Cerca de las 5:30 de la tarde del martes 20 de abril de 2021, Derek Chauvin fue hallado culpable bajo los cargos de homicidio culposo en segundo grado, asesinato en segundo grado y asesinato en tercer grado.
Chauvin fue uno de los oficiales que detuvo a George Floyd el 26 de mayo de 2020, pero no cualquier oficial. Chauvin es el hombre blanco que tenía su rodilla en el cuello de Floyd, mientras este gritaba que no podía respirar.
Los quejidos de Floyd quedaron grabados en un video 9 minutos y 29 segundos, pero siguen resonando en las calles de muchas ciudades de Estados Unidos y de las personas que exigen una revisión profunda en el sistema policial de los diversos estados del país.
El juicio a Derek Chauvin ocurrió en Minneapolis, una de las ciudades más importantes del estado de Minnesota. A 1782.5 kilómetros de distancia, en Washington, D.C., Angelica gritaba “justicia” en la plaza de Black Lives Matter, un sitió icónico en la capital estadounidense.

Ella, como algunas otras personas, se acercaron a la plaza Black Lives Matter para recibir la noticia del veredicto al expolicia estadounidense que le quitó la vida a George Floyd el 26 de mayo de 2020.
En esa plaza, ubicada justamente atrás de la Casa Blanca, se han reunido personas solidarias con el movimiento Black Lives Matter desde el mes de mayo de 2020.
Desde la muerte de Floyd, esta plaza ha sido epicentro de protestas que tuvieron su pico entre octubre y diciembre de 2020, especialmente cuando Donald Trump cuestionó los resultados electorales de las elecciones presidenciales de Estados Unidos.
La plaza, ubicada en la parte trasera de la Casa Blanca, se volvió un punto de resistencia. En este lugar siempre hay personas “defendiendo” la plaza por miedo a que, en algún momento, bloqueen la entrada al espacio.
También hay música, carteles y banderas alusivas a las luchas relacionadas con el movimiento y, especialmente, contra Donald Trump.

Sin embargo, el martes 20 de abril no había música en la plaza. No había banderas, tampoco había colores. Tampoco había baile ni carteles. La plaza estaba tomada por varias patrullas policiales y, en el centro, había un equipo de construcción rompiendo la calle como si estuvieran buscando el tesoro perdido.
La ecuación era muy curiosa. Especialmente por el momento que ocurría en Minneapolis, a casi 2.000 kilómetros de distancia.

El grito de justicia y “las vidas negras importan”
A las 3:30 de la tarde de ese martes 20 de abril, CNN anuncia que tiene una noticia de última hora. El ancla lee la siguiente información: hay veredicto en el jucio al expolicía Derek Chauvin y la información se dará a conocer entre las 4:30 y las 5:00 de la tarde de hoy.
El juicio se extendió por tres semanas y tuvo a más de 45 testigos. Los argumentos terminaron el lunes 19 de abril y el jurado fue aislado en un hotel para que pudieran deliberar y tomar una decisión. Era incierto cuando sería presentado el veredicto. Los expertos consultados en la prensa estadounidense decían que la deliberación podría durar un día, como una semana, como un mes.
Sin embargo, la decisión llegó rápidamente. Ese mismo día, el gobierno de Minnesota ordenó el despliegue de miles de oficiales en las calles de Minneapolis para evitar posibles protestas violentas luego de saberse el veredicto.
Las calles se cubrieron, de nuevo, de tablas gigantes de madera que cubrían las ventanas de varios establecimientos. Esto también se vivió en Nueva York, Chicago y Washington, D.C., el miedo es libre y los hechos ocurridos hace apenas seis meses seguían vivos en las cabezas de muchos.
Fotoperiodistas, reporteras, reporteros, camarógrafas y camarógrafos se dirigieron a la plaza Black Lives Matter en Washington, D.C. Era el lugar ideal para esperar el veredicto y lo esperado era conseguir a cientos de personas en la plaza esperando la información.
No obstante, al llegar al lugar había unos 50 periodistas; 20 policías; varios obreros y unas cuatro personas que acudieron a la plaza a ver el veredicto a través de sus teléfonos. A las 4:40 de la tarde, no había una pantalla gigante, ni siquiera un parlante. Cada quien vería la decisión a través de una pantalla y con unos audífonos.

