Evo Morales

Uno de los principios cardinales de la democracia es la alternabilidad en el ejercicio del poder. Este principio es indispensable en los sistemas presidencialistas, no así en las democracias parlamentarias. En América Latina no hay una sola democracia parlamentaria. Los sistemas presidencialistas latinoamericanos hacen distintos tipos de énfasis en el poder de los parlamentos.

Los hay desde los que no significan nada hasta los que obstruyen todo. Pero no es esta la oportunidad para pensar en voz alta sobre las democracias parlamentarias o las presidencialistas, cosa que haremos en otro momento. El tema que nos ocupa es la relección de los cargos escogidos por la ciudadanía en elecciones libres.

La reelección indefinida es la muerte de la democracia en su principio cardinal: la alternabilidad en el ejercicio del poder. En un continente con un pasado caudillista tan hondo, donde el amor al poder de algunos pocos roza lo patológico, la no reelección indefinida es imperativa. Las razones por las que es urgente son obvias: el personalismo es uno de los cánceres de la vida política latinoamericana, consagrar el principio de no reelección indefinida es un paso constitucional importante, sobre el que los demócratas del continente deberíamos cantar en coro.

El otro tema es si debe admitirse la relección con uno o dos períodos de por medio, como ocurría en Venezuela con la Constitución de 1961º como ocurre en Brasil, Uruguay y Chile en la actualidad. La verdad es que el personalismo es un factor debilitante de la institucionalidad, y combatirlo (aquello que Betancourt llamaba la despersonalización del poder) es urgente en nuestro vecindario. El ejemplo mexicano es favorable: no relección absoluta. Seis años de gobierno y el paso a retiro o a la asunción de actividades distintas a la búsqueda del poder. A cuidar los nietos, quizás.

Hay quienes abogan por el sistema norteamericano: dos períodos de cuatro años y el paso a retiro para siempre, como es ahora en Colombia. Sin duda, es menos perjudicial que cualquier sistema que contemple la reelección indefinida, pero no es óptimo; vista la realidad histórica latinoamericana. Me inclino por un período de 5 o 6 años y la no reelección absoluta. Es obvio que esto fortalecería las instituciones partidistas y tendría a la vida política en una permanente renovación de los liderazgos.

Si miramos la casuística del continente añadimos brasa a esta sardina. ¿Se ha beneficiado Chile con las reelecciones de Bachelet y Piñera? No lo creo. El caso boliviano, ni hablar; la democracia no existe plenamente donde en un sistema presidencialista el gobernante se elige indefinidamente. Por cierto, la Constitución boliviana lo prohíbe, pero el TSJ de allá la corrigió a favor del hegemón.

¿Se ha beneficiado Brasil con la posibilidad de que Lula se presente otra vez como candidato? Por lo contrario, está en la cárcel en buena medida por sus aspiraciones. ¿La Argentina se benefició con los gobiernos de la familia Kirchner? La respuesta es obvia. Al sumar casos y casos no hallamos ni siquiera la excepción de la regla. Es evidente que no beneficia a nadie, ni siquiera a los que vuelven al poder.

Se requiere una renovación de la vida política de América Latina, para que surjan nuevos liderazgos, con ciudadanos formados y modernos, que dejen atrás la vieja mitología latinoamericana según la cual todos nuestros males son fruto del imperio norteamericano, y no son causa de nuestros propios errores.

En ese nuevo liderazgo, por cierto, conviene recordar que no todo se reduce a variables macroeconómicas, que la gente está hecha de emociones, que no se puede gobernar como si fuésemos ingenieros planificando un puente. También conviene recordar que no hay tarea más exigente que la del gobierno, que por el amor de los Dioses del Olimpo escojamos a gente preparada para ello.

No a empresarios, ni militares, ni a vendedores de pócimas mágicas, ni a nadie que provenga de la antipolítica o pertenezca a algún clan nepótico. Gobernar es una tarea tan ardua que ni siquiera los formados para ello garantizan el éxito; ya sabemos lo que ocurre cuando gobiernan los que no saben cómo hacerlo.

Hay medidas precisas y simples que cambian mundos enteros. Una de ellas es esta: que no se puedan reelegir, que entreguen todas sus fuerzas en la hechura de un buen gobierno, uno solo. Y que después escriban sus memorias, como lo hizo José Antonio Paéz.

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