Primero llegaron ocho, luego veinte y, en los días posteriores, más de cien. Exhaustos, desconcertados y hambrientos. Para el 16 de marzo de 2022, José Jesús Pacheco ha visto y ayudado a 2.200 refugiados ucranianos, entre adultos y niños, que huyen de la guerra iniciada por Rusia tres semanas atrás.
Los recibe en la parroquia San Juan Pablo II, en la ciudad de Lviv, a 70 kilómetros de la frontera de Ucrania con Polonia.
Pacheco nació en Carúpano, una calurosa ciudad de costas azules que queda en el estado Sucre, al oriente de Venezuela. Sin embargo, el misionero y seminarista de 31 años se ha acostumbrado al clima helado de Europa del Este. Puede soportar el frío de un invierno que tarda en acabarse, mientras reparte té y mantas a los desplazados.
«Por iniciativa del párroco Gregorio, nuestra parroquia se convirtió en un refugio para los que vienen escapando. Muchas de estas personas logran salir del país. Incluso aprovechan cuando viene la ayuda humanitaria, porque los subimos a esos mismos autobuses. Pero generalmente, nuestro servicio se basa en darles alimentos y un techo, además de toda la ayuda humanitaria que recibimos de Polonia, Hungría e, incluso, de Latinoamérica», explicó Pacheco a Efecto Cocuyo.
El templo de la parroquia San Juan Pablo II es uno de los pocos católicos que hay en Lviv y está en la periferia de la urbe, a ocho kilómetros de la estación de tren.
Justo al lado, se alza otro edificio, la casa parroquial, habilitada por el párroco Gregorio Draus y Pacheco para acoger a los que solicitan asilo temporal, que bajan de los vagones con la garganta reseca y la nariz congelada. Al lugar han arribado también españoles, africanos del Congo, indios, dominicanos, entre otras nacionalidades.
Según la Organización Internacional de Migraciones (OIM), al menos tres millones de personas han abandonado Ucrania, desde el inicio del ataque ruso, el 24 de febrero de 2022. Lviv, o Leópolis por su traducción, se ha convertido en una ciudad de refugiados, por su cercanía con Polonia.
Hasta el momento, se han abierto más de 400 albergues y 86 iglesias se convirtieron en sitios de cobijo, según declaraciones de Andriy Sadovyi, alcalde de la localidad.
Cuando vivía en Venezuela, José Jesús Pacheco estudió por algún tiempo Ingeniería en Petróleo en la Universidad de Oriente (UDO), en el núcleo de Monagas, a unos 189 kilómetros de Sucre. Sin embargo, terminó por unirse a la vida eclesiástica, empujado por una vocación al servicio religioso que tenía muchos años y a la cual no fue capaz de ignorar.
Entonces comenzó a formar parte de la Diócesis de Carúpano.
«Fuimos invitados a una convivencia en Italia, que es como una especie de retiro espiritual. Al culminar ese retiro hubo un sorteo, pero antes nos pidieron nuestra disponibilidad para poder viajar a cualquier parte del mundo. Al principio yo estaba designado a estudiar en el seminario de Santa Rosa de Lima en Caracas, pero Dios tenía otros planes, y al final mi nombre también estuvo en ese sorteo. Me terminó tocando Ucrania», señaló Pacheco.
El misionero poco había oído de aquel país desconocido y no podía ubicarlo en el mapa. Aterrizó en Kiev, la capital de la nación, sin hablar inglés o ucraniano, el 4 de abril de 2013.
«Tuve muchas crisis porque no me entraba el idioma. Pero luego Dios me ayudó y aprendí ucraniano y polaco, también un poco de ruso», comentó.
Estaba en un seminario de la Diócesis de Kiev cuando Rusia atacó las primeras ciudades ucraniana. Días después, llegó a Lviv en autobús. Por ahora, no piensa moverse de la ciudad.
«Cada noche llegan aquí, a la parroquia, entre 100 y 180 personas. Recuerdo que la parroquia Divina Misericordia de Carúpano funcionaba muy apegada a lo que es Caritas Venezuela. Yo aprendí muchísimo del servicio y eso que aprendí allí me tocó traerlo a esta parroquia en Ucrania. Todo eso me ha servido a formar aquí a la gente para seguir ayudando a otros. Mi tiempo en Venezuela fue de preparación para este momento», afirmó José a Efecto Cocuyo.
