Además del arduo trabajo que supone supervisar el proceso educativo, los docentes en la región fronteriza con Colombia tienen otros factores de los que preocuparse a la hora de enseñar. La presencia de la guerrilla y grupos paramilitares, la atención especial a los estudiantes cuyos padres “van y vienen” de un país a otro, el acceso a las escuelas a través de canoas, y la merma de los servicios básicos.

Mariela Chacón, directora de la red de escuelas Fe y Alegría en la frontera colombo venezolana, vive en San Cristóbal, estado Táchira, donde diariamente su labor docente compite con los cortes de electricidad. Para ella, las fallas eléctricas de la entidad son “bastante agobiantes”.

“En mi casa hemos tenidos cortes de 12 y 18 horas, a veces continuas y a veces intercaladas”, apuntó.

“Eso te crea angustia, incertidumbre, ansiedad. En el día estás agotado de atender lo que debes estar atendiendo y en la noche estás persiguiendo la luz”, comentó Chacón en una entrevista telefónica para Efecto Cocuyo que atendió desde su oficina mientras sucedía otro apagón.

Era la primera vez desde que inició la cuarentena nacional que se lograba reunir en su oficina de manera presencial. No solamente porque la docente respeta las recomendaciones sanitarias, sino porque la escasez de gasolina durante la pandemia no le permitían trasladarse a su sitio de trabajo.

Esta vez pudo llenar el tanque de su carro con un salvoconducto que le dio Fe y Alegría. La escasez de combustible, gas doméstico, agua y de electricidad son problemas cotidianos para la población tachirense.

“Ya se me va a acabar la pila de la laptop ¿y ahora? No tenemos luz, no tenemos gas para cocinar, entonces te toca comer pan y agua o lo que puedas hacer sin ir al mercado”, relató.

Con internet, pero sin luz

Desde que entró en efecto la cuarentena el pasado 16 de marzo, junto con la suspensión de clases en todos los niveles educativos, Fe y Alegría se ha esforzado por llevar a cabo la educación “a distancia”.

De acuerdo con la directora regional, ha obtenido respuestas de muchos de sus alumnos en las actividades de contingencia. Sin embargo, el proceso ha sido complicado por problemas de conectividad.

A pesar que en la capital tachirense el internet es medianamente efectivo, el servicio no se puede aprovechar por los constantes cortes de luz.

“En San Cristóbal hay internet colombiano, pero en San Joaquín de Navay (también en Táchira) y en El Nula (estado Apure) el trabajo a distancia es difícil…no se ha podido llegar a ellos”, explicó Chacón.

En estas regiones los estudiantes trabajan en las fincas y para poder recibir educación deben esforzarse más.

Debido a la diáspora de docentes, Chacón también colabora con una escuela de El Nula, donde enseña inglés. A la Escuela Técnica Agropecuaria Padre José Pastor Villalonga, en época de lluvia, se accede en canoa ya que los niveles del caudal del río se elevan e inundan la vía terrestre.

Para Mariela Chacón, lo más retador del proceso educativo es “cómo poder llegar a todos los estudiantes y que no quede ninguno excluido de las actividades pedagógicas, de la enseñanza de valores y de las actividades psico emocionales con las familias”.

La zona atiende a 1.210 estudiantes de las escuelas de Fe y Alegría, cada uno con una necesidad particular. Por ejemplo, en este tiempo de cuarentena dos estudiantes quedaron varados en Colombia tras el cierre de fronteras, uno en Cúcuta y otro el Norte de Santander.

Guerrillas y otros grupos irregulares

Otro problema frecuente son los grupos paramilitares que protagonizan actividades irregulares cerca de los planteles.

“En la escuela en frontera con Orope, a 15 minutos del Puerto Santander, ahí hay paramilitares, y la población estudiantil estuvo en toque de queda por enfrentamiento entre bandas la semana pasada”, según Chacón.

También dijo que, en la Escuela Técnica Agropecuaria Fe y Alegría Dr. Alberto Díaz González, en San Cristóbal, “se está metiendo la guerrilla”.

En su experiencia, los grupos paramilitares hacen presencia cerca de las instituciones en primer lugar para atribuirse un “rol protector”, y en segundo para reclutar estudiantes.

“A veces buscan a los que son de carácter más fuerte. Nosotros tenemos estudiantes que son hijos de los jefes de esos grupos y estudiantes que han sido becarios y a algunos los han matado”, contó. Chacón se frustra por no poder atender todas las necesidades sociales y económicas de sus alumnos.

Un problema salarial

También los docentes en cargos administrativos, como la directora regional de Fe y Alegría, reciben el “salario de hambre” de un docente público, según el convenio de subvención de la Asociación Venezolana de Educación Católica (Avec).

Chacón gana lo mismo que un docente V, es decir, 350 mil bolívares mensuales previo al aumento del salario mínimo. Por eso, además de los recorridos por los planteles, las reuniones y la ayuda a la institución, en Apure “a uno le toca rebuscarse con varias cositas” para adquirir la canasta básica que en marzo costó 30 millones de bolívares.

En su caso, trabaja de lunes a lunes, dando clases particulares de inglés los fines de semana, y también asesora a tesistas de ingeniería, que es una de sus dos carreras.

Confesó que a veces “quiere salir corriendo” de San Cristóbal a otro lugar en donde haya mejor remuneración, pero se lo impide su vocación y su atención por su familia en Venezuela.

“Me gusta mucho el trabajo que estoy haciendo de acompañar a los equipos pedagógicos, en favor de que se haga un buen trabajo para los niños, niñas y adolescentes. Soy feliz dando clases”, dijo.

Para ella “la retribución más grande es el cariño de todos los muchachos” y la mística de Fe y Alegría.

“Fe y Alegría es un proyecto de vida. No recibes el salario que esperas, pero no es culpa de Fe y Alegría sino del gobierno que da los recursos”, concluyó.

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