Venezuela se enfrentó a la pandemia generada por el COVID-19 con dolencias marcadas por la crisis humanitaria compleja, denunciada desde 2015. Cuando se conocieron los dos primeros casos, el 13 de marzo de 2020, la población local ya estaba curtida de los sinsabores de las otras epidemias que a su paso han dejado la corrupción y las desacertadas políticas públicas.

En sí, el Estado venezolano carecía (y carece) de capacidad fiscal para llevar a cabo medidas de gasto compensatorio para las familias y, por tanto, para hacerle frente a la pandemia.

Con ese panorama, la intensidad de la pobreza continuó su tendencia creciente. De acuerdo con la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi 2019-20), 96 % de los hogares estaban en situación de pobreza y 79 % en pobreza extrema; en el último caso significa que los ingresos percibidos eran insuficientes para cubrir la canasta alimentaria.

Desde 2017 Venezuela pasaba por una hiperinflación; el país sufría una recesión económica desde el año 2014.

Para marzo de 2018, la oficina de Washington para Latinoamérica declaró que 78 venezolanos asociados con el mandatario Nicolás Maduro habían sido sancionados por diversos países.

En abril de 2019, Estados Unidos metió en la lista a más de 150 empresas, embarcaciones e individuos, además de revocar las visas de 718 personalidades asociadas con Maduro.

En abril de 2019, Human Rights Watch y la Facultad de Salud Pública de Johns Hopkins Bloomberg publicaron un reporte conjunto observando que las sanciones iniciales no estaban dirigidas a la economía venezolana de ninguna manera, pero agregaron que las sanciones impuestas en 2019 podían empeorar la situación.

Además, para la fecha en el país había (aún lo hay) un vacío absoluto de datos epidemiológicos, que permitieran hacerse un juicio apropiado sobre la evolución del virus y el alcance de sus efectos socio-económicos.

Por donde se mire, Venezuela era vulnerable para cuando llegó el coronavirus que, para el 12 de marzo de 2022 (cuando han transcurrido 727 días de pandemia) había afectado a 518.303 ciudadanos, de acuerdo a los casos confirmados por el gobierno de Maduro, y cobrado la vida de 5.657 personas.

Ahora, dos años han transcurrido y muchas cosas se han vivido. Pero ¿cómo las hemos enfrentado? ¿Qué hemos aprendido? ¿Qué lecciones nos ha dado la pandemia?

Historias van e historias vienen y con todas se construye o dibuja esa nueva realidad. Conozcamos tres de esas experiencias de aprendizaje, de propósito y de convicción.

I

“Ahora soy una persona más empática y me preparo para ser influencer”

Un año y seis días. Ese era el tiempo que había pasado desde que ocurrió el primer apagón nacional, cuando se anunciaron los dos primeros casos de COVID-19 en Venezuela. Para entonces, Sergio Reyes no se había recuperado por completo del caos que vivió durante esos días de oscuridad y sequía.

La sensación de vértigo en el estómago, la angustia, la incertidumbre aún vivían en él. A sus 27 años (en 2020) estaba apenas recomponiendo su rutina y superando un cuadro de depresión aguda.

Asistía a terapias en la Unidad de Psicología de la Universidad Católica Andrés Bello (Ucab), donde también estudia Educación en Ciencias Pedagógicas.

Y de la noche a la mañana todo lo que era parte de una agenda programada se le derrumbó. Las palabras encierro, pandemia, virus y miedo minaron su cerebro, afectado ya por una hipoxia neonatal (parálisis cerebral moderada).

Era como si se le detuviera el mundo. Ya no podía ir a clases, no podía atender a los 12 niños del campamento de scout. Tampoco podía ir al gimnasio a rehabilitarse tres días a la semana, ir a la piscina ni hacer las compras directamente.

El confinamiento lo empujó al caos de la soledad. “Si alguien se sentía solo era yo”, recuerda.