El cielo estaba azul y la temperatura no pasaba de los 15 grados centígrados. La tarde primaveral del 20 de abril prometía, al menos, tener un buen tiempo en la capital estadounidense. Contrario al cielo encapotado que, en ese momento, se veía en Minneapolis. Pasaron unos veinte minutos, ya eran las 5:00 de la tarde y todavía no se sabía el veredicto.

En Minneapolis ocupaban la sala del tribunal ubicado en el centro de la ciudad. Uno a uno salen y llenan la sala. El juez Peter Cahill abre un sobre amarillo, saca varias hojas y les dice a los miembros del jurado que va a leer el veredicto.
En la sala está Derek Chauvin, de pelo canoso y con un tapabocas desechable. Chauvin mira fijamente al juez Cahil, quien lee rápidamente. Llega al primer cargo: nosotros, miembros del jurado, encontramos al acusado culpable por el cargo número 1 (homicidio en segundo grado). Chauvin pestañea y mira hacia otro lado.
Luego vuelve sus ojos hacia el juez, quien sigue leyendo. “En el cargo número dos, homicidio en tercer grado, encontramos al acusado culpable”. Esto se repitió en el cargo número tres, el cual es de asesinato en segundo grado y comportamiento negligente. Chauvin fue hallado culpable en los tres cargos.
En la capital estadounidense, Angelica celebra. Tiene un turbante morado, las uñas largas y rojas. En su mano derecha tiene el teléfono en el que estaba viendo el veredicto. Los audiófonos de cable se estiran lo más que pueden para no romperse. Angelica grita que se ha hecho justicia. Lo grita varias veces, está en el centro de la plaza Black lives Matter y no hay ningún fotógrafo viéndola. Pasa un minuto, y ya Angelica está rodeada. “Las vidas negras importan, al menos hoy las vidas negras importan”, grita al cielo azul.


Una fiesta solemne
“Aunque hay motivos para celebrar, todavía queda mucho camino”, dice Cherie Askew. Tiene 43 años, un tatuaje en su cuello, el cabello corto y lleva 25 minutos con el puño alzado. Cambia de brazo, del izquierdo al derecho. Llora, pero sus lentes atajan las lágrimas. Las que no caen en los cristales, bajan por el tapabocas y se pierden. Cherie está feliz, hoy siente que su vida vale más que ayer.

Alrededor de Cherie hay fotoperiodistas, videógrafos y reporteros. Le preguntan su nombre, le preguntan cómo se siente. Ella alcanza a decir algunas palabras. “Estoy feliz, pero no es suficiente”.

El sentimiento de Cherie se sentía en gran parte de la plaza. No había fiesta, no había celebración. Un hombre puso música a todo volumen y algunas personas bailaron. Pero la plaza no se llenó. Todavía, a las 6:30 de la tarde, había más periodistas que manifestantes.

A diferencia de las zonas icónicas de protestas en Venezuela, en la plaza de la capital estadounidense nadie vende agua, nadie vende helados, nadie vende cigarros ni gorras o franelas. Es un ambiente más silencioso, un ambiente diferente.
André caminaba con su teléfono y escuchaba el veredicto nuevamente. Alza su puño y sigue caminando. Entre el tapabocas y los lentes es imposible distinguir su rostro. Se cuida de que no lo vean y no deja que le tomen fotos de frente. André dice que lo ha perseguido por ser parte del movimiento Black Lives Matter, pero que este martes es un día feliz.
“Al fin, un día, solo uno. Mañana todo seguirá igual”, dice con un tono de frustración mientras recoge sus pasos en la plaza que ha caminado ya unas veinte veces.


La noche no llegó a las 7 sino pasadas las 8. Las personas que se acercaron a la plaza estuvieron varios minutos más y se retiraron. La Casa Blanca, al fondo, es iluminada con una luz blanca y protegida con una cerca negra que está ahí desde 2020 y que parece que seguirá durante 2021. Las personas se van del sitio, la plaza se queda sola.



“Mañana será otro día. Seguramente matarán a otra persona negra. Lo de hoy es histórico, pero no es suficiente. Hay que resistir”, dijo una de las manifestantes al guardar su cartel que decía “Black Lives Matter”. Fue de las últimas en abandonar la plaza.