Cuando se pasa revista a la historia política venezolana desde la creación de la República y hasta nuestros días se advierte claramente que no han sido muchos los hombres de poder que han concebido su tarea más allá de sus intereses personales, en procura de la instauración de un sistema que los trascendiera en el tiempo. Las honrosas excepciones comienzan con Juan Germán Roscio y Francisco Isnardi, quienes al redactar la Constitución Nacional de 1811 sueñan con la instauración de una República Liberal y Federal, de naturaleza civil y con una Presidencia rotatoria, un triunvirato, que buscara profundizar la descentralización del poder.
Luego, Simón Bolívar en funciones constituyentistas nos ofrece dos versiones en pocos años. Una primera: la del Congreso de Angostura, en 1819, cuando afirma en su discurso inaugural del encuentro: “La continuación de la autoridad en un mismo individuo, frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos. Las repetidas elecciones son esenciales en los sistemas populares, porque nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo, de donde se origina la usurpación y la tiranía.”
La segunda: en la primera Constitución de Bolivia, en 1826, donde propone la Presidencia Vitalicia, en abierta contradicción con lo expuesto apenas siete años antes. De modo que el pensamiento de Bolívar en esta materia da para gustos diversos: quizás por ello autócratas como Antonio Guzmán Blanco, Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez se sentían muy cerca del Libertador con legitimidad, así como hombres de talante democrático como Eleazar López Contreras, también. En cualquier caso, la idea que Bolívar tenía del poder era sistémica más que caudillista, por más que algunos caudillos hayan creído lo contrario.
La Constitución Nacional de 1830 es fruto de un espíritu de consenso entre centralistas y descentralizadores del poder, entre bolivarianos y paecistas, para fijar el dilema con apellidos reconocibles. Esta carta magna define la naturaleza del Estado en su artículo 6. Allí puede leerse: “El Gobierno de Venezuela es y será siempre republicano, popular, representativo, responsable y alternativo.”
Como vemos, las tesis del poder vitalicio bolivarianas no se impusieron entonces, y se consagró la alternabilidad. Este principio, es justo señalarlo, lo respetaron tanto José Antonio Páez como Carlos Soublette, quienes hicieron prevalecer la Constitución de 1830 con denodado empeño. De hecho, después de la Constitución de 1961, será la de 1830 la de mayor vigencia en el tiempo en toda nuestra historia republicana.
Los intentos civilistas de Manuel Felipe de Tovar y Pedro Gual son encomiables, pero fueron sobrepasados por el delirio caudillista, y los también modernizadores de Guzmán Blanco fueron acompañados por su espíritu autocrático y su inocultable megalomanía, impidiéndole trabajar para la instauración de un sistema que fuese más allá de sí mismo. Después, ya en el siglo XX, la hegemonía militar tachirense dio pruebas de su voluntad y amor por el poder, pero cualquiera comprende que no se trataba de un sistema político lo que buscaba estructurar el general Gómez, sino la consagración de una institución armada que fungiera, además, de dedo elector en las sucesiones presidenciales.
Ni siquiera Medina Angarita, que dio pruebas de apertura democrática, de libertad de conciencia, y que autorizó la creación de partidos políticos de cualquier tendencia, logró establecer las bases de un sistema democrático, de un sistema político más allá del ejercicio crudo del poder. Diversos testimonios señalan que se sustrajo ante la influencia determinante del Ejército Nacional.
Nadie puede negarle a Rómulo Betancourt el papel principal dentro de su partido, Acción Democrática, así como nadie puede pasar por alto que el líder y su organización buscaban la instauración de una democracia representativa, sobre la base de partidos políticos de masas, división de poderes y, otra vez, alternabilidad en el ejercicio del gobierno.
Este fue el proyecto político al que Betancourt consagró su vida y puede afirmarse que fue delineándolo en el tiempo, ya que el enfoque marxista del Plan de Barranquilla (1931) no fue exactamente el que prevaleció cuando alcanzó el poder con la Junta Revolucionaria de Gobierno, el 18 de octubre de 1945, ni el que desarrolló cuando fue electo para el quinquenio 1959-1964.
No obstante, ni en los tiempos marxistas del joven Betancourt se avino con comodidad con el internacionalismo soviético, que suponía una claudicación de una de sus banderas más izadas: el nacionalismo democrático. Si bien podemos afirmar que el espíritu democrático anidó en su pensamiento desde la primera juventud, sin ningún tipo de concesiones totalitarias, la mayor evolución la experimentó en sus ideas económicas, acercándose a la socialdemocracia y alejándose de formas dogmáticas de economía centralizada o dirigida.
La generación de 1928
La vida política de Betancourt comienza con la Generación de 1928. Conviene que nos detengamos brevemente en ella para comprender el contexto en el que irrumpe en escena el futuro conductor de multitudes.
La Federación de Estudiantes de Venezuela (FEV) se fundó el 15 de marzo de 1927 y su primer Presidente fue Jacinto Fombona Pachano, quien fue sucedido en noviembre del mismo año por el estudiante Raúl Leoni. Fue la junta directiva de la federación presidida por Leoni la que organizó en febrero de 1928 “La semana del estudiante”. Para los actos previstos el propio Leoni escogió a los oradores, y se sustrajo a sí mismo de la tarea.
Jóvito Villalba discurre ante los restos del Libertador en el Panteón Nacional; Joaquín Gabaldón Márquez ante el busto de José Félix Ribas en la plaza de La Pastora; Antonio Arráiz, Jacinto Fombona Pachano y Pío Tamayo recitan sus versos en la coronación de la reina de los estudiantes, Beatriz I, y Rómulo Betancourt enciende los ánimos con un discurso interpelante.
Al gobierno, ante semejante desafío, no le queda otro camino que apresar a los estudiantes, después de que un conjunto de cadetes se suman a la revuelta, y tornan el hecho en un asunto militar. Muchos son enviados al castillo de Puerto Cabello, junto con una cantidad considerable de alumnos que se entregan a la policía en solidaridad con sus compañeros. El caso es delicado para Gómez: está siendo desafiado por unos estudiantes desarmados. Antes, siempre lo había sido por hombres en armas, para quienes había una respuesta armada. ¿Ahora, cómo enfrentar con las armas del Ejército a unos jovencitos que pronuncian discursos y leen poemas?
La solidaridad con los estudiantes es manifiesta, al punto que un pequeño grupo de oficiales del Ejército, de bajo rango, se suma a la protesta e invita a los estudiantes a un alzamiento militar, cosa que intentan, pero infructuosamente, ya que el movimiento es debelado y el general Eleazar López Contreras los hace presos, entre otros a su hijo, el cadete Eleazar López, junto con algunos compañeros de armas. Estos sucesos tienen lugar el 7 de abril, a las puertas del cuartel San Carlos, en Caracas.
También hay que recordar que la solidaridad con el movimiento estudiantil no provino solamente de un grupo de militares, sino de la gente común, en la calle, que les manifestaba su respaldo. Esta fue la primera crisis profunda que experimentó el gobierno de Gómez, ya que no se trataba de la expresión de descontento de un sector armado de la sociedad, sino de jóvenes estudiantes que recibían el apoyo de mucha gente inconforme con la vida que se llevaba en Venezuela. El descontento no era de un caudillo y sus huestes, sino de los jóvenes y la solidaridad de sus familias, lo que hacía de la revuelta un hecho de significación sociológica relevante.
Muchos de los estudiantes lograron escapar y se fueron al exilio, otros no y permanecieron durante siete años en la cárcel de La Rotunda, en las Tres Torres de Barquisimeto, en el castillo de Puerto Cabello. Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Miguel Otero Silva, José Tomás Jiménez Arráiz, entre otros, alcanzaron a llegar a Curazao, y desde allí se movieron hacia otros destinos. El más importante para el orden político futuro fue el grupo que se estableció en Barranquilla, ya que redactó un Plan de acción política para Venezuela y que, en su casi totalidad, lo hicieron un proyecto de vida y lo cumplieron.
El plan de Barranquilla (1931)
Mientras el gobierno del general Gómez sofocaba la rebelión estudiantil, esta se preparaba en el exilio y en las cárceles para ser protagonistas de la vida política venezolana de todo el siglo XX. El 22 de marzo de 1931 firman, en la ciudad colombiana de Barranquilla, un documento que ha sido fruto de muchísimas horas de discusiones y trabajo. Se trata de un diagnóstico de las causas de la situación de Venezuela y un plan de acción.
La formación de los jóvenes firmantes del plan es marxista y el análisis de la realidad nacional está hecho desde esa perspectiva. Lucha de clases, enfrentamiento con el capital extranjero y sus socios en el territorio nacional, aunque también abogaban por una vida civil que ubicara a los militares en su esfera natural, y dejara de lado el personalismo. También, claman por la libertad de prensa, por la alfabetización, por la autonomía universitaria, por la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente.
Leído el Plan con detenimiento, arroja una perspectiva marxista para el análisis de las relaciones económicas y otra más liberal en la esfera propiamente política, ya que proponían un sistema democrático, con respeto a la pluralidad de pensamiento, y no un régimen de partido único. De tal modo que el documento es desde el punto de vista de la filosofía política: híbrido.
Las discusiones que produjo el Plan entre los dialogantes, la mayoría por cartas, comenzó a producir diferencias de enfoque, matices distintivos. Se abrió un cauce entre los comunistas que seguían las directrices del Partido Comunista Soviético, que se agruparon alrededor del Partido Comunista Venezolano, fundado en 1931, y los futuros fundadores de Acción Democrática (1941), que no seguían líneas de organizaciones extranjeras sino que buscaban un camino nacional. Estos van a fundar en 1931 la organización ARDI (Agrupación Revolucionaria de Izquierda) e intentan un acuerdo táctico con los integrantes del Partido Comunista Venezolano, cosa que se logra hacia 1935, cuando ambos sectores se asocian en el Frente Popular Venezolano. Sin embargo, todos estos trabajos y acuerdos en el exilio, experimentarán cambios cuando estos jóvenes regresen al país en 1936.
El 1 de marzo de este año crucial tiene lugar una concentración en el Nuevo Circo de Caracas convocada por ORVE (Movimiento de Organización Venezolana), grupo liderizado por Alberto Adriani y Mariano Picón Salas, al que también se afilia Rómulo Betancourt, quien a lo largo del año va imponiendo su liderazgo en el conjunto. Los izquierdistas más radicales crean el PRP (Partido Revolucionario Progresista), mientras los estudiantes católicos, presididos por Rafael Caldera, Pedro José Lara Peña y Lorenzo Fernández forman la UNE (Unión Nacional de Estudiantes), que se distingue de la FEV.
A lo largo del año las nuevas fuerzas políticas actuantes buscan crear un partido que las agrupe a todas, obviamente a las que comulgaban con un credo de izquierda, aunque ya la separación de las aguas entre izquierdistas que seguían al comunismo internacional y los nacionalistas se había dado. Esto ocurrió en los primeros meses de 1936, cuando las discusiones entre unos y otros los habían conducido a trincheras distintas.