La parálisis era algo que ya únicamente no la experimentaba él, era una condición masiva generada o alimentada por lo desconocido, por la pandemia.

En tres días, el país pasó de dos casos de coronavirus a 16 y de siete estados en cuarentena a todo un país que se dirigía al encierro.

“Empezó todo, el temor al virus, el uso de la mascarilla, el distanciamiento social, el lavado frecuente de manos. Había que cuidarse y yo tenía que asimilar todo muy rápido. Mis terapias en la Ucab se suspendieron, igual mis clases, dejé de ver a mis amigos, a la familia. No era fácil para mí. Estaba saliendo de reposo por el cambio de la andadera a muletas y eso fue un cambio abismal, todo mi entorno cambió: yo hacía todas mis cosas, esa era mi zona de confort y pasé a una de confinamiento total”.

Sergio es guía scout de 12 niños

Del caos a la adaptación

Sergio ya tiene 29 años. Y aunque líneas arriba la historia que cuenta nos lleva a pensar en una vida donde hay penas y dolor, lo que viene ahora es un camino aleccionador, donde el miedo y el caos lo transformó en resiliencia.

—  Me di cuenta de que los cambios no todos son catastróficos.

Dice esas palabras con mucho propósito y valentía y es porque entendió que la pandemia era un buen momento para mejorar, para cambiar, para adaptarse a lo nuevo.

—  Hasta lo económico se trastocó mi vida, porque ya no podía salir. Entonces, tuve que aprender a descargar aplicaciones, conocerlas y empecé a hacer las compras por delivery. Eso fue un cambio radical; así como fue el hecho de acostumbrarme a estudiar vía virtual. Esa fue una dimensión del aprendizaje muy compleja, muy innovadora, que también tiene sus pros y sus contras.

En el campo de lo emocional a Sergio no lo tocó fácil en estos dos años, pues la pandemia no ayudaba con su cuadro depresivo.

Entró a tratamiento psicológico a través de la plataforma Zoom. Luego empezó a hacer pequeños recorridos por su casa para estirar las piernas, pero hacer eso lo llenaba temor ante el contagio.

Tras ese primer paso, fuera del confinamiento, pudo respirar cierto aire de libertad y comenzó a llevar una especie de bitácora de las transformaciones que daba su vida.

“Ya el trabajo tampoco era el mismo, lo que conocíamos como el 15 y último había perdido vigencia, para dar paso al teletrabajo. Eso me llevó a buscar otras alternativas de ingreso y a no depender solo de ese salario. En lo educativo, me tocó aprender otro lenguaje de aprendizaje a distancia, a moderar yo mismo las clases y a entablar un diálogo con los profesores, a controlar la situación con el Internet y la luz que a cada rato se iban”.

— ¿Qué más aprendiste?

—  Me convertí en una persona más comunicativa.

Eso lo dice con satisfacción e, incluso, se toma unos segundos más para reconocer que antes no cultivaba las relaciones personales. “Con el confinamiento entendí que debía estar pendiente de mis tías, de mi abuela, de mis amigos. Los llamaba con más frecuencia. Eso me hizo ser más cercano y me entrené entonces con las video llamadas, aprendí el Skype y las otras tantas apps que hay para mantenernos conectados vía on line”.

Cuando su abuela falleció víctima del COVID-19, el 18 de septiembre de 2021 dos días después de su cumpleaños, el duelo lo usó para comprender que nadie dura para siempre (por lo menos físicamente). “Eso me enseñó a ver la pandemia como algo serio. Y, de nuevo, otro mensaje salta ante mí: debo acostumbrarme a la partida y, al mismo tiempo, comprender los ciclos de la vida y reconocer las fuentes de las oportunidades que nos brinda”.

Con eso en mente empezó a planearse y a visualizarse en el futuro cercano no solo como un docente, sino también como un influencer que habla de la discapacidad.

Su carrera en la Ucab está entre el quinto y el sexto semestre. A la par, estudia Educación Especial para personas en situación de discapacidad en la Universidad Pedagógica Experimental Libertador (Upel), proyecto que inició justo en pandemia y bajo un sistema completamente virtual.

