La vida de Rafael Caldera Rodríguez (1916-2009) está signada por “su portentosa voluntad en búsqueda del poder”, afirman algunos; mientras otros señalan que “lo guío una férrea voluntad de servicio”. En verdad, ambas afirmaciones no se contradicen, se complementan y trazan el perfil de un político a tiempo completo, con una devoción por su trabajo que no conoció paréntesis. Toda la vida del yaracuyano estuvo consagrada a la búsqueda de alcanzar las responsabilidades de ejercer gobierno. Él sentía que ese era su destino.
Nacido en San Felipe (estado Yaracuy) el 24 de enero de 1916, fue entregado a sus tíos en adopción sin perder sus apellidos. Tomás Liscano y María Eva Rodríguez Rivero de Liscano lo educaron en sustitución de sus padres Rafael Caldera Izaguirre y Rosa Sofía Rodríguez Rivero de Caldera. El origen de esta situación es la muerte de la madre, quien fallece muy joven dejando tres hijos huérfanos (Rosa Elena, Rafael y Lola) y un viudo. El padre acepta la idea de entregar a Rafael Antonio a sus tíos Liscano Rodríguez, y así fue, mientras entrega sus hijas al cuidado de otros tíos de las niñas. El niño Rafael se muda a Caracas con los Liscano a los siete años y comienza a ser educado por los jesuitas del Colegio San Ignacio, de donde egresa bachiller con el pecho lleno de medallas, acostumbrado a ser el primero de la clase. Estos años sellaron para siempre su orientación ideológica: fue un católico en el mundo proceloso de la política.
Cuando egresa de la Universidad Central de Venezuela como abogado y Doctor en Ciencias Políticas, Summa Cum Laude, en 1939, ya abriga un proyecto de poder. En su casa de estudios es profesor de Sociología Jurídica y Derecho del Trabajo entre 1943 y 1968; durante diez años imparte estas asignaturas en la Universidad Católica Andrés Bello, también. De estos años iniciales son sus dos obras más celebradas: la biografía de Andrés Bello (1935) y su Derecho del Trabajo (1939).
Después, a partir de la fundación de Copei (Comité de Organización Político Electoral Independiente), en 1946, buena parte de su obra escrita estará vinculada con su actividad política en la Democracia Cristiana venezolana. Su socialcristianismo se hizo manifiesto en la UNE (Unión Nacional de Estudiantes), en 1936, y antes se había aquilatado en su viaje a Roma al Congreso Internacional de la Juventud Católica, en 1933, donde trabó amistad duradera con un joven cristiano chileno, Eduardo Frei Montalva, con quien tejió una relación de alianza política de influencia continental, durante muchos años, articulada en la ODCA (Organización Demócrata Cristiana de América), de notable influencia en los procesos políticos de Centroamérica en la década de los años 80.
Por otra parte, conviene recordar que la UNE vino a agrupar a los estudiantes católicos, entonces con inocultables rasgos derechistas, que se distinguían de la FEV (Federación de Estudiantes de Venezuela), organización constituida antes y con evidentes realizaciones, al margen del credo católico, como la legendaria Semana del Estudiante de 1928.
Los libros del hombre de acción
Su tratado sobre Derecho del Trabajo fue libro de consulta obligada durante muchos años, lo respaldaba su participación en la redacción de la Ley del Trabajo y la pertinencia de sus conocimientos sobre la materia, así como su esmero en la aprobación de la Ley. Entre 1936 y 1938 fue subdirector de la Oficina Nacional del Trabajo, siendo ésta su primera responsabilidad en la Administración Pública. Tómese en cuenta que sumaba 20 años cuando recibe la designación por parte del gobierno de Eleazar López Contreras.
Sus otras obras significativas son Moldes para la fragua (1962), Especificidad de la Democracia Cristiana (1972), Bolívar siempre (1986) y Los causahabientes. De Carabobo a Puntofijo (1999). Si bien es cierto que Caldera fue un académico de importancia en las áreas de Derecho del Trabajo y Sociología Jurídica, y que dejó una obra escrita de varios títulos, centenares de artículos y numerosos discursos de ocasión y presidenciales, lo cierto es que fue, sobre todo, un político de acción incesante. Basta para demostrarlo las veces en que se presentó como candidato a la Presidencia de la República (1947, 1958, 1963, 1968, 1983, 1993), alcanzándola en dos oportunidades.
El título Moldes para la fragua alcanzó una tercera edición en 1980, ampliada por su autor. Se trata de un libro donde recoge muchas semblanzas biográficas que fueron emergiendo de su pluma con ocasión de determinadas efemérides, el deceso de algunos personajes históricos (López Contreras, Gallegos, Leoni) durante su primer mandato o el discurso de elogio del Individuo de Número al que sucedió Caldera en las dos Academias de las que formó parte: Ciencias Políticas y Sociales (Tomás Liscano) y de la Lengua (José Manuel Núñez Ponte). Entre todos estos textos, destaca el dedicado a su padre adoptivo Liscano. Especificidad de la Democracia Cristiana es un esfuerzo doctrinario valioso, particularmente pensado para los cristianos en función política.
La obra Bolívar siempre tuve el honor de prologarla en su segunda edición (1994) a solicitud del entonces Presidente de la República, Rafael Caldera, sorprendiéndome abiertamente con el honrosísimo encargo. Entonces afirmé: “No es éste el libro de un historiador, es el libro de un hombre que ha tenido la experiencia solitaria de conducir un Estado. Esto le da una perspectiva particular en el juicio y singulariza radicalmente su visión de Bolívar.” (Caldera, 1994: 12).
Reitero lo dicho y agrego que no dejó de causarme estupor las veces en que Caldera ejerce la crítica al valorar los hechos bolivarianos. Más aún, en algunas oportunidades es tan crítico que se deslinda enfáticamente del mito y su infalibilidad. Así ocurre cuando advierte que la pretensión integracionista colombiana en la que se empeña Bolívar es una suerte de sueño platónico.
