El mundo cada vez más es testigo de excepción de la consolidación de la “antipolítica” como fenómeno global que impacta el funcionamiento de los diferentes sistemas políticos nacionales. Junto a ella, la desinstitucionalización y la personalización del liderazgo político está generando una reaparición progresiva de los autoritarismos con graves consecuencias en la convivencia democrática.
La antipolítica aparentemente es un comportamiento crítico hacia los partidos políticos y sus luchas internas que muchas veces se “despegan” del interés general, para concentrarse erróneamente en asuntos estrictamente partidistas. Pero, ciertamente, va mucho más allá. Y es aquí donde es importante acudir a los trasfondos dónde se determine realmente, quién o quiénes se benefician con este fenómeno.
Existen elementos mucho más profundos desarrollados a partir de la consolidación de la antipolítica que representan verdaderos misiles contra la democracia. El falso dilema que señala que con los avances tecnológicos en materia de comunicación se iban a impulsar las corrientes democráticas alrededor del mundo, se ha ido desvaneciendo. Y es que el “control” que se consolida cada vez más con la utilización de bots para orientar las corrientes de opinión pública, por parte de gobiernos y grupos de interés, ha ido debilitando el tejido social alrededor de las democracias en muchos lugares del mundo. En este sentido, la narrativa asociada a la destrucción moral de partidos e instituciones ha venido siendo impulsada por los enemigos históricos de la democracia, que les encanta romper el esquema de los contrapesos para retornar a modelos de gobierno centrados en la voluntad del líder por encima de todo.
La antipolítica, en ese sentido, no es buena. Es todo lo contrario, se vuelve un método para ir socavando los apegos ciudadanos hacia sistemas políticos más equilibrados que distribuyen el poder en fuentes alternas, en función de facilitar el control ante los desmanes de los liderazgos individuales que rara vez transforman en positivo a las sociedades, sino más bien las terminan llevando a estándares de irracionalidad y procesos catastróficos. Este fenómeno es utilizado para propiciar con más fuerza la polarización y los populismos constituyéndose en un cocktail explosivo que desencadena retrocesos históricos en los estadios civilizados de la humanidad.
Aunque los partidos políticos alrededor del mundo se han ganado una muy mala fama ante las poblaciones, con el fomento de prácticas cerradas y altamente ideologizadas, tenemos que tener la claridad necesaria para diferenciar las actuaciones particulares de ellos como órganos de enlace entre los Estados y la sociedad, y lo que sirve a muchos autócratas, para debilitar finalmente a los sistemas políticos democráticos que tardaron décadas en formarse y cientos de procesos que conllevaron a millones de víctimas en muchos lugares del planeta. Tenemos un enorme desafío en la actualidad.
Defendernos de la antipolítica y promover el interés en los asuntos públicos es una tarea titánica que la ciudadanía y los partidos políticos tienen por delante. Hay que cambiar muchas cosas en el seno de los partidos, pero para que ello ocurra, la sociedad debe estar atenta y vigilante de los procesos políticos y de la vida pública en las diferentes instancias territoriales de poder, para no dejar solo en manos de los partidos, el destino de la institucionalidad democrática. Contagiarse de antipolítica puede ser aún más perjudicial que contagiarse de covid.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
Del mismo autor: Posverdad, pospolítica y posdemocracia
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El mundo cada vez más es testigo de excepción de la consolidación de la “antipolítica” como fenómeno global que impacta el funcionamiento de los diferentes sistemas políticos nacionales. Junto a ella, la desinstitucionalización y la personalización del liderazgo político está generando una reaparición progresiva de los autoritarismos con graves consecuencias en la convivencia democrática.
La antipolítica aparentemente es un comportamiento crítico hacia los partidos políticos y sus luchas internas que muchas veces se “despegan” del interés general, para concentrarse erróneamente en asuntos estrictamente partidistas. Pero, ciertamente, va mucho más allá. Y es aquí donde es importante acudir a los trasfondos dónde se determine realmente, quién o quiénes se benefician con este fenómeno.
Existen elementos mucho más profundos desarrollados a partir de la consolidación de la antipolítica que representan verdaderos misiles contra la democracia. El falso dilema que señala que con los avances tecnológicos en materia de comunicación se iban a impulsar las corrientes democráticas alrededor del mundo, se ha ido desvaneciendo. Y es que el “control” que se consolida cada vez más con la utilización de bots para orientar las corrientes de opinión pública, por parte de gobiernos y grupos de interés, ha ido debilitando el tejido social alrededor de las democracias en muchos lugares del mundo. En este sentido, la narrativa asociada a la destrucción moral de partidos e instituciones ha venido siendo impulsada por los enemigos históricos de la democracia, que les encanta romper el esquema de los contrapesos para retornar a modelos de gobierno centrados en la voluntad del líder por encima de todo.
La antipolítica, en ese sentido, no es buena. Es todo lo contrario, se vuelve un método para ir socavando los apegos ciudadanos hacia sistemas políticos más equilibrados que distribuyen el poder en fuentes alternas, en función de facilitar el control ante los desmanes de los liderazgos individuales que rara vez transforman en positivo a las sociedades, sino más bien las terminan llevando a estándares de irracionalidad y procesos catastróficos. Este fenómeno es utilizado para propiciar con más fuerza la polarización y los populismos constituyéndose en un cocktail explosivo que desencadena retrocesos históricos en los estadios civilizados de la humanidad.
Aunque los partidos políticos alrededor del mundo se han ganado una muy mala fama ante las poblaciones, con el fomento de prácticas cerradas y altamente ideologizadas, tenemos que tener la claridad necesaria para diferenciar las actuaciones particulares de ellos como órganos de enlace entre los Estados y la sociedad, y lo que sirve a muchos autócratas, para debilitar finalmente a los sistemas políticos democráticos que tardaron décadas en formarse y cientos de procesos que conllevaron a millones de víctimas en muchos lugares del planeta. Tenemos un enorme desafío en la actualidad.
Defendernos de la antipolítica y promover el interés en los asuntos públicos es una tarea titánica que la ciudadanía y los partidos políticos tienen por delante. Hay que cambiar muchas cosas en el seno de los partidos, pero para que ello ocurra, la sociedad debe estar atenta y vigilante de los procesos políticos y de la vida pública en las diferentes instancias territoriales de poder, para no dejar solo en manos de los partidos, el destino de la institucionalidad democrática. Contagiarse de antipolítica puede ser aún más perjudicial que contagiarse de covid.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
Del mismo autor: Posverdad, pospolítica y posdemocracia