Credit: UNOCHA/Ali Haj Suleiman

Un sacerdote marista, en misión en Siria, es entrevistado por un noticiero español sobre el reciente terremoto que ha sacudido a ese país y a Turquía. La voz del sacerdote se oye aquejada por la tragedia humana que atestigua. Describe momentos de pánico, la impotencia y desesperanza de la gente después del terremoto.

Las declaraciones del sacerdote sobre el terremoto en el norte de Asia van más allá del movimiento telúrico. La tragedia no solo es el terremoto sino lo que sigue: sus consecuencias físicas, psicológicas en la gente, más las económicas en un país seriamente afectado por una década de guerra interna y sanciones internacionales, como en Siria.

Cuando le anuncian al sacerdote el final de la entrevista, el entrevistado toma un poco de fuerza, pide unos segundos más y hace un llamado a la comunidad internacional: «por favor, suspendan las sanciones, están destrozando este país, no hay cómo enfrentar esta tragedia, no hay medicinas, no hay gasolina, las ambulancias no pueden desplazarse», y la voz del sacerdote se quiebra. En el audio queda el sonido de un llanto.

Sanciones económicas por razones políticas

En los últimos años, los países ricos del hemisferio occidental, asumiendo el poder que da el dinero, la disposición de amenazante armamento y su influencia política internacional, han apelado a las sanciones económicas -que antes llamaban embargo- sobre los países discrepantes de sus líneas políticas o que violan derechos humanos.

Las sanciones económicas que unos países imponen a otro, buscan debilitar al gobierno al cual sancionan para que, acorralado entre la presión interna y la externa, pida clemencia, cambie de política y que renuncie. Se cree que agudizando la crisis interna, la de la gente que vive en el país de marras, se conseguirá el fin del régimen cuestionado.

La experiencia mundial ha demostrado que las sanciones, sin duda, tienen un efecto inmediato de tipo propagandístico: se demuestra el poder del o los países que sancionan sobre el que desean castigar pero no derrocan gobiernos, no cambian el curso político del gobierno sancionado, ni lo hace más respetuoso de los derechos humanos.

Las sanciones aíslan económicamente al país sancionado, creándose serios problemas al gobierno del caso pero también a la gente que vive en ese país. Al afectarse la economía nacional aumenta la crisis de los servicios de todo tipo y la economía personal y familiar se hace más difícil. Las sanciones terminan castigando a la gente que ya estaba castigada en sus condiciones de vida. Lo que está pasando en Siria, al no tener recursos para enfrentar un cataclismo natural, es un ejemplo de ello.

72 horas y 4 días después

El reciente terremoto que ha sacudido a Turquía y Siria ha dejado decenas de miles de personas muertas, mucho más miles de heridas y millones a la intemperie y sin esperanzas de tener un techo donde guarecerse quién sabe hasta cuándo. Una tragedia de incalculables costos humanos y económicos.

Las agencias de noticias internacionales han focalizado la conmovedora información sobre el terremoto en Turquía y poco se reporta sobre lo ocurrido en Siria, donde, probablemente, por el conflicto bélico interno y las sanciones económicas internacionales que pesan sobre ese país, la situación de la gente pudiera ser peor que la de su vecino.

Las sanciones internacionales que pesan sobre Siria han dificultado la llegada de ayuda humanitaria. 72 horas después del derrumbe de centenares de edificaciones con gente adentro, ya vencido el tiempo límite que los rescatistas establecen para encontrar sobrevivientes, ha llegado un convoy de las Naciones Unidas.

No sabemos si la urgente ayuda humanitaria enviada por decenas de países ante el cataclismo ocurrido en el norte de Asia, pueda llegar hasta Siria. Las fronteras de ese país están cerradas desde antes del terremoto y cualquier tipo de ayuda proveniente de otros países estaba penalizada por las naciones sancionadoras. Cuatro días después del fatídico terremoto, un alto funcionario del organismo internacional dice: «es hora de pensar en el levantamiento de sanciones a Siria». Tarde piaste, pajarito; dicen en mi pueblo.

Epílogo de una tragedia que apenas comienza

Ojalá que ante la tragedia de Siria y Turquía, los países sancionadores de Siria se apiaden de su gente y no impidan que, por razones políticas, la ayuda humanitaria llegue a quien la necesita con urgencia. Igualmente, ojalá el gobierno de ese país acepte la ayuda que se le ofrece y su soberbia no impida amainar el dolor, el hambre, el frío y las condiciones de vida de los sobrevivientes.

Un aprendizaje político de esta tragedia es que las sanciones económicas, el aislamiento de un país, no tumban gobierno, sino que, empeoran las condiciones de vida de la gente y más ante la eventualidad de un cataclismo natural como el ocurrido en Siria y su país vecino.

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