La obra partidista del académico
Su obra partidista incluye la fundación de Copei, en 1946, y su decidida contribución a su debilitamiento, en 1993, cuando compitió a la Presidencia de la República respaldado por otra organización liderada por el mismo: Convergencia.
Se puede decir sin errar que Caldera fundó un partido y fue factor decisivo de su destrucción al separarse de su propia organización y abrir tienda aparte con el mismo cometido: la Presidencia de la República. No obstante, es evidente que entre sus mayores logros políticos está la conversión de un grupo minúsculo de inspiración cristiana (UNE) en un partido de masas de grandes proporciones (Copei), al punto tal que durante varias décadas fue el segundo, y a ratos el primero, de los partidos políticos del sistema democrático.
Otro hito en su carrera política lo constituye su participación en el pacto de gobernabilidad que viabilizó a la Democracia Representativa, el de Puntofijo, en 1958, firmado con Acción Democrática (AD) y URD (Unión Republicana Democrática), protegiéndose del sector militar enemigo del proyecto democrático. Co-fundador, pues, de la democracia de partidos y factor disolvente de uno de los partidos del sistema, cualquiera puede decir que una vida activa tan larga es proclive al florecimiento de no pocas contradicciones.
El orador en la Constituyente
Cuando comienza el ensayo democrático, a partir del golpe civil-militar del 18 de octubre de 1945, el joven dirigente Caldera le acepta al presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno, Rómulo Betancourt, la Procuraduría General de la Nación, siendo su primer destino público de importancia en el Poder Ejecutivo.
Muy pronto lo abandona para fundar su partido, como vimos antes, y para presentarse a las elecciones de diputados que integrarían la Asamblea Nacional Constituyente de 1947. Entonces, los resultados ya señalaron a Copei como una fuerza en crecimiento (Acción Democrática 1.099.601 votos, 78,43%, 137 diputados; Copei 185.347 votos, 13,22%, 19 diputados; URD 59.827 votos, 4,26%, 2 diputados; PCV 50.387 votos, 3,62%, 2 diputados).
El papel que jugó Caldera en los debates de la Asamblea Constituyente fue principal, continuando entonces una carrera parlamentaria que sería larga y fructífera y que se había iniciado en 1941, cuando fue electo Diputado por el estado Yaracuy para el período que culminaría en 1945. En la Asamblea Constituyente defendió la descentralización política de los estados y alcaldías, junto con Gustavo Machado (PCV) y contra la voluntad de AD, que se inclinaba por la centralización, después de haber abogado por ella en sus tesis históricas iniciales.
En el Diario de Debates de la Asamblea Constituyente puede leerse un párrafo de clásica tipología calderista: “Esta inconsecuencia es lo que no me explico: expresar como principio de un programa político, como lo hace Acción Democrática, que se defenderá el régimen federal (y tengo el texto del programa impreso en 1941), decir que se defiende la ‘efectividad del régimen federativo’, aceptar la inclusión de toda la terminología y de todas las definiciones de principios conforme al régimen federal, y venir a establecer una institución que es neta y sencillamente centralista, es algo que verdaderamente no entiendo.” (Arráiz Lucca, 2011: 74).
También se expresó con fuerza contra el papel de sesgo exclusivista del Estado en materia educativa, defendiendo tácitamente el trabajo de la Iglesia católica; con similar contundencia abogó contra la Ley de Patronato, de nuevo en defensa de los intereses de la Iglesia.
Su vida parlamentaria continúa con su elección de diputado en 1948, en 1952 (no se presentó en protesta por el fraude electoral), en 1959-1964. En este período presidió la Comisión Bicameral redactora de la Constitución Nacional de 1961 y la Cámara de Diputados, entre 1959 y 1962. En el debate parlamentario y en la calle fue haciéndose un tribuno de grandes dotes, reconocidas por tirios y troyanos. Desde muy joven discurrió con una facilidad de palabra y una coherencia francamente notable. Los jesuitas no habían perdido el tiempo con sus clases de oratoria.
Sancionada la Constitución Nacional de 1947 se convoca a elecciones presidenciales y Caldera se presenta por primera vez. Ahora vemos como su fuerza electoral creció notablemente en relación con la elección anterior de diputados, ocurrida pocos meses antes. El resultado de las elecciones del 14 de diciembre de 1947 fue favorable a Rómulo Gallegos, con 871.752 votos y el 74,47% del electorado; en segundo lugar llegó Caldera, con 262.204 votos y el 22,40% de los sufragios y, de tercero y último Gustavo Machado, con 36.587 sufragios y el 3,12 % de los votos.
Luego, cuando Carlos Delgado Chalbaud y Marcos Pérez Jiménez encabezan un golpe militar contra el presidente Rómulo Gallegos el 24 de noviembre de 1948, el diputado Caldera lo justifica. El 25 de noviembre, en su casa de Las Delicias de Sabana Grande, el doctor Caldera recibió al periodista de El Heraldo y afirmó: “La delicada situación desarrollada a través de los últimos acontecimientos es indudable consecuencia del cúmulo de errores e injusticias cometidas por Acción Democrática en sus tres años de Gobierno. En todos los tonos de la lucha política, en nombre de la patria, hicimos a ese partido un llamado de reflexión. La respuesta fue para cada queja un nuevo atropello; y el Presidente no quiso o no supo asumir su responsabilidad histórica, prefiriendo subordinarla a conveniencias partidistas.” (Catalá, 1982:62)
Muchos años después, cuando Caldera hace el balance de su vida política en su libro Los causahabientes, afirma: “La Revolución de Octubre, que sus voceros calificaban con lenguaje épico como “la Segunda Independencia”, duró tres años y treinta y nueve días. Dejó marcas profundas; no se le puede negar avances considerables en la vida política y social del país, pero también muchas experiencias aleccionadoras, porque, debemos decirlo, las enseñanzas de lo ocurrido con la Revolución de Octubre y el Gobierno que la sucedió fueron base y lección que sirvieron de fundamento, diez años después, al Pacto de Puntofijo.” (Caldera, 2008: 102).