“Ese fue un reto, porque los profesores no tenían esa empatía. Estábamos lanzado al mundo de la virtualidad en medio de un confinamiento. Nos recargaban de actividades para completar la carga curricular y todo con las malas conexiones de Internet. Pero mi psicólogo me brindó muchas herramientas para manejarme ante estas situaciones y eso me ayudó en esta curva de aprendizaje, en este desafío”.

Sergio da un largo respiro en medio de la entrevista y cuando retoma la conversación parafrasea una cita bíblica que dice en las dificultades y en las adversidades se ve el templo de Dios.

—  Aferrarme a eso me dio fortaleza. Tanto que hoy en día mis amistades me llaman para pedirme consejos, soy con el psicólogo del grupo y eso, en parte, me ha reconfortado.

Este aspirante a docente vive con su mamá, Claudia Solórzano, quien trabajaba vendiendo uniformes médicos y con la pandemia ya no podía estar caminando los pasillos de los hospitales. Entonces, lo que hizo Sergio fue migrar el emprendimiento a las redes y le creó un espacio virtual para ofrecer la mercancía.

Ahora, él trabaja en una marca personal. Desde que empezó este movimiento de influencer siempre le llamó la atención, y la pandemia le cayó como anillo al dedo para inmiscuirse en las redes.

Vio cuanto programa en YouTube pudo y fue aprendiendo. Luego le escribió a su amiga Raquel Hurtado que está en Chile (quien tiene dos restaurantes venezolanos: Papelón con limón y Pollo sabroso).

“Ella me ayudó a sacar la marca. Luego, hablé con el profesor de teatro y artes escénicas de la Ucab, Jesús Navas, y con Jazmín Centeno, de televisión y dirección audiovisual y oratoria. Ellos me asesoran y ayudan en la producción y en la creación de contenido para las redes, grabar los videos, los post, los doblajes, cortos graciosos…”.

Eso fue un gran desafío, contó, porque vengo del mundo de la educación, pero siento gran afinidad hacia las cámaras y eso ha sido una bonita experiencia, pues me hizo salir de mi zona de confort. “Encontré un espacio para demostrarle al mundo que una persona con limitación física no tiene que estar postrada o aburrida en su casa. Quiero mostrar lo polifacético que soy, lo talentoso y ahí voy. Como decía mi abuela en el caos busco la paz”.

Y si algo le agradece Sergio a la pandemia es que le abonó el terreno para convertirse en una referencia dentro de la parroquia La Vega (donde vive) y fuera de esas latitudes.  

Toda su rutina cambió con el confinamiento.

II

“El café Blu, inicia su futuro en Petare”

Enrique Egaña Wallis, es un empedernido amante del café. Y no lo es por consumidor. Lo es porque le apasiona la tierra, los cultivos, la semilla, el fruto y la historia.

Saber de dónde proviene el café gourmet, el gheisa, el de color azul o el que tiene un sabor a cacao amargo lo mantiene cautivado, a tal punto de que inició durante estos dos años de pandemia un proyecto en la parroquia Petare, del municipio Sucre, para cultivar lo que se conoce como Café Caracas Blu.

Se ha propuesto regalar más de mil matas de café, todas de su hacienda ubicada en Los Altos Mirandinos, para que los petareños puedan a la vuelta de uno año y medio o dos tener sus propias cosechas de un grano especial y de calidad que ya se ha medido en tazas internacionales, específicamente en Costa Rica, donde obtuvo hace poco una certificación.

Egaña Wallis estuvo a principios de marzo en un foro chat sobre agricultura urbana, con la participación de comunidades rurales y urbanas de Caracas y Miranda.

En ese espacio dio una clase explicativa de cómo, a través de estudios genéticos y de suelo,s han podido cultivar y clonar una nueva especie de calidad, en los laboratorios de la Facultad de Ciencias de la Universidad Central de Venezuela.

