Mientras los procesos de formación universitaria sigan acumulando procesos de enseñanza-aprendizaje en forma de datos inertes, los resultados serán profesionales apáticos. Por consiguiente, profesionales sin mayor observancia de problemas del desarrollo, con actitudes empobrecidas ante las necesidades que crea la complejidad de las realidades. Además, actitudes siempre escurridizas de la atención que requiere el desencuentro crónico que sucede entre la ciencia, las tecnologías y las exigencias que clama la dinámica del ser humano en medio de confabulaciones, marginalidades y postergaciones de distinta índole.
Poco se ha advertido que la verdadera razón sobre la cual descansa el conflicto del hombre con él mismo, se debe a las insuficiencias de atender problemas que surgen en los intersticios donde se trama la vida y se trenzan sus vinculaciones. Cuestión esta que descuida la praxis.
Pocas veces se comprende la necesidad de dudar de cara a las insinuaciones que brindan teorizaciones sin hipótesis capaces de sostener sus correspondientes fundamentaciones. Es un problema que no ha terminado de reconocerse. Mucho menos de encararse. Y lo peor, que todavía configura parte de estructuras programáticas seguidas por la educación universitaria hoy día. Es decir, afectan la sustentación vivencial del profesional universitario dejándolo al libre albedrío de los conflictos que se suscitan en las fronteras entre lo probable y lo improbable. Entre lo efímero y lo sustancial.
El problema en cuestión, se complica toda vez que sigue persistiéndose en aceptar procesos de enseñanza-aprendizaje de áreas propias del conocimiento científico y tecnológico, al margen de disciplinas que, por literalidad educacional-formativa, atraviesan (transversalmente) las realidades de extremo a extremo.
De los desarrollos de la política, la economía, la geografía, la filosofía, se fijan la gerencia, la administración y las artes.
En el fragor de un proceso de formación universitaria, y más aún, en el ínterin de un pronunciamiento profesional, hay serias carencias del espacio dialéctico necesario para demostrar la univocidad que se establece entre ámbitos cognitivos distanciados. Aunque parecieran ser disímiles en su encuentro narrativo.
Sin embargo, la proximidad entre ellos es tal que de la consistencia de uno depende el afianzamiento del otro. Por ejemplo, de las consideraciones que expone la filosofía, depende la consolidación de un argumento desprendido de lo tecnológico. Más aún, si implica la gerencia o la administración como medio de sustentación de hipótesis comprometidas con las evidencias correspondientes.
Todo lo arriba explicado, busca dar cuenta de que ninguna explicación científica o técnica puede validarse apartada de la filosofía, de la política o de la economía. En algún lado, estriba alguna conexión que sin ser lo suficientemente visible o tangible, brinda la solidez necesaria que ajusta la razón implícita del hecho en explicación, al manejo confiable de lo estudiado fuera de las insidias de la manipulación.
Acá, calza la precisión que exige el acoplamiento que desde la filosofía, la política o la economía, están en juego. Es la forma de configurar la realidad que las exigencias tratan al momento de conducir la verdad entre las incertidumbres. Sólo así, la intervención de la filosofía, la política y las artes brindará la libertad ante las insidias de la manipulación de la ciencia y las tecnologías.
Es así que Romano Guardini, sacerdote y académico alemán, refería que la mayor posibilidad de verdad, se halla donde se da la mayor posibilidad de educación reuniendo la filosofía, la política y la economía como razones puntuales de la vida. Sin duda, es la forma más ilustrada de cómo es posible articular realidades y enriquecerlas. Es como descubrir el tesoro que esconde el proceso de aprender a pensar, inferir y actuar.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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Mientras los procesos de formación universitaria sigan acumulando procesos de enseñanza-aprendizaje en forma de datos inertes, los resultados serán profesionales apáticos. Por consiguiente, profesionales sin mayor observancia de problemas del desarrollo, con actitudes empobrecidas ante las necesidades que crea la complejidad de las realidades. Además, actitudes siempre escurridizas de la atención que requiere el desencuentro crónico que sucede entre la ciencia, las tecnologías y las exigencias que clama la dinámica del ser humano en medio de confabulaciones, marginalidades y postergaciones de distinta índole.
Poco se ha advertido que la verdadera razón sobre la cual descansa el conflicto del hombre con él mismo, se debe a las insuficiencias de atender problemas que surgen en los intersticios donde se trama la vida y se trenzan sus vinculaciones. Cuestión esta que descuida la praxis.
Pocas veces se comprende la necesidad de dudar de cara a las insinuaciones que brindan teorizaciones sin hipótesis capaces de sostener sus correspondientes fundamentaciones. Es un problema que no ha terminado de reconocerse. Mucho menos de encararse. Y lo peor, que todavía configura parte de estructuras programáticas seguidas por la educación universitaria hoy día. Es decir, afectan la sustentación vivencial del profesional universitario dejándolo al libre albedrío de los conflictos que se suscitan en las fronteras entre lo probable y lo improbable. Entre lo efímero y lo sustancial.
El problema en cuestión, se complica toda vez que sigue persistiéndose en aceptar procesos de enseñanza-aprendizaje de áreas propias del conocimiento científico y tecnológico, al margen de disciplinas que, por literalidad educacional-formativa, atraviesan (transversalmente) las realidades de extremo a extremo.
De los desarrollos de la política, la economía, la geografía, la filosofía, se fijan la gerencia, la administración y las artes.
En el fragor de un proceso de formación universitaria, y más aún, en el ínterin de un pronunciamiento profesional, hay serias carencias del espacio dialéctico necesario para demostrar la univocidad que se establece entre ámbitos cognitivos distanciados. Aunque parecieran ser disímiles en su encuentro narrativo.
Sin embargo, la proximidad entre ellos es tal que de la consistencia de uno depende el afianzamiento del otro. Por ejemplo, de las consideraciones que expone la filosofía, depende la consolidación de un argumento desprendido de lo tecnológico. Más aún, si implica la gerencia o la administración como medio de sustentación de hipótesis comprometidas con las evidencias correspondientes.
Todo lo arriba explicado, busca dar cuenta de que ninguna explicación científica o técnica puede validarse apartada de la filosofía, de la política o de la economía. En algún lado, estriba alguna conexión que sin ser lo suficientemente visible o tangible, brinda la solidez necesaria que ajusta la razón implícita del hecho en explicación, al manejo confiable de lo estudiado fuera de las insidias de la manipulación.
Acá, calza la precisión que exige el acoplamiento que desde la filosofía, la política o la economía, están en juego. Es la forma de configurar la realidad que las exigencias tratan al momento de conducir la verdad entre las incertidumbres. Sólo así, la intervención de la filosofía, la política y las artes brindará la libertad ante las insidias de la manipulación de la ciencia y las tecnologías.
Es así que Romano Guardini, sacerdote y académico alemán, refería que la mayor posibilidad de verdad, se halla donde se da la mayor posibilidad de educación reuniendo la filosofía, la política y la economía como razones puntuales de la vida. Sin duda, es la forma más ilustrada de cómo es posible articular realidades y enriquecerlas. Es como descubrir el tesoro que esconde el proceso de aprender a pensar, inferir y actuar.
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