En el período presidencial de Betancourt (1959-1964), desarrollado al principio bajo la impronta del Pacto de Puntofijo y luego con el esquema de “la guanábana”, Caldera y Copei siguieron creciendo. La administración de varios ministerios durante este gobierno contribuyó decididamente, así como el papel significativo de Caldera en el Congreso Nacional. Ya después, durante el gobierno de Raúl Leoni (1964-1969), los democratacristianos no forman gobierno, mientras el presidente guayanés prefiere la asociación con las fuerzas del Uslarismo y URD. Esto fue una oportunidad para Caldera y Copei: crecieron solos, sin el endoso de las realizaciones del gobierno, como ocurrió en el quinquenio anterior.
La primera Presidencia (1969-1974)
Por primera vez en nuestra historia republicana del siglo XX el Presidente en ejercicio (Raúl Leoni) le entregaba el mando a otro electo, de un partido distinto. El hecho fue un ejemplo paradigmático de democracia. Rafael Caldera sumaba entonces 53 años y toda una trayectoria consagrada a la vida pública, en la que se contaban ya tres intentos por llegar a la primera magistratura por la vía electoral, de modo que en la cuarta oportunidad llegó la victoria.
El primer dato de significación del gobierno de Caldera es el de haber gobernado sin alianzas políticas. Adelantó un gobierno monopartidista, con los integrantes de Copei y algunos independientes simpatizantes de su causa o de su persona. Entre estos, destacaron Ramón J. Velásquez en el Ministerio de Comunicaciones, Pedro Tinoco en el de Hacienda y Alfredo Tarre Murzi en el del Trabajo.
Esta decisión de gobernar en soledad (sin alianzas partidistas) expresaba que la institucionalidad democrática había superado las amenazas militares tanto de la derecha como de la izquierda, lo que hacía innecesaria la continuación de las alianzas que sustituyeron al inicial Pacto de Puntofijo. Por otra parte, habiendo obtenido Copei el 24,04% de los votos en el Congreso, se hacía indispensable un acuerdo para la conformación de las directivas de la Cámara de Senadores y la de Diputados.
Después de infinidad de negociaciones, Copei logró la Presidencia del Congreso (José Antonio Pérez Díaz) en alianza con el MEP y FDP (Prieto y Larrazábal), quedando fuera del acuerdo AD, partido que conservaba la más alta votación para el parlamento: 25,57% de los sufragios. Recordemos que la apuesta fue atrevida por parte del gobierno de Caldera: no sólo integraría un gobierno de copeyanos exclusivamente sino que no tenía mayoría parlamentaria, lo que lo obligaba a entenderse con Acción Democrática en el seno del Congreso Nacional, como señalaremos luego.
El cuadro político después de las elecciones se recompuso a la luz de los resultados de 1968. Las fuerzas políticas que en 1963 respaldaron a Uslar Pietri, Larrazábal y Villalba decrecieron notablemente, absorbiendo estos votos Copei y la Cruzada Cívica Nacionalista de Pérez Jiménez, mientras AD también bajaba su votación, producto de su tercera división.
El resultado electoral condujo a Rómulo Betancourt a afirmar a la salida de una reunión de su partido que: “En Venezuela sólo hay dos partidos: AD y Copei”, con lo que el camino del bipartidismo comenzó a asfaltarse. De hecho, en marzo de 1970 se materializó un acuerdo entre ambos partidos para la composición de las Cámaras Legislativas. El acuerdo, además, suponía una colaboración entre ambos para la aprobación de determinados proyectos de leyes presentados al Congreso Nacional para su consideración.
Como vemos, se colocaba un ladrillo más en la construcción de la casa del bipartidismo, que ya veremos cómo se expresará plenamente en los resultados electorales de 1973, cuando los candidatos de AD y Copei obtengan 85% de los votos.
La política de Pacificación
La primera expresión de la política de pacificación del país que se proponía el gobierno fue la legalización del PCV, que venía funcionando bajo la denominación de UPA (Unión Para Avanzar), y luego, ya en 1973, se legalizó el MIR, ambas agrupaciones habían sido ilegalizadas en 1962, cuando la arremetida de la lucha armada guerrillera condujo a estas decisiones de la administración Betancourt.
El objetivo que perseguía Caldera era conseguir que los guerrilleros se incorporaran a la vida democrática y pacífica, que abandonaran las armas, a cambio el gobierno se comprometía a indultar a los imputados, concibiendo sus delitos como políticos y no civiles.
La mayoría de los comandantes guerrilleros se acogió a la pacificación, otros tardaron en hacerlo, pero años después también se integraron a la lucha democrática. Esta política fue tan exitosa que produjo discusiones profundas en el seno de la izquierda y trajo como consecuencia, entre otros factores gestatorios, el nacimiento del MAS.
La política internacional: cambios notables
Caldera dejó a atrás la Doctrina Betancourt y enarboló la tesis del pluralismo ideológico, lo que se tradujo en la reanudación de las relaciones con la Unión Soviética y se hicieron los primeros contactos para reanudar relaciones con Cuba, hecho que materializó Carlos Andrés Pérez en el gobierno siguiente (1974-1979). Además, se reanudaron relaciones comerciales con la Europa del Este. Como vemos, la política internacional estuvo en consonancia con la política interna de pacificación.
Tanto en el primero como en el segundo gobierno, Caldera pondrá en Brasil el énfasis de su política con los vecinos, distanciándose sutilmente de Colombia. En cuanto al Guyana, el vecino incómodo, firma el Protocolo de Puerto España, lo que supuso un congelamiento del Acuerdo de Ginebra. No son cambios menores en esta área, como es evidente.