Cuenta el investigador que, a finales de 1800, principios de 1900, el café más especial era el Caracas Blu, que tenía unas tonalidades y un sabor particular, que lo hacía muy apreciado en Europa.

“Cuando la ciudad empezó a crecer, se fue desplazando la población hacia la parte de los Altos Mirandinos y hacia Carayaca, y se perdió un poco el concepto de la caficultura en la capital”.

— Luego, empezaron los mitos del Caracas Blu. Uno de ellos fue la versión del investigador colombiano, famoso en Venezuela, el doctor Navas Jaramillo, a quien se le atribuye la estación experimental del café que está en El Laurel. Él decía que el Caracas Blu se debía a la bruma salada que venía del salitre de las aguas del Mar Caribe, etc. Hubo otro tema que, pensamos nosotros, era una mutación de las plantas en específico. Posterior a eso, consideramos que había una adaptación de las plantas.

Después, se tejió una serie de fantasías a través del Caracas Blu y Egaña, junto con sus colaboradores, empezó a demostrar que eso tenía que ver con la química de los suelos de la ciudad que daba esas características Blu.

Variedad Geisha sensible a roya, esta fue la que se clonó.

Tomando como base esa premisa, se le ocurrió hacer un estudio sistemático, usando la inteligencia artificial en colorimetría, con la cual pretendía demostrar el carácter azul del café cultivado en Caracas, a finales del siglo pasado que era intenso, de baja acidez y tenía un gusto a cacao amargo

“En mi finca nos dispusimos a trabajar en la genética de café, e introdujimos variedades etíopes del producto, entre ellas el gheisa, y, algunas otras muestras que provienen del centro de genética de Costa Rica. Y haciendo una prueba de suelo nos dimos cuenta de que sí hay una relación de la química de la tierra de Caracas, la cual es particularmente única en Venezuela”.

Ahora, mientras el país se movía entre a pandemia, campañas electorales, elecciones y flexibilizaciones, Egaña Wallis fue haciendo contacto en Petare y fue llevando, además sus matas al Jardín Botánico y los campos del parque Topotepuy, en El Hatillo.

En el caso de Petare, dependiendo de los líderes sociales, se organizan en un punto estratégico y dependiendo de la demanda de la comunidad él lleva las semillas.

“Pero en esto hay que ser muy serios. Yo regalo las semillas de calidad y los vecinos lo que tienen que hacer es llevar una bolsa de harina que especial para iniciar un cultivo. Yo mismo les hago los huecos ya debidamente calculados y los beneficiados, de acuerdo a las indicaciones que se les dad, solo deben regar y trasplantar, para que al cabo de un año o dos, ya estén las matas floreciendo”.

Esa será la primera cosecha, con la que se hará la prueba genética.

— ¿En qué consiste?  

—  Se van a agarrar los granos y se hará un proceso de lavado. Una vez estén secos, se hará una prueba de colorimetría del café, y con la geolocalización y los estudios de suelo podremos demostrar el carácter blu y ver la dispersión en toda la geografía.

Pero esto no es una prueba de alquimia. Enrique Egaña Wallis, hace cuatro años tomó unas clases con el profesor Juan Carlos Rey, jefe de la unidad de Agrología de Facultad de Agronomía la UCV, y realizó un proyecto de redes neurales solo para entender cómo están dispersos los elementos de una zona en particular.

Después, logró que la profesora Jaidemar Núñez, PHD en inteligencia artificial de la Facultad de Ciencias, le diera clases y lo orientara en el proyecto. Con el paso de los meses creó, junto con otros investigadores, la fundación Agronerd, dedicada a la agricultura de precisión.

Durante toda la conversación con Egaña Wallis, que se dio a través de una llamada telefónica y con toda esa convicción tan arraigada por la necesidad de descubrir la genética del café, fue imposible no imaginar un ambiente aromatizado con todas esas especies, que 100 años atrás hicieron que Venezuela ocupara uno de los lugares más relevantes en el ranking de producción y exportación de café en el ámbito mundial.