La organización que se creó se denominó el PDN (Partido Democrático Nacional), y reunía a los de ORVE, PRP, Frente Obrero, Frente Nacional de Trabajadores y Bloque Nacional Democrático de Maracaibo. La junta directiva del partido la presidía Jóvito Villalba, y la integraban Betancourt, Raúl Leoni, Miguel Otero Silva, Antonio Arráiz, Guillermo Meneses, Miguel Acosta Saignes, Gonzalo Barrios y Mercedes Fermín, entre otros. En noviembre, el PDN solicita su legalización, pero no le es concedida por el gobierno.
Luego, para las elecciones municipales de enero de 1937, muchos de los integrantes de estas fuerzas se presentan y ganan, en algunos casos, pero la Corte Federal y de Casación anula las elecciones invocando el inciso 6 del artículo 32 de la Constitución Nacional vigente, el que prohíbe actividades comunistas en Venezuela. Finalmente, en febrero de 1937 el Ejecutivo Nacional declara la ilegalidad de las organizaciones políticas de izquierda, y el 13 de marzo de 1937 dicta un decreto de expulsión por un año del país, de 47 dirigentes de “las izquierdas”.
Concluía así la apertura que López Contreras había iniciado el 18 de diciembre de 1935 y Betancourt salía a su segundo exilio, en Chile. Regresará a Venezuela en 1940, terminando el gobierno de López Contreras y a un año de la apertura que trajo el gobierno de Isaías Medina Angarita. Otra vuelta de tuerca de las iniciadas por López.
La fundación de Acción Democrática
La libertad se expresó de tal manera que el gobierno de Isaías Medina Angarita le hizo saber al grupo del PDN, capitaneado por Rómulo Betancourt, que sería legalizado si así lo solicitaba. Es por ello que este conjunto decide fundar un nuevo partido político, y el 13 de septiembre de 1941 hace su aparición pública en el Nuevo Circo de Caracas Acción Democrática (AD), presidida por Rómulo Gallegos y con Rómulo Betancourt en la Secretaría General.
La nueva organización se estructuraba a semejanza del partido fundado por Lenin en la Unión Soviética, pero con diferencias ideológicas significativas. Quienes asistieron a aquel acto ignoraban que la nueva organización sería fundamental para comprender la historia política de la Venezuela contemporánea. Al año siguiente, muchos de sus dirigentes se presentaron como candidatos a las elecciones municipales, pero la mayoría de los escaños los obtuvo el partido oficial, la Cívicas Bolivarianas.
Meses después, el gobierno de Medina propicia la creación de un partido político distinto al que había creado López Contreras, es entonces cuando se constituye el Partido Democrático Venezolano (PDV), donde Arturo Uslar Pietri descollaría como la figura principal. Como vemos, los aires de la libertad democrática se respiraban sin inconvenientes. Sólo faltaba que se anunciaran elecciones directas, universales y secretas, en diciembre de 1945, para que el cuadro de libertades fuera completo, pero eso no ocurrió.
Golpe de Estado Civil-Militar del 18 de octubre de 1945
La joven fuerza política de AD convino con el candidato del presidente Medina Angarita, el doctor Diógenes Escalante, entonces Embajador de Venezuela en los Estados Unidos de Norteamérica, respaldar su candidatura y él se comprometió con la reforma de la Constitución Nacional para convocar elecciones universales, directas y secretas en un plazo perentorio.
Antes de este acuerdo verbal, una logia militar llamada Unión Militar Patriótica, encabezada por el joven oficial Marcos Pérez Jiménez, venía trabajando subrepticiamente para derrocar al gobierno de Medina. Sus razones eran más militares que políticas, y se fundamentaban en el resquemor que sentían estos jóvenes oficiales hacia sus superiores, ya que estos estaban formados dentro de la modernidad profesional, mientras sus superiores eran todavía herederos del sistema anterior. Además, los sueldos de los militares eran extremadamente bajos, lo que se sumaba al descontento castrense.
Esta logia se desactivó cuando se llegó al acuerdo secreto entre Escalante, Betancourt y Leoni, en Washington. Por otra parte, el descontento del expresidente López Contreras y sus seguidores era absoluto, ya que el general quería regresar al poder y Medina pensaba que no era conveniente. Este descontento era de tal naturaleza que López Contreras y Medina Angarita ni siquiera se hablaban, y tampoco aceptaban intermediarios de buena fé que compusieran un acuerdo.
Todo lo anterior indica que convivían en el país tres proyectos de poder. Medina Angarita con su candidato Diógenes Escalante, apoyado por AD, sobre la base de un acuerdo de democratización electoral; el expresidente López Contreras y sus deseos de regresar a la Presidencia de la República, y la logia de jóvenes militares que también buscaba el mando.
La enfermedad de Escalante descompuso el cuadro, ya que al proponer Medina Angarita a su Ministro de Agricultura y Cría, el doctor Ángel Biaggini, en sustitución de Escalante, este no recibió el apoyo de AD, ya que no había acuerdo verbal con él, y por otra parte se activó la logia militar de nuevo, manifestando que buscarían el poder al margen de la candidatura de Biaggini.
Esta vez AD optó por acompañar a los jóvenes militares y tuvo lugar el Golpe de Estado el 18 de octubre de 1945. Los conjurados contaban con un significativo apoyo dentro de las Fuerzas Armadas, pero si Medina Angarita hubiera querido resistir tenía con que hacerlo. Incluso la Policía de Caracas le era fiel, pero optó por entregarse, para evitar un derramamiento de sangre. Fue encarcelado, al igual que el expresidente López Contreras, y otros altos funcionarios de su gobierno. A los pocos días fueron todos aventados al destierro.
En los primeros momentos se pensó que había sido el expresidente López Contreras y sus seguidores dentro de las Fuerzas Armadas quienes dieron el golpe, pero la sorpresa fue mayúscula cuando se supo que fueron otros actores. Un pacto entre la joven logia militar y Acción Democrática, que condujo a la constitución de una Junta Revolucionaria de Gobierno el 19 de octubre, integrada por siete miembros y presidida por Rómulo Betancourt. Los miembros eran Raúl Leoni, Luis Beltrán Prieto Figueroa y Gonzalo Barrios por AD, el mayor Carlos Delgado Chalbaud y el capitán Mario Vargas, por parte de las Fuerzas Armadas, y el médico Edmundo Fernández, quien sirvió de enlace entre estos dos grupos.
Se necesitaron tres años para que las diferencias entre AD y los militares de la fórmula que dio el Golpe de Estado se hicieran notorias. Cuando otro Golpe de Estado derrocó al Presidente Rómulo Gallegos en noviembre de 1948, y el mismo fue comandado por Carlos Delgado Chalbaud, se hizo evidente para todos que el proyecto de AD y de los militares no era el mismo.
La coyuntura es de gran importancia. Detengámonos a examinar las cuatro versiones que dio Betancourt a lo largo de su vida sobre el 18 de octubre de 1945. La primera de ellas fue dada el 30 de octubre de 1945, apenas 12 días después de los acontecimientos, y fue un discurso radiado, inmerso en el crepitar de los cambios.
La segunda, tuvo lugar en el Palacio Federal Legislativo, ante la Asamblea Nacional Constituyente reunida el 20 de enero de 1947; se trata de un dilatado discurso en el que el Presidente Betancourt repasa su obra de gobierno y contribuye con apuntes para la historia de la fecha en cuestión.
La tercera es la ofrecida en el libro Venezuela, política y petróleo, publicado en 1956 y escrito en el exilio, en condiciones de extrañamiento, pero sin las urgencias de las tareas políticas diarias. La cuarta y última está recogida en una extensa entrevista que sostuvo Betancourt con el equipo de redacción de la revista Resumen, publicada el 26 de octubre de 1975, cuando el expresidente estaba en la etapa de repliegue y dispuesto a escribir unas memorias que no alcanzó a concluir; murió el 28 de septiembre de 1981.
La primera versión. Discurso radiado por el Sr. Rómulo Betancourt, Presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno el día 30 de octubre de 1945. Lo primero que hace el autor del discurso es colocar sobre la mesa un argumento de legitimidad: enumera los países que para la fecha han reconocido, reanudando relaciones, a la Junta Revolucionaria de Gobierno presidida por él. Luego, alude a la derrota del fascismo en Europa y a como “las cuatro libertades rooseveltianas” se hacen realidad.
Los tres párrafos iniciales están dedicados al ámbito internacional. Después, alcanza el plano nacional y señala la unión entre el Pueblo y el Ejército como la llave que dio al traste con la situación anterior. Más adelante, en el discurso, el Pueblo se articula en Acción Democrática (“El partido del pueblo”) y el Ejército en la Unión Militar Patriótica (los conjurados que dieron el golpe militar) para dar una primera explicación de las causas y procederes.
Dice: “El país sabe cuántas fueron las proposiciones conciliatorias que se formularon al gobierno de Medina Angarita, depuesto por el Ejército y Pueblo, unidos el 18 de octubre, para que se realizara una consulta electoral idónea a la ciudadanía. El régimen, imbuido de orgullo demoníaco y resuelto a mantener a todo trance una situación que le permitía a sus más destacados personeros enriquecerse ilícitamente y traficar con el patrimonio colectivo, desoyó los llamados de la opinión democrática. Y el país se vio al borde de una guerra civil, prolongada y cruenta, entre las dos facciones personalistas, animadas por idénticos objetivos antinacionales, y jefaturadas, respectivamente, por los generales Medina Angarita y López Contreras… El procedimiento extremo a que se apelara fue provocado por quienes se negaron obstinadamente a abrir los cauces del sufragio libre, para que por ellos discurrieran el vehemente anhelo de los venezolanos de ejercitar su soberanía eligiendo directamente a sus gobernantes.”
Lo primero que llama la atención es el argumento central que dio pie a la conjura, me refiero a la negativa del gobierno de convocar a unas elecciones universales, directas y secretas. Este argumento, por cierto, siempre será invocado por Betancourt en lo sucesivo. Aquí, además, se hace saber que al gobierno de Medina se le formularon “proposiciones conciliatorias” en tal sentido, pero, según Betancourt, ese gobierno estaba “imbuido de orgullo demoníaco” y no podía aceptar la proposición, dado que sus más destacados personeros estaban enriqueciéndose ilícitamente y traficando con el patrimonio colectivo.
Como vemos, emerge una primera contradicción, ya que si el gobierno está integrado por estos facinerosos, cómo fue que se le hicieron “proposiciones conciliatorias”. Es extraño que una conjura que apela a la autoridad moral busque conciliar con los que se han enriquecido ilícitamente. Esta primera contradicción es evidente.