El nacimiento del MAS
La asunción de la pacificación por parte del gobierno de Caldera coincidió con la aparición de dos libros de Teodoro Petkoff que avivaron la discusión dentro del PCV (Partido Comunista Venezolano), me refiero a Checoeslovaquia, el socialismo como problema y ¿Socialismo para Venezuela? El resultado fue la expulsión de Petkoff del partido y el proceso de deslinde que condujo a la creación del MAS (Movimiento al Socialismo) en enero de 1971.
Desde entonces, este sector de la izquierda asumió la democracia como sistema político, e intentaron hacerlo compatible con las tesis económicas del socialismo. En el fondo, la verdad es que siempre fue difícil hacer el deslinde filosófico entre estas tesis y las de la socialdemocracia venezolana, que encarnaba en AD.
En cualquier caso, el hecho fue sumamente importante porque incorporó a la izquierda, modernizándola, al sistema democrático. El PCV continuó su camino conservando sus filiaciones con la Unión Soviética, las mismas que para Petkoff y sus compañeros eran imposibles de mantener, dado su rechazo contundente de las prácticas stalinistas.
La crisis universitaria
Junto con los cambios que se venían dando en diversas universidades del mundo (París, Berkeley, entre otras), en sintonía con las transformaciones sociales de la juventud (el amor libre, el hippismo, la música de los Beatles, el descubrimiento de oriente, el consumo de marihuana), la universidad venezolana entró en un proceso de renovación interno que coincidió con la reforma a la Ley de Universidades que introdujo el gobierno.
Buena parte del sector universitario consideró que la reforma resentía el principio de Autonomía Universitaria, consagrado en diciembre de 1958, cuando gobernaba interinamente la República el profesor Edgar Sanabria, y no acogió el llamado del Consejo Nacional de Universidades Provisorio que establecía la Ley.
En particular Jesús María Bianco, rector de la Universidad Central de Venezuela, fue destituido por el CNUP en razón de que se negaba a asistir a este organismo recién creado. Entonces estalló la crisis que se venía gestando, y el gobierno intervino a la UCV, nombrando unas autoridades interinas en enero de 1971 (Rector: Rafael-Clemente Arráiz; Vicerrector Académico: Oswaldo De Sola; Secretario: Eduardo Vásquez), y cambiando al Rector en marzo, por renuncia del profesor Arráiz, quien se negaba a mantener la universidad cerrada y se proponía convocar de inmediato a elecciones dentro del claustro, proyecto con el que el gobierno no estaba de acuerdo. Fue nombrado De Sola.
Pasaron meses antes de que se normalizaran las actividades de la UCV, mientras las protestas estudiantiles se extendieron a otras universidades y a muchos liceos del país. El gobierno tuvo que lidiar con protestas universitarias de diversa índole, tanto estudiantiles, como profesorales, como de empleados administrativos. No pocos estudiantes se fueron a estudiar a otros países, mientras no se tomaba la decisión de convocar a elecciones y retomar el ritmo institucional de la UCV.
Paradójicamente, en estos años de crisis universitaria, el gobierno aprobó la creación de la Universidad Metropolitana (1970) e impulsó la Universidad Simón Bolívar (1967), fundada durante el gobierno de Leoni. También, se fundaron varios institutos de Educación Superior, entre otros, el IAEDEN (Instituto de Altos Estudios de la Defensa Nacional).
La enmienda constitucional
La votación alcanzada por la Cruzada Cívica Nacionalista en las elecciones de 1968 era motivo de preocupación para las fuerzas democráticas. Primero la Corte Suprema de Justicia había declarado nula la elección de Pérez Jiménez como Senador en 1968, y ahora AD y Copei sumaban sus votos para aprobar la primera enmienda a la Constitución Nacional de 1961. Las encuestas señalaban que de presentarse Pérez Jiménez como candidato a la Presidencia de la República en 1973, la suma de sus votos sería considerable, por lo que la urgencia de la enmienda se hizo perentoria.
En octubre de 1972 se presentó el texto de la Enmienda al Congreso Nacional, y en julio de 1973, después de que Pérez Jiménez había sido lanzado como candidato presidencial en abril, el Consejo Supremo Electoral declaró en junio nula su candidatura, con fundamento en la Enmienda que había llenado los requisitos legales en mayo, cuando ya las Asambleas Legislativas de los estados la habían aprobado.
Por otra parte, el cuadro electoral se atomizaba en cuanto al número de candidatos, ya que llegaba a 12, pero la polarización bipartidista comenzó a reflejarse como nunca antes había ocurrido entre nosotros. Puede decirse que el bipartidismo como fenómeno comenzó en estas elecciones de 1973, cuando entre el vencedor Carlos Andrés Pérez (AD) y Lorenzo Fernández (Copei) se llevaron 85 % de los votos, mientras Jesús Ángel Paz Galarraga (MEP) obtenía 5,07%, José Vicente Rangel (MAS) 4,26%, Jóvito Villalba (URD) 3,07%, y de los otros candidatos ninguno alcanzó más del 1% de los sufragios, los enumero en orden de llegada: Miguel Ángel Burelli Rivas, Pedro Tinoco, Martín García Villasmil, Germán Borregales, Pedro Segnini La Cruz, Raimundo Verde Rojas y Alberto Solano.
Por lo menos en tres sentidos este primer gobierno de Caldera fue de transición. El primero en cuanto al paso hacia el bipartidismo, que imperaría en Venezuela hasta las elecciones de 1993; y el segundo en cuanto a los precios del petróleo, que pasaron a finales de 1973 de un promedio de 3, 75 $ por barril a la astronómica cifra de 10,53 $ por barril, impulsados por la crisis del Medio Oriente (la Guerra del Yom Kipur) y otros factores. Comenzaba el Boom Petrolero, que le tocaría administrarlo a Carlos Andrés Pérez.
La tercera condición transicional de este gobierno estriba en que la deuda externa venezolana era insignificante, y comenzó a crecer durante el gobierno de Pérez, continuó creciendo durante el de Herrera Campíns, y se detuvo cuando ya constituía un problema gravísimo para el país, en 1983. Esta paradoja no es fácil de comprender: cuando los ingresos petroleros venezolanos fueron más altos, surgió la deuda externa.