—¿Qué lección le dejan estos dos años de pandemia?

—  La certeza de que sí podemos volver a tener el mejor café del mundo. Yo hago esto con mi dinero, con mis matas, con mi hacienda. Me atreví a enviar mis granos a Costa Rica, recibí mi certificación y, ahora, quiero que por toda Caracas se riegue el Café Caracas Blu, el mejor del mundo.

Enrique con los cultivos en su casa de El Hatillo.

III

Ya los líderes sociales no podemos depender del modelo rentista”

Inquieto, ansioso por aprender, disponible para todo, tolerante y conversador. Son palabras que describen al profesor Ángel Cacique, un hombre al que le corre por las venas la espina de la actividad política-social.

En su época de estudiante de bachillerato se leía toda la literatura de la época. De eso hace más de 45 años cuando dio los primeros pasos como activista.

Cerca de su casa había una librería y le regalaban los libros que nadie quería. Se los leía con pasión, muchos de ellos de la literatura rusa.

En ese proceso, Cacique entró a la Juventud Comunista. Contando con 15 años se involucró en las actividades comunitaria del partido, en los grupos de teatro, en la sociedad bolivariana y en los equipos deportivos.

Sumido en estas actividades terminó participando en la formación de La Causa R con la juventud de Catia. En ese entonces, se inscribía en el Pedagógico de Caracas. Durante ese proceso lo convencen de que el camino era la actividad popular y ahí es cuando se vincula con la organización Procatia.

Se gradúo en el área de Química en el Pedagógico de Caracas y aunque todavía está activo en la docencia, su trabajo fuerte es el activismo social. Por eso su andar rápido, el andar que llevan los catienses.

En el segundo período presidencial de Carlos Andrés Pérez, quedó electo como diputado suplente, pero con los sucesos del caracazo (febrero de 1989) muchos parlamentarios «dejaron el pelero» y él asume como principal.

Y aquí pudiéramos hacer un listado de los cargos, de la trayectoria, de las luchas. Pero no, saltamos esas décadas para ubicar a Cacique en estos dos últimos años, meses que resumen –en cierto modo– a las aventuras y desventuras de las desacertadas políticas públicas de quienes han gobernado este país.

Nos referimos, a que su activismo social también se vio afectado por la crisis humanitaria. Él también hizo colas para el pan, hace para el café, para el agua y sabe lo que se siente ver morir al ser que más se ama en la cama de un hospital.

Cacique baja a pie de Altavista, y cuando ya va de regreso, con la noche, siempre sale al paso algún motorizado que lo lleva a su casa, donde lo esperan sus dos hijos.

Hace meses lo esperaba su esposa Mariángela, una mujer de las causas sociales y de la que aprendió a prepararse para la vida.

Enseñanzas que lo ayudaron a sobrevivir en pandemia.

Cacique con su hijo haciendo honor a su esposa.

“Ahora comprendo la importancia que tiene el hombre en la sociedad. Tras la partida de Mariángela, pude comprender muchas cosas. Ella me decía: cuando no esté no bajes la santamaría. Y eso es lo que hecho”.

Su esposa murió en el hospital Domingo Luciani de El Llanito (donde tenía su historia de cáncer de mama), y aunque se había recuperado recayó, y su sistema inmune se vio seriamente comprometido.

El 1 de noviembre a las 12:45 p.m. se notificó su deceso en un hospital dependiente del Seguro Social, donde él y su familia costearon toda su atención, desde el agua, la limpieza, hasta los insumos,

No hay nada en la vida de Cacique que no haya hecho de la mano de su esposa. Por, eso cada frase que entona la terminaba con algún recordatorio de ella. “Me enseñó cómo era el servicio hacia el otro”.