La otra causa que se esgrime para haber dado el Golpe militar es la de que “el país se vio al borde de una guerra civil” entre las dos facciones enfrentadas, lopecistas y medinistas. ¿Será cierto? ¿Realmente el país estaba al borde de una guerra civil? No contamos con pruebas que avalen esto. Pareciera, más bien, que se trata de una exageración retórica de Betancourt, exageración que busca legitimar el Golpe como un factor de disuasión de la “guerra civil” pero, la verdad, es que no abundan indicios sobre la preparación de esa guerra.
No contamos con testimonios que señalen una conjura de los sectores militares afectos al expresidente López de tal magnitud, que estuviesen dispuestos a enfrentar en armas al sector fiel al presidente Medina. De no ser así, cómo puede pensarse en una guerra civil. Es por esto que me inclino a pensar que se trata de un recurso retórico para acentuar la gravedad de la circunstancia. Concluye el párrafo citado, como vemos, abonando la tesis según la cual los provocadores del Golpe fueron los personeros del gobierno de Medina, al impedir la manifestación de la voluntad popular mediante el voto: leit motiv de mayor solidez de toda la argumentación.
Sobre esto último, es justo señalar que la solicitud de reforma constitucional que articule las elecciones universales, directas y secretas es prédica constante de Betancourt y su partido desde antes, incluso, de fundarse Acción Democrática, en 1941. Como puede comprenderse fácilmente, el partido de masas que se proponía consolidar Betancourt no era posible con un régimen de elecciones de segundo grado, en el que la selección del Presidente de la República tenía lugar en el seno del Congreso Nacional, por parte de unos diputados electos en sus circunscripciones, pero provenientes de las canteras del gomecismo, del lopecismo o del medinismo.
En párrafos posteriores del mismo discurso, Betancourt enfatiza el argumento electoral que, visto a la distancia, es más un tema político que moral, mientras el asunto del “peculado” era la columna vertebral moral de la “revolución” en marcha, motivos ambos que provocaron el alzamiento del “Pueblo” y el “Ejército” en contra del gobierno de Medina. De nuevo, así como la exageración de la Guerra Civil es clara, esta también lo es: el Pueblo no estaba conspirando contra el gobierno de Medina, Acción Democrática sí se había sumado a una conspiración militar en marcha y representaba, ciertamente, una fuerza política de un sector de la vida nacional organizada; la conspiración orquestada por la Unión Militar Patriótica, integrada por un número de oficiales significativo, se reunía con tal fin desde hace meses, según consta en testimonios de los conjurados recogidos por la periodista Ana Mercedes Pérez en su libro La verdad inédita.
Ya en esta primera alocución radiada, Betancourt anuncia la conformación de tribunales ad hoc para juzgar a los peculadores de los gobiernos de Medina, López y Gómez, materializándose así la sanción moral que invocaba en su línea argumental. Anuncia que en Gaceta Oficial quedará eliminado por decreto el “Capítulo VII y la partida 909 del Capítulo XX del Presupuesto de Relaciones Interiores” a los que califica de “desaguaderos ocultos por donde corrían hacia el patrimonio particular de los amigos y usufructuarios del régimen muchos millones de bolívares” (Betancourt, 1989:177). Se refiere, evidentemente, a la partida del MRI (Ministerio de Relaciones Interiores) destinada para asuntos de Estado, al margen de los órganos contralores de la República.
También, en fecha tan temprana como ésta, Betancourt anuncia que ninguno de los integrantes de la Junta Revolucionaria de Gobierno podrá aspirar a la Presidencia de la República una vez se convoquen los comicios, después de redactada y sancionada la nueva Constitución Nacional. Esta decisión, evidentemente, granjeó autoridad a los integrantes de la Junta Revolucionaria de Gobierno, ya que los apartaba de toda sospecha de aspiración personal. En las líneas que siguen, Betancourt esboza brevemente las líneas de acción del gobierno que preside, y ya no ahonda más en el asunto que nos concierne.
Hasta aquí lo esgrimido por Betancourt acerca de los causas que condujeron a la alianza entre AD y la UMP para derrocar con una acción militar al gobierno de Medina Angarita.
Segunda versión. Mensaje que el Sr. Rómulo Betancourt, Presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno, presenta a la Asamblea Nacional Constituyente de 1947. El mensaje que vamos a examinar fue leído el 20 de enero de 1947, quince meses después de los hechos de octubre de 1945, y cuando el gobierno de la Junta Revolucionaria de Gobierno llevaba el mismo tiempo en el poder. De tal modo que el mensaje comienza con una suerte de rendición de cuentas de lo hecho por la Junta y luego se detiene en el examen de lo ocurrido el 18 de octubre de 1945. Revisemos lo que afirma.
En primer lugar, aclara que con la muerte del general Gómez el 17 de diciembre de 1935 no desaparecieron las características principales de la dictadura. Dice Betancourt: “El personalismo autocrático, la inmoralidad administrativa y el escamoteo a la Nación de su derecho inmanente e irrenunciable a darse sus propios gobernantes, continuaron campeando por sus fueros.”
En el párrafo siguiente refuerza esta tesis y señala que la supervivencia de la dictadura, en lo esencial, impidió que Venezuela se desarrollara económica y socialmente, ya que “No era el supremo interés nacional, sino mezquinos señuelos personalistas, lo normativo de la conducta de los gobernantes.” Ante este cuadro, Betancourt afirma que por debajo de la superficie, la Nación venezolana era incompatible con él y que por ello hizo eclosión, penetrando este sentimiento adverso en los cuarteles. De allí que se creara el conjunto de conjurados reunido en la Unión Patriótica Militar (UPM).
Más adelante, explica la naturaleza de este grupo y el origen de sus vínculos con Acción Democrática. Dice: “No querían la sustitución de un autócrata por un régimen militarista. Los animaba un sincero y desinteresado empeño de civilidad. Y por eso buscaron contacto con el partido Acción Democrática, única fuerza políticamente organizada que a diario libraba lucha sin desmayos y sin pausas contra cuanto significaba, en lo político y en lo administrativo, vergûenza para la República.”
Luego, el autor condesciende con una confesión de gran peso que, quizás, no haya sido advertida suficientemente. Reconoce que Acción Democrática tiene vocación de poder, que ha nacido para alcanzarlo, y que la seriedad de la propuesta de la UPM no podía dejarla de lado, sobre todo si aseguraban, como en efecto lo hacían, que tenían el control de las “palancas decisivas de comando de las fuerzas armadas de tierra, mar y aire.” De tal modo que a la argumentación moral que esgrimió, casi exclusivamente, el 30 de octubre de 1945 se suma ahora, el 20 de enero de 1947, el reconocimiento que junto a ésta, la ambición de poder era un ingrediente sustancial.
No obstante lo anterior, asegura Betancourt que intentaron una candidatura de consenso, distinta a la de Biaggini que, a todas luces, fue la que desató la crisis, conjurada antes con la candidatura de Escalante, que había dejado en suspenso la conspiración de la UPM. Señala Betancourt que se hicieron las diligencias necesarias para alcanzar una candidatura de consenso, pero que el gobierno de Medina Angarita desestimó el esfuerzo.
Se refiere, aunque no lo dice explícitamente, a la conversación que sostuvo Rómulo Gallegos con el presidente Medina, donde se asomó el nombre de Oscar Augusto Machado como probable candidato de consenso para ejercer una Presidencia Provisional que tendría el encargo de convocar “a elecciones directas para la escogencia de un jefe del Estado en el curso de un año de Gobierno.” Por cierto, no tenemos cómo saber si el nombre de Machado se estaba presentando con su consentimiento o era una proposición que no se había consultado con el candidato.
En cualquier caso, como veremos de seguidas, según Betancourt el resultado negativo de la proposición de Gallegos a Medina fue lo que activó el Golpe militar, ya que con posterioridad a esta negativa se articuló una persecución en contra de los conjurados.
Sigamos sus palabras: “Apenas se iniciaba el debate público en torno de esa proposición transaccional, ridiculizada y escarnecida desde el primer momento por la prensa oficiosa del régimen, cuando el gobierno de Medina Angarita comenzó a detener a oficiales comprometidos en el movimiento. La insurgencia del 18 de octubre fue la respuesta de la Unión Patriótica Militar a una ofensiva represiva desatada contra sus miembros y encaminada a ahogar las ansias que animaban a los auténticos personeros del Ejército Nacional de servir lealmente a Venezuela y a la institución armada. Resulta así aquel Gobierno no sólo el responsable mediato de la Revolución de Octubre, por su impermeabilidad ante los reclamos y anhelos populares, sino también la causa determinante de su estallido.”
Hasta aquí la relación de las causas que condujeron al Golpe militar del 18 de octubre de 1945 por parte de Betancourt en el mensaje del 20 de enero de 1947. Como vemos, las explicaciones de esta oportunidad son menos retóricas y, probablemente, más cercanas a la verdad, en la medida en que se detienen en aspectos más precisos. Ya no se alude a la unión entre “Pueblo” y “Ejército” que se invocó antes con un tono glorioso, ni se hace mención a la gesta independentista, sino que se reconoce que Acción Democrática nació con vocación de poder y no podía dejar pasar la oportunidad que ofrecía la UPM.
Esta sinceridad se agradece y, a su vez, viene a matizar el argumento moral que se invocó de manera preponderante en la primera versión. Tampoco se alude ahora al peligro de una guerra civil. Esto se olvidó por el camino, con lo que pareciera revelarse en el olvido, que se trataba de un recurso retórico.
Consecuente con la primera versión, en esta segunda se vuelve a invocar la negativa del gobierno de Medina a convocar elecciones universales, directas y secretas, así como a esgrimir en su contra el hecho de que se estaba derrocando a un gobierno corrupto, en la tradición gomecista que no se había roto con López y tampoco con Medina. Además de la novedad del reconocimiento de Acción Democrática como un ente con vocación de poder, ya señalado, se invoca por primera vez el argumento según el cual el Golpe se dio en razón de que los conjurados de la UPM estaban siendo perseguidos, lo que conduce a Betancourt a afirmar que el responsable del Golpe fue el gobierno de Medina.
Esta línea argumental es difícil de seguir, ya que podría llegarse por su conducto a aceptar que si el gobierno no hubiese perseguido a los conjurados el Golpe no se habría dado y, la verdad, es que antes se ha colocado sobre la mesa la negativa a la reforma constitucional para establecer elecciones universales, directas y secretas como la piedra angular de las causas, la causa de todas ellas. Cualquiera podría preguntarse, ante este argumento de Betancourt: ¿en qué quedamos? ¿Se da el golpe porque el gobierno se opone a la instauración de un sistema electoral democrático o porque los conjurados fueron descubiertos y perseguidos?
En verdad, el argumento es débil, y lo cierto es que la pionera angular es anterior a la persecución. El eje de todo lo demás está en la candidatura de Biaggini, sobre la que no hay consenso, como sí lo había en torno a Escalante. ¿Por qué Medina Angarita se negó a buscar un candidato de consenso después de que Escalante salió de juego y Biaggini no alcanzó respaldo? Esta pregunta es muy probable que jamás pueda responderse, pero sin duda es neurálgica.
