Recientemente sostenía una conversación sobre mi experiencia en los Estados Unidos como mujer y cómo, a diferencia de Venezuela, me he sentido más “segura” caminando por la calle, lo cual no sucedía en Venezuela, cuando tenía que ignorar silbidos o comentarios obscenos. Sin embargo, comenté el par de ocasiones en las cuales he sido víctima de lo que se denomina en inglés como “cat calling”. La diferencia fue que dentro de mi conversación hable de cómo yo había sido víctima de violencia callejera o acoso callejero.

Luego de esto, dos hombres que participaban en la conversación comenzaron a relativizar mi concepto de violencia y/o acoso callejero, bajo argumentos como que “un hombre que te hace halagos nunca sería violento físicamente” y que decirle a una mujer que es bella o que luce bonita no sería ningún problema.

Comenzaron a relativizar poniendo el contexto en un bar, como si eso fuera menos acoso. A lo cual yo de forma muy sutil le dije que: las pinturas son bellas, una casa es bella y que el hecho de decirle a una mujer completamente desconocida, que lo que viste o como luce o lo que le gusta de su cuerpo, seria objetivizarla.

Otra persona, una mujer, preguntaba por qué lo llamaría violencia si no me habían perseguido, no había sufrido de tocamientos sino que estas personas, dos hombres en un carro tocando corneta, haciendo silbidos, sólo estaban siendo idiotas. Que lo que tengo que hacer es ignorarlos y seguir de largo.

Más allá de que me hubieran perseguido o me hayan gritado obscenidades es el hecho de que una mujer sola por la calle trae consigo un sentimiento de vulnerabilidad, de miedo, porque no sabemos si podríamos ser víctimas de, por lo mínimo, un silbido no solicitado, como si fuéramos perros. No puedes sentirte segura en la calle. Todo ello genera desagrado, trauma y/o temor. Y la realidad es que no tenemos por qué sentirnos inseguras caminando por la calle o lugares públicos, independientemente de lo que usemos e independientemente de la hora en que caminemos.

Este acoso o violencia callejera, son prácticas que muchos hombres nunca han experimentado o vivido, el sentimiento de sentirse vulnerable e irrespetada solo por el hecho de ser mujer y caminar por lugares públicos.

Es importante que hablemos de la violencia, que hablemos de acoso. Las cosas por su nombre, la violencia no es necesariamente física. La violencia o acoso callejero es esta práctica que ocurre en lugares públicos como, el Metro, el autobús, la calle o lugares semipúblicos como el centro comercial, la universidad o un bar. Esta violencia o acoso callejero es una práctica que consiste en miradas lascivas, supuestos “piropos”, comentarios sexuales, persecución, grabaciones o fotografías, masturbación y que generan malestar, trauma o temor sobre la persona agredida.

Muchos hombres relativizan ese concepto. ¿Por qué? Porque el acoso callejero es, en su mayoría sufrido por mujeres y niñas. Porque, muy probablemente, la mayoría de los hombres nunca ha tenido que caminar por la calle haciendo caso omiso a expresiones sexuales o miradas lascivas que ocurren en el camino. Porque posiblemente nunca, como le pasó a una amiga en Italia y a otra en México, le han tocado las nalgas cuando caminaban en la calle. Sin embargo, que no lo hayas experimentado no significa que no exista y que no sea cierto.

No, no es ser “amable” o “cordial” decirle a una mujer desconocida en lugares públicos cómo luce. Esto, por lo mínimo, es irrespetuoso, es violencia y es acoso. Sí, tan violento como la violencia física o la violencia económica. Contribuye a la cultura del patriarcado, del poder que siente un hombre sobre la mujer de decirle lo que piensa de forma violenta.

Hay que detenerse y pensar que ese: “mamita, qué linda luces hoy”, “tan bonita, y tan solita” o “te comería entera”, no es un halago, no es un piropo, tampoco debe ser culturalmente aceptado, es abuso. Algunos creerán que les están haciendo un favor al hacer alusiones al cuerpo o vestimenta de una mujer desconocida en la calle, pero no: cualquier señalamiento no solicitado al físico de una mujer en la calle es acoso y es violencia. Ampliemos nuestro concepto de violencia más allá de la violencia física.

Las mujeres no caminamos por la calle disfrutando que nos miren o que nos griten comentarios sobre nuestros cuerpos o nos tiren besos. El típico argumento de que “se lo estaba buscando por cómo se viste”, o que “seguro es para que la miren”. No, no y más no. La culpa es del acosador, no de la víctima. Las mujeres y las personas en general nos vestimos como queremos para nosotras, sin necesidad de estar atrayendo miradas o silbidos no solicitados. Tampoco tenemos que calarnos o callarnos ante estos silbidos y caminar e ignorar como sugería la mujer en la conversación. Tenemos que generar conciencia y conversar el tema por su nombre, hablarlo con tus amigos, tanto hombres como mujeres, necesitamos concientizar estos conceptos.

Así que, la próxima vez que alguna mujer experimente esas expresiones, miradas, persecuciones llamémoslas por su nombre: violencia y acoso callejero.

Foto: cortesia de Ocacchile

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Las opiniones emitidas en esta sección son de la entera responsabilidad de sus autores.

Abogada de la Universidad Católica Andrés Bello. Maestría en derechos humanos y género. Feminista y defensora de derechos humanos.

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2 Comentarios

  1. Maria Corina, lo que dices es muy cierto !! Te felicito y si, como lo explicas, tenemos que educar a los hombres y a las mujeres que lo veen “normal” porque nos enseniaron desde ninias que lo mas importante para nosotras es nuestra “aparencia” y nuestro “silencio”. Vamos salir de la “gruta” y evolucionar!!!

  2. ¡Muchas gracias por tu artículo! Estoy completamente de acuerdo en que hay que llamar las cosas por su nombre, y que el acoso “verbal” callejero es violencia. Además, las fronteras entre los tipos de violencia de género son muy difusas. Si el hombre no entiende que las mujeres son seres humanos iguales y dignos, podría moverse de la violencia verbal a la violencia física. Por eso, para combatir la violencia de género tenemos que empezar por un paso fundamental: cambiar la forma en la que pensamos y no aceptar ningun tipo de ataque a la dignidad e igualdad de las mujeres.

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