación, solo agresión sexual, si acaso. Le faltó decir que el abusador le hizo un favor a ella: al fin y al cabo, no cualquier mujer se lleva a la boca el pene de uno de los hombres más poderosos del mundo.
Un astro deportivo, lleva al baño de una discoteca a una de las chicas que conoció esa noche, le hace tocamientos sexuales, intenta penetrarla por la vagina dejando rastros de su líquido preseminal o de su semen en el cuerpo de su víctima que se resiste y logra ser auxiliada. Ella lo denuncia, dice haberse resistido. Hay testigos de que ella fue obligada a entrar al baño de hombres, los exámenes de laboratorio comprueban que el ADN del semen corresponde al del acusado, pero, a pesar de todas las pruebas y testimonios, el juez no sentencia. No se sabe qué le falta para hacerlo. Lo que sí es público y notorio es que el acusado tiene fama y mucho dinero.
Un magnate y político fue denunciado por violación sexual recientemente. La mujer había recibido un alto pago por su silencio y amenazas del denunciado, la habían hecho callar hasta ahora. Motivada por quién sabe qué intereses, hace pública la denuncia. Probar la violación tanto tiempo después de realizada es difícil para cualquier juez, pero tal será el peso de las evidencias y testimonios, que recibe sentencia por agresión sexual.
Hay leyes, redactada por hombres, que limitan el delito de violación sexual a solo si hay penetración por la vagina. En esa peculiar definición, si el hombre obliga a la mujer a hacerle sexo oral o la penetra por el ano, es solo una agresión sexual, casi que un «cariñito». Decisiones benignas por parte de los jueces ante delitos sexuales cometidos por hombres contra mujeres son frecuentes en todo el mundo.
En todo juicio humano, así sea legal y respaldado por leyes, hay un margen de interpretación. Quienes juzgan son humanos, su pensamiento tiene una parte subjetiva. Aún, en los sistemas de justicia más acabados, más parecidos a la imagen de la justicia ciega y equilibrada, hay deslices hacia el lado que le convenga al sistema, por cualquier razón que sea.
La interpretación de un juez o jueza con respecto a los delitos sexuales suele estar teñida por diversos factores, como sus creencias religiosas, posición política, intereses a los que debe responder y sobre todo, por una posición moral. Tradicionalmente, predomina el pensamiento machista (en jueces y juezas) porque a quien juzgarán por un delito sexual, por lo general, será a un hombre. Y un hombre es la encarnación de la inocencia ante la perfidia atribuida a la mujer, según las sagradas escrituras y algunas canciones que expresan al pensamiento popular.
Una de las reivindicaciones femeninas, en todo el mundo, quizás la fundamental, es la protección del su cuerpo, algo que en tiempos antiguos se representaba en el honor. El cuerpo femenino, históricamente, ha sido objeto de codicia. Todavía lo es para muchos.
Pensamientos como «ellas siempre quieren», «cuando dicen no, es si», les permite a los machistas actuar sobre el cuerpo de la mujer, abrazarlo, hacerlo suyo, aún cuando ella se resista. La defensa de la mujer es vista por ellos como «parte de su histerismo», «No pasa de ser una malacrianza». Esos pensamientos les sirven para justificar ante ellos mismos sus conductas de abuso o agresión.
Los movimientos feministas de todo el mundo exigen que el cuerpo de la mujer sea respetado. Respetado quiere decir que solo ellas pueden consentir a ser tocadas, por quien ellas quieren, por dónde ellas quieran y cómo ellas quieran. Es su derecho fundamental como ser humano. Si no es asi, es violación sexual, penetren por donde la penetren. Tan simple como eso.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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Todo cuerpo es sagrado. Sagrado en cuanto a que nadie puede disponer del cuerpo de otra persona sin su consentimiento. Sobre todo, sexualmente. Sin embargo, ese derecho es relativo en nuestra cultura de género. Si se trata del cuerpo de un hombre, no hay mayor discusión, quien intente sobrepasarse con el cuerpo de un varón, puede morir en el intento. Distinto es con el cuerpo de la mujer.
El derecho de una mujer sobre su cuerpo es maleable. Sobre todo por el pensamiento machista de algunos hombres, quizás, de muchos. No solo para quienes van por la calle, están en una fiesta, trabaja o estudia con mujeres, sino para quienes legislan y administran la justicia cuando juzgan la denuncia de un delito sexual cometido con una mujer.
Por años, la lucha de las feministas, y de quienes defienden los derechos de las mujeres, ha sido promover la denuncia por parte de ella de las agresiones y la violencia machista.