Tercera versión. Versión interpretativa de los hechos dada por Rómulo Betancourt en su libro Venezuela, política y petróleo, publicado en 1956. El punto final al libro lo colocó su autor en diciembre de 1955, en el exilio, en Puerto Rico. Habían pasado 10 años de los hechos del 18 de octubre de 1945, de modo que la versión de las causas, y la explicación de los hechos, podía ser más reposada y sin la urgencia de quien daba razones y ejercía el poder al mismo tiempo.
El primer cambio notable es el del tratamiento que le da Betancourt a los conjurados de la UPM. Habían dejado de ser compañeros de ruta para tornarse en enemigos jurados. El Golpe militar del 24 de noviembre de 1948, perpetrado por los otrora compañeros de aventura, era una herida profunda en el corazón. Quizás por esto, Betancourt se arriesga a decir algo que no había afirmado antes y que, en muchos sentidos, cambia la versión sobre las causas de los hechos.
Dice, refiriéndose a los integrantes de la UPM reunidos con AD en casa del doctor Edmundo Fernández: “Pero unos y otros nos produjeron la impresión muy clara de que estaban dispuestos a ir a la acción violenta, con o sin nosotros, porque además de los factores de orden general que influían sobre su decisión, éste encontraba fuertes asideros en la forma como se comportaba el régimen frente a las Fuerzas Armada.
Este factor, la determinación de la UPM de ir al Golpe, no se había esgrimido antes. Llama la atención, ya que sí fuese de tal magnitud la determinación de ir al Golpe por qué la candidatura de Escalante los desactivó y la de Biaggini los volvió a energizar. ¿Qué les prometía Escalante, en términos militares, que llegó a desactivarlos? No lo sabemos, pero pareciera que la intermediación de Betancourt había hecho efecto, ya que está claro que éste y Leoni viajaron a Washington a parlamentar con Escalante con el conocimiento de la UPM y el resultado que trajeron fue satisfactorio para AD, ya que el embajador Escalante se comprometía a alcanzar lo que ellos buscaban: reforma constitucional que permitiera elecciones directas, universales y secretas.
Pero, ¿y para los militares qué prometió Escalante? ¿Acaso se daban por satisfechos con lo prometido a Betancourt y Leoni? No creemos que haya sido así, que les haya bastado. Lo que ocurre, eso sí, es que al pactar AD con Escalante los conjurados de la UMP quedaban al descubierto y se les hacía muy difícil ir al Golpe solos, sin el socio que había hallado otro camino.
Es por lo anterior que en el momento en que el gobierno propone la candidatura de Biaggini, con quien no había pacto secreto por parte de AD, los conjurados han debido pisar el acelerador, sabiendo que sus socios en la conjura no tenían acuerdo con el nuevo candidato. No obstante, Rómulo Gallegos afirmó en discurso pronunciado el 13 de septiembre de 1949 en México, citado por Betancourt en Venezuela, política y petróleo, que al presidente Medina él personalmente había ido a ofrecerle una salida negociada, sobre la base de un candidato de consenso, pero que Medina había desechado totalmente la propuesta.
Sobre esto último va a insistir enfáticamente Betancourt en esta versión de 1956, a diferencia de las anteriores, en las que esta preocupación era notablemente menor. La razón es clara: en la medida en que los esfuerzos por llegar a una salida consensual se hacen evidentes, pues la participación de AD en el Golpe militar es más llevada por la circunstancias que por iniciativa propia.
Por otra parte, esta tendencia argumental no debe extrañarnos, ya que puede haber mucho de cierto en ello, lo que ocurre es que hasta 1956 no había sido esa la tendencia voceada y no podía serla. Recordemos que las dos versiones anteriores se daban con los socios de la UPM sentados en el auditorio.
En el subcapítulo “Vísperas insurreccionales” del libro que examinamos, Betancourt alcanza un tono conclusivo, y afirma: “Estaban cerradas todas las vías de evolución sin saltos. No quedaba para la Venezuela democrática sino una salida: el hecho de fuerza. Y había que apresurarse a trajinar el azaroso camino, porque el general López Contreras también aceleraba sus propios planes golpistas. El país supo a qué atenerse, a ese respecto, cuando le escuchó pronunciarse, en discurso del día 14 de octubre, contra ‘la amenaza de retroceso institucional que se cernía sobre la Patria’; y añadir, sibilinamente, amenazadoramente, que en su casa tenía el uniforme de general en Jefe, ‘y no colgado de una percha’”.
Seguramente, pensaba Betancourt en López Contreras cuando en su primera versión aludió a la guerra civil, pero entonces no pronunció su nombre. Ahora sí es más específico e incluso refiere a la intervención del general el 14 de octubre. Este párrafo coloca a AD y la UPM en una suerte de carrera en contra de López Contreras, en cuanto a quien da primero el golpe. Esta causa es nueva y se comprende que desde el poder, en 1945 y 1947, hubiera sido una imprudencia ventilarla públicamente como lo hace, en 1956, Betancourt.
Veamos, por último, una explicación que da el autor sobre los acontecimientos de la víspera. Dice: “El Presidente Medina, conocedor de nombres y detalles del plan conspirativo por una delación de última hora, había ordenado en la madrugada de ese día, medidas de emergencia: detenciones de oficiales, acuartelamiento general, preparación de las tropas para combatir. Pero ya era tarde: la insurrección estaba en marcha.”
Como vemos, es distinta esta explicación de los hechos a la anterior, en la que Betancourt le atribuía a la reacción del gobierno de Medina la precipitación de los conjurados. Según esta versión, la decisión de proceder con la insurrección militar estaba tomada, y no fueron las medidas persecutorias de los conjurados por parte del gobierno las que precipitaron los hechos. Evidentemente, en las versiones anteriores, Betancourt no podía confesar que la UPM estaba decidida a proceder con o sin Acción Democrática.
En este mismo orden de ideas, al Betancourt poder deslindarse de sus socios de la UPM en sus versiones públicas, los acontecimientos cobran otros matices. Es por ello que arroja nuevas luces sobre los hechos como, por ejemplo, la interpretación que ofrece de las relaciones que se tenían en el seno de la conjura. Dice: “Fue culminación de un proceso revolucionario que en la calle, con la participación directa y activa del pueblo, venía canalizando a lo largo de más de una década el comando político de AD. Teníamos de ello nítida conciencia, y por eso nunca admitimos, ni públicamente ni en el conciliábulo conspirativo con oficiales del Ejército, la posibilidad de que nosotros llegáramos a ser simple comparsa civil de un régimen militar.”
Como vemos, quedaron en el olvido los elogios a la UPM que se le prodigaron en las dos versiones anteriores. Pasó a considerarlos una amenaza en potencia del “régimen militar”, del que ellos jamás serían “simple comparsa civil”. El párrafo desnuda las tensiones que se han debido vivir en el conciliábulo entre civiles y militares. Queda en claro la voluntad de poder de AD, y su negativa a ser “pariente pobre que entra por la puerta del servicio doméstico”, como afirmó el propio Betancourt en el discurso que dio en el Nuevo Circo el 17 de octubre de 1945, haciendo alusión a lo que sobrevendría al amanecer del día siguiente.
Sin la menor duda, en Venezuela, política y petróleo respira la versión menos intervenida por la circunstancia histórica. Recordemos que Betancourt está en el exilio, y sus socios de la UPM son sus enemigos políticos jurados y causantes de su exilio. En la última versión que cotejaremos, la de 1975, han pasado 20 años más. Veámosla. Entrevista concedida por Rómulo Betancourt a la revista Resumen, publicada en el n° 103 del 26 de octubre de 1975 y recogida en las Obras Selectas publicadas por Seix Barral.
Por primera vez de manera privilegiada, de acuerdo con las fuentes consultadas, Betancourt va a comprender el 18 de octubre de 1945 dentro de un contexto internacional. Quiero decir, colocando el énfasis en el entorno geopolítico, como si este hecho nacional, al que no deja de calificar como “revolución”, hubiese estado directamente conectado con un clima político internacional. Digo de manera privilegiada porque, en verdad, en su primera alocución del 30 de octubre de 1945 alude a “las cuatro verdades rooseveltianas”, pero evidentemente no concentra su argumentación en hechos externos sino en los nacionales. La novedad de esta última línea argumental causal es que invierte la importancia de lo interno y lo externo, pasando esto último a tener la mayor significación.
Ante la pregunta siguiente: “¿Cuáles fueron los antecedentes y el proceso que condujo al acuerdo de Acción Democrática y la Junta Patriótica Militar que desembocó en la Revolución de Octubre?” (Betancourt, 1979:301) Nótese que se equivoca el nombre de la UMP (Unión Militar Patriótica) y se le denomina Junta Patriótica Militar. Betancourt responde: “La Revolución fue la resultante de algo más que un acuerdo de carácter conspirativo entre un grupo determinante de oficiales subalternos de las cuatro armas y del único partido –Acción Democrática- con amplia audiencia nacional que para entonces existía. Fue producto de la coincidencia de factores nacionales e internacionales. El enfrentamiento armado de magnitud planetaria –la segunda guerra mundial- entre totalitarismos y democracias estaba en trance de terminar, con el triunfo de las últimas. Y en los oídos de los pueblos de todas las razas y nacionalidades repercutían las palabras admonitorias de Franklin Delano Roosevelt: “Esta guerra se ha hecho para poner fin al totalitarismo hasta en el último rincón del planeta.”
La frase “Fue producto de la coincidencia de factores nacionales e internacionales” puede conducir a preguntarse acerca de un acuerdo entre esos factores. Por ejemplo, no sería extraño que alguien se preguntara si el factor internacional era Gran Bretaña, dados sus intereses petroleros en Venezuela, o los Estados Unidos, por idéntica razón. Investigaciones recientes apuntan hacia otra diana.
La profesora Margarita López Maya en su libro EE.UU. en Venezuela: 1945-1948 (Revelaciones de los Archivos Estadounidenses) llega a conclusiones distintas, pulsando fuentes documentales directas. Afirma: “Como parece quedar claro a partir de este seguimiento, tanto el embajador como el Departamento de Estado fueron sorprendidos como la población venezolana por la “revolución de octubre”. No sólo no tuvieron indicios de que esta revuelta se estaba gestando, sino que tampoco en los primeros momentos estuvieron provistos de canales especiales de información que les permitieran conocer de manera más directa el desarrollo de los eventos, ni las decisiones que se estaban tomando.”
Por su parte, el exprofesor de la Universidad de los Andes, Jorge Valero, en su tesis de maestría en el Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Londres, intitulada ¿Cómo llegó Acción Democrática al poder en 1945?, llega a la siguiente conclusión: “A la luz de la documentación e interpretación que fundamentan este libro, las potencias del mundo occidental entonces dominantes, Estados Unidos y Gran Bretaña, tuvieron una participación irrelevante en la realización de aquel evento golpista, a partir del cual se inició un nuevo ciclo en la historia contemporánea de Venezuela.”