Durante la primera semana de marzo, el padre Draus tuvo la idea de ir a buscar refugiados a la estación ferroviaria cercana a la parroquia. Acudió temprano, acompañado por José Pacheco, con la intención de ofrecerles abrigo y ayudar a los que se sintiesen perdidos.
Cuando el tren llegó a Lviv, de él bajaron decenas de personas a empujones y el andén pronto se abarrotó. Pacheco apenas podía moverse, pero alcanzó a ver una figura de baja estatura. Era una niña muy pequeña, con las mejillas redondas y el pelo alborotado, abrigada pero sola. El venezolano la alzó en brazos antes de que desapareciera, tragada por la multitud.
Nothing justifies attacks on civilians.
As war rages in #Ukraine, healthcare facilities are being targeted, injuring and killing patients, including pregnant women and children.
This unconscionable cruelty must end. The children of Ukraine need peace, NOW. pic.twitter.com/7BSLZ3lmSg
— UNICEF (@UNICEF) March 15, 2022
Miró a todas direcciones, esperando divisar a alguna madre buscando a una chiquilla extraviada, pero ningún pasajero volteó hacia él. Cuatro horas después, la estación se vació por completo. José todavía sostenía a la niña y, a regañadientes, tuvo que aceptar que nadie vendría por ella.
«Nunca encontré a los padres. El tren se fue y no sabíamos qué hacer. Pero ahí estaba una comisión de la Unicef y la dejamos con ellos. Luego no sé qué pasó», contó el seminarista.
De acuerdo con la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), cerca del 90 % de los desplazado son mujeres y niños. Unicef alertó, el 15 de marzo, que «cada segundo un niño se convierte en refugiado a causa de la guerra de Ucrania y Rusia».
José confiesa que ha escuchado historias duras, de personas que no solo perdieron hogares, sino el hilo de sus vidas, parientes, mascotas y planes.
«Una de las señoras que está acogida acá nos contó el tiempo que estuvo escondida en su sótano, sola, sin comida por diez días. Un día supo que habían matado a su esposo. Cuando por fin pudo salir del sótano, caminó en la calle y vio que el cuerpo del hombre estaba en la acera. Nadie lo había podido levantar por los bombardeos», narró el venezolano.
A pesar de que muchas personas han abandonado la parroquia San Juan Pablo II, en la búsqueda de un nuevo destino, hay 40 que pidieron refugio permanente.
«Quieren vivir con nosotros hasta que esto pase. Y es muy bueno, porque ellos son parte ahora del voluntariado y ayudan en todas las labores», dijo José Jesús Pacheco.
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Aumenta cada vez más el número de los que tocan las puertas del tempo. En el sitio se acomodan como pueden. Curiosamente, el espacio religioso se terminó de construir cinco días antes de la guerra. Por otro lado, los cuartos de la casa parroquial también son destinados a los que huyen. Draus y Pacheco duermen en el ático, porque cedieron sus habitaciones.
El domingo 12 de marzo, por primera vez el sonido de una sirena invadió la parroquia. El ruido lejano de un bombardeo erizó la piel de todos en el lugar. De inmediato, el párroco y el misionero los condujeron dentro de la iglesia.
«Cuando escuchas un avión, ves la cara de terror de la gente que ha sido bombardeada. Nuestra parroquia no tiene sótano o búnker. Hay planta baja y ya. Eso nos preocupa por la cantidad de personas que tenemos aquí. Hay muchos ancianos y trasladarlos durante emergencias aéreas es difícil», explicó José.
Más del 67% de la población ucraniana es cristiana ortodoxa: eso arrojan los datos del Centro Razumkov en colaboración con el Consejo de Iglesias de Ucrania. Frente a ello, y con el sonido cada vez más frecuente de bombardeos, Draus ha llamado a sacerdotes ortodoxos para permitirles ofrecer servicios religiosos y calmar a los desplazados, con autorización del obispo.
«Nuestra labor es llevar la palabra de Dios e incluimos a todos. Para que llegue ese mensaje no tienes que ser católico. Respetamos la fe de cada persona, en medio de tanta tragedia», expresó el venezolano.
Por ahora, está decidido a quedarse hasta que el conflicto haya terminado. Sonríe a los refugiados, con amabilidad caribeña, y aguarda a que pase el invierno. Muy dentro de sí, también espera que, con la nieve, se vaya la guerra.
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