Un interregno de 20 años
Al dejar la presidencia, Caldera se enfocó en varios ámbitos de realización: la Unión Interparlamentaria Mundial, de la que fue presidente, la vida partidista dentro de su organización en oposición al gobierno de Carlos Andrés Pérez (1974-1979) y el difícil acompañamiento del gobierno (1979-1984) de su compañero democratacristiano Luis Herrera Campíns, trance crudamente referido por Gustavo Tarre Briceño, entonces un copeyano fervoroso: “El gobierno de Luis Herrera Campíns no se caracterizó por su respeto al liderazgo de Caldera. La experiencia y la inteligencia del jefe del partido fueron poco requeridas por el Presidente de la República…” (Tarre Briceño, 1990: 43).
Ya para entonces “armaba el rompecabezas” con miras a las elecciones presidenciales de 1983. Se presentó como candidato y perdió ante Jaime Lusinchi, sufriendo una disminución considerable de su liderazgo, a tal punto que para las elecciones de 1988 fue derrotado por Eduardo Fernández en los sufragios internos de su partido para escoger candidato. Entonces, dijo que “pasaba a la reserva”. El declive era evidente.
De la reserva fue saliendo paulatinamente y halló una oportunidad de oro para terminar de colocarse en primera posición con motivo del intento de golpe de Estado el 4 de febrero de 1992. En su condición de Senador Vitalicio pidió la palabra en el Congreso Nacional y pronunció un discurso en el filo de la navaja entre condenar el intento y justificarlo. La población lo entendió como un espaldarazo a los golpistas y la consecuencia inmediata fue el ascenso de Caldera en las encuestas.
Hasta el 3 de febrero su opción electoral venía creciendo sostenidamente en las encuestas, pero a partir del 5 de febrero comenzó su ascenso sostenido y enfático. Para los seguidores de Caldera, el discurso fue una obra maestra del sentido de la oportunidad política, para sus detractores una pieza ruin de oportunismo político. Una vez más, los actos de Caldera daban para interpretaciones extremas.
Lo cierto fue que Caldera se separó de su partido y se colocó al frente de un sentimiento nacional: la antipolítica. Exactamente lo contrario de lo que había encarnado toda su vida política anterior. Si alcanzar el poder era el norte, no había entonces otro camino para lograrlo que acompañar a la gente en la crítica acérrima a los partidos y colocarse al frente de la marcha. Causa hilaridad escuchar acusaciones de inflexibilidad contra Caldera, los hechos demuestran todo lo contrario. Fue dúctil, si de conseguir el respaldo de la mayoría se trataba.
En estos años, también, presidió con obsesiva dedicación, dos comisiones parlamentarias: la de Reforma de la Ley del Trabajo y la de Reforma Constitucional. Se trataban, ambas, de dos cabos que el ex presidente Caldera no quería dejar sueltos, dada su participación en la creación de sus antecesoras. Tanto la Ley del Trabajo de 1936 como la Constitución Nacional de 1961, tuvieron a Caldera entre sus redactores principales, y en estos años se esmeraba en coordinar la pauta de sus transformaciones. En estas comisiones empleó mucho tiempo en estos años de interregno, imposible no consignarlo.
La segunda Presidencia (1994-1999)
Rafael Caldera alcanzaba la Presidencia de la República por segunda vez en medio de un cuadro electoral cuatripartito, y con un elemento nuevo de significativa importancia: la abstención. Según la Comisión Nacional de Totalización del Consejo Nacional Electoral (CNE) la abstención a partir de 1958 se comportó de la siguiente manera: 1958: 6,58%; 1963:7,79%; 1968:3,27%; 1973:3,48%; 1978:12,45%; 1983:12,25%; 1988:18,08%; 1993:39,84%.
Casi 40% de los electores no concurrieron a votar en 1993. Esta cifra ya hizo de la abstención un actor político fundamental, sin duda indeseable para el sistema democrático, pero inevitable en los análisis. Como vemos, ya en 1988 el electorado dio su primera campanada, absteniéndose 18,08% de los votantes, pero aún no llegaba a los niveles de 1993.
Era evidente que el sistema político no gozaba del respaldo que tuvo hasta las elecciones de 1973, siempre y cuando consideremos a la abstención como un índice de falta de respaldo del sistema. En todo caso, a la dificultad política que implicaba gobernar sin mayoría en el Congreso Nacional, se sumaba la abstención, de modo que el respaldo popular con que contaba Caldera para comenzar a gobernar no era el mayor, evidentemente.
La crisis bancaria estalló antes de asumir la Presidencia de la República el yaracuyano, y tomó todo 1994 y parte de 1995 superarla. El Estado tuvo que respaldar a los ahorristas, que habían visto como los bancos salían de la cámara de compensación y su dinero se volatilizaba. Fueron intervenidos 13 bancos, y la crisis se convirtió en la más severa que había tenido lugar en el sistema financiero venezolano.
El gobierno optó por respaldar a los ahorristas, lo que supuso una erogación de grandes proporciones, que comprometió severamente el presupuesto nacional de 1994 y 1995. Los bancos que pasaron a manos del Estado, muy rápidamente fueron vendidos a empresarios financieros globales o nacionales, y todo ello se hizo dentro del marco de la Ley de Emergencia Financiera, que el Congreso Nacional le autorizó al Ejecutivo para enfrentar la crisis. Este año, además, a partir de la reforma tributaria se creó el Seniat (Servicio Nacional Integrado de Atención Aduanera y Tributaria).
Se buscaba incrementar la recaudación tributaria, para lo que era necesario modificar la conducta del venezolano en relación con los impuestos. El gobierno comprendía perfectamente que era imposible mantener un presupuesto nacional sano con los ingresos por petróleo que se tenían entonces, por lo que era indispensable recaudar más impuestos. Al cabo de pocos años, lo cierto es que el ingreso por tributos se tornó mayor que el petrolero, que no pasó de 15 $ por barril en promedio, durante el quinquenio 1994-1999.