Dadas las convincentes conclusiones a las que llegan López Maya y Valero, debemos orientarnos hacia otro derrotero. Betancourt no estaba deslizando la hipótesis de un acuerdo entre estos “factores internacionales y nacionales”, previo al Golpe del 18 de octubre de 1945, sino que estaba pensando en una coincidencia sobre la base de lo que suele llamarse “los signos de los tiempos”.
En la misma respuesta, más adelante, Betancourt hace la relación pormenorizada de los derrocamientos de dictaduras militares que tuvieron lugar en aquel entonces, bajo el clima de victoria de las democracias occidentales sobre el totalitarismo nazi. (Por cierto, se le olvida que el otro vencedor de la contienda fue el totalitarismo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, comandada por Stalin). Y, además, recuerda, como siempre lo hizo, que la negativa del gobierno de Medina Angarita a reformar la Constitución Nacional para permitir elecciones directas fue la piedra angular de las causas que condujeron a los hechos del 18 de octubre de 1945.
No cabe duda de que a la distancia, Betancourt está tratando de interpretar el panorama mundial y éste, ciertamente, es el de una guerra que está llegando a su fin con la derrota del fascismo, del totalitarismo nazi y la victoria de las fuerzas aliadas, encabezadas por Roosevelt, Stalin y Churchill. De los tres, como vimos, el énfasis betancourtiano está colocado en Roosevelt, no en Stalin ni en Churchill.
Ante el surgimiento de este argumento aparece una pregunta evidente: ¿Por qué esta línea causal no surgió antes en su discurso con tal énfasis? Las dos primeras veces se presentan las causas en medio del fragor de los acontecimientos (1945 y 1947) y difícilmente hubiese podido privilegiar una lectura geopolítica cuando los hechos estaban en pleno desarrollo; la tercera surge, en el exilio en 1956, en medio de un ajuste de cuentas con sus antiguos socios, quienes se han tornado en sus perseguidores más feroces y la urgencia por descalificarlos es perentoria.
Fue sólo en la cuarta cuando el tiempo le permitió pasearse por una causa histórica universal y continental, una coincidencia de los tiempos. Esto, evidentemente, no habría podido surgir antes, cuando el paso de los años no había preparado el terreno de la reflexión histórica.
Al poner el énfasis en el contexto internacional los hechos locales se minimizan. Así, se coloca el acento en fuerzas supranacionales de las que los protagonistas locales son mera expresión. Por una parte se invoca la humildad de ser instrumento de fuerzas mayores, pero por la otra se liman las asperezas que toda acción local deja en la piel de los afectados. Es posible que algo de este sentimiento haya influido en la última interpretación de Betancourt.
Las causas que Betancourt va esgrimiendo en estos cuatro momentos podemos ordenarlas en morales y políticas. Veamos, primero las morales y luego las políticas, para comprender mejor los cambios que se van produciendo.
La primera causa moral que se invoca es la del peculado (hoy en día se le conoce como la corrupción administrativa). El 30 de octubre de 1945 Betancourt señala que quienes han gobernado el país durante la dictadura de Gómez y los gobiernos de López Contreras y Medina Angarita han incurrido en prácticas ilegales y han confundido su patrimonio con el del Estado, en consecuencia, no pueden continuar gobernando.
Esta invocación se repite en 1947 y se le acompaña de un elogio notable de la condición moral de los militares integrantes de la UPM: verdaderos patriotas que supieron interpretar su tiempo histórico. Ya en 1956, la solvencia moral de los antiguos socios dejó de ser tal y se acuñan revelaciones morales inéditas. Antes, se dijo que la UPM buscó a AD para perpetrar el golpe, dada su preeminencia socio-política, ahora, se reconoce que sí AD no se sumaba la UPM hubiera dado el golpe sola.
La confesión es de gran magnitud, ya que si la UPM hubiese procedido sin AD, como se confiesa, pues seguramente para AD el cambio no hubiese sido una “Revolución” sino un “Golpe de Estado”. Esto, naturalmente, pone en entredicho la tesis betancourtiana recurrente acerca del carácter revolucionario de los hechos. Hasta aquí las causas morales, ya que en la cuarta y última no surgen de manera señalada.
Es evidente que las causas morales que tuvieron peso protagónico en la primera alocución van dejando el paso a las políticas hasta prácticamente desaparecer. En cambio, como veremos de inmediato, las causas políticas van cobrando peso a tal punto que superan la esfera nacional para alcanzar la internacional, ya corporizadas como causas históricas universales.
Las causas políticas invocadas en la primera justificación son las siguientes: la negativa del gobierno de Medina Angarita a reformar la Constitución Nacional para permitir elecciones universales, directas y secretas y, también, el estar al borde de una Guerra Civil, dadas las facciones dentro del seno de las Fuerzas Armadas.
En la segunda alocución se reitera la primera causa esgrimida: la constitucional electoral, se añade que se hicieron todos los esfuerzos por alcanzar una candidatura de consenso, pero el gobierno de Medina no escuchó las voces conciliatorias, al punto que al verse los conjurados ubicados por delación, se precipitó la acción civil-militar. En esta oportunidad, añade Betancourt que AD tenía vocación de poder y no se abstuvo ante la oferta real de la UPM de alcanzar el mando conjuntamente, dadas las condiciones militares favorables que aseguraba los militares tener.
En 1956, surge un nuevo elemento político: la Guerra Civil temida antes, se confiesa ahora que se trataba de una conspiración que venía en marcha comandada por el expresidentes López Contreras. Esta conspiración, cierta o falsa, se dice precipitó los hechos de los conjurados de la UPM y AD. El factor López Contreras no había surgido antes de manera explícita, había sido aludido como “guerra civil” y tampoco se le había dado tanta preeminencia como ahora. En esta oportunidad, como en las dos anteriores, se esgrime la negativa a la reforma constitucional por parte del gobierno de Medina Angarita como causa política central.
Finalmente, en 1975, los hechos son analizados por Betancourt en su vertiente política internacional, pero no olvida señalar la única recurrencia causal a lo largo de las cuatro versiones: la electoral-constitucional. Quedan en el olvido las causas morales y se despeja el panorama para las políticas.
En resumen: ¿a cuáles conclusiones podemos llegar? La única causa recurrente esgrimida en las cuatro oportunidades fue política: la negativa del gobierno de Medina Angarita a reformar la Constitución Nacional para convocar a elecciones universales, directas y secretas.
Esta conclusión, nos lleva a preguntarnos lo siguiente: ¿ha debido ser la única causa esgrimida dado su peso y la comprobación de su recurrencia? Si. Su magnitud era tal que ella sola justificaba el Golpe. Dicho de otro modo: unos demócratas fuerzan una salida militar para darle cuerpo jurídico institucional a una democracia. ¿Este era el proyecto de la UPM? No, evidentemente. Los hechos así lo demuestran.
En el seno de los conjurados estaban en marcha dos proyectos políticos. Uno, muy claro, el de AD y otro, menos estructurado, más personalista: el de la UPM. Se debe señalar un matiz ambiguo entre los oficiales conjurados: Carlos Delgado Chalbaud, que estuvo con ambos golpes, el del 18 de octubre de 1945 y el del 24 de noviembre de 1948, pero por motivos levemente diferentes a sus compañeros militares y a sus compañeros de AD. Fue una pieza extraña en estos acontecimientos. Veamos ahora, brevemente, el primer gobierno de Betancourt.
Junta Revolucionaria de Gobierno, presidida por Rómulo Betancourt (1945-1948)
Después de la redacción del Acta Constitutiva de la Junta Revolucionaria de Gobierno y de su firma, el 19 de octubre, el gobierno provisional dirigió un comunicado escrito a la nación. En este texto quedó claro que el propósito principal del gobierno sería convocar a unas elecciones universales, directas y secretas, previa redacción de una nueva constitución. Luego, en el primer decreto de la Junta, en Gaceta Oficial del 23 de octubre, esta se compromete a dictar un Decreto-Ley para convocar a elecciones de una Asamblea Nacional Constituyente. Después, el presidente de la Junta, Rómulo Betancourt, nombra su Gabinete Ejecutivo.
El Decreto número 9 es particularmente significativo, ya que los miembros de la Junta se inhabilitan para presentarse como candidatos en las próximas elecciones. Este decreto le dio mucha fuerza moral a la Junta, ya que quedaban libres de toda sospecha de estar actuando en provecho de sus propias intenciones presidenciales. Luego, en el Decreto 52 del 17 de noviembre, se crea un Comisión Preparatoria de los Estatutos Electorales, que permita elegir a los diputados a una Asamblea Nacional Constituyente. Además, se le asigna a la Comisión la tarea de redactar un proyecto de Constitución Nacional para ser presentado a la Asamblea a elegir. Como Presidente de esta Comisión se designó a Andrés Eloy Blanco.
En el Decreto número 64 se crea el Jurado de Responsabilidad Civil y Administrativa, ente que tuvo la tarea de juzgar los casos sustanciados en contra de funcionarios de los gobiernos anteriores. Con este Jurado se implementó una persecución política en contra de altos funcionarios del gobierno de Medina, de López y de Gómez. A muchos de ellos les fueron congeladas las cuentas bancarias y confiscadas las casas, mientras sobrevivían en el exilio.
Este capítulo de la llamada “Revolución de octubre” es visto, con razón, como una expresión retaliativa. Formó parte de la justificación histórica que la Junta quiso darle a su carácter “revolucionario”. Dicho de otro modo, una de las causas principales que justificaban el golpe civil militar fue la de sustituir a un conjunto de gobiernos corruptos, de modo que perseguir judicialmente a quienes ellos creían que habían incurrido en esas prácticas, era lo más lógico. Años después, muchos de los integrantes de la Junta se arrepintieron de estos excesos, sobre todo de los cometidos en contra de personas de probada honorabilidad.
Entre los primeros decretos el gobierno legisló en torno a dos temas que les eran fundamentales: la Educación y el movimiento sindical. En cuanto a lo primero era evidente que se buscaba su democratización y masificación, y en cuanto a lo segundo, pues nada más elocuente que el nombramiento de Raúl Leoni como Ministro del Trabajo, quien se asignó la tarea de constituir desde ese despacho a centenares de sindicatos y trece Federaciones sindicales, durante los tres años en que AD detentó el poder.
Estas dos áreas, Educación y Trabajo, junto con la de Petróleo e Industria, fueron las más sensibles al nuevo proyecto político que se instrumentaba, proyecto que le asignaba tareas al Estado que antes no atendía, o no tenía entre sus prioridades. Si bien el papel del Estado creció durante los gobiernos de López y Medina, el protagonismo se propuso asignárselo la Junta Revolucionaria de Gobierno.
Asamblea Constituyente (1946)
El 28 de marzo de 1946 fue publicado en Gaceta Oficial el Estatuto Electoral para la elección de los Representantes a la Asamblea Nacional Constituyente, y los comicios tuvieron lugar el 27 de octubre. Fueron los primeros que se dieron con el sufragio universal: votaron hombres y mujeres mayores de dieciocho años. Acción Democrática obtuvo el 78,43% de los votos, COPEI el 13,22%, URD el 4,26%, y el PCV el 3,62%.