En casa rodeado de sus dos hijos, mantuvo la fe y sobrellevó su duelo. Cuando ya tenían sus cenizas a resguardo, siguió su trabajo de calle. Su duelo lo pasó buscando el bienestar social. Incluso, para las elecciones de Barinas, del 9 enero, estaba en esa región apoyando la candidatura opositora.

Cuando todo parecía salir mal y Cacique se perdía en el bosque, de nuevo le venía en mente el trabajo sembrado por su esposa. “Ella decía que intentara continuar con su labor, y que eso solo lo sepan los que ayudas, pues no se podía publicitar esta labor porque se perdían los objetivos. No fui capaz de cantar y celebrar con alegría su partida como ella siempre quiso, pero entiendo ahora que su vida valió la pena y aunque descuidamos lo material, la pobreza no nos agobió y no nos obligó a desconocer nuestros valores y principios”.

Cacique siguió metido en la política, organizando a una parte importante del gremio de los transportistas, prepara a los jóvenes para su ingreso a las universidades y le dedica más tiempo al liderazgo popular.

De la pandemia, está seguro de dos cosas: nos hizo evolucionar como personas y nos invita a reflexionar que si queremos ser activistas sociales hay que desarrollar autonomía en la acción.

Aquí hizo una similitud del país rentistas, que todo lo daba, y en el que los partidos políticos movían las bases con maquinaria y dinero.

— Ahora no debemos movernos con ese esquema. Debemos generar un activismo con eficiencia y sustentabilidad. Aunque parezca que el gobierno tiene el control de todo, no creamos todo eso porque en las comunidades vemos otra cosa cuando falta el agua, la luz, el gas, y eso es un evidente descontento. Hay que apoyar a la gente, pero también hay que hacerle entender que el trabajo social requiere recursos, lo que ya se conoce como economía social de mercado. El líder social debe ser capaz de generar su capital.

Con la crisis humanitaria y, luego, con el confinamiento muchas empresas cerraron en Catia, compañías que — de alguna forma— podrían subvencionar actividades sociales, como por ejemplo la entrega de medicinas y de alimentos los fines de semana.

Ahora, comentó, ya no es posible que se generen recursos por esta vía, pero tampoco desde los partidos políticos.

“Vimos en Barinas el despliegue que hizo el gobierno, puso en el grill todo el asado que tenía y del otro lado no había nada. Por eso debemos trabajar en pro de la eficiencia y la sostenibilidad económica. Mariángel decía: crisis y pandemia, se soltaron los demonios. Pero en la medida en que este gobierno logró desestimar y desmovilizar el activismo social, me convencí de la necesidad de generar ingresos para mantener la solidaridad social y así poder llegar con una base fuerte de liderazgo al 2024”.

— ¿Qué otra cosa aprendió?

— A negociar con la gente, a presionar para logar los objetivos, a poder trabajar en la computadora y vigilar el agua para la pasta, a llevar siempre un lápiz y un papel y, definitivamente, la pandemia me enseñó a que como hombre soy un catalizador dentro de la comunidad.

Cacique sigue en sus actividades políticas. Se sigue levantando a las 5:00 a.m. a sus 68 años. Mantiene la fortaleza y, algo que quizás antes de la pandemia no veía y ahora sí es que le están llegando algunos destellos de luz al final del túnel.

Ese fue la reflexión que atinó a decir al terminar esta entrevista, que se dio en una plaza y terminó en la entrada de una estación del Metro.

Cree fielmente en el activismo de calle, y la pandemia lo ayudó a reforzar su convicción.

***

Son tres historias, una se desarrolla en La Vega, otra entre El Hatillo y Petare y la última en Catia. En todas hay tristezas y añoranzas, pero en común hay resiliencia y el reconocimiento de que el cambio no necesariamente tiene que ser catastrófico. Sergio en el caos buscó la paz y ahora quiere ser influencer, Enrique aprovechó el tiempo para promover la agricultura urbana y Ángel, más allá del dolor se comprometió a no bajar la santamaría y a convertir el activismo social en algo sostenible política y económicamente.