En AD expulsaron a Carlos Andrés Pérez en mayo de 1994, mientras el Tribunal Superior de Salvaguarda condenaba a Jaime Lusinchi en julio. Caldera, por su parte, implementó una política similar a la de pacificación que había adelantado en su primer gobierno y sobreseyó la causa que se seguía contra los cabecillas militares insurrectos de febrero y noviembre de 1992.
Así salieron de la cárcel de Yare los “comacates”, con diferentes proyectos políticos personales. Arias Cárdenas se incorporó al gobierno de Caldera en un cargo de importancia media, mientras Chávez inició su recorrido por Venezuela llamando a no participar en los futuros procesos electorales. En las encuestas de entonces contaba con un respaldo ínfimo, que no pasaba del 2% de reconocimiento.
En diciembre de 1995 tuvieron lugar elecciones de gobernadores, alcaldes y concejales. En ellas se manifestó un aumento considerable de las gobernaciones y alcaldías que pasaron a manos de AD, se consolidó el poder del MAS en cuatro estados, y el de Copei en igual número. Se manifestó la fuerza de Convergencia en el estado natal de Caldera, donde Eduardo Lapi ganó las elecciones, mientras Henrique Salas Feo, hijo de Salas Römer, ganaba en Carabobo con un proyecto político propio, y Francisco Arias Cárdenas obtenía la gobernación del Zulia con el apoyo de La Causa R. Muchos de los gobernadores electos en 1989, que repitieron en 1992, no podían presentarse de nuevo porque la ley se los impedía, pero en algunos casos partidarios suyos obtuvieron los votos necesarios.
La apertura petrolera y la Agenda Venezuela
La política de abrir la industria petrolera venezolana a empresas extranjeras que, en asociación con Pdvsa, pudieran invertir para explotar la Faja Petrolífera del Orinoco, y otros campos, se basaba en la evidencia de contar Pdvsa con los recursos para hacerlo, ya que los precios del crudo no se lo permitían. No adelantar esta política condenaba al país a no poder explotar unos recursos que estaban en el subsuelo.
Se buscaba con esto incrementar la explotación petrolera venezolana, y se preveía alcanzar la cifra de casi 6 millones de barriles diarios para 2005. Se licitaron los campos en un acuerdo de participación, en la mayoría de los casos, a medias entre Pdvsa y las concesionarias. En 1996 ingresó al Fisco Nacional una cantidad considerable por este concepto, y comenzó una nueva etapa en la industria petrolera nacional.
Pocos meses después de decidido el proceso de apertura petrolera se puso en movimiento la llamada Agenda Venezuela, de ella el principal vocero y entusiasta fue el ministro de Cordiplan, Teodoro Petkoff, quien presentó el nuevo esquema el 15 de abril de 1996. El período iniciado en 1994, signado por un control de cambios en paralelo a la crisis del sistema financiero, cambiaba a la luz de un acuerdo con el FMI, acuerdo que brindaba confianza a los inversionistas, y permitía comenzar a superar la difícil situación económica en que se encontraba el país.
Sobre la base de esta Agenda la economía nacional mejoró considerablemente durante 1996 y parte de 1997. En los meses finales de este año los precios del petróleo comenzaron a bajar estrepitosamente hasta tocar el piso de los 9 dólares por barril. La crisis asiática causó estragos, entonces. Como puede imaginarse, las consecuencias para una economía petrolera como la nuestra, fueron severas, y se reflejaron de inmediato en el cuadro electoral.
Las elecciones de 1998: la apoteosis de la anti-política
En septiembre de 1997, justo antes de que comenzaran a bajar los precios del petróleo, la anti-política tenía en la alcaldesa de Chacao, Irene Sáez, a una candidata que figuraba muy alto en las encuestas. Tan alto estaba el favor popular hacia ella, que parecía imposible que perdiera las elecciones de 1998, ya que el apoyo rondaba el 70% del electorado. A partir de la caída de los precios se desplomó su candidatura, mientras subían las de dos adalides de la anti-política: Hugo Chávez y Henrique Salas Römer.
El discurso contra los partidos políticos, que fue campaña permanente de algunos medios de comunicación, había tenido resultados, con ello contribuyó decididamente la misma conducta de los partidos políticos: no era un invento que muchos de sus dirigentes se habían distanciado de sus electores, que no estaban en sintonía con el pueblo.
A Salas Römer lo respaldaba su gestión de gobernador en Carabobo, y a Chávez la oferta de convocar a una Asamblea Nacional Constituyente y de encabezar una revolución. Lo acompañaban sectores de la izquierda y de la derecha militarista, algunos añorantes de la lejana dictadura de Pérez Jiménez, pero con el tiempo ha ido preponderando el sector socialista en su proyecto político.
El descalabro de AD y Copei en las elecciones fue abrumador, quedando el Bipartidismo en el olvido, aunque la polarización electoral no, ya que la mayoría de los votos se dividieron entre Chávez (56,20%) y Salas Römer (39,97%). Comenzaba una nueva etapa para Venezuela. La crisis del sistema de partidos políticos era severa.
Apreciaciones finales
Tanto en la construcción de la democracia basada en un sistema de partidos políticos como en su disolución, un personaje estuvo presente: Rafael Caldera. Cualquiera puede preguntarse quién es Caldera: ¿el que construye en sociedad con Betancourt la democracia liberal representativa, fundamentada sobre las instituciones partidistas, o el que se monta en la ola de la anti-política y contribuye con la disolución del sistema de partidos? Los dos. No es un caso excepcional.
Dilema semejante se plantea con Carlos Andrés Pérez, quién es: ¿el artífice del Estado interventor, creador de centenares de empresa estatales o el privatizador de las compañías que fundó diez años antes? De nuevo, los dos. En ambos casos no podemos olvidar la casuística. En ambos casos la consecución del poder y el mantenimiento en sus manos fue materia prioritaria, incluso en el caso de que supusiese una contradicción con sus posturas pasadas.