Así como AD se constituyó en 1941, y el Partido Comunista de Venezuela (PCV) fue legalizado en 1945, con la reforma constitucional durante el gobierno de Medina Angarita, COPEI y URD eran agrupaciones recientes. COPEI (Comité Organizador de la Política Electoral Independiente) se creó el 13 de enero de 1946, agrupando a quienes cerraron filas en la UNE, entonces estudiantes de colegios católicos, encabezados por Rafael Caldera, mientras URD (Unión Republicana Democrática) se funda el 17 de febrero de 1946, capitaneada en un principio por otros, y muy pronto por Jóvito Villalba.
Estos fueron los partidos concurrentes a la convocatoria de elecciones de la Asamblea Nacional Constituyente que se instaló el 17 de diciembre de 1946, con Andrés Eloy Blanco en la Presidencia. Una vez en funciones, envestida de la soberanía popular, la Asamblea procedió a ratificar a la Junta Revolucionaria de Gobierno.
Constitución Nacional de 1947
La Asamblea designó una Comisión redactora de la nueva carta magna, que tomara como base los trabajos preliminares de la anterior Comisión. Esta nueva Comisión estuvo integrada por Gustavo Machado, Juan Bautista Fuenmayor, Lorenzo Fernández, Panchita Soublette Saluzzo, Mercedes Carvajal de Arocha, Luis Augusto Dubuc, entre otros, y comenzó a trabajar el 30 de enero de 1947. La carta magna se sancionó el 5 de julio de 1947, quedando derogada la Constitución Nacional de 1936, que había sido modificada en 1945. Los debates para la redacción de la nueva Constitución duraron seis meses, y se transmitieron por radio, con el beneplácito de la población.
Esta Constitución consagra el principio político que venía desarrollándose, el de mayor actuación del Estado en los asuntos públicos. En el fondo, la carta magna le atribuyó mayores responsabilidades al Estado en su tarea de constructor de un “Estado de Bienestar”. Consagró las elecciones universales, directas y secretas, y eliminó las indirectas para todo cargo de elección popular. Así, incorporó a la mujer a la vida política en igualdad de condiciones. Mantuvo el período presidencial de cinco años, sin reelección. Luego veremos cómo, sobre la base del nuevo cuerpo constitucional, se convoca a elecciones presidenciales y parlamentarias.
Creación de la Corporación Venezolana de Fomento (CVF)
La búsqueda de mayores posibilidades de desarrollo económico para Venezuela fue norte de la Junta desde el comienzo de su mandato. En diciembre de 1945 firmó el llamado Decreto del 50 y 50 que, en otras palabras, pechaba a las compañías petroleras, logrando que por su actividad durante ese año pagaran una mayor cantidad de impuesto sobre la renta. El espíritu de este decreto se mantuvo, y el Estado buscó pechar cada vez más a las empresas.
Por otra parte, el 29 de mayo de 1946 se creó la Corporación Venezolana de Fomento (CVF), que sustituía a la Junta de Fomento de la Producción Nacional, creada por Medina Angarita en 1944. La CVF vino a instrumentar en Venezuela lo que después la CEPAL (Comisión Económica para América Latina de la ONU) denominó “Industrialización por Sustitución de Importaciones”.
En otras palabras, Venezuela requería diversificar su economía, que ya para entonces era mayoritariamente petrolera, y para hacerlo la CVF establecería los mecanismos de otorgamiento de créditos a empresarios privados que quisieran desarrollar la “agricultura, cría, industria y minería” en el país, mientras el Estado se reservaba “la promoción de empresas de utilidad pública, cuyo volumen o características no sean posibles o halagadoras para el inversionista particular.”
Esta política de Industrialización por Sustitución de Importaciones tuvo vigencia en Venezuela, con distintos grados de intensidad, hasta 1989, cuando todo el esquema arancelario y de subsidios, protector de la industria nacional, se levantó en aras del libre mercado. Es de señalar que Venezuela creó la CVF antes de que la CEPAL diseñara esta política para América Latina. Y esto ocurrió sobre la base del proyecto de la Junta Revolucionaria de otorgarle mayores asignaciones al Estado y, muy particularmente, a la tarea de promover el desarrollo económico general a través de un sistema crediticio, y unas barreras arancelarias para los productos importados.
Las elecciones de 1947
Los comicios tuvieron lugar el 14 de diciembre de 1947, y resultó electo el maestro Rómulo Gallegos, candidato de AD, con 74,47 % de los votos, en segundo lugar llegó Rafael Caldera con 22,40% y en tercer lugar Gustavo Machado con 3,12 % de los sufragios. Era la primera vez en toda nuestra historia republicana que tenían lugar unas elecciones universales para elegir Presidente de la República. No fueron las primeras elecciones directas, ya que ellas tuvieron lugar en abril de 1860, cuando se eligió a Manuel Felipe de Tovar.
Con la elección de Gallegos, el maestro de muchos integrantes de la Generación del 28, los miembros de la Junta Revolucionaria de Gobierno cumplían el Decreto que ellos mismos habían redactado, y que les impedía presentarse como candidatos en esta contienda. Además, en el mismo acto se eligieron diputados y senadores del Congreso Nacional, así como concejales y diputados de las Asambleas Legislativas estatales.
Por primera vez en muchos años, el Presidente de la República gozaba de una legitimidad absoluta: lo había elegido el apoyo mayoritario del pueblo. No obstante, fue derrocado por un golpe militar el 24 de noviembre de 1948. Entonces, Betancourt iniciaba su más largo exilio, del que regresó después de los sucesos del 23 de enero de 1958, cuando derrocada la dictadura de Marcos Pérez Jiménez.
Pacto de Puntofijo, octubre de 1958
Durante los primeros días de enero de 1958, cuando las posibilidades de caída de la dictadura perezjimenista se vislumbraban probables, se reunieron en Nueva York Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba y Rafael Caldera con el objeto de dialogar en torno a los errores del pasado, y las posibilidades de no cometerlos en el futuro. Era evidente que si los partidos políticos representados por ellos no se ponían de acuerdo en torno a un programa mínimo, la supervivencia de cualquier ensayo democrático estaría comprometida por el factor militar.
Los alzamientos de Castro León y Moncada Vidal vinieron a confirmar los fundados temores que los líderes civiles albergaban desde el exilio en Nueva York. Además de la amenaza militar latente, Betancourt había aprendido de los errores que trajo gobernar sectariamente, como lo hizo AD en el llamado trienio 1945-1948, y le proponía a los líderes de los otros partidos políticos diseñar un programa de gobierno común, e integrar un gobierno de coalición de las tres fuerzas políticas.
Con miras al logro de este objetivo comenzaron las reuniones, ya en Caracas, entre miembros de las direcciones políticas de AD, COPEI y URD. Primero se pulsó la posibilidad de presentarse con un candidato único, pero muy pronto se vio que esto no era posible, e incluso muchos pensaban que era inconveniente para el futuro desarrollo de un sistema de partidos políticos. Como las reuniones tenían lugar en la casa de Caldera, en Sabana Grande, los periodistas comenzaron a llamar al pacto que se configuraba aludiéndolo con el nombre de la quinta de la familia Caldera: Puntofijo, pero no como la ciudad falconiana, sino corrido, evocando la estabilidad familiar.
El 31 de octubre de 1958 se firmó el Pacto de Puntofijo. En la base del documento asentaron sus firmas Rómulo Betancourt, Raúl Leoni y Gonzalo Barrios por AD; Jóvito Villalba, Ignacio Luis Arcaya y Manuel López Rivas por URD; Rafael Caldera, Pedro del Corral y Lorenzo Fernández por COPEI. Se comprometieron a respetar el resultado electoral fuese el que fuese, y a gobernar en conjunto, sobre la base del programa mínimo común suscrito y sin desmedro de las singularidades de cada uno de los partidos firmantes. El Pacto apuntaba hacia la creación de una democracia representativa, con un sistema de partidos políticos estable, y una especificidad profesional del rol de las Fuerzas Armadas en la sociedad.
La discusión sobre la no participación del Partido Comunista de Venezuela (PCV) en el Pacto de Puntofijo es compleja y disímil. Algunos comunistas afirman que no fueron incluidos, que no fueron invitados, mientras las fuerzas integrantes del Pacto señalan que era difícil que un partido político integrante de la llamada órbita soviética formara parte de un acuerdo para instaurar una democracia representativa, sobre todo si en la URSS, y en todos los países aliados, regía un sistema de partido único, sin libertad de prensa, y sin libertades políticas y económicas.
Es muy probable que las dos líneas argumentales sean ciertas, y de allí que el resultado final haya sido la exclusión de la izquierda pro-soviética del acuerdo político. Esto, por otra parte, lo dijo expresamente durante la campaña electoral el candidato Betancourt, señalando que no gobernaría en alianza con los comunistas.
Elecciones de 1958
A lo largo del año fueron definiéndose las candidaturas presidenciales. AD se presentó con Rómulo Betancourt; COPEI con Rafael Caldera, y URD y el PCV con Wolfgang Larrazábal. Betancourt obtuvo el 49,18% de los votos, Larrazábal el 34,59% y Caldera el 16,19%. AD obtenía el 49,45% de los votos, URD el 26,75%, COPEI el 15,20% y el PCV el 6,23%, manteniéndose con muy pequeñas variaciones la relación entre los votos partidistas y los votos presidenciales.
El mes de enero lo emplea el presidente electo para organizar su gabinete, bajo el difícil esquema del Pacto, lo que supuso una repartición equitativa entre los tres partidos firmantes de las carteras ministeriales. Además, le tocó recibir la visita de Fidel Castro que había entrado triunfante en La Habana, después de la huída del dictador Fulgencio Batista el 1 de enero. Vino en los días en que Venezuela celebraba el primer aniversario del 23 de enero de 1958, cuando el dictador venezolano alzó vuelo.
La visita de Castro y la exclusión del PCV del Pacto de Puntofijo van a fijarle un camino a la izquierda en el futuro inmediato: la lucha armada que emprendió Castro en Cuba pasó a ser su inspiración, pero esto lo veremos en el próximo capítulo.
Presidencia de la República de Rómulo Betancourt (1959-1964)
Rómulo Betancourt Bello asume la Presidencia de la República el 13 de febrero de 1959, habiendo sido electo en diciembre para gobernar durante el quinquenio 1959-1964. Antes de su asunción, el Congreso Nacional, presidido por Raúl Leoni, crea el 28 de enero la Comisión Especial encargada de redactar el proyecto de Constitución Nacional, que sería sometido a consideración de las cámaras legislativas.