Romper el silencio por parte de la mujer agredida es una forma de sentirse fuerte, de buscar justicia. No es fácil hacerlo cuando se trata de algo que tiene componentes sexuales, de algo muy privado, que por razones culturales, produce vergüenza.
Muchos de los procedimientos establecidos para canalizar la denuncia de agresiones sexuales someten a la mujer a procedimientos que aumentan su dolor, las victimiza más. Buscando las necesarias pruebas del delito, hieren más a las mujeres. Lo que casi las mata es cuando la sentencia judicial exime de culpa, minimiza del delito de su agresor. Entonces, es la ley, redactada y aprobada por una mayoría de hombres, el instrumento para humillarlas, golpearlas moralmente.
La justicia ha encontrado un gran recurso para reducir los riesgos de interpretación en la sentencia de un delito sexual: el concepto de agresión sexual. Ese concepto vale para todo, hasta para algo tan grave como una violación.
En un caso de resonancia internacional, la pasante en una alta institución estatal, denuncia a su jefe por obligarla a hacerle sexo oral. Ante el poder del denunciado, el máximo organismo judicial del país sentencia que el sexo oral obligado no es violación, solo agresión sexual, si acaso. Le faltó decir que el abusador le hizo un favor a ella: al fin y al cabo, no cualquier mujer se lleva a la boca el pene de uno de los hombres más poderosos del mundo.
Un astro deportivo, lleva al baño de una discoteca a una de las chicas que conoció esa noche, le hace tocamientos sexuales, intenta penetrarla por la vagina dejando rastros de su líquido preseminal o de su semen en el cuerpo de su víctima que se resiste y logra ser auxiliada. Ella lo denuncia, dice haberse resistido. Hay testigos de que ella fue obligada a entrar al baño de hombres, los exámenes de laboratorio comprueban que el ADN del semen corresponde al del acusado, pero, a pesar de todas las pruebas y testimonios, el juez no sentencia. No se sabe qué le falta para hacerlo. Lo que sí es público y notorio es que el acusado tiene fama y mucho dinero.
Un magnate y político fue denunciado por violación sexual recientemente. La mujer había recibido un alto pago por su silencio y amenazas del denunciado, la habían hecho callar hasta ahora. Motivada por quién sabe qué intereses, hace pública la denuncia. Probar la violación tanto tiempo después de realizada es difícil para cualquier juez, pero tal será el peso de las evidencias y testimonios, que recibe sentencia por agresión sexual.
Hay leyes, redactada por hombres, que limitan el delito de violación sexual a solo si hay penetración por la vagina. En esa peculiar definición, si el hombre obliga a la mujer a hacerle sexo oral o la penetra por el ano, es solo una agresión sexual, casi que un «cariñito». Decisiones benignas por parte de los jueces ante delitos sexuales cometidos por hombres contra mujeres son frecuentes en todo el mundo.
En todo juicio humano, así sea legal y respaldado por leyes, hay un margen de interpretación. Quienes juzgan son humanos, su pensamiento tiene una parte subjetiva. Aún, en los sistemas de justicia más acabados, más parecidos a la imagen de la justicia ciega y equilibrada, hay deslices hacia el lado que le convenga al sistema, por cualquier razón que sea.
La interpretación de un juez o jueza con respecto a los delitos sexuales suele estar teñida por diversos factores, como sus creencias religiosas, posición política, intereses a los que debe responder y sobre todo, por una posición moral. Tradicionalmente, predomina el pensamiento machista (en jueces y juezas) porque a quien juzgarán por un delito sexual, por lo general, será a un hombre. Y un hombre es la encarnación de la inocencia ante la perfidia atribuida a la mujer, según las sagradas escrituras y algunas canciones que expresan al pensamiento popular.
Una de las reivindicaciones femeninas, en todo el mundo, quizás la fundamental, es la protección del su cuerpo, algo que en tiempos antiguos se representaba en el honor. El cuerpo femenino, históricamente, ha sido objeto de codicia. Todavía lo es para muchos.
Pensamientos como «ellas siempre quieren», «cuando dicen no, es si», les permite a los machistas actuar sobre el cuerpo de la mujer, abrazarlo, hacerlo suyo, aún cuando ella se resista. La defensa de la mujer es vista por ellos como «parte de su histerismo», «No pasa de ser una malacrianza». Esos pensamientos les sirven para justificar ante ellos mismos sus conductas de abuso o agresión.
Los movimientos feministas de todo el mundo exigen que el cuerpo de la mujer sea respetado. Respetado quiere decir que solo ellas pueden consentir a ser tocadas, por quien ellas quieren, por dónde ellas quieran y cómo ellas quieran. Es su derecho fundamental como ser humano. Si no es asi, es violación sexual, penetren por donde la penetren. Tan simple como eso.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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