Más allá de las contradicciones de una vida política dilatada, lo cierto es que el norte vital de Rafael Caldera fue el pensamiento católico y su especificidad política, si es que esto es posible de ubicar. Afirmamos esto porque la Democracia Cristiana se diferencia en algunos aspectos de la Social Democracia, pero son pocos y, a veces, tan delgados que no falta quien piense que no constituye un cuerpo de ideas políticas específico.
En verdad, creemos que no es lo mismo ser democratacristiano que socialdemócrata. El énfasis de los primeros está colocado en la búsqueda del bien común, la justicia social y la preeminencia de la persona humana, dibujando un perfil con matices específicos particulares. En el caso singular de Caldera, no obstante, se da otra singularidad: abandona al partido democratacristiano venezolano y al fundar Convergencia para buscar la presidencia en 1993 no hace énfasis en su carácter socialcristiano, dejando traslucir que se trataba más de un partido electoral que de una organización doctrinaria.
Sin embargo, el líder Caldera no dejó por eso de ser un católico navegando en aguas de la política.
Por otra parte, no cabe la menor duda de que su aporte más importante a la historia política venezolana fue el de ser co-constructor de la Democracia Liberal Representativa, fundando uno de los partidos pilares del sistema que, además, recogió el espíritu cristiano latente en el pueblo venezolano. Sus dos gobiernos no introdujeron cambios sustanciales en la vida nacional, pero no por ello se puede negar que la política de pacificación desarrollada durante su primer gobierno fue acertada y, tampoco puede negarse que la política de apertura petrolera de su segundo gobierno fue la correcta.
La primera fue implementada por su compañero más fiel desde las luchas estudiantiles en la UNE: Lorenzo Fernández, entonces Ministro de Relaciones Interiores; la segunda por Luis Giusti, presidente de Pdvsa. También, de su primer gobierno es necesario destacar su política internacional de dimensión latinoamericana, para la que contó con un canciller de lujo, un verdadero teórico de la Democracia Cristiana continental: Arístides Calvani.
De aquel primer gobierno es justo señalar el papel dialogante de un sincero compañero de ruta, el entonces presidente del Congreso Nacional: José Antonio Pérez Díaz, un hombre clave dentro de Copei para impedir que “la sangre llegara al río”.
Al igual que el general José Antonio Páez, la última etapa de su vida política fue un esfuerzo por salvar lo construido antes, pero con éxitos menores, declinantes en comparación con los alcanzados previamente. Sus antecesores en el mando, profesantes del mismo credo católico con igual acento son, sin duda, José María Vargas (1835-1836) y Juan Pablo Rojas Paul (1888-1890) y, en menor medida, Eleazar López Contreras (1935-1941). De sus sucesores, Luis Herrera Campíns (1979-1984) fue el único católico practicante que ha gobernado en Venezuela.
Al comienzo de estas líneas apenas mencionamos un libro que quedará como una suerte de testamento político de Caldera. Nos referimos a Los causahabientes. De Carabobo a Puntofijo. Este texto es escrito justo al abandonar la Presidencia de la República, en 1999, cuando ha llegado la hora del recuento para un hombre que entonces contaba 83 años. El texto lo retrata claramente. Veamos por qué.
En el libro Caldera va dejando por escrito algunas de sus impresiones. En muchos sentidos es la otra cara de la moneda de su socio histórico: Rómulo Betancourt. Si el guatireño es agresivo en sus ensayos, penetrante en sus análisis y caliente en sus juicios, Caldera está tomado por un ideal de serenidad. Uno es dionisíaco, el otro apolíneo. Betancourt clava el puñal de sus ideas, Caldera no quiere herir a nadie.
Si Betancourt dice que Gómez era “un ladrón detestable”, Caldera afirma que “Gómez confundía su patrimonio personal con las arcas de la República”. Si uno adora el disparo, el otro el eufemismo. A lo largo de todo el libro el ideal apolíneo de Caldera se manifiesta, quiere ser justo en sus juicios. Si admite que Guzmán Blanco deja al morir una fortuna que sobrepasaba sus posibilidades lícitas, no deja de señalar el conjunto de su obra modernizadora.
Con Gómez es más duro, pero se ve en la necesidad de matizar sus juicios saludando a los descendientes de Gómez como sus amigos. Sobre el pacto de Puntofijo es claro, muy claro al explicar los motivos que condujeron a firmarlo. Se proponían entonces modificar el curso de nuestra historia: lograr que los civiles pudiesen gobernar modernamente, en un país cuya tradición autoritaria y militarista no había muerto.
Comedido y dominado por un ideal de serenidad, el carácter apolíneo de Caldera esplende en este libro final. Sobrevivió diez años a este texto, pero no se propuso escribir sus memorias, lamentablemente. Sin embargo, en el Discurso de Incorporación a la Academia Venezolana de la Lengua de su hijo, Rafael Tomás Caldera, quien sucedió a su padre en esta corporación, nos recuerda que escribió en sus últimos años las Reflexiones de Tinajero, la columna que mantuvo regularmente en El Universal.
En este discurso de Caldera Pietri la tesis desarrollada es que su padre encarnó la figura del orador por encima de otras consideraciones. Afirma Caldera Pietri: “En el caso de Caldera sería preciso decir que era ante todo un orador. Alguien en quien la palabra, la escritura incluso, surge de su vocación de servicio al país…” (Caldera, 2011: 5).
Alguna vez le escuché decir por televisión a Caldera que él era, sobre todo, un luchador. Quizás la combinatoria de ambas sea lo que mejor lo define: un luchador político con enormes dotes oratorias. Además, fue dueño de una solvente formación académica y de una voluntad de trabajo sin vacaciones. Venezolano hasta la médula, hasta el punto tal que jamás pasó más de unos meses fuera de Venezuela.