El gobierno de Betancourt se caracteriza por haber sobrevivido a los intentos de derrocarlo, tanto por parte de la derecha como de la izquierda, como veremos a lo largo de estas líneas. La estructuración del Gabinete Ejecutivo, de acuerdo con los firmantes del pacto de Puntofijo, expresaba claramente el énfasis que AD colocaba en determinados aspectos de la vida nacional.
El Ministerio de Relaciones Interiores lo desempeñaba Luis Augusto Dubuc, mientras otro integrante de AD, Juan Pablo Pérez Alfonzo, encabezaba el Ministerio de Minas e Hidrocarburos: ámbito neurálgico para el proyecto político de Betancourt.
Por otra parte, la Secretaría de la Presidencia de la República la ejercía un hombre con amigos en todos los sectores: Ramón J. Velásquez, a quien Betancourt había escogido para tender puentes entre el sector de la vida nacional que lo enfrentaba y el gobierno que presidía.
Este primer año de 1959 fue de reacomodos en diversos sectores de la vida nacional. Los empresarios, los obreros, los estudiantes, los militares y los partidos políticos iniciaban la aventura de una vida común. En particular, los partidos políticos vivían horas complejas.
El PCV procesaba la exclusión del Pacto de Puntofijo y su actuación en la vida democrática. En AD la pugna interna por posiciones políticas enfrentadas estaba en pleno ascenso. La primera división de AD va a concretarse en 1960, cuando en julio un sector principal de la juventud se separe del partido y funde el MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria), con Domingo Alberto Rangel, Simón Sáez Mérida, Jorge Dáger, Moisés Moleiro, Gumersindo Rodríguez, Héctor Pérez Marcano y Américo Martín, entre otros, al frente de la nueva agrupación.
Contemporáneamente con este proceso de división, el general Castro Léon, en alianza con Moncada Vidal, intentan de nuevo alcanzar el poder por la vía de las armas. Esta vez se proponen tomar el cuartel de San Cristóbal, penetrando en Venezuela desde territorio colombiano, pero el intento fracasó.
El 24 de junio el Presidente Betancourt es víctima de un atentado en la avenida Los Próceres, cuando una bomba estalla muy cerca del vehículo que lo transportaba. Entonces falleció el Jefe de la Casa Militar, el coronel Armas Pérez, mientras Betancourt sufrió quemaduras en las manos y la pérdida sensible de parte de la audición. El gobierno se esforzó en conseguir pruebas que apuntaban hacia el autor intelectual del atentado: el dictador dominicano Rafael Leonidas Trujillo, y lo acusó formalmente, instando a la OEA para que se pronunciara sobre el hecho.
En agosto de este año de grandes convulsiones, en la reunión de la OEA en San José de Costa Rica, el canciller Ignacio Luis Arcaya, integrante de URD, se niega a firmar la Declaración de San José en la que se señalaba indirectamente a Cuba por el sostenimiento de relaciones con la Unión Soviética. Marcos Falcón Briceño firma en nombre de Venezuela y Arcaya regresa intempestivamente. El primero es nombrado Canciller en sustitución del segundo, y el 17 de noviembre de 1960 URD abandona el gobierno, y se deshace la composición tripartita del Pacto de Puntofijo. En sentido estricto, hasta esta fecha tuvo vigencia el Pacto de tres, quedaban gobernando AD y COPEI, aunque URD no pasó en su totalidad a una oposición beligerante.
Fundación de la OPEP (1960)
La política petrolera del gobierno se había expresado en abril cuando se creó la Corporación Venezolana de Petróleo (CVP), mientras se avanzaba en las conversaciones que concluyeron con la creación de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo). En el origen de la creación de esta organización está la necesidad de concertar políticas los países exportadores, de manera de controlar cada vez más la industria petrolera, entonces en manos de empresas extranjeras en los países árabes y en Venezuela.
El 14 de septiembre se crea la OPEP en Bagdad (Irak). El presidente de la delegación venezolana es el ministro de Minas e Hidrocarburos, Juan Pablo Pérez Alfonzo. Iniciaba su trayectoria una organización de importancia planetaria en la que Venezuela no sólo ha sido protagonista sino factor principal de su creación. Hasta el día de hoy, el control de los precios del petróleo de un porcentaje determinante de la producción mundial lo detenta esta organización.
En el momento de creación de la OPEP los precios del crudo están en niveles bajos, y el gobierno de Venezuela se vio en la necesidad de decretar un Control de Cambios y la reducción de los sueldos de los funcionarios públicos. Estas medidas, por su parte, reforzaban la política de Industrialización por Sustitución de Importaciones que acogió con renovado entusiasmo el gobierno de Betancourt, ya que durante el primero (1945-1948) también se intentó un proceso de industrialización del país.
Constitución Nacional de 1961
El 23 de enero de 1961 se promulga la nueva Constitución Nacional. Recoge muchas de las disposiciones y el espíritu de la de 1947. Proclama una democracia representativa, con períodos presidenciales quinquenales, por elección directa, universal y secreta, sin reelección inmediata, pero fijando esta posibilidad para diez años después del abandono del cargo.
Esta disposición fue nefasta para la democracia venezolana, ya que los expresidentes no pasaban a retiro, sino que empezaban su campaña para el regreso al poder, impidiendo el relevo generacional y la renovación de la dirigencia de los partidos políticos. Por otra parte, la Constitución Nacional de 1961 será la de más larga duración de nuestra historia, siendo suplantada por la de 1999, después de 38 años de vigencia.
Las sublevaciones no cesan, y el 20 de febrero el coronel Edito Ramírez se levanta con los suyos en la Academia Militar e intenta tomar el Palacio de Miraflores, cosa que no alcanzó a materializar. El 25 de junio se alza un conjunto de oficiales en Barcelona, pero a las pocas horas las fuerzas militares institucionales dominan la situación. Este hecho se denominó el “Barcelonazo”.
El congreso del PCV decide enfrentar al gobierno por el camino de las armas, rechazando el rumbo electoral. Entonces comienzan a prepararse para la clandestinidad y la lucha armada. En julio el Presidente Betancourt inaugura la nueva Ciudad Guayana, urbe compuesta por Puerto Ordaz y San Félix, diseñada con asistencia del MIT (Massachussets Institute of Technology), bajo modernas concepciones urbanísticas.
En otro orden de hechos, las tensiones con Cuba llegan a tal límite que Venezuela rompe relaciones con la isla en noviembre. Esto se hizo en ejercicio de la llamada “Doctrina Betancourt”, según la cual Venezuela no reconocía gobiernos que no hubiesen sido producto de elecciones democráticas, buscando con ello aislar a los gobiernos de facto, como el de Trujillo, y ahora el de Castro.
Esta Doctrina, muy en boga y discutida en su tiempo fue modificada por Venezuela con la llegada al gobierno de Rafael Caldera en 1969, ya que si bien tenía fundamentos, dado el alto número de dictaduras militares en el continente para la época, la que podía quedar aislada era Venezuela, y no al contrario, como se pretendía.
A su vez, otro proceso de división se gesta en AD, y se manifiesta en diciembre cuando se escinde de nuevo el partido, y los disidentes crean AD-oposición con Raúl Ramos Giménez a la cabeza.
Las evidencias de la participación de militantes del PCV y el MIR en la lucha armada, conduce a que el gobierno prohíba las actividades de ambos partidos en el país. Dos nuevos hechos de fuerza van a tener lugar en mayo y junio. El primero es el llamado “Carupanazo”, cuando la Infantería de Marina y la Guardia Nacional acantonados en la ciudad oriental se sublevan, pero el gobierno sofoca la insurrección. Luego el 2 de junio se alza la Base Naval de Puerto Cabello, siendo esta conjura de mayores proporciones que la de Carúpano, y en consecuencia el enfrentamiento trajo cerca de 400 muertos y 700 heridos.
La violencia no cesa y 1963 se inicia con el asalto al Museo de Bellas Artes y el secuestro de obras de la Exposición Francesa. En febrero la FALN (Fuerzas Armadas de Liberación Nacional) secuestran el buque Anzoátegui y se lo llevan a Brasil. En septiembre ocurre el asalto al tren de El Encanto, hecho que produjo una estremecedora impresión en la opinión pública, ya que no respetaron vidas de civiles.
El gobierno, en consecuencia, arreció la represión contra los diputados del MIR y el PCV, y los entregó a las órdenes de los Tribunales Militares. La izquierda, ante el proceso eleccionario que tendría lugar el 1 de diciembre, llama a la abstención, y decide intensificar el enfrentamiento armado en contra del orden establecido.
El proceso de extradición contra Pérez Jiménez se materializa en agosto, cuando el exdictador es hecho preso por orden de un tribunal norteamericano en la Florida (USA), y es luego traído a Venezuela a cumplir condena por delitos de peculado, en la penitenciaría de San Juan de Los Morros. Fue sentenciado en 1968 a cuatro años de cárcel por los delitos que se le imputaban, pero ya para entonces había cumplido más de la condena, de modo que fue liberado y se mudó a España, donde vivió hasta la fecha de su muerte en el año 2001.
Elecciones de 1963
De cara a las elecciones de diciembre de 1963 la candidatura de Raúl Leoni se impuso fácilmente dentro de AD, gracias al apoyo del Buró Sindical del partido, por más que el propio Betancourt asomó otras candidaturas. Caldera concurría respaldado por su partido COPEI, Villalba con URD, y la figura extra partidos de Arturo Uslar Pietri encabezaba un conjunto significativo de sectores empresariales, independientes de la política, y de lectores y televidentes, fruto de su intensa actividad intelectual.
El conjunto electoral en 1963 se dividió en seis partes. Leoni ganó las elecciones con el 32,80 % de los votos, de manera tal que AD redujo su caudal electoral en cerca de 16 %, ya que Betancourt alcanzó 48,80 % en 1958. Caldera obtuvo el 20,19%, Villalba el 17, 50%, Uslar Pietri el 16,08%, Larrazábal el 9,43% y Ramos Giménez el 2,29%. Esta composición se reflejó en el Congreso Nacional, donde Leoni tuvo que buscar coaliciones para poder gobernar con eficacia, como veremos en el próximo capítulo.
Es evidente que el gobierno de Betancourt enfrentó voluntades opuestas a la instauración del sistema democrático. Un sector de los militares intentó regresar a la situación anterior de preeminencia del estamento castrense; la izquierda optó por la guerrilla como forma de enfrentar al gobierno, y los partidos políticos democráticos, gracias al Pacto de Puntofijo, lograron sostener el sistema que se intentaba instaurar, y que era atacado por dos flancos distintos.
La realidad demostró que los temores que condujeron a la firma del pacto de Puntofijo no eran infundados. Sin la solidaridad de las fuerzas políticas actuantes y firmantes, el gobierno de Betancourt probablemente se hubiese venido abajo, en medio del zumbido de las balas.
Betancourt entregó el gobierno y se fue a vivir a Europa. Residió en Napolés y luego en Berna, donde pasó la mayor parte de su larga estadía. Regresó a Venezuela definitivamente en 1972. Dejó en claro, entonces, que nunca más volvería a aspirar a la Presidencia de la República. Sin embargo, el país atendió a sus palabras, casi oracularmente, entre su vuelta a la patria y su deceso en 1981. Veamos ahora aspectos significativos de su obra y su personalidad.
La importancia del conocimiento histórico
Betancourt le atribuía una importancia epicéntrica al conocimiento de la historia en la formación de los líderes políticos. Él mismo aclaró que leyó íntegra la Historia Contemporánea de Venezuela (14 volúmenes), de Francisco González Guinán, en la Biblioteca Nacional de San José de Costa Rica, durante su exilio centroamericano.
En tal sentido, apunta Blas Bruni Celli en un luminoso ensayo sobre Betancourt: “Ha sido su conocimiento de nuestra Historia política, conocimiento asimilado con una rara perspicacia y una especial penetración en lo que podríamos llamar la idiosincrasia del país, lo que ha dilatado y ampliado su mundo y su experiencia de estadista y por ello ha sobrepasado en siglos las vivencias de lo que pudieran ser sólo las experiencias de una existencia individual. Porque, precisamente, esa es la importancia que como disciplina tiene la Historia y que por tal debe conocer todo político que estime seriamente sus tareas.”
Evidentemente, no puede ser igual un político que abraza la vida de la polis con lecturas de historia, que otro que jamás ha tomado un libro entre sus manos o, que sí lo ha hecho lo lee desde un castillo de prejuicios ideológicos. Este mismo fervor por la historia venezolana llevó a Betancourt a navegar entre papeles durante toda su vida, entre ellos citó en agosto de 1945, en su columna del diario El País, una carta del general Rafael Urdaneta al Presidente de la República, José Antonio Páez, con fecha 18 de octubre de 1839, donde le ruega se aplique a su caso de indigente la Ley de inválidos, de manera de poder sobrellevar la vejez con algún medio de subsistencia, ya que él no tenía ni con qué comer.
Como vemos, el tema de la honradez administrativa, de la lucha denodada contra la corrupción formó parte durante toda su vida de las obsesiones centrales de Betancourt. Y la carta del honradísimo general Urdaneta fue una pieza de tanta importancia para el guatireño como si se tratara de la oración de un creyente a su santo más venerado.
Este hiperdesarrollo del sentido histórico condujo a Betancourt a cavilar frecuentemente acerca de la permanencia de lo que hacía. Por eso llevaba un archivo detallado y le consagraba horas de sus últimos años a la redacción de su Memorias, que lamentablemente su muerte dejó en suspenso para siempre.
De su obra pública, refiere el expresidente Velásquez en esclarecedor ensayo, que consideraba que “el hecho político más importante del siglo XX venezolano lo constituye la organización del pueblo en partidos y en sindicatos, pues son las dos fuerzas indispensables para asegurar en el país el orden democrático.” También, recuerda Velásquez que alguna vez afirmó que “ante la historia concedía prelación a su condición de fundador de un partido político que a la categoría de Presidente de la República.”
En verdad, sólo un político con altísima conciencia histórica escribe una obra de la magnitud de Venezuela, política y petróleo, acaso el libro de comprensión del país más valioso que haya escrito expresidente alguno en todo nuestro devenir.
Venezuela, política y petróleo
Confiesa Betancourt que la primera versión de su libro fundamental data de 1937-1939, pero entonces no pudo publicarse. Tampoco se animó a darlo a la imprenta entre los años de fundación de AD (1941) y los de su primer gobierno (1945-47), y los únicos originales que conservaba se perdieron en el saqueo que cometió una patrulla de soldados el 24 de noviembre de 1948 contra su casa caraqueña, cuando el golpe militar derrocó al primer Presidente de la República electo mediante voto universal, directo y secreto.
La nueva redacción tuvo lugar en el exilio, entre las ciudades de Washington, La Habana, San José de Costa Rica y, finalmente, en San Juan de Puerto Rico. Allí lo concluyó, gracias a un amigo que le prestó una casa frente al mar. Estuvo trabajando día y noche durante meses, acompañado por los dos escoltas que le había asignado el Gobernador de la isla, Luis Muñoz Marín, y un perro fiel que seguía impertérrito el sonido de las teclas de la máquina de escribir. Y si bien el prólogo lo firma en diciembre de 1955, lo cierto es que lo concluyó en abril de 1956, ya que en el último capítulo hay alusiones a hechos ocurridos en este mes primaveral y, además, así lo confirma su epistolario con Ricardo Montilla, en el que le rogaba que urgiera al legendario editor del Fondo de Cultura Económica de México, el argentino Alejandro Orfila Reynal, acerca de la urgencia de su publicación, y le advertía que fueran “levantando el linotipo”, mientras él concluía las últimas veinte páginas.
Es obvio que Venezuela, política y petróleo es uno de los ensayos de historia política más importantes que ha escrito un primer magistrado entre nosotros, acerca de etapas del desarrollo nacional que le tocó vivir. Este libro, ya un clásico del ensayo político venezolano, se centra en el eje de la vida nacional: el petróleo; y su estructura es afín a la de un trabajo historiográfico, aunque la perspectiva de polemista del autor, lo aleja de la distancia propia del historiador. Habla un protagonista decidido a defender su versión de los hechos, pero no apela a su sola palabra para defender sus puntos de vista, sino que acude a fuentes documentales valiosísimas y, además, abunda en opiniones contundentes.
Tomaré dos ejemplos de los cuantiosos que arroja el libro para explicar lo que afirmo. Uno de orden documental, y otro fundado en la opinión, ambos reveladores del tesoro que encierran estas páginas para quien quiera detenerse en la historia política venezolana.
Recuerda Betancourt que el 13 de abril de 1947 la Junta Revolucionaria de Gobierno publicó un “memorándum confidencial” del que se habían hecho gracias a los servicios de inteligencia, en el que el ex Presidente López Contreras desde Nueva York le solicitaba al Ministro de la Defensa del gobierno, Carlos Delgado Chalbaud, que presionara con la fuerza del Ejército a la Asamblea Nacional Constituyente para que lo nombrara a él (a Delgado Chalbaud) Presidente de la República, para ello invocaba un argumento regionalista, obviamente antidemocrático, decía López: “De este modo, la hegemonía andina, preponderante en la República por cinco lustros, no podría considerarse desplazada de los asuntos públicos.” Luego señalaba que, de no lograrse la aceptación de Delgado Chalbaud como Presidente de la República, “habría que recurrir a la imposición.”
¿Este documento citado por Betancourt invalida lo que antes había hecho López Contreras por la apertura del país hacia formas democráticas? No, pero tampoco puede decirse lo contrario: que López Contreras es el creador de la democracia en Venezuela, tampoco puede afirmarse lo mismo de Medina Angarita. Ambas tesis ruedan en boca de historiadores tendenciosos con mucha frecuencia.
El otro ejemplo es revelador de la crisis que Acción Democrática vivirá 30 años después. Me refiero a la nada democrática posición que tenía Betancourt acerca del federalismo o la descentralización. Afirma el autor: “La Constitución de 1947 pautó, como norma constitucional implícita, el principio del centralismo político, ya que no se concibe cómo pueda planificar nacionalmente el Poder Ejecutivo si los gobernantes regionales no son de la libre elección y remoción del Jefe de Estado.” Y luego apunta como una debilidad del constituyente de 1947 que no se hubiese llegado a implantar la Cámara Única, y que se hubiese adoptado el sistema Bicameral.
Finalmente, sólo admite como expresión de descentralización del poder a los Concejos Municipales, pero “financiados y estimulados con activo interés por los gobiernos central y estadales”. En la mente de Betancourt no estaba que la Democracia Representativa diera el paso hacia la descentralización política y administrativa. Curiosa contradicción de un demócrata ¿no?
Un epistológrafo feraz
Dificulto que algún otro líder político en toda nuestra historia republicana haya escrito más cartas que Rómulo Betancourt. De los 73 años que estuvo entre nosotros el guatireño, nacido el 22 de febrero de 1908, casi 20 fueron vividos en el exilio. Se dice fácil, pero está muy lejos de serlo, sobre todo si consideramos que muy pocos venezolanos sentían mayor necesidad que él de estar en su país, batallando.
De los tres exilios de Betancourt (1928-1936, 1939-1940, 1948-1958), el tercero fue el más largo y, en muchos sentidos, el más agitado: ya no se trataba del muchacho que conspiraba desde Barranquilla, ni el desterrado en Chile, sino del expresidente de la República, y el líder y fundador de un partido político de singular importancia para nuestra vida civil.
La actividad en los años del tercer exilio es incesante, asombrosa: dicta conferencias, viaja, ofrece declaraciones, escribe Venezuela, política y petróleo y, también, recibe los golpes más duros para su universo afectivo. Mueren Valmore Rodríguez, Andrés Eloy Blanco, Leonardo Ruiz Pineda y Alberto Carnevali, de quien Betancourt afirma en carta a Reneé Hartmann el 22 de mayo de 1953: “Y por eso te aseguro que cuanto pierden Venezuela y el Partido con su muerte se me desdibuja ante la idea de que he perdido a mi mejor amigo. Una amistad de 16 años sin que nada turbio la empañara ni por un momento.”
Nunca será suficiente la necesidad que los venezolanos tenemos de recordar que en las venas de nuestras desgracias el autoritarismo militar, la personalización del poder, la confusión entre lo público y lo propio, son expresiones que no hemos terminado de superar, y que el ensayo democrático pasa por reconocer el tirano que todos llevamos por dentro, y que en cualquier momento, como en el poema magistral de Rafael Cadenas, decide gobernarnos. Quienes creyeron que los fantasmas del autoritarismo habían sido eliminados para siempre, pues que abran el periódico cualquier día de estos de la Venezuela Triste y lean lo que pasa.
Allí están, copando todos los espacios, interviniendo el Poder Judicial, haciendo de la pluralidad en la Asamblea Nacional un saludo a la bandera, persiguiendo a los periodistas, utilizando los mecanismos judiciales para hostigar a los disidentes. No, señores, esos fantasmas no estaban exorcizados, y cuántas veces les dejemos las puertas abiertas volverán a imponer sus condiciones, a insultar, a violar los derechos humanos, a denigrar la venezolanidad.
Coda
Betancourt murió en Nueva York el 28 de septiembre de 1981 de un derrame cerebral. Las persecuciones políticas, los exilios, las precariedades económicas, el atentado de Los Próceres, donde casi pierde la vida, le minaron la salud. De allí que haya muerto a los 73 años, y no de una edad más avanzada, como era de esperarse para el promedio de vida en el año en que murió.
Es probable que Betancourt contara con el párrafo cervantino que voy a citar, para concluir estas líneas, como una pieza fundamental de su norte vital, ya que consta que leyó El Quijote siendo adolescente e interiorizó su bosque ético para siempre, pasando así a formar parte de la urdimbre de su personalidad.
Alonso Quijano le dice a Sancho en un momento particularmente reflexivo, en el capítulo LVIII: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres.”
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