Su hoja de vida presenta unas contradicciones evidentes. Es obvio que incurrió en ellas al dejarse dominar por un norte excluyente: la búsqueda del poder. En este sentido, nadie exagera si afirma que fue una suerte de Cronos devorándose a sus hijos, aunque este Dios los devoraba al nacer, y Caldera lo hacía cuando amenazaban su primacía. Es evidente que la sucesión en el mando, pasando él al retiro, no fue un estadio que sentía pertenecerle. En esto se imponía el luchador, dejando de lado las tareas pedagógicas del Orador, que con pertinencia señala su hijo. De esta tarea crónica fueron víctimas dos dirigentes políticos que crecieron a su sombra: Eduardo Fernández y Oswaldo Álvarez Paz.
Por último: ¿no fue principal para Caldera la creación de un partido democratacristiano, a diferencia de Betancourt para quien sí lo fue la creación de Acción Democrática? Sí lo fue entre 1946 y 1968. En estos años se esmeró denodadamente en la creación de un movimiento juvenil vigoroso que llegó a tener presencia destacadísima en las universidades; se esmeró en la creación de un movimiento sindical de impronta cristiana; se empeñó en controlar electoralmente el movimiento magisterial y los colegios de profesionales y técnicos.
Todos estos trabajos partidistas lo llevan a gobernar con Copei a sus anchas, conociendo al dedillo a todos sus colaboradores. Luego, cuando pierde las elecciones ante Lusinchi, en 1983, en vez de crecer en él el arquetipo del Orador se irguió en el del luchador, y no supo aprovechar la oportunidad de pasar a retiro. Insistió en este error en las elecciones de 1988, cuando no apoyó a Eduardo Fernández, que le había ganado en buena lid la escogencia del candidato presidencial de su partido.
Al salir de votar en las elecciones de 1988 confesó haber “votado en blanco”, con lo que la estocada que le infligía a su partido era letal, así como la manifestación de su desacuerdo por haber escogido a Fernández, en vez de a él, su fundador.
Ya después, el Caldera que se desarrolla es ajeno al constructor de una fuerza política partidista, es el Orador que busca reunir en torno a sí una alianza que salve a la democracia representativa que se viene a pique. Ha debido ser dolorosísimo para él apartarse de su obra de tantos años, el partido Copei, pero: ¿cómo dudar que primó la búsqueda del poder, lo que él consideraba una tarea histórica y providencial asignada a su persona?
En muchos sentidos Caldera fue un hombre extraño y enigmático que, como él mismo decía: “siempre nadaba contra la corriente.” Tuvo mucho de Sísifo y de Tántalo. De Sísifo porque remontaba cuestas empinadas y exigentes para alcanzar el poder y, cuando llegaba a la cima con su piedra, al poco tiempo la piedra caía hasta abajo y se imponía la vuelta a emprender el ascenso. Y de Tántalo porque las dos veces que obtuvo el poder lo alcanzó en condiciones lejanas al ideal. Cuando al fin tuvo enfrente el instrumento que tanto había deseado para cumplir sus sueños, la providencia se lo entregaba en condiciones precarias.
Hasta aquí estas breves páginas en revisión de la significación de Rafael Caldera para la vida civil venezolana. La tarea de escribir una biografía del personaje sería fascinante y exigente. No la descarto. Por ahora quedan en sus manos estas primeras líneas indagatorias en el perfil complejísimo de su obra y su personalidad.
Bibliografía
- Arráiz Lucca, Rafael. Venezuela: 1830 a nuestros días. Breve historia política. Caracas, Editorial Alfa, Biblioteca Rafael Arráiz Lucca, 2007.
- ———–El trienio adeco y las conquistas de la ciudadanía. Caracas, editorial Alfa, Biblioteca Rafael Arráiz Lucca, 2011.
- Briceño, Mercedes Pulido de. Rafael Caldera (1916-2009). Caracas, Biblioteca Biográfica Venezolana, N°139. El Nacional- Fundación BanCaribe, 2011.
- Caballero, Manuel. “La gran marcha del presidente Caldera” en Dramatis Personae. Doce ensayos biográficos. Caracas, Alfadil Ediciones. Biblioteca Manuel Caballero, 2004.
- Caldera, Rafael. Andrés Bello. Caracas, Monte Ávila Editores, Colección El Dorado, 1992.
- ———–Bolívar siempre. Caracas, Monte Ávila Editores, colección El Dorado, prólogo Rafael Arráiz Lucca, 1994.
- ———–Especificidad de la Democracia Cristiana. Caracas, editorial Dimensiones, 1987.
- ———–Moldes para la fragua. Caracas, Editorial Arte, 1980.
- ———–Los causahabientes: de Carabobo a Puntofijo. Caracas, editorial Los Libros Marcados, 2008.
- ———–Reflexiones de la Rábida. Barcelona (España), editorial Seix Barral, 1976.
- ———–Ideario. La Democracia Cristiana en América Latina. Barcelona (España), ediciones Ariel, 1970.
- ———–Dos discursos. 27 de febrero 1989 y 4 de febrero 1992. Caracas, Edición de autor, 1992.
- Caldera Rafael Tomás. “El orador en la República”. Discurso de Incorporación como Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Caracas, 2011.
- Cartay Ramírez, Gehard. Caldera y Betancourt. Constructores de la Democracia. Caracas, Ediciones Centauro, 1987.
- Catalá, José Agustín. El golpe militar de 1948 y su secuela trágica. Caracas, Ediciones El Centauro, 1991.
- ————El golpe contra el presidente Gallegos. Caracas, Ediciones Centauro, 1982.
- Egaña, Fernando. “El quinquenio de la pacificación” en El Nuevo País, enero 2008.
- ————“El quinquenio de las dificultades” en El Nuevo País, enero 2008.
- ————“El viejo en Miraflores” en revista Zeta, enero 2010.
- Suárez Figueroa, Naudy. Copei: en el principio fue la U.N.E. Caracas, editorial Arte, s/f.
- Tarre Briceño, Gustavo. Carta abierta a los copeyanos. Caracas, Ediciones Centauro, 1990.